El discreto desencanto de la burguesía

Fuentes: La izquierda diario

Ilustración Mar Ned – Enfoque Rojo

Agosto de 2020. La pandemia de covid-19 continúa azotando al planeta. Su letalidad es baja pero ya infectó a cerca de 15 millones y se cargó a centenares de miles. Un interrogante insólito atormentó –y, hasta cierto punto, continúa haciéndolo– a la mayoría de los gobiernos: “¿la economía o la vida?”. Gran parte de los que optaron por la “economía” luego tuvieron que adaptarse un poco más a los requerimientos de la “vida” y los que optaron –en una forma demasiado concesiva de decirlo– por la “vida” más tarde debieron inclinarse hacia la “economía”. Todos estos cambios, no obstante, resultan de lo más pragmáticos y en muchas oportunidades responden esencialmente a las “relaciones de fuerzas” y no a algún tipo de evaluación científica de “algo”. Dicho más prosaicamente, responden, en buena medida, al temor de los gobiernos a que “se los lleven puestos”.

Lo cierto es que los brotes y rebrotes de un virus –con comportamientos aún desconocidos por las ciencias médicas– paralizaron en una porción significativa a la economía capitalista mundial, poniendo en acto una crisis peor que la de 2008/9 y la más profunda desde la Gran Depresión de la década del ‘30. Una cuestión que ya es manifiesta en términos de caída del PBI global o del empleo –en lo observable hasta el momento, al menos, en países como Estados Unidos o España– y aún está por verse en lo relativo a la contracción del crecimiento del comercio mundial [1]. Como resultado, el planeta está preñado de una incertidumbre profunda, mezcla de catástrofe en apariencia “natural” con hecatombe económica que pone al desnudo la vulnerabilidad del sistema. Un sistema que a pesar del desarrollo de las “redes neuronales”, la robótica y los niveles alcanzados por la manipulación genética –que por momentos lo hacían lucir invencible– queda sometido a opciones que más bien parecen de la Edad Media.

Si miramos un poco más atrás, vemos que este shock dual y entrelazado de pandemia y crisis se acopla al estancamiento relativo, a la debilidad endémica y a la particular falta de fuerzas que la economía capitalista venía arrastrando en el curso de los últimos diez años, es decir, en el período de la recuperación post 2008/9. No resulta una cuestión menor este encadenamiento. Los ritmos de la pandemia determinarán, en parte, los tiempos y la dinámica de una recuperación económica que, naturalmente, emergerá en algún momento. Sin embargo, diversas circunstancias [2] hacen esperar que resulte –al menos en el mediano plazo– aún más débil que la del período post Lehman, sin que la economía consiga retornar a la tendencia pronosticada antes de la crisis. Si en el curso de la década pasada emergieron de manera abierta los límites del neoliberalismo y la globalización –que constituyeron, vale recordarlo, las condiciones de salida de la economía capitalista de la crisis de la década del ‘70–, esos confines se magnifican bajo las condiciones actuales. Una de las definiciones más interesantes del período actual reside en la constatación de que el capitalismo se encuentra falto de una estrategia clara de reemplazo. La debilidad económica lacerante y la ausencia de estrategia, reforzadas ahora por la pandemia y el Gran Confinamiento, vienen dando lugar a dos circunstancias que, consideradas conjuntamente, tienen el aspecto de novedad histórica.

Incertezas

La primera consiste en el hecho de que la clase dominante deja ver, a través de muchos de sus ideólogos, una pérdida de confianza o de certeza respecto de la infinitud, de la eternidad o, si se quiere, de las fuerzas internas del capitalismo. Una cuestión que se pone de manifiesto en al menos tres dimensiones.

Primero, en la tesis del “estancamiento secular”. Sostenida fundamentalmente por el ex Secretario del Tesoro de Bill Clinton, Lawrence Summers, constata esencialmente que a diferencia de lo sucedido en los mejores momentos de las décadas neoliberales, las gigantescas masas de dinero introducidas desde la crisis de 2008/9, no logran que la economía vuelva a la tendencia pronosticada previamente. Es decir, verifica el hecho novedoso y alarmante de que la economía capitalista no encuentra una fuerza que la dinamice siquiera al ritmo de la moderación de las décadas previas. Hace algunos años, Paul Krugman, refiriéndose a esta “falta de motor” e imaginando algún tipo de impulso comparable al de la Segunda Guerra Mundial, ironizaba sobre la necesidad de una “invasión alienígena” en Estados Unidos [3]. Es de esperar que la debilidad endémica de la economía continúe reinando al menos en el mediano plazo del próximo mundo post pandemia.

Segundo, en la famosa tesis del “fin del trabajo”. Un concepto que si bien merece ser discutido desde su propia definición –debido a que conlleva una carga propagandística poderosa y planteada en los estrechos límites del capitalismo resulta falsa– también guarda un elemento de verdad. Jeremy Rifkin, autor de la vieja tesis homóloga –en boga en la década del ‘90 [4]– y miembro permanente del establishment de la Unión Europea, escribió hace unos pocos años un libro titulado The zero marginal cost society (La sociedad del costo marginal cero) [5]. En ese libro –en el que, vale señalar, “el eclipse del capitalismo” aparece mencionado desde la bajada del título– Rifkin alerta que gran parte de la “vieja guardia” en el ámbito comercial no puede imaginar cómo procedería la vida económica en un mundo en el que la mayoría de los bienes y servicios resultaran casi gratuitos, las ganancias caducaran, la propiedad perdiera sentido y el mercado fuera superfluo [6]. El autor se refiere a la que sería la consecuencia lógica del desarrollo libre y acabado de las nuevas tecnologías que, al menos en el terreno digital, muestran la capacidad de reproducir ciertos servicios –música, películas, libros, etc.– sin necesidad de incorporar trabajo y casi sin gasto de capital, lo que en términos neoclásicos, se define como “costo marginal cero”. Aunque no vamos a desarrollar este complejo tema aquí resultan necesarias dos acotaciones. La primera consiste en que no puede pensarse el desarrollo libre de las tecnologías bajo condiciones capitalistas. La propiedad privada de los medios de producción moldea y hasta cierto punto coarta el desarrollo tecnológico, adaptándolo –hasta donde le es posible– a sus necesidades. Las patentes, las “subvenciones cruzadas” [7], entre otros mecanismos, son parte de las múltiples formas a través de las cuales el capital consigue convertir en valor aquello que no lo era o ponerle precio a aquello que no lo tiene. La segunda consiste en constatar la parte de verdad relativa contenida en el razonamiento de Rifkin. Porque si las tecnologías no estuvieran sujetas a los condicionamientos del capital, efectivamente su desarrollo libre exigiría cada vez menos esfuerzo de trabajo humano, supondría una mayor abundancia de bienes y servicios, el avance hacia la gratuidad, la pérdida de sentido de la propiedad privada y del mercado y, junto con ellos, de las ganancias. Advertimos que, aunque en absoluto se trate de un fenómeno enteramente nuevo –“abundancia” y “escasez” constituyen términos relativos y determinados socialmente–, lo cierto es que se vuelve mucho más agudo y contradictorio para el propio capital desde el momento en el que es posible la reproducción gratuita de determinados servicios digitales. La idea general del “fin del trabajo” en tanto tendencia y como sustrato de la eliminación progresiva del valor, los precios y la propiedad privada de los medios de producción es, a decir verdad, original de Marx y está expresada desde hace muchas décadas en los Grundrisse [8]. Los ideólogos del capital la reviven de una manera doble: por un lado, como propaganda y amenaza con pretensiones disciplinadoras de aquello que podría suceder bajo condiciones de producción capitalistas y por el otro, como percepción de la fuerza de una tendencia histórica. Vale destacar que, incluso en su acepción propagandística, la idea del fin del trabajo presupone de algún modo la segunda arista dejando traslucir la impresión de un sistema que se imagina impotente para garantizar por sus propios mecanismos internos la subsistencia de las mayorías. Una cuestión que se aprecia con bastante claridad en la difusión de la idea de la Renta Básica Universal (RBU). Propuesta sujeta a múltiples interpretaciones y cada vez más “conversada” en el contexto pandémico. Es bueno resaltar, no obstante, que las tribulaciones más actuales sobre la RBU se derivan de las consecuencias de la crisis económica y no precisamente de las del “desempleo tecnológico”.

Tercero, en la constatación del crecimiento aberrante de la desigualdad social que –con mucho atraso– conmovió al mundo académico y al establishment. Corroboración teorizada y popularizada en los últimos años por Thomas Piketty [9], economista francés que sigue los postulados del Mainstream –aunque en la actualidad viene mostrando un relativo giro a la izquierda [10]. La tesis de Piketty consiste esencialmente en demostrar que el incremento de la desigualdad patrimonial y del ingreso –característica de las décadas neoliberales– se deriva de la combinación de una alta tasa de rendimiento del capital y una baja tasa de inversión que da origen al crecimiento rezagado de una economía ascendentemente “rentística”. En sus términos, esta realidad conjunta representa la “norma” del capitalismo que resultó limitada solo excepcionalmente tras grandes shocks como las dos guerras mundiales del siglo XX, la revolución rusa de 1917 y la crisis de los años ‘30. El retorno de la “norma”, determina que la desigualdad tienda a recuperar en el presente siglo los niveles paradigmáticos de fines del siglo XIX. El problema para Piketty es que, como resabio de la excepcionalidad de posguerra, aún persiste una “clase media patrimonial” amenazada de empobrecimiento que suscitará fuertes reacciones políticas.

La tesis de Robert Gordon, economista de Harvard e integrante a través de las décadas de distintos órganos de consejo estatal, guarda puntos de contacto con la de Piketty aunque su objeto de estudio radica en la historia de las tecnologías, la productividad y el crecimiento de la economía norteamericana. Desde una visión de la economía en la que la especificidad histórica del capital y el capitalismo desaparecen casi por completo, Gordon remite a una mayoría de la existencia humana caracterizada por una “normalidad” de bajo crecimiento. Statu quo sacudido solo por el “siglo revolucionario” que se extiende entre la Guerra Civil norteamericana y la década de 1970 aunque, muy particularmente, por la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. A partir de los años ‘70 la economía pierde fuerza y –con la excepción del período 94/2004– tiende a restablecerse la “normalidad” de bajo crecimiento que se intensifica en el período post Lehman. Para el próximo cuarto de siglo, Gordon –opositor acérrimo a la tesis de una “Cuarta Revolución Industrial”– vaticina un crecimiento de la productividad y del producto claramente por debajo del promedio de los años 1970-2014. Una situación que incluso podría empeorar debido a lo que denomina “vientos en contra” conformados por la desigualdad creciente, el rezagado incremento del nivel educativo, el bajo crecimiento poblacional y la jubilación de la generación de baby boomers y, finalmente, la trayectoria ascendente e insostenible de la relación deuda/PBI [11].

En términos más generales, la constatación de la debilidad del crecimiento económico y de la inversión “real” junto con el incremento de todo tipo de deudas –personales, públicas, corporativas–, la “amenaza” tecnológica y el aumento acelerado de la desigualdad, trasciende distintas vertientes ideológicas [12] y emerge como una suerte de “nueva normalidad”. Una de sus consecuencias más inquietantes reside en la destrucción de las “clases medias” –eufemismo que normalmente se emplea para hacer referencia a amplios sectores de las clases trabajadoras [13]– o de su símbolo más acabado, el “sueño americano”, como base necesaria de sustentación de las “democracias capitalistas”. Un tema ya recurrente que, al calor de la pandemia, emerge como más urgente y preocupante en el pensamiento de diversos autores como, por ejemplo, en el del principal comentarista económico de Financial TimesMartin Wolf.

Falsas promesas (o el fin del “progreso”)

La segunda circunstancia surge del modo en el que estas vulnerabilidades del capital se traducen en la sensibilidad de millones de trabajadores y sectores populares de los países centrales y no centrales.

Lo cierto es que la debilidad económica post crisis 2008/9 aniquiló el sustituto débil de “progreso” ofrecido por el neoliberalismo a cambio de la “globalización” y la destrucción de las conquistas del llamado “Estado de Bienestar”. De alguna manera y en particular en el curso de las décadas del ‘90 y ‘2000, la proliferación del crédito al consumo –incluidas las hipotecas subprime–, la mitigación de la desigualdad entre países –habilitada por el ascenso de los llamados BRICS–, la reducción relativa de la pobreza –entendida en los términos del Banco Mundial [14]–, el “sueño chino”, el indio y hasta cierto punto el brasileño, entre otros, actuaron como factores compensatorios frente al incremento –global y al interior de la mayoría de los países– de la desigualdad. Este “intercambio satánico” es lo que, en el curso de la última década, se fue diluyendo primero en el “centro” y más tarde en la “periferia”.

Llama un tanto la atención el hecho de que, luego de tantas décadas neoliberales signadas por el incremento de la desigualdad –que originó múltiples estudios sobre el tema->https://www.jornada.com.mx/2014/09/03/opinion/034a1eco]–, recién hace pocos años el asunto alcanzara el centro de las preocupaciones de buena parte del mainstream, incluido el Fondo Monetario Internacional. Pero no es tan extraño. Lo que movilizó esta mutación es la circunstancia de que, desde el punto de vista de los “deciles menos favorecidos”, resulta más tolerable la desigualdad que la idea de la imposibilidad de “progreso” o peor aún, la del propio retroceso. Como señala Wolf, en determinadas sociedades la desigualdad como tal puede no resultar tan social o políticamente desestabilizadora. Pero la sensación de deterioro de las perspectivas para uno mismo y para los hijos, ciertamente importa como también lo hace una fuerte sensación de “injusticia”. También apuntaba, hace unos años y en base a un informe del Instituto Global McKinsey el hecho de que, mientras el aumento de la prosperidad reconcilia a las personas con las disrupciones económicas y sociales, su ausencia fomenta la ira. Recordemos que la llamada “Primavera árabe” comenzó en 2009 con la inmolación de un vendedor ambulante con título universitario en una ciudad tunecina. La falta de perspectiva se encuentra en la base de los fenómenos políticos e ideológicos que, a derecha y a izquierda, conmueven desde hace varios años a las élites o a las estructuras tradicionales en una muy vasta cantidad de países. Incluso, poco antes de la pandemia asistimos a fenómenos abiertos de lucha de clases que recorrieron gran parte del planeta.

La comunión entre pandemia y Gran Confinamiento, magnifica de una manera bastante literal esta sensación de ausencia de perspectivas. Aunque –hasta cierto punto– también actúa como factor disciplinador sumado a la contención de las políticas billonarias implementadas por los Estados. No obstante, aquello que Wolf denomina “una fuerte sensación de injusticia” desató, tras el asesinato de George Floyd, un movimiento profundo e integrador de múltiples decepciones y opresiones de negros y blancos en el corazón del imperio.

Por su parte, la letánica y lacerante distopía del “fin del trabajo” –una especie de estocada final a la idea de “progreso”– adquiere una muy particular triple manifestación en el contexto de la crisis pandémica. Por un lado, la pérdida directa de millones de puestos de trabajo no aparece asociada al “desempleo tecnológico” sino al Gran Confinamiento como imagen de la fusión entre la enfermedad y la crisis económica. Por el otro, las “cuarentenas”, en tanto elemento central de paralización económica, actúan como prueba definitiva y “auto percepción” global de que –al menos por el momento– los trabajadores y no los robots fungen como la fuerza fundamental que mueve la economía. Finalmente y muy significativo, las “empresas tecnológicas” –entre ellas PayPal, Alphabet, Facebook, Tencent, Tesla, Apple, Microsoft, Amazon– son las que más incrementaron su capitalización bursátil bajo condiciones de pandemia. También el boom alcanzó a otras menores como Rappi, Globo o Pedidos Ya, de entrega de comida a domicilio. Pero, lejos de expulsar trabajo, estas empresas emergen como núcleos del llamado “trabajo esencial” y se consolidan como áreas de vanguardia de la precarización laboral. Incluso aquellos “unicornios” [15] que despidieron trabajadores, no lo hicieron en función del reemplazo tecnológico sino de su reestructuración debida a la propia crisis.

De conjunto, la pandemia y la crisis económica agudizaron el sentimiento de decepción y falta de expectativas en un sistema que, se percibe, no tiene demasiado para ofrecer. El politólogo estadounidense, Ian Bremmer, alertaba sobre este sentir hace no mucho tiempo en su libro Us vs. Them: The Failure of Globalism [16], donde incorpora el concepto de “globalismo” como intento de las élites de transmitir la idea de que la “globalización” acarrea una mejora para todos los sectores sociales. Esa es, efectivamente, la “creencia” que desapareció del imaginario y se aleja aún más con los efectos económicos de la pandemia. Cuestión que, ciertamente, genera bastante pavor en el establishment. solo por ponerle una metáfora a los nuevos vientos de época vale la pena observar que Fukuyama, por ejemplo, vuelve a evocar -a su modo- la idea de lucha de clases.

¿Vuelta al “Estado de Bienestar”?

Ya no guarda novedad alguna el hecho de que la intervención estatal sobre la economía –fundamentalmente en los casos estadounidense, de los países de la Unión Europea y Japón, en términos de magnitud– superó ampliamente los estímulos monetarios y fiscales implementados en la crisis 2008/9. La Unión Europea, incluso, acaba de aprobar un “plan anticrisis” de 750 mil millones de euros financiados con deuda común y dirigidos, bajo la modalidad de préstamos y subsidios, a los países más afectados del bloque.

La conjunción del impulso económico catastrófico de la pandemia, la crisis del esquema neoliberal –visualizado, ante todo, como incapacidad de contención sanitaria– y la situación social y política descrita más arriba, no puede, por supuesto, desvincularse de esta macro intervención. Tampoco puede pensarse abstrayéndose de las diferencias inmediatas entre los países centrales –que con tasas de interés cero o negativas poseen mayor capacidad de endeudamiento– y los países dependientes o semicoloniales de los que se fugaron en los últimos meses más de 100.000 millones de dólares. La reflexión más interesante radica, sin embargo, en los pronósticos pospandemia. Diversos sectores concluyen que, a partir de esta intervención estatal, podría abrirse paso una suerte de “estatismo reformista”. Pero el problema es que esta perspectiva no puede imaginarse por fuera ni de la debilidad que la economía capitalista arrastra hace más de 10 años encadenada sin solución de continuidad con la convulsión actual, ni de la crisis del neoliberalismo y los límites de la globalización, ni de la decadencia e incógnita sobre la “estrategia de reemplazo”, temas a los que hicimos referencia más arriba. Nos proponemos aquí solo dejar planteadas algunas líneas para la reflexión.

En primer término, consideramos que las formas particulares que adopta la actual intervención estatal no se derivan esencialmente de una “opción política” sino de las necesidades de la estructura misma del capital en el período presente. Tomemos, por ejemplo, el caso paradigmático de Estados Unidos. El economista marxista Robert Brenner señala que de los alrededor de 6 billones de dólares de estímulo fiscal implementados –según sus cálculos– en los últimos meses por el estado norteamericano, el 75 % –equivalente a aproximadamente 4,5 billones– resultó derivado al “cuidado” de las más grandes y mejores compañías mientras sólo un monto cercano a 600.000 millones tuvo como destino pagos directos en efectivo a individuos y familias, seguro de desempleo adicional y préstamos estudiantiles. A su vez, la mayor parte de aquel 75 % con destino a las grandes empresas carece de restricciones para ser utilizado en recompra de acciones, bonificaciones a los CEO, etc. [17]. Por un lado, aunque evidentemente la desproporción es notable, vale observar que incluso aquellos 600.000 millones de dólares no son poca cosa y su activación se encuentra indisolublemente asociada a las necesidades de contención del “estado de ánimo” del que hablamos en el apartado anterior. Pero por otro lado, lo que más interesa resaltar aquí es que la ausencia de restricciones para el destino de la mayor parte de aquel 75 % –que habilita, por ejemplo, la recompra de acciones como explícita contracara de la debilidad de la inversión– responde estrictamente a una modalidad de “acumulación” del capital exacerbada en el curso de la última década. La acción del Estado tiene por objeto garantizar ese patrón, del mismo modo que lo hace la compra ilimitada de deuda corporativa garantizada por la Reserva Federal desvinculando –transitoriamente– las capitalizaciones bursátiles de las tendencias de la “economía real”. Se trata de “formas” cuyo desenfreno –tanto como la necesidad estatal de sostenerlas– no se deriva, en lo esencial, de “decisiones de política” sino del agotamiento de las nuevas fuentes para la acumulación del capital conquistadas bajo el auge de las décadas neoliberales. Las crecientes tensiones chino-estadounidenses expresan, justamente, una faceta fundamental de ese agotamiento.

Si en segundo término, y en estrecha relación con el punto anterior, reflexionamos sobre el lugar del New Deal en los años ‘30, resulta obligado observar su posibilidad como estrechamente asociada a la circunstancia de que Estados Unidos, a pesar de la gran crisis, era ya la nación económicamente más pujante del planeta. Por solo acercar un ejemplo, en 1929 producía el 80 % de los vehículos automotores del mundo [18]. La ley Glass Steagall –que desvinculó a la banca de inversión de la banca comercial– resulta emblemática en tanto no puede disociarse de las posibilidades de acumulación “productiva” del capital de una nación que se abría espacio como el poder industrial del mundo. Muy lejos se ubican las características de poder financiero que, en su decadencia, distinguen al Estados Unidos de hoy. Es en el contexto de estas condiciones económicas específicas en el que debe interpretarse la laxa e incluso ambigua ley Dodd-Frank –aprobada en 2010 e impulsada por Elizabeth Warren, del ala izquierda del Partido Demócrata– como la restricción financiera más audaz a la que dio lugar el desastre desencadenado por la caída de Lehman. Las relaciones inquebrantables entre la banca comercial y de inversión, responden a las características de un capitalismo en extremo financiarizado.

En tercer término y profundizando el contraste con el New Deal, su implementación tampoco puede escindirse de las tensiones sociales insoportables generadas por la Gran Depresión combinadas con la presión ejercida por la presencia de la Revolución rusa. Circunstancias que convirtieron a la década del ‘30 en la de mayor agitación obrera de Estados Unidos. Por supuesto y sí, como es esperable, una mayor lucha de clases tiene lugar en el período pospandemia, no puede descartarse que –en tanto se transforme en una amenaza para las bases del capital– la distribución entre aquel “75 y 25 %” se modifique parcialmente ni que, incluso, se imponga algún tipo de limitación algo más firme a las operaciones financieras de las grandes corporaciones y la banca. Pero incluso, eventuales medidas tibiamente reformistas para contener procesos de lucha de clases muy probablemente resulten contestadas con mayor violencia por los sectores dominantes de un capital que adolece de nuevas fuentes rentables para su acumulación ampliada. En este contexto, también las nuevas tecnologías serán utilizadas –muy probablemente y como siempre lo fueron– como arma contra la resistencia y para incrementar la explotación y flexibilización del trabajo, lejos de eliminarlo. Vale recordar que, aún en las mencionadas condiciones excepcionales de la década del ‘30, el New Deal resultó impotente para que la economía estadounidense retornara a la tendencia pre-crisis. Incluso, en 1937 el parlamento y el establishment económico vetaron su continuidad y se produjo una nueva caída abrupta. Recién el “milagro económico” [19] de la Segunda Guerra Mundial rescató –como lo señala Gordon– a la economía norteamericana del “estancamiento secular” de los tardíos años ‘30 [20].

Más allá de las medidas inmediatas –que variarán también según los ritmos de la pandemia, la crisis y las diversas tensiones que se jueguen en los escenarios electorales– es de esperar que bajo las condiciones de su realidad actual el capital refuerce la agresividad. De hecho, ya lo estamos presenciando a través de las nuevas modalidades de flexibilización laboral implementadas bajo la excusa de la pandemia. Del mismo modo, ni bien sea posible, volverán a emerger nuevos intentos de reformas previsionales con la excusa de los enormes déficits fiscales acumulados. A su vez, los límites del neoliberalismo que se expresan –en gran medida– en contradicciones crecientes entre los Estados, es muy probable que conduzcan a diversas expresiones de mayor belicismo aunque no podamos definir sus expresiones concretas. Es de esperar que la ausencia de una “estrategia de reemplazo” y la gran dependencia económica que aún guarda la relación chino-norteamericana se traduzca, entre otras cosas, en una ofensiva más violenta estadounidense no solo para doblegar a China como competidor sino también para incrementar la libertad de acción de sus capitales en el país. Los métodos a utilizar como así también los resultados, están abiertos. Pero sean cuales fueren los escenarios, caben pocas dudas de que no es un panorama de “estatismo reformista” el que se abre para el período próximo. Asumir estas circunstancias constituye un elemento fundamental de la preparación y la estrategia necesarias para actuar en próximos acontecimientos si se desean evitar nuevas catástrofes para los trabajadores y los sectores populares, es decir, para la enorme mayoría de la humanidad.

NOTAS
[1] La Organización Mundial del Comercio pronostica una contracción para 2020 de entre el 13 y el 32 %. La brecha resulta aún demasiado amplia para proponer comparaciones históricas de utilidad.

[2] Por un lado, si las mismas políticas estatales que luego de 2008/9 buscaron contener la crisis, limitaron la destrucción de capitales y con ello, paradójicamente, acotaron la fuerza de la recuperación, es de esperar que este efecto se repita en la actualidad debido a políticas de contención estatal significativamente mayores, ver Juncal Santiago, “Pandemia y crisis: ¿adónde va la economía global?”, entrevista en La Izquierda Diario, 1/7/2020. Por otro lado, es de esperar que la reducción cualitativa de los ingresos que están sufriendo amplias franjas de trabajadores y sectores populares, sumadas a los temores instalados por la pandemia, limiten una recuperación del consumo. También, los tiempos desiguales de la pandemia en los distintos países retrasan, naturalmente, el retorno a la “normalidad” de las relaciones económicas internacionales. Además y como factor esencial, las condiciones de cooperación interestatal que en el post 2008/9 resultaron claves, se encuentran en la actualidad significativamente más dañadas y enfrentan contradicciones estructurales profundas, ver, Bach, “Paula, Crisis económica mundial: ¿escaparán los “espíritus subterráneos”?”, Ideas de Izquierda, 15-3-2020.

[3] Véase, Krugman, Paul, Acabad ya con esta crisis!, Madrid, Crítica, 2012.

[4] Rifkin, Jeremy, El fin del trabajo. Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era, Madrid, Paidós, 2014.

[5] Rifkin, Jeremy, The zero marginal cost society. The internet of things, the collaborative commons, and the eclipse of capitalism, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2014.

[6] Rifkin, Jeremy, op. cit.

[7] Véase, Srnicek, Nick, Capitalismo de plataformas, Buenos Aires, Caja Negra, 2018.

[8] Véase, Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI editores, 1982. Antonio Negri revalorizó los Grundrisse y desarrolló en los años ‘90, una interpretación propia de esta tendencia formulada por Marx. Para una exposición sintética del planteo de Negri y una crítica, véase, Bach, Paula, “Valor, forma y contenido de la riqueza en Marx y en Antonio Negri: Una diferencia sutil pero esencial”, Estrategia Internacional 17, otoño de 2001.

[9] Véase, Piketty, Thomas, El capital en el siglo XXI, México, Fondo de Cultura Económica, 2014. Véase también, Esquenazi, Matías y Hernández, Mario (compiladores), El debate Piketty. Sobre El capital en el siglo XXI, Provincia de Buenos Aires, Metrópolis, 2014.

[10] Véase, Piketty, Thomas, Capital e ideología, Buenos Aires, 2019. Para una crítica, véase entre otras, Mercatante, Esteban, “Algo huele a podrido en el capitalismo: comentarios sobre lo nuevo de Thomas Piketty”, Ideas de Izquierda, 27/10/19.

[11] Véase, Gordon Robert, The rise and fall of American growth.The U.S. standard of living since the Civil War, Princeton, Princeton University Press, 2016.

[12] Véase, por ejemplo, Streeck Wolfgang, ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, Madrid, Traficantes de sueños, 2017, o Harvey, David, Marx, El capital y la locura de la razón económica, Buenos Aires, Akal, 2019.

[13] El Banco Mundial define a la “clase media” como hogares que tienen una baja probabilidad de caer en la pobreza pero no son ricos y cuyos ingresos oscilan entre 13 y 70 dólares diarios (PPA de 2011). Lac equity lab: pobreza, Banco Mundial, disponible online.

[14] El Banco Mundial coloca en la categoría de “pobres extremos” a aquellas personas que viven con menos de 1,9 dólares al día. Según un informe de la institución, en los 25 años transcurridos entre 1990 y 2015, la tasa de pobreza extrema –que significa, agregamos, dejar de ser muy pobre para pasar a ser solamente pobre– se redujo globalmente, en promedio, un punto porcentual por año –de casi el 36 % al 10 %– lo que significa que alrededor de 1.000 millones de personas salieron de ese estado. Sin embargo, la pobreza extrema solo disminuyó un punto porcentual entre 2013 y 2015. Banco Mundial, comunicado de prensa, septiembre 2018, disponible online. Ver, también, la crítica metodológica del jurista australiano Philip Alston, relator especial sobre extrema pobreza y derechos humanos de las Naciones Unidas, a las investigaciones del Banco Mundial. Alston, Philip, “El lamentable estado de la erradicación de la pobreza”, Concejo de Derechos Humanos de la ONU, julio 2020, disponible online.

[15] Los llamados “unicornios” son empresas emergentes, innovadoras en tecnologías, valuadas en 1.000 millones de dólares o más.

[16] Bremmer, Ian, Us vs. Them: The Failure of Globalism, Nueva York, Penguin, 2018.

[17] Brenner, Robert, “Escalating Plunder”, New Left Review 123, mayo-junio 2020, disponible online.

[18] Gordon, Robert, op. cit.

[19] “Milagro” que, como es sabido, implicó más de 60 millones de muertos, la destrucción de gran parte de Europa, Hiroshima y Nagasaki, entre otros muchos hechos prodigiosos.

[20] Ídem.

Fuente: https://www.izquierdadiario.es/El-discreto-desencanto-de-la-burguesia

PRIMERA CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE LA CUARTA TEORÍA POLÍTICA (INTRODUCCIÓN)

Por Alexander Dugin

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Queridos compañeros, queridos amigos, me complace darles la bienvenida a la primera videoconferencia internacional sobre la Cuarta Teoría Política.

El ocaso del liberalismo

 

El declive del orden mundial liberal está ante nuestros ojos. El globalismo se está derrumbando. Lo vemos, por ejemplo, en los Estados Unidos, donde se encuentra en un estado de agonía auténtica, con la administración Trump, que tiene una posición mucho más moderada en relación con la agenda liberal global, que los globalistas consideran algo fatal, una amenaza existencial. Nos damos cuenta de esto por el hecho de que los globalistas no tienen reparos en demoler los propios Estados Unidos para promover a su candidato; están dispuestos a apoyarlo y preservar el orden mundial liberal a cualquier precio, incluso si el precio fuese el representado por los propios Estados Unidos.

Para definirlos, Trump usó el término «cancel culture» (cultura de la cancelación), un concepto muy interesante. Cancel culture es un nuevo tipo de totalitarismo moderno, o más bien posmoderno. El New York Times declaró recientemente la necesidad de «eliminar» a Aristóteles. Aquí nos enfrentamos al rostro explícitamente totalitario de la ideología liberal, algo que gradualmente adquiere las características de una «dictadura liberal». Los llamamientos para borrar la historia, borrar a Platón, Aristóteles, la Edad Media, los autores y filósofos de la Modernidad en sí mismos que no se ajustan a los cánones cada vez más estrictos de un liberalismo radical e intolerante, son síntomas claros de un totalitarismo incipiente. El nacionalsocialismo pidió la eliminación de los judíos. El totalitarismo soviético exigió la eliminación de los disidentes. Hoy, el orden mundial liberal y su ideología subyacente anhelan la cancelación de todo, o casi todo excepto Black Live Matter, Soros, LGBT + y algunas minorías seleccionadas. De ahí el estado de agonía en que se encuentra el liberalismo hoy.

El liberalismo y sus alternativas.

Pero, exactamente, ¿qué se encuentra en este estado de «agonía»? Podemos responder simplemente diciendo que el liberalismo, lo que yo llamo la Primera Teoría Política, está en agonía. La Primera Teoría Política ganó frente a sus rivales, el comunismo (Segunda Teoría Política) y el nazismo/fascismo (Tercera Teoría Política), en el siglo XX. Pero las Tres Teorías Políticas han representado y siguen representando la Modernidad política occidental. Así, la «agonía» del liberalismo, de la Primera Teoría Política, es en realidad la agonía de toda la Modernidad política occidental.

Ni el comunismo ni el fascismo pueden considerarse hoy como alternativas reales al liberalismo; por ejemplo, si optamos por oponer el comunismo o el fascismo a este sistema liberal agonizante, al principio somos perdedores, ya que estos últimos son el producto de la Modernidad política occidental. Comparten con el liberalismo los mismos fundamentos materialistas, ateos y progresistas, un enfoque puramente materialista y fisiológico del ser humano. En otras palabras, si frente a la creciente crisis que enfrenta el liberalismo, una crisis ahora alimentada por la incapacidad de la estructura globalista para hacer frente al coronavirus, pensamos que teorías fascistas o comunistas son las alternativas a él, si nos aferramos a las alternativas del pasado relacionadas con la misma familia de ideologías occidentales modernas, desperdiciaríamos la oportunidad que representa esta crisis.

La Cuarta Teoría Política, sobre la cual estamos invitados a discutir aquí, representa la exhortación a no perder este espacio de oportunidad histórica que representa la agonía del liberalismo hoy, para superar no solo la Primera Teoría Política, sino también todo lo que es común a todas las formas políticas modernas, el principal campo ideológico metafísico filosófico de la Modernidad política occidental.


La Cuarta Teoría Política contra la Modernidad occidental.

La Cuarta Teoría Política representa una invitación a buscar una alternativa a este liberalismo decadente, que pretende ser la única ideología política desde el momento en que Fukuyama proclamó el «fin de la historia». Hemos vivido los últimos treinta años bajo el signo de una posibilidad cada vez menor de construir el orden mundial sobre la base del liberalismo como Primera Teoría Política.

El liberalismo, después del fin del comunismo y el fascismo en el siglo XX, se ha convertido en la única ideología política existente, y ha tratado de convertirse en una especie de lenguaje universal impuesto a todas las latitudes y fundado en el libre mercado, la democracia liberal, el parlamentarismo, el individualismo, la técnica, el consumismo, la ética LGBT +. Lo que ahora esta desapareciendo es precisamente esta universalidad. La Cuarta Teoría Política representa la invitación a luchar contra todo esto, y no hacerlo desde la posición de la Segunda Teoría Política (socialismo/comunismo) ni desde la perspectiva de la Tercera Teoría Política (nacionalismo/fascismo/nacionalsocialismo). Esta es una invitación a superar la Modernidad política occidental en su conjunto, en primer lugar, contrarrestando el liberalismo, ya que todavía está vivo.

¿Por qué el liberalismo es un mal absoluto?

 

¿Por qué designamos precisamente el liberalismo como una representación y símbolo del mal absoluto? No porque sea mucho peor que el comunismo o el fascismo, sino por una única razón: porque está aquí y ahora y no ha dejado de lado su intento de organizar el mundo bajo el dominio de una élite liberal transnacional. El liberalismo es peor que el fascismo y el comunismo, no tanto desde el punto de vista teórico sino porque todavía existe, mientras que el comunismo y el fascismo pertenecen al pasado, son quimeras, residuos de la historia política. Es por eso que el liberalismo debe ser combatido primero. Nuestro objetivo principal debe ser acabar con el liberalismo, con sus derechos humanos, su sociedad abierta, todos los productos de un sistema basado en el individualismo, el materialismo, el progresismo, la alienación total y la desintegración de los lazos sociales. Debemos poner fin al concepto de «individuo» en sí mismo.

El comunismo y el fascismo son trampas

Todo lo que hemos dicho hasta ahora no debe llevarnos a las alternativas del pasado. No debemos caer en las trampas representadas por el comunismo y el fascismo. Hoy es necesario imaginar algo radicalmente diferente, no solo en relación con el liberalismo sino con toda la Modernidad política occidental.

Sería inútil y contraproducente oponerse al liberalismo y luego adoptar las alternativas del pasado que pertenecen a su misma matriz política. Identificamos a nuestro principal enemigo en el liberalismo, en la sociedad abierta, en el mundo liberal unipolar, en los terroristas financiados por los liberales, y no me refiero solo a los «fascistas de extrema izquierda» (como Trump ha definido a los terroristas financiados por Soros) sino también a grupos étnicos y religiosos que los liberales, en su hipocresía, cinismo y doble moral, usan y contra los que luchan al mismo tiempo, con el objetivo final de destruir todas las formas de identidad nacional (los liberales, por ejemplo, luchan contra la Sagrada Tradición religiosa del Islam y de otros, al mismo tiempo que explotan algunos grupos de musulmanes con el objetivo de lograr la destrucción de la identidad europea), pero oponerse a todo esto significa oponerse no solo al liberalismo sino a la Modernidad política occidental en su conjunto. Este es el verdadero enemigo, y la Cuarta Teoría Política invita a todos a embarcarse en una lucha sin cuartel contra él.

El nombre del enemigo: la Modernidad occidental

Identificar al enemigo es crucial. Si definimos al enemigo en términos de «ideologías políticas modernas occidentales» o «Modernidad política occidental», estamos en el camino correcto. De hecho, la nuestra no es una invitación a luchar contra Occidente, sino la Modernidad occidental, es decir, un punto de inflexión anticristiano, anti-espiritual, anti-tradicional y anti-sacro en la historia occidental que no coincidió por casualidad con el colonialismo, la Ilustración, etc. La época moderna, el período de la historia occidental caracterizado por el materialismo, el colonialismo, el cientificismo: este es el problema. ¡Esto es malo!

Contra el capitalismo, la esclavitud y la Ilustración.

Identificamos la Modernidad política occidental y, en un sentido filosófico general, la Modernidad occidental como un enemigo político. Esto, desde un punto de vista económico, coincidió con el nacimiento del capitalismo, y esto tampoco es un accidente.

La Modernidad occidental significa materialismo, ateísmo, colonialismo, capitalismo e incluso esclavitud. Después de más de un milenio en el que ha estado ausente en la cultura cristiana occidental, la esclavitud es reintroducida precisamente por la Modernidad política occidental. A veces, la esclavitud colonial en América y África se interpreta como una continuación de las antiguas tradiciones del Occidente premoderno. Esto no es cierto en absoluto. Es una institución completamente nueva y moderna, parte de la llamada Modernidad democrática y liberal, y aquellos que han luchado y aún luchan contra el colonialismo deben entender muy bien que luchar contra el colonialismo significa luchar contra la Modernidad política occidental, y no contra una antigua forma de tradición occidental que continúa en la actualidad.

El concepto moderno de esclavitud se basa en ideas biológicas racistas; es un producto del «progreso», ya que fuera de él no hay una explicación racional de la esclavitud que legitime el uso de la población negra o de color como esclavos. La idea de que existen sociedades «subdesarrolladas» y que esto justifica su transformación en una fuerza laboral es un concepto completamente nuevo de esclavitud, basado en el «grado de progreso». La principal fuerza impulsora detrás de la esclavitud en la época moderna es el progresismo.

Por lo tanto, para liberarnos de la esclavitud y el colonialismo, debemos destruir la Modernidad política occidental. Esta es la única manera. Si proyectamos por error la esclavitud en la historia occidental fuera de la Modernidad política capitalista-burguesa, llegaríamos a conclusiones totalmente falaces. El fenómeno de la esclavitud y el colonialismo fue creado, desarrollado y arraigado en la Modernidad política occidental. Por lo tanto, no podemos luchar contra las consecuencias del colonialismo y la esclavitud sin atacar y cuestionar su causa: la Modernidad política occidental.

Inspiración en Oriente

¿Cómo podemos liberarnos del campo epistemológico de la Modernidad política occidental? La solución nos la da la misma expresión: la Modernidad política «occidental». ¿Cómo podemos salir de esta? Yendo más allá de Occidente: dar la bienvenida a Oriente, a las civilizaciones no occidentales, al Islam, a la India, a la antigua y magnífica civilización china, a África, a las sociedades arcaicas. Todas estas formas de civilizaciones no occidentales pueden ser una fuente inspiradora para nosotros.

La historia occidental no debe considerarse ni más ni menos que una rama de la historia humana. Si rechazamos las afirmaciones de Occidente sobre el universalismo, podemos redescubrir el valor de las ideas políticas chinas, islámicas, cristianas ortodoxas (una forma de pensamiento político totalmente diferente de la del cristianismo occidental), hindú, etc. En resumen, podemos redescubrir formas radicalmente diferentes de pensamiento político. También podemos recuperar los modelos de los pueblos más arcaicos que viven fuera de la llamada «civilización», estudiándolos y comprendiéndolos a fondo y sin juzgarlos de acuerdo con los criterios de «progreso» y «desarrollo tecnológico» típicos de la Modernidad política occidental: todos los pueblos, en cualquier tipo de sociedad en la que vivan, siguen siendo humanos, quizás «más humanos» que nuestra civilización fundada en la tecnología. Debemos redescubrir todas las formas de civilización fuera del Occidente moderno. Se trata de redescubrir la multiplicidad de tipos de cultura y sociedad, y aceptarlo como una forma de riqueza.

Ante nosotros, fuera del Occidente moderno, existe una inmensa pluralidad de pensamientos políticos, culturales, filosóficos y religiosos. La pluralidad que podemos (y debemos) asumir como fuente de inspiración para crear algo nuevo, como una estrella polar para la creación de la Cuarta Teoría Política. Al hacer esto, sin embargo, no debemos llegar a una nueva forma de universalismo. No lo necesitamos. Debemos comprometernos para que, en perspectiva, cada cultura y civilización pueda construir su propio futuro político, sin tener que conformarse con algo impuesto externamente como inevitable, como un destino inevitable.
Nuestra invitación es, por lo tanto, principalmente geográfica. Debemos reconocer el valor de los pensamientos políticos no occidentales. Los eurasiáticos rusos, por ejemplo, han observado que la historia universal del derecho interpretada por el filósofo austríaco Kelsen coincide completamente con la historia del derecho romano, mientras que los sistemas jurídicos no occidentales se pasan por alto casi por completo. Aclaremos: no es la ley romana la que es malvada en sí misma, sino su universalización. Trubetskói y los otros eurasistas insisten mucho en este punto. Existen numerosos sistemas legales magníficos fuera de la tradición occidental: existen las leyes islámicas, las leyes chinas (tradiciones confucianas), las leyes indias, los sistemas arcaicos de legalidad y legitimidad. Todo esto debe tenerse en cuenta. Cada civilización debe tomarse como fuente de inspiración, sobre todo, su escuela de pensamiento fuera de las imposiciones de Occidente.

Este es el significado de la Cuarta Teoría Política: con el fin del liberalismo (que está cerca), debemos rehabilitar los sistemas políticos no occidentales. Tales sistemas pueden parecerles a los occidentales algo aterrador, bárbaro, pero este no es un argumento válido. Los occidentales deberían tratar a su civilización como una de las muchas civilizaciones, ya que nadie tiene que reclamar el derecho de juzgar, ya que no hay criterios universales, y este es uno de los principios fundamentales de la Cuarta Teoría Política.

El verdadero universalismo se basa en la pluralidad de sujetos.

El significado positivo, la ley principal de un orden mundial posliberal se resume, siguiendo la Cuarta Teoría Política, de la siguiente manera: todas las civilizaciones pueden y deben construir sus propios sistemas políticos fuera de un paradigma universalista dado, sobre todo más allá fuera del paradigma representado por la Modernidad política occidental e impuesto como algo universal. La Democracia, el liberalismo, los derechos humanos, la ética LGBT +, el progreso, la tecnología, la robotización, la digitalización, el ciberespacio: nada de esto representa un valor universal.

No hay valores universales, aparte de los valores que todas las civilizaciones aceptan para comunicarse entre sí. Somos deficientes en un orden internacional auténtico porque no hay sujetos reales que puedan establecer tales reglas. Hoy todavía estamos en una situación de colonización. Solo hay un sujeto: un sujeto liberal que busca imponer sus valores como una forma de orden universal para todos. Esto es inaceptable.

La Cuarta Teoría Política combate precisamente estas afirmaciones. Los valores occidentales pueden ser aceptados o rechazados, pero esta es una decisión que se refiere solo al libre albedrío de otras civilizaciones. Occidente no es el todo, sino una parte del todo. Este es el punto principal de la Cuarta Teoría Política, y la razón por la cual la rehabilitación de formas no occidentales de pensamiento político y legal es tan importante. El reconocimiento de la plena dignidad de los pensamientos políticos no occidentales, la gran multitud de tratados, ideas, escuelas que toda civilización puede presumir y que hasta ahora han sido ignorados o tratados como enemigos por la «sociedad abierta» en memoria a Popper, representa el primer paso para deshacerse de la Modernidad política occidental. Además, el liberalismo, así como el marxismo y el nacionalismo occidental, son tan mediocres como arrogantes en comparación con el confucianismo, con el pensamiento político indio o islámico.


Occidente es solo una parte del todo

Debemos restaurar la dignidad de todas las filosofías políticas no occidentales, desde las grandes civilizaciones desarrolladas durante milenios hasta las pequeñas sociedades arcaicas; en otras palabras, debemos aceptar la diversidad de la humanidad como tal. Debemos revertir la expresión «The West and the Rest» («Occidente y el resto del mundo», un concepto acuñado por Toynbee y adoptado por Samuel Huntington en su Choque de civilizaciones): «the Rest » es el nombre de la humanidad, y » The West» es el nombre de la enfermedad que afectó el cuerpo de la humanidad. Así que el centro del mundo no es » The West» sino «the Rest». En otras palabras, » the West is (a small) part of the Rest » (Occidente es una pequeña parte del resto del mundo).

Hoy vivimos en un mundo unipolar, en el que el Occidente moderno («The West») se eleva al rango de un solo polo, y afirma establecer las reglas para el resto del mundo («the Rest»). Frente a este estado de cosas, es urgente organizar una revolución geopolítica global para distribuir uniformemente el estatuto de sujeto al resto del mundo.

Occidente no debe ser «castigado». Simplemente debe relegarse a sus límites históricos y orgánicos naturales. Occidente tiene derecho a existir, pero no a imponerse como una norma universal: «¿Eres occidental? Está bien, ¡pero no eres universal! ¿Crees ciegamente en los derechos humanos y la ética LGBT +? ¡Es asunto tuyo, es tu decisión, no mía! El resto de nosotros tenemos el derecho sagrado, si queremos, de prohibir los matrimonios homosexuales o el orgullo gay». Nada debe ser universalmente condenado o legitimado. Todo depende del equilibrio construido a través de las elecciones internas de cada civilización.

Para establecer un orden mundial basado en estos principios, es necesario rechazar el reclamo de la Modernidad política occidental para establecer leyes universales. Debemos destruir el consenso occidental. Ya no debería haber nada comparable al consenso occidental. Debemos luchar contra la hegemonía, la colonización, la ocupación y el imperialismo occidental en todas las latitudes del planeta.


Occidente debe ser liberado de las garras de la Modernidad

Un segundo punto importante es el siguiente: no debemos culpar a Occidente per se sino al Occidente moderno. Estos son dos conceptos totalmente diferentes. No son solo los pueblos del resto del mundo los colonizados y explotados por la Modernidad occidental; la misma identidad, cultura, sociedad, la misma civilización occidental es rehén de la Modernidad. Y hoy, con la manifestación de la «cancel culture», podemos ver claramente cómo funciona todo esto. El liberalismo contemporáneo busca suprimir los mismos principios auténticos que caracterizan la identidad occidental, de ahí el llamado a eliminar a Platón, a Aristóteles, a Hegel, a Nietzsche, a Heidegger, etc., hasta la demonización general de la cultura occidental y el gran pensamiento occidental. Cualquier cosa que no se ajuste a los dictados cada vez más estrictos de la ideología liberal radicalmente intolerante de hoy se etiqueta como fascismo o como algo generalmente inaceptable. En esencia, el Occidente moderno está involucrado en una acción cada vez más destructiva dirigida a borrar los principios y las fuentes del Occidente premoderno, una acción que aparece hoy en su forma más vívida y evidente.

Todos están colonizados por la Modernidad política occidental, incluido el propio Occidente. Es por eso que no solo debemos liberar al resto del mundo de Occidente («the Rest from the West») sino también a Occidente mismo de la Modernidad («the West from Modernity»). Debemos liberar a Platón, a Aristóteles, a la antigüedad grecorromana, y también restaurar la dignidad de la filosofía, la metafísica, el pensamiento político y los valores culturales que pertenecen a la sociedad cristiana premoderna. Debemos salvar el patrimonio cultural del Occidente premoderno de su eliminación, de esta nueva purga liberal. Es por eso que todos debemos estar unidos en la revolución global contra la Modernidad política occidental.

Un punto debe ser absolutamente claro: esta no es una guerra contra Occidente, sino contra la hegemonía de la Modernidad, que no representa a Occidente, sino que es anti-occidental, representa una desviación en la historia occidental, una herida, una laceración en la historia orgánica de la Edad Media. La Modernidad occidental no es Occidente, sino una enfermedad que mató primero a Occidente.

Debemos liberar a Europa del control de la Modernidad, y también a los Estados Unidos del liberalismo. Con este fin, debe apoyarse todo tipo de movimiento populista y tendencia que tenga como objetivo restablecer alguna forma de justicia social y liquidar a esa élite política liberal que promueve la modernización con creciente entusiasmo. Esto representa un verdadero suicidio; la educación occidental posmoderna no es más que la destrucción de todas las formas de los valores occidentales premodernos. Más que llamarla «modernización», quizás sería apropiado hablar de una «nueva barbarización». Los liberales no transmiten cultura sino barbarie, destrucción, «cancel culture» (hoy en forma de LGBT +, Black Live Matter, varias tendencias feministas, etc.). Es un verdadero genocidio de la cultura occidental premoderna.

En resumen: el capitalismo, la modernidad occidental, el materialismo, la ciencia moderna, todos los frutos políticos, culturales y filosóficos de la Modernidad deben terminarse. Esto no es nihilismo en absoluto. De hecho, solo después de la destrucción de la Modernidad, de esta perversión y desviación, podremos redescubrir las raíces auténticas de la identidad occidental, cosechando y apreciando nuevamente la inmensa herencia de la cultura grecorromana que hoy se elimina.

No solo el resto del mundo necesita ser descolonizado. Occidente mismo debe ser descolonizado del flagelo de la Modernidad, restaurando su dignidad como una gran civilización entre otras grandes civilizaciones.

En resumen, nuestra lucha no es contra Occidente sino contra el liberalismo, el globalismo y la Modernidad política occidental.

Por una posmodernidad «de derecha»

Otro punto central de la Cuarta Teoría Política es la invitación a «ir más allá». Podemos tomar el pasado como una fuente de inspiración, pero vivimos en el presente y no podemos volver el pasado exactamente como se presentó. Debemos dar pasos hacia adelante, no hacia atrás. El pasado debe inspirarnos como un ejemplo eterno, una idea platónica. El ser eterno del pasado puede y debe inspirarnos, pero estamos inmersos en el tiempo. El tiempo moderno es el tiempo de la decadencia, del colapso, de la catástrofe final, por lo que debemos ir un paso más allá, avanzar y, en este sentido, podemos utilizar las herramientas metodológicas de la posmodernidad para deconstruir la Modernidad política occidental.

La posmodernidad se puede dividir en dos partes. Por un lado, existe una crítica totalmente legítima del lado violento y perverso inherente a la Modernidad política occidental, descrita como una forma de totalitarismo; en esto podemos estar de acuerdo con la crítica posmoderna. Sin embargo, hay una segunda parte del posmodernismo que consiste en la continuación moral de la Modernidad y que comparte con ella el llamado a una mayor liberación, a un igualitarismo más agresivo; es una especie de moral de la izquierda liberal, y en este aspecto moral el posmodernismo es incluso peor que la Modernidad misma. Sin embargo, podemos separar estas dos partes de la posmodernidad, abrazando y haciendo uso de la crítica y los procesos de deconstrucción de la Modernidad, pero al mismo tiempo rechazando la solidaridad moral con la Modernidad que caracteriza a la posmodernidad. En otras palabras, debemos adoptar una especie de «posmodernismo de derecha».

Debemos hacer nuestra una forma de posmodernidad vista «desde la derecha», donde por «derecha» no me refiero a la derecha política y económica; utilizo este término solo para diferenciar nuestra concepción de la posmodernidad del uso que hace el liberalismo de izquierda para destruir cualquier forma de identidad. Esencialmente, debemos dirigir el proceso de deconstrucción posmodernista hacia la Modernidad política occidental, sin compartir sus supuestos morales destinados a declamar la magnificencia, en el espíritu de Deleuze y Guattari, de las masas esquizofrénicas y de la sociedad anti-edípica fundada en la abolición de cada forma de prohibición. Esta parte desviada de la posmodernidad debe ser rechazada sin apelación, pero al mismo tiempo debemos aceptar y dominar su parte deconstruccionista.

Liberalismo: extremismo, crimen, suicidio.

En resumen, todas las acciones tomadas o patrocinadas por los liberales de hoy son formas de suicidio. Tenemos que terminar esto. El término «liberal» en sí mismo debe entenderse hoy como un verdadero insulto. Ser liberal significa ser un subhumano, una criatura enferma y perversa, y un criminal porque los liberales de hoy en día están alimentando más y más guerras civiles, injusticias sociales, ocupaciones, colonización, deshumanización. Los liberales son enemigos de todas las civilizaciones porque son ajenos a sus propias sociedades; son usurpadores, explotadores y no tienen legitimidad para gobernar.

El liberalismo es un crimen de lesa humanidad. Advertencia: esto no implica de ninguna manera una rehabilitación del fascismo y el comunismo. Estos regímenes también han sido totalitarios, por lo que también deberían dejarse de lado. Pero ya pertenecen al pasado, si bien el liberalismo es un peligro real, representa un orden mundial criminal en curso. Ser antifascista o anticomunista significa, por lo tanto, luchar contra las sombras del pasado; el verdadero desafío hoy es ser antiliberal. «O nosotros o ellos», donde «ellos» son los liberales.

Así es como la Cuarta Teoría Política interpreta la situación actual. Este es básicamente el marco en el que me gustaría desarrollar un debate con ustedes en la primera videoconferencia internacional sobre la Cuarta Teoría Política.

La Cuarta Teoría Política y la necesidad de un nuevo proyecto de capacitación.

El último tema en el que me gustaría centrarme es en la necesidad de actuar, para traducir estas consideraciones en alguna forma de práctica. Y creo que la práctica más importante hoy es la formación. Es a través de la educación que los liberales ingresan a nuestras sociedades, corrompen a nuestros hijos, destruyen los principios fundacionales de culturas y países enteros y disuelven las identidades.

La batalla principal es a nivel educativo, universitario. Por lo tanto, sugiero aprovechar este lockdown (bloqueo) global para desarrollar una estructura alternativa de capacitación en línea en todos los sentidos. Se debe promover cualquier forma de enfoque no moderno, ya sea cristiano, islámico, hindú, etc.


Programa para la primera casta: brahmanes, filósofos

A nivel educativo, debemos distinguir entre tres tipos de audiencias a los que nos dirigimos. Una pequeña minoría de la población mundial se inclina por la filosofía, la teología, y debemos satisfacer su demanda de conocimiento proporcionándole la imagen general de la cultura espiritual que estamos destinados a perder con los liberales en el poder. Debemos salvar este tesoro de la sabiduría religiosa tradicional. Es un enfoque que podemos definir como tradicionalista. René Guénon, Mircea Eliade y otros, han tratado de preservar esta herencia espiritual. Esta es nuestra primera misión: satisfacer la demanda de los intelectuales y filósofos del mundo dándoles acceso a los contenidos auténticos de las tradiciones espirituales respectivas a las diferentes tradiciones y culturas.

Para este fin, creo que es necesario promover una formación tradicionalista, que incluya formas de pensamiento tradicionales occidentales y no occidentales, así como aquellos autores y mundos artísticos que pertenecen formalmente al Occidente moderno pero que no se ven afectados por los principios capitalistas liberales occidentales modernos (pienso en filósofos alemanes clásicos como Fichte, Schelling, Hegel, Nietzsche, Heidegger, los autores de la revolución conservadora, los tradicionalistas italianos, etc.). Todo esto no solo debe salvarse con la nueva purga liberal, sino transformarse en algo accesible para personas de todo el mundo. Esto es muy importante porque en el modelo formativo occidental todo esto está desapareciendo. Hoy, la formación de las mejores escuelas y universidades de Occidente está perdiendo esta herencia de clásicos y se está hundiendo cada vez más en la «cultura de la cancelación».

Para usar un término hindú, creo que el primer nivel al que debe dirigirse la Cuarta Teoría Política es el representado por los brahmanes (filósofos, sacerdotes). Son individuos de alto prestigio intelectual, aislados de las masas y a quienes debemos prestar especial atención para satisfacer su sed de conocimiento; de lo contrario, si no los alcanzamos y se les negará el acceso a la formación tradicionalista, el sistema liberal formativo progresará y se propagará no solo entre las universidades occidentales sino también en las no occidentales, que se limitarán a imitar el camino destructivo tomado por Occidente.

Programa para la segunda casta: kshatriya, militantes, activistas.

Nuestro llamado a la formación también se dirige a la élite política, a los luchadores, a los kshatriyas. También necesitan participar en este programa de formación, pero esto no solo puede ser teórico. En este caso, es necesario traducir la teoría a la práctica desarrollando una especie de «cultura militante» que proporcione los conocimientos necesarios para luchar contra nuestro enemigo.

Debemos restaurar el valor de este tipo de personas, de estos héroes potenciales, que hoy están totalmente excluidos del horizonte del liberalismo posmoderno. No es casualidad que el advenimiento de la Modernidad política occidental coincidiera con el destronamiento de del primero y segundo de los estamentos, es decir, de los sacerdotes y la aristocracia guerrera, aquellos que con la terminología india podemos llamar brahmanes y kshatriyas. Con el advenimiento del capitalismo, comenzó la erradicación sistemática de estos dos tipos de personalidad, un proceso que ha alcanzado su etapa final hoy. Estamos llamados a ayudar tanto a los brahmanes como a los kshatriyas a regresar a sí mismos, a cumplir su misión existencial y metafísica.

En la batalla contra el liberalismo, la Modernidad política occidental y el mundo unipolar, considero necesario crear una especie de «red» para los kshatriyas modernos. La Cuarta Teoría Política insta a todos los kshatriyas a luchar no unos contra otros sino contra nuestro enemigo común. Por lo tanto, no los chinos contra los indios, los indios contra los pakistaníes, los chiítas contra los sunitas, los cristianos contra los musulmanes, los africanos contra los blancos, una nación contra otra, y así sucesivamente: esta es precisamente la estrategia del «divide et impera» adoptada por los liberales, que cuando notan un espíritu de lucha emergente en la sociedad, intentan manipularlo y reorientarlo contra otros enemigos potenciales de la «sociedad abierta». No debemos caer en esta trampa; por el contrario, debe promoverse la solidaridad entre los kshatriyas de todo el mundo. Una red común dirigida a su formación y la promoción de la solidaridad entre ellos es de crucial importancia hoy.

Por cierto, cuando hablo de los kshatriya no me refiero solo a los hombres. Este tipo de personalidad se distribuye uniformemente entre hombres y mujeres. No debemos despreciar a las mujeres, no debemos ser arrogantes hacia ellas. De hecho, debemos esforzarnos por restaurar la dignidad tradicional de las mujeres. Con la Modernidad política occidental, con el predominio de la lógica materialista y capitalista, la mujer fue degradada al rango de una mercancía. Hoy estamos llamados a restaurar la dignidad de las mujeres, en primer lugar, proporcionándoles acceso a este tipo de formación vinculada a la Cuarta Teoría Política en igualdad de condiciones con respecto a los hombres. Las diferencias en la estructura metafísica del alma son mucho más importantes que las diferencias entre los sexos. Este es el principio que debe guiarnos.

Programa para la tercera casta: vaishya, campesinos.

Lo que hemos dicho anteriormente está dirigido a una pequeña minoría (los brahmanes y los héroes kshatriya). Ahora tenemos que lidiar con la gran masa de la población, también víctima del liberalismo. En este sentido, creo que es necesario organizar un tercer nivel de formación; debe estar dirigido a la mayoría absoluta de la población y prever la restauración de la familia tradicional y la forma de vida tradicional vinculada a la agricultura.

Creo que la ruralidad es la respuesta. El mundo rural, principalmente el europeo, ha sido destruido por el capitalismo. La burguesía, que se cree es el llamado Tercer Estado, en realidad no representa la tercera función de la tradición indoeuropea. El Tercer Estado está compuesto principalmente por campesinos europeos; los burgueses, por el contrario, son parásitos que históricamente cumplen una función de intermediarios entre las clases sociales. Por lo tanto, considero necesario reconstruir un sistema social rural basado en pequeñas aldeas autosuficientes. El coronavirus y el bloqueo nos han demostrado lo importante que es tener acceso a los bienes para satisfacer las necesidades básicas de la población. Y en el futuro esto será cada vez más importante.


El éxodo de las ciudades: para un gran regreso a la tierra

Debemos apoyar las tendencias emergentes de «retorno a la tierra» para que la mayoría de la población regrese a las prácticas agrícolas. Promover y ayudar al éxodo de las grandes ciudades es extremadamente importante. Las grandes ciudades industriales son construcciones artificiales del Occidente moderno que deberían abandonarse en favor de la tierra porque solo la tierra puede darnos una vida auténtica y un acceso al Ser.

Por lo tanto, considero necesario crear un tercer tipo de formación dirigido a la nueva clase campesina; no estoy diciendo que abandonemos las tecnologías de la información, como la conexión a Internet, que en realidad pueden garantizar el acceso a nuestra red de formación, pero necesitamos reconstruir la estructura social fuera de las grandes áreas urbanas y siguiendo el modelo de la familia tradicional, sin las perversiones que vienen de las grandes ciudades. En resumen, el «retorno a la tierra» no debe entenderse como un retorno al pasado, sino como la única forma en que la humanidad puede salvarse de la gran amenaza que plantea hoy el liberalismo posmoderno y el posthumanismo, que gracias a las nuevas tecnologías y las sustancias artificiales tienen como objetivo la manipulación genética, el control de los seres humanos, la cancel culture («cultura de la cancelación») no solo de nuestras almas sino también de nuestras propias venas.

Para la gran mayoría de la población, la Cuarta Teoría Política y la lucha contra el globalismo implican un retorno a la tierra, lo que significa un retorno a las raíces, a los orígenes. Debemos promover un gran movimiento de creación masiva de comunidades rurales y proporcionar formación a los nuevos agricultores para permitirles redescubrir sus raíces ancestrales.

La vida rural estaba impregnada de simbolismo, de santidad. Si René Guénon fue el representante del tipo de hombre brahmánico, si Julius Evola fue la figura simbólica del tipo del Kshatriya, creo que el exponente tradicionalista más representativo de la tercera función indoeuropea es Mircea Eliade. Desarrollaremos este tema durante nuestro debate.

El pueblo como sujeto principal de la Cuarta Teoría Política.

Creo que el tema principal de la Cuarta Teoría Política debe identificarse en el pueblo. Esto se debe principalmente a que el concepto mismo de pueblo presupone una relación orgánica con la tierra en un sentido tanto físico como simbólico y sagrado. Estas palabras de Nietzsche deben guiarnos: «hermanos míos, permanezcan fieles a la tierra». Para un pueblo, la tierra no representa una sustancia enajenada para ser explotada por necesidades materiales; es el Ser. La tierra es sagrada. El abandono de las grandes ciudades y el regreso a la tierra también deben ser un retorno al Ser, un movimiento metafísico y existencial que estamos llamados a apoyar. Esta creo que es la misión de la Cuarta Teoría Política.

La Cuarta Teoría Política como proyecto abierto y atractivo.

Así que me complace darles la bienvenida a esta conferencia y de aquí en adelante me gustaría escuchar sus opiniones, sus puntos de vista, sus sugerencias, sus críticas.

La Cuarta Teoría Política no tiene nada de dogmático. Es un proyecto abierto. Como dice mi amigo Jafe Arnold, la Cuarta Teoría Política es más que una teoría, es una teorización, es decir, no es algo logrado sino un proceso abierto a toda formalización teórica fuera del liberalismo y la Modernidad política occidental.

Sobre los orígenes del revisionismo en la tradición marxista

Por José Ernesto Nováez Guerrero | 15/07/2020 | Opinión

Fuentes: La Tizza

En la actualidad vemos como determinados intelectuales de «izquierda» apelan recurrentemente a una lectura «crítica» del marxismo donde, muchas veces, este acaba despojado de todo lo que tiene de valioso y revolucionario.

Por lo general los argumentos expuestos en estos artículos no tienen nada de nuevo, sino que son repeticiones o redescubrimientos de viejos argumentos anti-marxistas, que tienen su antecedente en los movimientos antagónicos del siglo XIX y, particularmente, en el revisionismo marxista.

El marxismo ortodoxo soviético, dogmatizador en su esencia, usó muchas veces el término «revisionismo» como ariete en contra de ideologías y movimientos que eran percibidos, por alguna razón, como hostiles o lejanos a la cosmovisión del mundo que desde la URSS se sostenía. Esta visión reduccionista contribuyó a confundir la esencia del revisionismo marxista y convirtió el propio término en un epíteto fácil contra todo aquello que no nos gusta o no entendemos.

Por eso, volver sobre los pasos del desarrollo histórico de un movimiento tan rico y diverso como el marxismo resulta siempre importante. En las circunstancias actuales, donde una pandemia pone una vez más en crisis las estructuras del capital y activa toda una serie de procesos ideológicos, conviene más que nunca remontarnos en esta tradición, como forma de evitar vernos arrastrados en procesos seudomarxistas o que falsean, de alguna forma, la esencia revolucionaria de la obra de Marx. Este artículo es un pequeño aporte a la necesaria y permanente sistematización de la historia y desarrollo del pensamiento marxista. Es un aporte también al necesario debate y adecuada comprensión de un fenómeno importante dentro de la evolución y desarrollo del marxismo: el revisionismo.

La II Internacional

La II Internacional surgió en 1889 como un órgano de concertación de los diversos partidos y movimientos socialistas que existían en la Europa de la época. A diferencia de la I Internacional, que disponía de un Consejo General que orientaba su política, la II Internacional fue un órgano más diverso ideológicamente y carecerá de una dirección central, lo cual será a la larga uno de los factores que determinará su fracaso.

En los años comprendidos entre 1889 y 1914 el marxismo como doctrina teórica y política va a alcanzar un auge sin precedentes, llegando a constituir la ideología dominante en el seno de la Internacional, desplazando a otras doctrinas socialistas. Sin embargo, muchas de estas doctrinas mantuvieron una relativa vitalidad e influyeron en las diversas posturas y alineamientos del socialismo en los diferentes países. Es el caso del proudhonismo y el blanquismo en Francia y del lassallismo en Alemania. También es el caso del anarquismo, cuya vitalidad planteó uno de los primeros retos significativos que hubo de enfrentar la II Internacional como movimiento.

Según Kolakowski, desde el punto de vista doctrinal las principales etapas del desarrollo teórico de la II Internacional pueden dividirse en tres:

«(…) la lucha contra el anarquismo y el revisionismo en la primera y segunda etapa, respectivamente, y el conflicto entre la ortodoxia y el ala izquierda tras la revolución rusa de 1905»[1].

En los años que van desde el surgimiento de la II Internacional en 1889 al inicio de la I Guerra Mundial se dan una serie de transformaciones en la situación europea. En primer lugar está el creciente desarrollo del militarismo asociado a los proyectos coloniales de finales del siglo XIX. Esto promoverá importantes debates al interior de las sociedades europeas de la época y planteará significativos dilemas teóricos y morales al movimiento socialista. La concresión de Italia y Alemania como Estados nación y el interés alemán, sobre todo, por hacerse con parte del botín colonial llevarán a la agudización de las contradicciones interimperialistas en las primeras décadas del siglo XX.

También convendría hablar de las transformaciones que se dan en el seno del capitalismo europeo. El proceso mismo de desarrollo de las estructuras coloniales y neocoloniales determinan un desplazamiento de los costos de sociales y ambientales del desarrollo hacia las regiones del mundo dominadas por el capital europeo. Este proceso de tercerización de los costos del desarrollo viene aparejado, en Europa, con el surgimiento de una política de inversión estatal que pretendía dar respuesta a la controvertida «cuestión social» [2], que había provocado numerosas explosiones revolucionarias (1830, 1848, 1871) y que sostenía un vigoroso movimiento huelguístico que periódicamente se revitalizaba. Con esta política el Estado contenía la oleada revolucionaria y frenaba el auge de la socialdemocracia [3]. Más adelante veremos la política social para el caso específico del Imperio Alemán.

Kolakowski resume los factores que incidieron sobre el desarrollo del pensamiento socialista en este período como «(…) abandono del liberalismo como ideología y como práctica económica: la democratización de las instituciones políticas, y en especial la introducción del sufragio igual y universal [4] en muchos estados europeos; la expansión económica de la Europa occidental y, por último, el desarrollo de las tendencias imperialistas» [5].

El sufragio igual y universal, particularmente, abrió un frente de batalla para los partidos socialdemócratas que, en apariencia, ofrecía la posibilidad de construir progresivamente el socialismo mediante reformas aprobadas en el parlamento. Esta es una de las bases del revisionismo posterior. Desde luego, las actitudes de los diversos partidos y grupos de la II Internacional en torno al parlamentarismo fueron diversas y en algunos casos, la oposición fue total.

El SPD y la política social de Bismarck

Dentro de la II Internacional el partido más importante, tanto por sus dimensiones como por la significación de sus miembros era el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD por sus siglas en alemán). Este era también el partido socialdemócrata más antiguo, heredero del que fundara Lassalle en 1863 y del partido marxista que fundaran Bebel y Liebknecth en 1869. El SPD era hijo del Congreso de unidad de Gotha en 1875, cuyo programa criticara tan duramente Carlos Marx.

El auge del SPD entre los años 1875 y 1878, sumado a la crisis económica que golpeó a Prusia a partir de 1873, posibilitó a Bismarck construir las alianzas suficientes para aprobar en el Reichstag en 1878 un decreto ley que prohibía las reuniones y publicaciones socialistas y disolvía las organizaciones locales del partido. De hecho, lo único que quedó en pie del aparato partidista y donde se concentró la principal actividad y autoridad desde ese momento, fue la fracción parlamentaria [6].

Paralelamente a los decretos anti-socialistas, Bismarck llevó a cabo una política de inversión social que es el antecedente de los modernas políticas sociales europeas. Para entender este proceso conviene repasar rapidamente el desarrollo industrial de Alemania.

Entre los años 1859–1873 la industria alemana había vivido una etapa de auge, donde se sentaron las bases de la futura industria básica nacional: siderurgias, minería y maquinaria ferroviaria. A partir de 1873 y hasta 1896 se da un declive en el crecimiento económico, a causa de la crisis que estalla ese año 1873 y que muchos contemporáneos denominaron como Gran Depresión [7].

Como es de suponer, tanto el auge industrial como la crisis económica de 1873 descansaron sobre la clase trabajadora alemana. Como cualquier otro moderno país capitalista, el desarrollo alemán fue pagado con la sangre de la clase obrera.

A partir de 1871, resueltos con la fundación del Reich alemán los principales problemas políticos, la «cuestión social» pasó a ser el principal elemento de inestabilidad al interior del imperio. Según refiere Monserrat Galcerán, la «cuestión social» en sí misma «(…) es un problema general de la Europa industrializada del siglo XIX; lo que es peculiar de Alemania es el intento de resolverla desde el Estado, con medidas de política social, es decir con medidas legales para combatirla»[8].

En 1883 se da la sanción del seguro de enfermedad por la Dieta Imperial alemana, que contemplaba una retribución salarial de hasta el 50% para los trabajadores industriales. Posteriormente se incluyó en la cobertura del Seguro Social los accidentes de trabajo (1884) y jubilaciones por vejez e invalidez (1889).[9]

Bismarck también apostó por paliar la crisis y la recesión con medidas tales como la creación de empleo público, o la multiplicación de las oficinas de empleo, permisos de trabajo y toda una serie de medidas de intervención estatal que sirvieran como barrera de contención al descontento social.[10]

La socialdemocracia alemana se vio atrapada entonces en una política de tenaza. Por un lado las leyes antisocialistas redujeron la actividad del partido y le plantearon el dilema de afrontar una lucha revolucionaria e ilegal, para la cual no se sentía con fuerzas, o una lucha legal cuyo único frente, casi, era el parlamento. Por el otro lado la demagógica política social del estado bismarckiano atenuaba muchas de las contradicciones derivadas del desarrollo capitalista en Alemania.

En 1890 se derogan las leyes anti-socialistas y la socialdemocracia alemana vuelve por fin, plenamente, a la legalidad. En 1891 realizan el Congreso de Erfurt, donde se reafirma la fuerza del partido y su creciente apoyo popular. Sin embargo, los años de persecución habían dejado su huella. Por un lado el parlamentarismo había devenido acción política fundamental de la socialdemocracia, convirtiendo esta vía y los socialdemócratas electos al parlamento en figuras claves dentro de la vida del partido. Subsistía el temor a una reedición de las leyes anti-socialistas, lo que llevaba al partido a ser sumamente cauto. La acción revolucionaria práctica había sido sustituída por una política de consignas y pactos, que se sustentaba en la concepción determinista del marxismo kautskyano.

Peter Nettl en su biografía sobre Rosa Luxemburgo señala respecto al SPD:

«La confianza, y la posesión de la dialéctica histórica [marcada por el determinismo de Kautsky], venían a ser así un obstáculo para el pensamiento político claro. Cuando empezaron a manifestarse los problemas, el SPD estaba mal preparado para enfrentarse a ellos»[11].

Es en este contexto que se da el surgimiento del revisionismo marxista.

El revisionismo

Sobre el revisionismo daré algunas consideraciones y caracterizaciones generales. Queda para otro artículo la tarea de exponer más detalladamente la concepción de Bernstein y la polémica que se conoció en la época como el Bernstein debatte y que involucró a los nombres más significativos del marxismo de la época, desde los consagrados Kautsky y Plejánov hasta los jóvenes y poco conocidos Rosa Luxemburgo y Lenin.

Como se ha expuesto hasta ahora, el revisionismo como actitud teórica no surge de la nada, sino que se nutre de los procesos que se había dado en la II Internacional y particularmente en el SPD como principal partido del movimiento. La política social de Bismarck y la presencia creciente de la socialdemocracia en el parlamento, no solo en Alemania, llevaron a amplios sectores socialistas de la época a considerar factible una política de reformas.

Ya desde principios de la década del 90 del siglo XIX algunas secciones del SPD del sur de Alemania habían comenzado a asumir, abiertamente, actitudes reformistas. Primero, habían aceptado votar en los parlamentos locales a favor de los presupuestos regionales, algo que iba en contra de la actitud histórica del SPD de votar contra todos los presupuestos del estado burgués. También en 1894 Vollmar, un alemán del sur, había cuestionado en el Congreso de Erfurt la idea de la creciente proletarización del campo y propuesto una política agraria conciliatoria para el partido.[12]

Eduard Bernstein, el padre teórico del revisionismo, había sido hasta ese momento, junto con Kaustky, uno de los grandes nombres del SPD y, por extensión, del marxismo europeo.

Peter Nettl caracteriza a Bernstein de la siguiente manera:

«Bernstein era una figura distinguida en el partido alemán: se le estimaba particularmente por su buen carácter y su temperamento simpático y poco afecto a los excesos. Durante algún tiempo había sido secretario de Engels y siempre había permanecido estrechamente vinculado a éste. Había compartido el exilio en Suiza con muchos dirigentes alemanes importantes, entre ellos Kautsky, del cual era amigo personal. A continuación se había trasladado de Suiza a Londres, donde permaneció (…). Durante su estancia en Inglaterra desarrolló una considerable simpatía por las actitudes inglesas. De hecho, Bemstein no regresó a Alemania hasta 1901. Sus opiniones, por consiguiente, eran consideradas fundamentalmente como el producto de una mente bien conocida y respetada. Sus pares aceptaban sin reservas el derecho de Bernstein a hablar sobre todos aquellos asuntos con autoridad»[13].

Sus años de residencia en Inglaterra acercaron a Bernstein al reformismo de los sindicatos ingleses. Esto, sumado a la relativa estabilidad y auge del capitalismo europeo en la segunda mitad de la década del 90 del siglo XIX, le permitieron iniciar en 1897 en una serie de artículos publicados en Die Neue Zeit, revista de dirigida por Kautsky y principal órgano teórico del marxismo europeo, la revisión de cuestiones claves de la teoría de Marx. Esta serie de artículos se tituló: Problemas del socialismo y fue la base de su libro de 1899: Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.

En su libro Bernstein emprendía el cuestionamiento de premisas del marxismo aceptadas por el movimiento socialista de la época. Cuestionaba que en el capitalismo se diera la concentración de la riqueza en pocas manos, acompañando esta afirmación con una serie de gráficos donde, supuestamente, se demostraba el aumento de la clase capitalista; cuestionaba la crisis como elemento típico de la economía capitalista; cuestionaba la ley del valor de Marx; cuestionaba incluso la idea de una crisis terminal del capitalismo. Consideraba la dialéctica hegeliana como elemento negativo y fuente de muchos de los errores en la obra de Marx. Consideraba que a través de las reformas se podía construir el socialismo y que este ya no era un fin necesario, en el sentido que lo entendía Kautsky, sino algo deseable, moralmente justo. Hegel, entonces, era cambiado por Kant.[14]

Lenin añade:

«El complemento natural de las tendencias económicas y políticas del revisionismo era su actitud ante la meta final del movimiento socialista. “El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo”: esta frase proverbial de Bernstein expresa la esencia del revisionismo mejor que muchas largas disertaciones. Determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, sacrificar estos intereses cardinales en aras de las ventajas reales o supuestas del momento: esa es la política revisionista. Y de la misma esencia de esta política se deduce, con toda evidencia, que puede adoptar formas infinitamente diversas y que cada problema un poco “nuevo”, cada viraje un poco inesperado e imprevisto de los acontecimientos (…), provocará siempre, inevitablemente, esta o la otra variedad de revisionismo»[15].

Como señala Kolakowski el debate sobre el revisionismo fue el más importante de todos los que sacudieron a la II Internacional.[16] El problema con las tesis de Bernstein es que reflejaban un espíritu que había ido ganando fuerza en el movimiento socialista. El reformismo y los pactos que implicaba ya era una actitud común para los sindicatos asociados a los partidos socialdemócratas y para muchos de los líderes de estos partidos. La teoría marxista en el seno de la II Internacional era patrimonio de unos pocos teóricos. La mayor parte de los líderes eran hombres prácticos que de inmediato se identificaron con Bernstein, ya que este decía lo que ellos hacían.

Nettl proporciona un ejemplo del pragmatismo que acompañó este proceso:

«Hombres como Auer, el secretario del partido, deploraban la ventilación en público de lo que en buena medida eran cuestiones de conciencia individual. Le escribió a Bernstein: “Mi querido Ede: Uno no toma formalmente la decisión de hacer las cosas que usted sugiere, uno no dice esas cosas, uno sencillamente las hace” Y Bernstein, que era esencialmente una persona práctica, supo entender; incluso consideró que podía votar en favor de futuras resoluciones que condenaban específicamente el revisionismo. Todo lo que hacía falta era añadir “un grano de sal a su voto”»[17].

A pesar de la formidable embestida de Rosa y aunque el revisionismo fue condenado en sucesivos congresos, los revisionistas no fueron expulsados del partido. Permanecieron dentro de él, como un cáncer.

El problema con el revisionismo, como apunta Hanz Heinz Holz, es que «(…) mina la praxis revolucionaria al cambiar la teoría revolucionaria; la praxis reformista degenera, en el mejor de los casos, en acciones puntuales, de manera oportunista, convirtiéndose en todo caso en estrategia auxiliar de la política del capitalismo. (…) Es que los revisionistas no llegaron al partido desde fuera sino que, al principio, eran buenos comunistas, y hasta líderes desde el punto de vista teórico, Bernstein y Kautsky son ejemplos de ello»[18].

El revisionismo evidenció las profundas desviaciones prácticas y teóricas que se venían gestando en el seno del SPD y la II Internacional y la incapacidad de la codificación kautskyana del marxismo para dar respuesta a esta desviación. Se verificaba entonces una fractura que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 y la I Guerra Mundial habrían de profundizar. Luego de 1918, la socialdemocracia alemana, cada vez más despojada de la mistificación seudomarxista en que se había refugiado, derivó hacia una política claramente reformista de la cual surgió la moderna socialdemocracia europea. Se desentendió del marxismo revolucionario completamente. Baste solo un hecho: cuando Rosa Luxemburgo fue asesinada, el SPD era el partido que gobernaba en Alemania. Ellos contribuyeron activamente a tender un manto de silencio e impunidad sobre este y otros muchos asesinatos.

Notas:

[1] Leszek Kolakowski (1982) Capítulo 1 El marxismo y la Segunda Internacional. En Las principales corrientes del marxismo, Tomo 2, Alianza Editorial: Madrid p.14

[2] Por “cuestión social” se entendía en la época el problema de la miseria de los nuevos sectores sociales desfavorecidos. Cfr. Monserrat Galceran Huguet (s.f.) La invención del marxismo. Iepala Editorial: Madrid. p.10–11

[3] Todos los partidos socialistas del período previo a 1914 respondían al apelativo de socialdemócrata. Es solo luego del estallido de la guerra y el decidido apoyo del Partido Socialdemócrata Alemán a los créditos de guerra del Reich Alemán, que Lenin comienza a usar el término comunista para diferenciar el ala revolucionaria en el seno de la vieja socialdemocracia del ala oportunista.

[4] Acotar aquí a que el sufragio igual y universal a que se refiere Kolakowski es el masculino. Las mujeres no adquirirían el derecho al voto hasta mucho después.

[5] Kolakowski op. cit. p.14

[6] La ley de excepción contra los socialistas fue aprobada en el Parlamento el 19 de octubre de 1878, por 221 votos contra 148. Desde el gobierno la ley se amparaba en el argumento de que para transformar a Alemania en un país moderno, era necesario un período de tranquilidad social. Cfr Galcerán op. cit. p.109

[7] Cfr. Monserrat Galcerán op. cit. p.9–10

[8] Monserrat Galcerán op. cit. p.20

[9] Cfr. José Benjamín Gómez Paz (s.f.) El derecho de la seguridad social y el sistema de salud. Descargado de www.palermo.edu p.3–4

[10] Cfr. Galcerán op. cit. p.21–22

[11] J.P.Nettl (1974) Rosa Luxemburgo. Ediciones Era: México D.F. p.108

[12] Cfr. Nettl op. cit. p.111–112

[13] Nettl op. cit. p.128–129

[14] Para complementar este sucinto resumen de la obra de Bernstein, Cfr. Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Siglo XXI Editores: México D.F. 324 pp

[15] V. I. Lenin (1961) Marxismo y revisionismo. Obras Escogidas Tomo I, Editorial Progreso: Moscú p.69–70. Para Lenin el núcleo del revisionismo estaba en la mentalidad pequeñoburguesa que era traída al seno de la socialdemocracia por las capas de la pequeña burguesía arruinada que, continuamente, se ve arrojada a las filas del proletariado. A un análisis más profundo de las premisas revisionistas y las respuestas de Kautsky, Lenin y Rosa dedicaremos otro trabajo.

[16] Cfr. Kolakowski op. cit. p.30

[17] P. Nettl op. cit. p.136

[18] Hanz Heinz Holz (2014) Observaciones sobre el fenómeno del revisionismo. Revista Marx Ahora, nro 37 La Habana, Cuba. p.141.

Fuente: https://medium.com/la-tiza/sobre-los-or%C3%ADgenes-del-revisionismo-en-la-tradici%C3%B3n-marxista-92fd4bb489a3

El retorno de la planificación económica. Por una política industrial digital verde y socialista

Fuentes: El Salto

En una realidad poco dada a los consensos todas parecen coincidir: los fondos europeos destinados a la reconstrucción de la crisis pandémica suponen una gigantesca oportunidad. ¿Qué hacer con ellos? La vieja receta del neoliberalismo español basada en la construcción de autopistas polideportivos y palacios de congresos está agotada. Pero, ¿estamos preparadas para planificar las bases de una industrialización digital, socialista y democrática?

Amazon España por dentro (San Fernando de Henares)

Amazon España por dentro (San Fernando de Henares). Fotografía de Álvaro Ibáñez.

Si algo ha quedado patente durante las cada vez más frecuentes crisis económicas (2008-2012-2020) es que el modelo de capitalismo imperante en el Norte Global sobrevive a duras penas solo gracias al financiamiento del sector público. Si en el pasado reciente fueron las instituciones financieras las que se beneficiaron de inmensas transferencias de fondos de las arcas públicas, esta vez está siendo todo el conjunto del tejido productivo el beneficiario de un rescate económico. Estamos siendo testigos de la muerte de la ortodoxia en el gasto público propugnada por el neoliberalismo. Desgraciadamente, el derrumbe de una de las más nefastas doctrinas económicas no viene causado por la fuerza de los argumentos revolucionarios, sino por la palpable evidencia de que los mercados no solo son incapaces de autorregularse, sino que son un sumidero de transferencias públicas a fondo perdido. El ineficiente mercado capitalista está instigando una costosa colectivización de las pérdidas sin que sin embargo, sus neoliberales adalides, cambien un ápice su actitud frente a las ganancias.

Preguntas, hasta hace poco tabús, comienzan a extenderse: ¿Por qué debe la ciudadanía hacerse cargo de las pérdidas de los capitalistas en los frecuentes periodos de crisis sin verse proporcionalmente beneficiada en las épocas de bonanza? ¿No sería acaso más eficiente que el sector público asumiera la propiedad y control de los sectores productivos estratégicos?

En ocasiones anteriores estas cuestiones resonaron solo para caer en el olvido, pero el ciclo de crisis provocado por la pandemia del covid-19 impone un necesario cambio. Si bien la Unión Europea ha concedido en transferir cientos de miles de millones de euros a fondo perdido y en forma de créditos, esto se hace a la luz de observaciones clave. Por un lado la UE ha venido señalando algunas de las debilidades estructurales de la economía del Estado español y que debe acometer con urgencia: Un mercado laboral con una escandalosa tasa de desempleo; un esquema de pensiones y jubilaciones insostenible o la creciente brecha salarial generacional. Por otro lado la UE ha destacado que en esta ocasión los fondos europeos deben cimentar una nueva transición industrial, ecológica y digital. Es decir, no es posible volver a la financiación de palacios de congresos o polideportivos.

En resumidas cuentas, las condiciones materiales objetivas y las instituciones comunitarias exigen al Estado español lo que ha esquivado durante los decenios en los que se entregó a la ortodoxia neoliberal: Una planificación económica que, concebida a largo plazo y guiada por los poderes públicos, persiga satisfacer el interés general. El momento actual ha sido calificado por representantes de todo el espectro político como una oportunidad de reorganizar los factores productivos en nuestros territorios. Una transformación en donde la transición digital y verde deben primar. Para poder emprender los necesarios cambios será preciso superar dos grandes retos.

En primer lugar el sector digital de las plataformas está actualmente gobernado por grandes monopolios digitales que controlan infraestructuras fundamentales de la red como son plataformas de comunicación o de clouding. Contra estos leviatanes apenas si estamos comenzando a descubrir herramientas para combatirlos. Prueba de ello es el interrogatorio sin precedentes al que el comité antitrust del senado de los Estados Unidos ha sometido a los líderes de Amazon, Google, Facebook o las medidas análogas tomadas por la Comisión Europea.

En segundo lugar son también compañías privadas las que controlan buena parte del Internet físico (cableado, antenas data centers…) en muchas ocasiones subvencionados por los estados. La propiedad privada de parte del internet físico está en las causas de la llamada brecha digital que impide el acceso a importantes segmentos de población a internet de alta velocidad.

La planificación económica siempre estuvo allí

Para muchas la noción de planificación económica remite inmediatamente a las denostadas economías planificadas del socialismo real: Desde los planes quinquenales soviéticos a las mas recientes políticas económicas cubanas. La inapelable victoria ideológica del neoliberalismo ha impedido hasta fechas recientes un debate serio acerca del concepto de planificación, dándose por buenas las aseveraciones de esta doctrina. Como es sabido el principal argumento de los teóricos neoliberales en contra de la planificación económica (entre ellos el del economista austriaco Friedrich Hayek) apunta a la imposibilidad de centralizar y gestionar toda la información generada por las fuerzas productivas a fin de reorganizar el conjunto de la economía. Defiende el neoliberalismo que las relaciones dadas en el mercado son por su complejidad inaprensibles para cualquier aparato de Estado. Por el contrario el mercado, compuesto por diferentes actores maximizando su acceso a la información sobre los intercambios económicos, ofrece, mediante instrumentos como el precio, un output mas valioso acerca del estado y devenir económico, que cualquier intento de planificación.

Sin embargo la planificación económica, es decir, la disposición de los recursos productivos de un organización concreta a efectos de lograr un fin, es el requisito fundamental de toda organización y muy especialmente cuanto estos requieren de importantes infraestructuras, cambios normativos y economías de escala tal y como sucede con la economía digital.

A PESAR DEL RECHAZO QUE SUSCITA EL CONCEPTO DE PLANIFICACIÓN, LO CIERTO ES QUE NUNCA FUE ABANDONADA. DE HECHO HOY, GRACIAS AL AUMENTO DE LA CAPACIDAD TECNOLÓGICA DE LOS PROCESADORES Y LA EXTENSIÓN DE LAS REDES, ESTAMOS EXPERIMENTANDO UNA REVOLUCIÓN EN LA PLANIFICACIÓN.

A continuación voy a distinguir tres modelos de planificación económica dentro del capitalismo digital: neoliberalismo europeo, monopolismo capitalista de Silicon Valley y capitalismo de Estado chino

Por un lado tenemos la regulación neoliberal-social que la Unión Europea propone para la economía digital. La economía política propuesta por la UE concentra sus esfuerzos en crear un mercado digital común donde puedan fluir sin restricciones datos, prestación de servicios o servidores. El papel de los poderes públicos sería en este caso el de salvaguardar el buen funcionamiento de los mercados. Para ello garantizaría la protección de la competencia, la inyección de fondos públicos cuando fuese necesario y la creación de un marco regulatorio claro y común que acotase la economía dejando a los actores privados la gestión efectiva de las infraestructuras digitales. Este modelo de planificación de la economía digital se ha mostrad insuficiente para lograr los objetivos de la Unión. Por un lado no ha conseguido crear un entorno digital competitivo, las pequeñas empresas no pueden competir contra los gigantes digitales. Por otro la carencia de una soberanía tecnológica real, erosiona la posible influencia europea sobre el diseño, aplicación y desarrollo del universo digital, alejándolo con ello de los parámetros deseados por la unión.

El segundo modelo de planificación económica es el corporativo desplegado por los gigantes digitales.

MÁS ALLÁ DE LA RETÓRICA START-UP Y DEL DISCURSIVO CREATIVO DEL DESIGN THINKING, EL SECRETO DEL ÉXITO DE COMPAÑÍAS COMO AMAZON ESTRIBA EN SU MINUCIOSA PLANIFICACIÓN ECONÓMICA.

Al contrario que otros modelos corporativos emanados del neoliberalismo, los capitalistas digitales no fijan su prioridad en la obtención de beneficios inmediatos, sino en el establecimiento en el medio y largo plazo de un dominio cuasi monopolista de sectores específicos. Esto tiene su explicación en los condicionantes de amplios sectores de la economía digital, en la que el control de inmensas cantidades de data (y usuarios que las produzcan) definen el poder corporativo.

Para estas compañías el margen de posible monetización, de crecimiento y de desarrollo de ulteriores tecnologías depende del control que ejerzan sobre los datos y sobre sus usuarios. Para poder adquirir esta posición de dominio y efectividad sobre mercados, data y usuarios estas compañías han optado por un modelo de planificación económica fuertemente estructurado en torno a tecnologías digitales. Haciendo uso de masivas capturas de información descentralizadas, y tomando decisiones automatizadas en tiempo real, compañías como Amazon pueden ajustar a sus propios objetivos finales los ritmos de producción de sus trabajadores, los precios de sus plataformas e incluso el volumen productivo de fábricas ajenas. Este modelo de planificación económica ha cumplido con creces sus objetivos, habiendo cimentando el dominio monopolista de sectores clave al coste de la violación casi permanente de la privacidad de los usuarios, la supresión de alternativas reales a sus servicios y la extracción de rentas de trabajadores y usuarios a fin de satisfacer intereses estrictamente privados.

El tercer modelo de planificación de la economía digital viene representado por el modelo de capitalismo de Estado chino. Corporaciones como Huawei, Tik Tok o Tencent punteras, tanto del desarrollo de tecnologías del Internet físico como de las plataformas digitales, mantienen estrechos vínculos con el Estado chino. Estas corporaciones cuasi monopolistas, replicantes de la estética de Silicon Valley, acomodan a sus estrategias corporativas, de diseño y producción a las propias del Estado chino, manteniendo no obstante importantes espacios de autonomía. Este modelo ha conseguido con éxito, establecer una densa red de comunicaciones en China a la par que erigir un vibrante ecosistema productivo digital. En el capitalismo de Estado digital chino la vigilancia y control de los usuarios es aún más exacerbados que en el modelo de Silicon Valley. Este capitalismo digital de estado está comenzando a ser replicado a su vez en los Estados Unidos, donde compañías como Facebook o Tesla han comenzado a emplear una retórica cada vez más nacionalista y alineados con los intereses del gobierno de aquel país. Los tres modelos de planificación expuestos presentan serios déficit, ya sean de eficiencia (UE) control democrático y respeto a los derechos humanos (China, Silicon Valley), o justicia social y económica (los tres modelos).

COMO PUEDE VERSE, LA PLANIFICACIÓN ECONÓMICA NO ES UN EXPERIMENTO DEL PASADO, SINO LA HERRAMIENTA FUNDAMENTAL DE GESTIÓN Y CRECIMIENTO DE LA ECONOMÍA DIGITAL.

¿Es posible una planificación no capitalista de la economía digital?

La planificación económica capitalista vive un momento fulgurante, lo mismo no puede decirse de la tradición de izquierda. La retórica antiplanificación que siguió al derrumbe de la Unión Soviética envolvió con un manto de desprestigio los conceptos de planificación socialista o propiedad colectiva de los medios de producción. Incluso aquellas propuestas que cuestionaran el modelo ortodoxo soviético del estalinismo. No obstante, desde el advenimiento de la medidas de austeridad post-crisis del 2008 y las nacionalizaciones de las pérdidas generadas por las instituciones financieras (el llamado socialismo para los ricos) los debates en torno al retorno de lo público y a la planificación han venido cobrando fuerza. Por mencionar un par de ejemplos recientes. Este artículo toma su nombre prestado de la publicación colectiva “The Return of Economic Planning” (El Retorno de la Planificación Económica) coordinado por el profesor Campbell Jones para la South Atlantic Quarterley, una de las revistas más relevantes en ciencias sociales y que es editada por la Universidad de Duke. De manera casi contemporánea el periodista e investigador Evgeny Morozov publicó en la New Left Review un artículo llamado “Digital Socialism” donde ofrece una visión panorámica sobre enfoques y críticas a la planificación económica para terminar proponiendo un modelo descentralizado, democrático y socialista de planificación de la economía digital. Otras publicaciones más o menos divulgativas han puesto su diana (entre otras muchas cosas) en la nacionalización de Walmart y Amazon o la creación de Uber, Deliveroos y análogos propiedad de las trabajadoras, algo en lo que ya están trabajando cooperativas como Raiders x Derechos y sindicatos como el Tech Workers Coalition

Pero las propuestas más desarrolladas acerca de planificación económica tienen que ver con la economía política digital del Reino Unido. Dentro de estas destaca la propuesta del Partido Laborista británico, que en el 2019 propuso la creación de una entidad pública que gestionara en régimen de monopolio tanto las infraestructuras del Internet físico como las netamente digitales (como plataformas). Detrás de esta propuesta están think tanks progresistas como Common Wealth quienes han suministrado con todo un nuevo arsenal de investigaciones y argumentos en defensa de lo público a agrupaciones progresistas. Más allá de limitarse a la mera dualidad público-privado, los estudios de Common Wealth proponen un nuevo esquema de gestión público ciudadana de sectores clave de la economía. En su “Democratic Digital Infrastructure” Common Wealth, hace una hipótesis de como sería la institución pública encargada de crear y gestionar el internet físico y digital de los británicos. Cabe destacar de su propuesta la creación de una plataforma integral con servicios análogos a los de redes sociales o el de los mercados online (como Amazon). Esta nueva entidad vendría vinculada al acceso ilimitado y gratuito a Internet de alta velocidad. Como empresa pública no perseguiría obtener beneficios para repartir entre sus accionistas. Por lo tanto, buena parte de las externalidades negativas del procesamiento y monetización de datos personales de los usuarios (lo que se ha denominado capitalismo de la vigilancia) no tendría cabida en este modelo.

En la propuesta de Common Wealth también se detallan importantes mecanismos de control ciudadano de la entidad y de rendición de cuentas. Entre ellas se encuentran votaciones online en tiempo real, la participación ciudadana directa en la gestión de la empresa o una estructura descentralizada y en cooperación con municipios.

LEJOS DE APARECER COMO UNA CARA UTOPÍA, RECIENTES INFORMES PUBLICADOS POR EL ÓRGANO DE INVESTIGACIÓN DEL PARLAMENTO BRITÁNICO HAN SEÑALADO QUE UN HIPOTÉTICO MONOPOLIO PÚBLICO DIGITAL SERÍA MAS EFICIENTE RÁPIDO Y BARATO A LA HORA DE ESTABLECER LAS INFRAESTRUCTURAS NECESARIAS PARA EL ACCESO UNIVERSAL A INTERNET DE ALTA VELOCIDAD ASÍ COMO DE GESTIONAR SU SERVICIOS.

Políticas semejantes no solo están siendo discutidas y dibujadas sobre el papel, sino implementadas. Por citar algunos ejemplos, en los Estados Unidos diversos municipios rurales se han unido para crear la infraestructura física de las conexiones de Internet de alta velocidad y proporcionar un servicio que el capital privado consideraba como no rentable. En esta misma línea la ciudad de Estocolmo creó Stokab proporcionando análogos servicios. También municipios como el de Barcelona están desarrollado ambiciosos programas de gestión municipalizada y transparente de los datos generados por la ciudadanía. Estos están siendo empleados para el desarrollo de tecnologías y aplicaciones en muy diferentes ámbitos de las políticas públicas (tráfico, elecciones) dentro de un marco respetuoso con la privacidad individual y colectiva. En resumen puede afirmarse que existe un sustrato teórico y práctico desde el que planificar la economía digital siguiendo parámetros democráticos y de justicia social.

Algunos aspectos a considerar para comenzar a construir una planificación socialista de la economía digital

1- En primer lugar es preciso que las organizaciones políticas y colectivos sociales, tengan o no responsabilidades de gobierno, pierdan el miedo a ser tachados de utópicos o de demasiado ambiciosos a la hora de planificar una nueva política industrial. Fuerzas políticas centristas e incluso derechistas de nuestro entorno proponen medidas como la partición de los grandes monopolios digitales, su nacionalización y el establecimiento de empresas públicas digitales bajo control ciudadano.

2- Retornar a la planificación económica no significa desempolvar viejas recetas centralistas y burocratizadas. Por el contrario, implica abrazar con seriedad la política económica de nuestro entorno y acercarse a un conocimiento profundo no solo de las fuerzas productivas sino de las tecnologías sobre las que se asientan. Contamos ahora con todo un nuevo repertorio de tecnologías e instrumentos que permiten salvar la principal crítica planteada por los neoliberales a la planificación económica: la capacidad de procesar en tiempo real las necesidades económicas y los recursos disponibles en amplios territorios. Por ello es necesario que las organizaciones políticas y colectivos sociales hagan un esfuerzo educativo considerable dentro de sus propios cuadros, tanto en términos de formación en economía política como de alfabetización tecnológica.

3- Aquellas organizaciones políticas que tengan asumidas responsabilidades de gobierno deben considerar y tener en cuenta las propuestas y debates actuales en torno al socialismo digital. Tal y como ha quedado patente durante la crisis del covid-19, nuestra dependencia de la infraestructura digital es casi total. Por lo tanto cuestiones tales como la de soberanía digital van a definir la agenda política de los años venideros. A pesar de lo positivo de iniciativas como la del Ayuntamiento de Barcelona, lo cierto es que una verdadera planificación de la economía digital solo podrá ser llevada a cabo en ámbitos con un mayor nivel competencial. La transformación digital debe ser considerada como lo que es, una política de reindustralización de profundo calado.

Si bien la situación socioeconómica actual roza lo crítico, contamos con una interesante ventana de oportunidad para corregir muchas de las fallas estructurales acumuladas durante años. La descomunal inyección de fondos europeos posibilita cimentar una política industrial eficiente, productiva, social y democrática, indispensable reorganizar la devastada economía del Estado español, poniéndola al servicio de sus ciudadanos y no viceversa como había venido sucediendo hasta entonces.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/nuda-vida/el-retorno-de-la-planificacion-economica-por-una-politica-industrial-digital-verde-y-socialista

Distopía de alta tecnología para el post-coronavirus

Fuentes: The Intercept

Se está gestando un futuro dominado por la asociación de los estados con los gigantes tecnológicos. Rastreo de datos, comercio sin efectivo, telesalud, escuela virtual… Las grandes corporaciones pelean por el poder de controlar nuestras vidas.

En este revelador artículo para The Intercept, la periodista canadiense Naomi Klein analiza el fichaje del ex Ceo de Google Eric Schmidt para encabezar una comisión para «reimaginar la realidad post-Covid» en Nueva York donde, dice, comienza a gestarse un futuro dominado por la asociación de los estados con los gigantes tecnológicos: “Pero las ambiciones van mucho más allá de las fronteras de cualquier estado o país”. Klein define una Doctrina del Shock pandémico, a la que llama el nuevo pacto o New Deal de las Pantallas (Screen New Deal). Plantea el riesgo liso y llano de que esta política de las corporaciones amenace destruir al sistema educativo y de salud. El rastreo de datos, el comercio sin efectivo, la telesalud, la escuela virtual, y hasta los gimnasios y las cárceles, parte de una propuesta “sin contacto y altamente rentable”. La cuarentena como laboratorio en vivo, un «Black Mirror», y la aceleración de esta distopía a partir del coronavirus: “Ahora, en un contexto desgarrador de muerte masiva, se nos vende la dudosa promesa de que estas tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra una pandemia”. Cuáles son las dudas (de siempre) y cómo, bajo el pretexto de la inteligencia artificial, las corporaciones vuelven a pelear por el poder de controlar las vidas.

Durante la sesión informativa diaria sobre coronavirus del gobernador de Nueva York Andrew Cuomo el miércoles, la sombría mueca que llenó nuestras pantallas durante semanas fue reemplazada brevemente por algo parecido a una sonrisa.

La inspiración para estas vibraciones inusualmente buenas fue un contacto en video del ex CEO de Google Eric Schmidt, quien se unió a la reunión informativa del gobernador para anunciar que encabezará una comisión para reimaginar la realidad post-Covid del Estado de Nueva York, con énfasis en integrar permanentemente la tecnología en todos los aspectos de la vida cívica.

«Las primeras prioridades de lo que estamos tratando de hacer», dijo Schmidt, «se centran en telesalud, aprendizaje remoto y banda ancha… Necesitamos buscar soluciones que se puedan presentar ahora y acelerar la utilización de la tecnología para mejorar las cosas». Para que no haya dudas de que los objetivos del ex CEO de Google eran puramente benevolentes, su fondo de video presentaba un par de alas de ángel doradas enmarcadas.

Justo un día antes, Cuomo había anunciado una asociación similar con la Fundación Bill y Melinda Gates para desarrollar «un sistema educativo más inteligente». Al llamar a Gates un «visionario», Cuomo dijo que la pandemia ha creado «un momento en la historia en el que podemos incorporar y avanzar en las ideas [de Gates] …Todos estos edificios, todas estas aulas físicas, ¿para qué, con toda la tecnología que se tiene?» preguntó, aparentemente de modo retórico.

Ha tardado un tiempo en edificarse, pero está comenzando a surgir algo parecido a una doctrina del shock pandémico. Llamémoslo «Screen New Deal» (el New Deal de la pantalla). Con mucho más de alta tecnología que cualquier otra cosa que hayamos visto en desastres anteriores, el futuro que se está forjando a medida que los cuerpos aún acumulan las últimas semanas de aislamiento físico no como una necesidad dolorosa para salvar vidas, sino como un laboratorio vivo para un futuro permanente y altamente rentable sin contacto. Anuja Sonalker, CEO de Steer Tech, una compañía con sede en Maryland que vende tecnología para el auto estacionamiento de vehículos (self parking), resumió recientemente el nuevo discurso que genera el virus. «Hay una tendencia definida a la tecnología sin contacto con humanos», dijo. «Los humanos son biopeligrosos, las máquinas no lo son».

Es un futuro en el que nuestros hogares nunca más serán espacios exclusivamente personales, sino también, a través de la conectividad digital de alta velocidad, nuestras escuelas, los consultorios médicos, nuestros gimnasios y, si el estado lo determina, nuestras cárceles. Por supuesto, para muchos de nosotros, esas mismas casas ya se estaban convirtiendo en nuestros lugares de trabajo que nunca se apagan y en nuestros principales lugares de entretenimiento antes de la pandemia, y el encarcelamiento de vigilancia «en la comunidad» ya estaba en auge. Pero en el futuro, bajo una construcción apresurada, todas estas tendencias están preparadas para una aceleración de velocidad warp (forma teórica de moverse más rápido que la velocidad de la luz).

Este es un futuro en el que, para los privilegiados, casi todo se entrega a domicilio, ya sea virtualmente a través de la tecnología de transmisión y en la nube, o físicamente a través de un vehículo sin conductor o un avión no tripulado, y luego la pantalla «compartida» en una plataforma mediada. Es un futuro que emplea muchos menos maestros, médicos y conductores. No acepta efectivo ni tarjetas de crédito (bajo el pretexto del control de virus) y tiene transporte público esquelético y mucho menos arte en vivo. Es un futuro que afirma estar basado en la «inteligencia artificial», pero en realidad se mantiene unido por decenas de millones de trabajadores anónimos escondidos en almacenes, centros de datos, fábricas de moderación de contenidos, talleres electrónicos, minas de litio, granjas industriales, plantas de procesamiento de carne, y las cárceles, donde quedan sin protección contra la enfermedad y la hiperexplotación. Es un futuro en el que cada uno de nuestros movimientos, nuestras palabras, nuestras relaciones pueden rastrearse y extraer datos mediante acuerdos sin precedentes entre el gobierno y los gigantes tecnológicos.

Si todo esto suena familiar es porque, antes del Covid, este preciso futuro impulsado por aplicaciones y lleno de conciertos nos fue vendido en nombre de la conveniencia, la falta de fricción y la personalización. Pero muchos de nosotros teníamos preocupaciones. Sobre la seguridad, la calidad y la inequidad de la telesalud y las aulas en línea. Sobre autos sin conductor que derriban peatones y aviones no tripulados que destrozan paquetes (y personas). Sobre el rastreo de ubicación y el comercio sin efectivo que borra nuestra privacidad y afianza la discriminación racial y de género. Sobre plataformas de redes sociales sin escrúpulos que envenenan nuestra ecología de la información y la salud mental de nuestros hijos. Sobre «ciudades inteligentes» llenas de sensores que suplantan al gobierno local. Sobre los buenos trabajos que estas tecnologías eliminaron. Sobre los malos trabajos que producían en masa.

Y, sobre todo, nos preocupaba la riqueza y el poder que amenazaban a la democracia acumulados por un puñado de empresas tecnológicas que son maestros de la abdicación, evitando toda responsabilidad por los restos que quedan en los campos que ahora dominan, ya sean medios, minoristas o transporte.

Ese era el pasado antiguo conocido como «febrero». Hoy en día, una gran ola de pánico arrastra a muchas de esas preocupaciones bien fundadas, y esta distopía calentada está pasando por un cambio de marca de trabajo urgente. Ahora, en un contexto desgarrador de muerte masiva, se nos vende la dudosa promesa de que estas tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra una pandemia, las claves indispensables para mantenernos a salvo a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Gracias a Cuomo y sus diversas asociaciones multimillonarias (incluida una con Michael Bloomberg para pruebas y rastreo), el estado de Nueva York se está posicionando como la brillante sala de exposición para este sombrío futuro, pero las ambiciones van mucho más allá de las fronteras de cualquier estado o país.

Y en el centro de todo está Eric Schmidt. Mucho antes de que los estadounidenses entendieran la amenaza de Covid-19, Schmidt había estado en una agresiva campaña de lobby, presiones y relaciones públicas impulsando precisamente la visión de la sociedad del Black Mirror (o Espejo Negro, por la serie inglesa) que Cuomo acaba de darle poder para construir. En el corazón de esta visión está la perfecta integración del gobierno con un puñado de gigantes de Silicon Valley: con escuelas públicas, hospitales, consultorios médicos, policías y militares, todas las funciones principales se externalizan (a un alto costo) a empresas privadas de tecnología.

Es una visión en la que Schmidt ha estado avanzando en sus funciones como presidente de la Junta de Innovación de Defensa, que asesora al Departamento de Defensa sobre el mayor uso de la inteligencia artificial en el ejército, y como presidente de la poderosa Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial, o NSCAI, que asesora al Congreso sobre «avances en inteligencia artificial, desarrollos relacionados con el aprendizaje automático y tecnologías asociadas», con el objetivo de abordar «las necesidades de seguridad nacional y económica de los Estados Unidos, incluido el riesgo económico». Ambas juntas están llenas de poderosos CEOS de Silicon Valley y altos ejecutivos de compañías como Oracle, Amazon, Microsoft, Facebook y, por supuesto, los colegas de Schmidt en Google.

Como presidente, Schmidt aún posee más de 5.3 mil millones de dólares en acciones de Alphabet (la compañía matriz de Google), así como grandes inversiones en otras empresas tecnológicas, esencialmente ha estado llevando a cabo una reestructuración con sede en Washington en nombre de Silicon Valley. El objetivo principal de las dos cámaras empresarias es solicitar aumentos exponenciales en el gasto del gobierno en investigación sobre inteligencia artificial y en infraestructura que permita tecnologías como la 5G, inversiones que beneficiarían directamente a las compañías en las que Schmidt y otros miembros de estos grupos tienen amplias participaciones.

Primero en presentaciones a puertas cerradas para legisladores y más tarde en artículos de opinión y entrevistas públicas, el argumento de Schmidt ha sido que, dado que el gobierno chino está dispuesto a gastar dinero público ilimitado para construir la infraestructura de vigilancia de alta tecnología, mientras permite a las empresas tecnológicas chinas como Alibaba, Baidu y Huawei obtener los beneficios de las aplicaciones comerciales, la posición dominante de los EE.UU en la economía global está al borde del colapso.

El Centro de Información de Privacidad Electrónica recientemente obtuvo acceso a través de una solicitud de la Ley de Libertad de Información a una presentación realizada por el NSCAI de Schmidt hace un año, en mayo de 2019. Sus diapositivas plantean una serie de afirmaciones alarmistas sobre cómo la infraestructura reguladora relativamente laxa de China y su apetito sin fondo por la vigilancia está haciendo que se adelante a los EE.UU. en varios campos, incluyendo la inteligencia artificial para diagnóstico médico, vehículos autónomos, infraestructura digital, ciudades inteligentes, viajes compartidos y comercio sin efectivo.

Las razones dadas para la ventaja competitiva de China son innumerables, desde el gran volumen de consumidores que compran en línea; «La falta de sistemas bancarios heredados en China», lo que le ha permitido saltar sobre efectivo y tarjetas de crédito y desatar «un enorme mercado de comercio electrónico y servicios digitales» utilizando «pagos digitales»; y una grave escasez de médicos, lo que ha llevado al gobierno a trabajar estrechamente con compañías tecnológicas como Tencent para usar la AI (inteligencia artificial) como medicina «predictiva». Las diapositivas señalan que en China, las compañías tecnológicas «tienen la autoridad de eliminar rápidamente las barreras regulatorias, mientras que las iniciativas estadounidenses se ven envueltas en el cumplimiento de HIPPA y la aprobación de la FDA».

Sin embargo, más que ningún otro factor, el NSCAI señala la voluntad de China de adoptar alianzas público-privadas en la vigilancia masiva y la recopilación de datos como una razón para su ventaja competitiva. La presentación promociona el «apoyo y participación explícita del gobierno de China, por ejemplo, en el despliegue del reconocimiento facial». Sostiene que «la vigilancia es uno de los ‘primeros y mejores clientes’ para Al» y, además, que «la vigilancia masiva es una aplicación asesina para el aprendizaje profundo».

Una diapositiva titulada «Conjuntos de datos estatales: vigilancia = ciudades inteligentes» señala que China, junto con el principal competidor chino de Google, Alibaba, están corriendo por delante.

Esto es notable porque la empresa matriz de Google, Alphabet, ha estado impulsando precisamente esta visión a través de su división Sidewalk Labs, eligiendo una gran parte de la costa de Toronto como su prototipo de «ciudad inteligente». Pero el proyecto de Toronto se cerró después de dos años de controversia incesante relacionada con las enormes cantidades de datos personales que Alphabet recolectaría, la falta de protecciones de privacidad y los beneficios cuestionables para la ciudad en general.

Cinco meses después de esta presentación, en noviembre, el NSCAI emitió un informe provisional al Congreso que suscitó la alarma sobre la necesidad de que EE.UU actúe frente a la adaptación China de estas tecnologías controvertidas. «Estamos en una competencia estratégica», afirma el informe, obtenido a través de FOIA por el Centro de Información Electrónica de Privacidad. “La inteligencia artificial estará en el centro. El futuro de nuestra seguridad y economía nacional está en juego ”.

A fines de febrero, Schmidt estaba llevando su campaña al público, tal vez entendiendo que el aumento de presupuesto que su junta directiva estaba pidiendo no podría aprobarse sin una mayor aceptación. En un artículo de opinión del New York Times titulado “Silicon Valley podría perder frente a China», Schmidt pidió «asociaciones sin precedentes entre el gobierno y la industria» y, una vez más, haciendo sonar la alarma de peligro amarilla: AI (inteligencia artificial) abrirá nuevas fronteras en todo, desde biotecnología hasta banca, y también es una prioridad del Departamento de Defensa… Si las tendencias actuales continúan, se espera que las inversiones generales de China en investigación y desarrollo superen a las de Estados Unidos dentro de 10 años, aproximadamente al mismo tiempo que se proyecta que su economía sea más grande que la nuestra. A menos que estas tendencias cambien, en la década de 2030 competiremos con un país que tiene una economía más grande, más inversiones en investigación y desarrollo, mejor investigación, un mayor despliegue de nuevas tecnologías y una infraestructura informática más sólida. En última instancia, los chinos están compitiendo para convertirse en los principales innovadores del mundo, y Estados Unidos no está jugando para ganar.

La única solución, para Schmidt, era un chorro de dinero público. Elogiando a la Casa Blanca por solicitar una duplicación de la financiación de la investigación en inteligencia artificial y ciencia de la información cuántica, escribió: “Deberíamos planear duplicar la financiación en esos campos nuevamente a medida que creamos capacidad institucional en laboratorios y centros de investigación. Al mismo tiempo, el Congreso debe cumplir con la solicitud del presidente para obtener el nivel más alto de financiamiento de I + D de defensa en más de 70 años, y el Departamento de Defensa debe capitalizar ese aumento de recursos para desarrollar capacidades innovadoras en inteligencia artificial, cuántica, hipersónica y otras prioritarias áreas tecnológicas «.

Eso fue exactamente dos semanas antes de que el brote de coronavirus se declarara una pandemia, y no se mencionó que el objetivo de esta vasta expansión de alta tecnología era proteger la salud de los estadounidenses. Solo que era necesario evitar ser superado por China. Pero, por supuesto, eso pronto cambiaría.

En los dos meses transcurridos desde entonces, Schmidt ha sometido estas demandas preexistentes, para gastos públicos masivos en investigación e infraestructura de alta tecnología, para una serie de «asociaciones público-privadas» en inteligencia artificial y para el aflojamiento de innumerables protecciones de privacidad y seguridad, a través de un ejercicio agresivo de reposicionamiento discursivo. Ahora, todas estas medidas (y más) se están vendiendo al público como nuestra única esperanza posible de protegernos de un nuevo virus que nos acompañará en los próximos años.

Y las compañías tecnológicas con las que Schmidt tiene vínculos profundos, y que pueblan las influyentes juntas asesoras que preside, se han reposicionado como protectores benevolentes de la salud pública y generosos campeones de los «héroes cotidianos» de los trabajos esenciales (muchos de los cuales perderían sus empleos si estas compañías se salieran con la suya). Menos de dos semanas después del cierre del estado de Nueva York, Schmidt escribió un artículo de opinión para el Wall Street Journal que estableció el nuevo tono y dejó en claro que Silicon Valley tiene toda la intención de aprovechar la crisis para una transformación permanente. Al igual que otros estadounidenses, los tecnólogos están tratando de hacer su parte para apoyar primera línea de respuesta a la pandemia… Pero cada estadounidense debería preguntarse dónde queremos que esté la nación cuando termine la pandemia de Covid-19. ¿Cómo podrían las tecnologías emergentes desplegadas en la crisis actual impulsarnos hacia un futuro mejor?… Empresas como Amazon saben cómo suministrar y distribuir de manera eficiente. Tendrán que proporcionar servicios y asesoramiento a los funcionarios del gobierno que carecen de los sistemas informáticos y de la experiencia. También deberíamos acelerar la tendencia hacia el aprendizaje remoto, que se está probando hoy como nunca antes. On line, no existe un requisito de proximidad, lo que permite a los estudiantes obtener instrucción de los mejores maestros, sin importar en qué distrito escolar residan … La necesidad de una experimentación rápida a gran escala también acelerará la revolución biotecnológica… Finalmente, el país está atrasado hace tiempo en infraestructura digital real. Si queremos construir una economía futura y un sistema educativo basado en tele-todo, necesitamos una población totalmente conectada y una infraestructura ultrarrápida. El gobierno debe hacer una inversión masiva, tal vez como parte de un paquete de estímulo, para convertir la infraestructura digital de la nación en plataformas basadas en la nube y vincularlas con una red 5G.

De hecho, Schmidt ha sido implacable en la búsqueda de esta visión. Dos semanas después de la aparición de ese artículo de opinión, describió la programación ad hoc de educación en el hogar que los maestros y las familias de todo el país se vieron obligados a improvisar durante esta emergencia de salud pública como «un experimento masivo en el aprendizaje remoto». El objetivo de este experimento, dijo, era «tratar de descubrir: ¿cómo aprenden los niños de forma remota? Y con esos datos deberíamos ser capaces de construir mejores herramientas de aprendizaje a distancia que, cuando se combinan con el maestro … ayudarán a los niños a aprender mejor”. Durante esta misma videollamada, organizada por el Club Económico de Nueva York, Schmidt también pidió más telesalud, más 5G, más comercio digital y el resto de la lista de deseos preexistente. Todo en nombre de la lucha contra el virus.

Sin embargo, su comentario más revelador fue el siguiente: “El beneficio de estas corporaciones, que amamos difamar, en términos de la capacidad de comunicarse, la capacidad de lidiar con la salud, la capacidad de obtener información, es profundo. Piensa en cómo sería tu vida en Estados Unidos sin Amazon «Agregó que la gente debería «estar un poco agradecida de que estas compañías obtuvieron el capital, hicieron la inversión, construyeron las herramientas que estamos usando ahora y realmente nos han ayudado».

Es un recordatorio sobre que, hasta hace muy poco, el rechazo público contra estas corporaciones estaba creciendo. Los candidatos presidenciales discutían abiertamente la caída de la gran tecnología.Amazon se vio obligado a abandonar sus planes para una sede en Nueva York debido a la feroz oposición local. El proyecto Sidewalk Labs de Google estaba en una crisis perenne, y los propios trabajadores de Google se negaban a construir tecnología de vigilancia con aplicaciones militares.

En resumen, la democracia se estaba convirtiendo en el mayor obstáculo para la visión que Schmidt estaba promoviendo, primero desde su posición en la cima de Google y Alphabet y luego como presidente de dos poderosas juntas asesorando al Congreso y al Departamento de Defensa. Como revelan los documentos de NSCAI, este inconveniente ejercicio del poder por parte del público y los trabajadores tecnológicos dentro de estas megaempresas, desde la perspectiva de hombres como Schmidt y el CEO de Amazon, Jeff Bezos, desaceleró enloquecedoramente la carrera armamentista de la inteligencia artificial, manteniendo flotas de automóviles y camiones sin conductor potencialmente mortales fuera de las carreteras, evitando que los registros de salud privados se conviertan en un arma utilizada por los empleadores contra los trabajadores, evitando que los espacios urbanos se cubran con software de reconocimiento facial, y mucho más.

Ahora, en medio de la carnicería de esta pandemia en curso, y el miedo y la incertidumbre sobre el futuro que ha traído, estas corporaciones ven claramente su momento para barrer todo ese compromiso democrático. Para tener así el mismo tipo de poder que sus competidores chinos, que ostentan el lujo de funcionar sin verse obstaculizados por intrusiones de derechos laborales o civiles.

Todo esto se está moviendo muy rápido. El gobierno australiano ha contratado a Amazon para almacenar los datos de su controvertida aplicación de seguimiento de coronavirus. El gobierno canadiense ha contratado a Amazon para entregar equipos médicos, generando preguntas sobre por qué omitió el servicio postal público. Y en solo unos pocos días a principios de mayo, Alphabet ha puesto en marcha una nueva iniciativa de Sidewalk Labs para rehacer la infraestructura urbana con $ 400 millones en capital semilla. Josh Marcuse, director ejecutivo de la Junta de Innovación en Defensa que preside Schmidt, anunció que dejaría ese trabajo para trabajar a tiempo completo en Google como jefe de estrategia e innovación para el sector público mundial, lo que significa que ayudará a Google a sacar provecho de algunas de las muchas oportunidades que él y Schmidt han estado creando con su lobby.

Para ser claros, la tecnología es sin duda una parte clave de cómo debemos proteger la salud pública en los próximos meses y años. La pregunta es: ¿estará la tecnología sujeta a las disciplinas de la democracia y la supervisión pública, o se implementará en un frenesí de estado de excepción, sin hacer preguntas críticas, dando forma a nuestras vidas en las próximas décadas? Preguntas como, por ejemplo: si realmente estamos viendo cuán crítica es la conectividad digital en tiempos de crisis, ¿deberían estas redes y nuestros datos estar realmente en manos de jugadores privados como Google, Amazon y Apple? Si los fondos públicos están pagando gran parte de eso, ¿el público no debería también poseerlo y controlarlo? Si Internet es esencial para muchas cosas en nuestras vidas, como lo es claramente, ¿no debería tratarse como una utilidad pública sin fines de lucro?

Y aunque no hay duda de que la capacidad de teleconferencia ha sido un salvavidas en este período de bloqueo, hay serios debates sobre si nuestras protecciones más duraderas son claramente más humanas. Tomemos la educación. Schmidt tiene razón en que las aulas superpobladas presentan un riesgo para la salud, al menos hasta que tengamos una vacuna. Entonces, ¿no se podría contratar el doble de maestros y reducir el tamaño de los cursos a la mitad? ¿Qué tal asegurarse de que cada escuela tenga una enfermera?

Eso crearía empleos muy necesarios en una crisis de desempleo a nivel de depresión y les daría mayor margen a todos en el ambiente educativo. Si los edificios están demasiado llenos, ¿qué tal dividir el día en turnos y tener más educación al aire libre, aprovechando la abundante investigación que muestra que el tiempo en la naturaleza mejora la capacidad de los niños para aprender?

Introducir ese tipo de cambios sería difícil, sin duda. Pero no son tan arriesgados como renunciar a la tecnología probada y verdadera de humanos entrenados que enseñan a los humanos más jóvenes cara a cara, en grupos donde aprenden a socializar entre ellos.

Al enterarse de la nueva asociación del estado de Nueva York con la Fundación Gates, Andy Pallotta, presidente de United Teachers del Estado de Nueva York, reaccionó rápidamente: “Si queremos reimaginar la educación, comencemos por abordar la necesidad de trabajadores sociales, consejeros de salud mental , enfermeras escolares, cursos de artes enriquecedores, cursos avanzados y clases más pequeñas en distritos escolares de todo el estado”, dijo. Una coalición de grupos de padres también señaló que si realmente habían estado viviendo un «experimento de aprendizaje remoto» (como lo expresó Schmidt), los resultados fueron profundamente preocupantes: «Dado que las escuelas cerraron a mediados de marzo, nuestro la comprensión de las profundas deficiencias de la instrucción basada en pantalla solo ha crecido».

Además de los obvios sesgos de clase y raza contra los niños que carecen de acceso a Internet y computadoras en el hogar (problema que las compañías tecnológicas están ansiosas por cobrar, mediante grandes ventas tecnológicas), hay grandes preguntas sobre si la enseñanza remota puede servir a muchos niños con discapacidades, como lo exige la ley. Y no existe una solución tecnológica para el problema de aprender en un entorno hogareño superpoblado y / o abusivo.

El problema no es si las escuelas deben cambiar ante un virus altamente contagioso para el cual no tenemos cura ni vacuna. Al igual que todas las instituciones donde los humanos actúan en grupos, las escuelas cambiarán. El problema, como siempre en estos momentos de conmoción colectiva, es la ausencia de debate público sobre cómo deberían ser esos cambios y a quién deberían beneficiar. ¿Empresas tecnológicas privadas o estudiantes?

Las mismas preguntas deben hacerse sobre la salud. Evitar los consultorios médicos y los hospitales durante una pandemia tiene sentido. Pero la telesalud pierde en gran medida frente a la atención persona a persona. Por lo tanto, debemos tener un debate basado en la evidencia sobre los pros y los contras de gastar recursos públicos escasos en telesalud, en comparación con enfermeras más capacitadas, equipadas con todo el equipo de protección necesario, que pueden hacer visitas a domicilio para diagnosticar y tratar pacientes en sus hogares. Y quizás lo más urgente es que necesitamos lograr el equilibrio correcto entre las aplicaciones de seguimiento del virus, que con las protecciones de privacidad adecuadas tienen un papel que desempeñar, y los llamados a un Cuerpo de Salud Comunitario que pondría a millones de estadounidenses a trabajar no solo haciendo seguimiento de contactos sino asegurándose de que todos tengan los recursos materiales y el apoyo que necesitan para estar en cuarentena de manera segura.

En cada caso, enfrentamos decisiones reales y difíciles entre invertir en humanos e invertir en tecnología. Porque la verdad brutal es que, tal como están las cosas, es muy poco probable que hagamos ambas cosas. La negativa a transferir los recursos necesarios a los estados y ciudades en sucesivos rescates federales significa que la crisis de salud del coronavirus ahora se está convirtiendo en una crisis de austeridad fabricada. Las escuelas públicas, universidades, hospitales y tránsito se enfrentan a preguntas existenciales sobre su futuro. Si las compañías tecnológicas ganan su feroz campaña de presiones y lobby para el aprendizaje remoto, telesalud, 5G y vehículos sin conductor, su Screen New Deal, simplemente no quedará dinero para prioridades públicas urgentes, sin importar el Green New Deal (el Nuevo Pacto Verde) que nuestro planeta necesita con urgencia.

Por el contrario: el precio de todos los brillantes dispositivos será el despido masivo de maestros y el cierre de hospitales.

La tecnología nos proporciona herramientas poderosas, pero no todas las soluciones son tecnológicas. Y el problema de externalizar decisiones clave sobre cómo «reimaginar» nuestros estados y ciudades a hombres como Bill Gates y Eric Schmidt es que se han pasado la vida demostrando la creencia de que no hay problema que la tecnología no pueda solucionar.

Para ellos, y para muchos otros en Silicon Valley, la pandemia es una oportunidad de oro para recibir no solo la gratitud, sino también la deferencia y el poder que sienten que se les ha negado injustamente. Y Andrew Cuomo, al poner al ex presidente de Google a cargo del cuerpo que dará forma a la reapertura del estado, parece haberle dado algo cercano al reinado libre.

Texto publicado originalmente en The Intercept. Traducido y reproducido por Agencia Lavaca.org.

La violencia contra el otro en un mundo en calentamiento ¡Que se ahoguen!

Fuentes: London Review of Books

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Edward Said no era un ecologista radical; provenía de una familia de comerciantes, artesanos y profesionales. En una ocasión se describió a sí mismo como «un caso extremo de palestino urbanita cuya relación con la tierra es básicamente metafórica». En After the Last Sky, sus meditaciones sobre las fotografías de Jean Mohr exploraban los aspectos más íntimos de la vida palestina, desde la hospitalidad al deporte y a la decoración del hogar. El detalle más nimio -la colocación de un marco, la postura desafiante de un niño- provocaba en Said un torrente de percepciones. Pero cuando se enfrentaba a las imágenes de los campesinos palestinos -cuidando de sus rebaños, trabajando la tierra-, la especificidad se evaporaba súbitamente. ¿Qué tipo de cosecha estaban cultivando? ¿En qué estado se hallaba el suelo? ¿Disponían de agua? No era capaz de captarlo. «Sigo percibiendo una población de sufridos campesinos pobres, a veces peculiar, inmutable y colectiva», confesaba Said. Se trataba de una percepción «mítica» -reconocía- que, sin embargo, mantuvo.

Si bien la agricultura era otro mundo para Said, pensaba que quienes dedicaban sus vidas a cuestiones como la contaminación del aire y del agua habitaban otro planeta. En una ocasión, hablando con su colega Rob Nixon, describió el ecologismo como «la indulgencia de mimados ecologistas radicales que carecen de una causa adecuada». Pero los desafíos medioambientales del Oriente Medio son imposibles de ignorar para alguien inmerso, como Said, en su geopolítica. Se trata de una región intensamente vulnerable al calor y a la escasez de agua, al aumento del nivel del mar y a la desertificación. Un reciente informe sobre el cambio climático publicado en la revista Nature predice que, a menos que reduzcamos radical y rápidamente las emisiones, es probable que partes inmensas del Oriente Medio «experimenten niveles de temperatura intolerables para el ser humano» a finales de este siglo. Y esto es algo tan contundente como aseguran los científicos del clima. Sin embargo, en la región se tiende aún a tratar las cuestiones medioambientales como si fueran algo no prioritario o una causa superflua. La razón no es la ignorancia ni la indiferencia. Se trata tan sólo del ancho de banda. El cambio climático es una grave amenaza pero los aspectos más aterradores del mismo van a darse a medio plazo. Sin embargo, a corto plazo, hay siempre amenazas mucho más urgentes con las que lidiar: la ocupación militar, los ataques aéreos, la discriminación sistémica, el embargo. Nada puede competir con eso, ni debería intentarlo.

Hay otras razones por las que Said podría haber considerado el ecologismo como un patio de recreo burgués. El Estado israelí ha revestido desde hace mucho tiempo de un barniz verde su proyecto de construcción de la nación, algo que fue parte fundamental de los valores pioneros del «retorno a la tierra» sionista. Y, en este contexto, los árboles han estado, específicamente, entre las armas más potentes para el saqueo y la ocupación de la tierra. No se trata sólo de los innumerables olivos y árboles de pistachos arrancados para dejar espacio a los asentamientos y carreteras sólo para israelíes, también de los extensos bosques de pinos y eucaliptos que el Fondo Nacional Judío (JNF, por sus siglas en inglés), ha plantado de la forma más infame en esos huertos y en el espacio de los pueblos palestinos en función de su eslogan «convertir el desierto en vergel», alardeando de haber plantado 250 millones de árboles en Israel desde 1901, muchos de ellos no autóctonos de la región. En los folletos propagandísticos, el JNF se promociona como otra ONG verde, preocupada por la gestión de los bosques y del agua, de los parques y del ocio. Es también el mayor terrateniente privado en el Estado de Israel y, a pesar de la cantidad de complicados retos legales, todavía se niega a arrendar o vender tierras a los no judíos.

Crecí en una comunidad judía donde todas las conmemoraciones -nacimientos y muertes, día de la madre, bar mitzvah– estaban marcadas por la compra orgullosa de un árbol del JNF en honor a la persona. No fue sino hasta la edad adulta cuando empecé a entender que esas entrañables coníferas de remotos lugares, cuyos certificados empapelaban las paredes de mi escuela primaria en Montreal, no eran benignas, no eran sólo algo para plantar y después abrazar. En realidad, esos árboles están entre los símbolos más flagrantes del sistema israelí de discriminación oficial, algo que debe desmantelarse si queremos llegar a conseguir una coexistencia pacífica.

El JNF es un ejemplo reciente y extremo de lo que algunos llaman «colonialismo verde». Pero el fenómeno apenas es nuevo ni único en Israel. Hay una historia larga y penosa en las Américas respecto a hermosas extensiones de tierras salvajes convertidas en parques protegidos, y esa designación se utilizó después para impedir que los pueblos indígenas pudieran acceder a sus territorios ancestrales para cazar y pescar o, sencillamente, para vivir. Ha sucedido una vez y otra. Una versión contemporánea de este fenómeno es la compensación por emisiones de carbono. Los pueblos indígenas, de Brasil a Uganda, se han encontrado con que algunos de los saqueos de tierras más agresivos los están llevando a cabo organizaciones medioambientales. De repente, se decide otorgar a un bosque compensaciones por emisiones de carbono y se convierte en zona vedada para sus habitantes tradicionales. La consecuencia es que el mercado de compensaciones por emisiones de carbono ha creado una nueva clase de abusos «verdes» de los derechos humanos, siendo los campesinos y los pueblos indígenas atacados físicamente por guardabosques o mercenarios de la seguridad privada cuando intentan acceder a esas tierras. El comentario de Said acerca de los fanáticos medioambientales debe encuadrarse en tal contexto.

Y hay más. En el último año de la vida de Said, se estaba levantando ya la llamada «barrera de separación» a base de apropiarse de franjas inmensas de Cisjordania, aislando a los trabajadores palestinos de sus empleos, a los campesinos de sus campos, a los pacientes de los hospitales y dividiendo brutalmente a las familias. No había escasez de razones para oponerse al muro en virtud de los derechos humanos. Sin embargo, en aquel momento, algunas de las voces disidentes más potentes entre los judíos israelíes no se dedicaban a nada de eso. Yehudit Naot, entonces ministra de medio ambiente de Israel, estaba más preocupada por un documento en el que se informaba de que «La valla de separación… es perjudicial para el paisaje, la flora y la fauna, los corredores ecológicos y el drenaje de los arroyos». «En realidad no quiero detener ni retrasar la construcción de la valla», dijo, pero «me preocupa todo el daño medioambiental que va a provocar». Como el activista palestino Omar Barghuti observó más tarde, «el ministerio y la Autoridad para la Protección de los Parques Nacionales organizaron diligentes esfuerzos de rescate para salvar una reserva afectada de lirios trasladándola a una reserva alternativa. También crearon pasajes diminutos (a través del muro) para los animales».

Tal vez esto ponga en contexto el cinismo respecto al movimiento verde. La gente tiende a volverse cínica cuando sus vidas son consideradas menos importantes que las flores y los reptiles. Y sin embargo, hay mucho en el legado intelectual de Said que ilumina y aclara mucho más las causas subyacentes de la crisis ecológica global señalando formas de respuesta que son más inclusivas que los actuales modelos de campañas: formas que no piden a la gente que sufre que aparque sus preocupaciones respecto a la guerra, la pobreza y el racismo sistémico y se dedique en primer lugar a «salvar el mundo», sino que demuestran que todas estas crisis están interrelacionadas y que las soluciones deberán también estarlo. En resumen, puede que Said no tuviera tiempo para los ecologistas fanáticos pero estos deben hacerle un hueco urgentemente a Said -y a otros muchos grandes pensadores poscoloniales antiimperialistas-, porque sin esos conocimientos no hay forma de entender cómo hemos acabado en este peligroso lugar, o para captar las transformaciones necesarias para poder sacarnos de él. Por tanto, a continuación expongo algunos pensamientos -en modo alguna completos- acerca de lo que podemos aprender al leer a Said en un mundo en calentamiento.

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Era, y sigue siendo, uno de nuestros teóricos más desgarradoramente elocuentes del exilio y la nostalgia, pero la nostalgia de Said, siempre lo dejó claro, era de una patria que había sido alterada de forma tan radical que ya no existía realmente. Su posición era compleja: defendía ferozmente el derecho al retorno, pero nunca afirmó que su hogar fuera inamovible. Lo que importaba era el principio del respeto hacia todos los derechos humanos en condiciones de igualdad y la necesidad de que una justicia restaurativa informara nuestras acciones y políticas. Esta perspectiva es profundamente importante en esta época nuestra de costas erosionadas, de naciones que desaparecen bajo mares que aumentan de nivel, de arrecifes de coral en proceso de decoloración que sustentan culturas enteras, de un Ártico templado. Esto se debe a que el estado de anhelo de una patria radicalmente alterada -un hogar que puede incluso no existir ya- es algo que está siendo rápida y trágicamente globalizado. En marzo, dos importantes estudios, revisados por otros colegas científicos, advertían que el nivel del mar podría aumentar mucho más rápidamente de lo que se creía con anterioridad. Uno de los autores del primer estudio era James Hansen, quizá el climatólogo más respetado del mundo. Advertía que en la trayectoria actual de emisiones nos enfrentamos a la «pérdida de todas las ciudades costeras, de la mayoría de las grandes ciudades del mundo y de toda su historia», y no en miles de años a partir de ahora sino en este mismo siglo. Si no exigimos cambios radicales, vamos de cabeza hacia un mundo entero de pueblos en búsqueda de un hogar que ya no existe.

Said nos ayuda a imaginar a qué podría parecerse también eso. Ayudó a popularizar el término árabe sumud («quedarse quieto, resistir»): esa firme negativa a abandonar la tierra de uno a pesar de los intentos más desesperados de desalojo e incluso rodeados de continuos peligros. Es una palabra que se asocia más con lugares como Hebrón y Gaza, pero podría aplicarse igualmente hoy a los residentes en la costa de Luisiana que han levantado sus hogares sobre pilotes para no tener que evacuarlos, o los de las islas del Pacífico, cuyo eslogan es: «No estamos ahogándonos. Estamos luchando». En países como las islas Marshall y Fiyi y Tuvalu, saben que es inevitable que el nivel del mar suba mucho, lo que hace probable que sus países no tengan futuro. Pero se niegan a preocuparse simplemente por la logística de la reubicación y no lo harían aunque hubiera países más seguros dispuestos a abrir sus fronteras; tendría que ser uno muy grande, ya que los refugiados del clima no están aún reconocidos en el derecho internacional. En cambio, están resistiendo activamente: bloqueando con sus canoas hawaianas tradicionales los buques australianos que llevan carbón, interrumpiendo las negociaciones internacionales sobre el clima con su incómoda presencia, exigiendo acciones más agresivas en defensa del clima. Si hay algo que merezca la pena celebrar del Acuerdo de París firmado en abril -que por desgracia es insuficiente-, se debe a este tipo de actuaciones ejemplares: el sumud climático.

Pero esto sólo araña la superficie de lo que podemos aprender al leer a Said en un mundo en calentamiento. Desde luego que era un gigante en el estudio de la «otredad», que en su obra Orientalismo se describe como «ignorar, esencializar, despojar de humanidad a otra cultura, pueblo o región geográfica». Y una vez que se ha determinado firmemente a ese otro, se ha preparado el terreno para cualquier trasgresión: expulsión violenta, robo de la tierra, ocupación, invasión. Porque el objetivo de la otredad es que el otro no tenga los mismos derechos, la misma humanidad que los que hacen tal distinción. ¿Qué tiene todo esto que ver con el cambio climático? Quizá todo.

Hemos calentado peligrosamente ya nuestro mundo y nuestros gobiernos siguen negándose a emprender las acciones necesarias para detener la tendencia. Hubo una época en que muchos tuvieron derecho a proclamar ignorancia. Pero durante las últimas tres décadas, desde que se creó el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático y empezaron las negociaciones sobre el clima, la negativa a reducir las emisiones ha ido acompañada de un pleno conocimiento de los peligros. Y este tipo de reluctancia habría sido funcionalmente imposible sin el racismo institucional, aunque sólo esté latente. Habría sido imposible sin el Orientalismo, sin todas las herramientas potentes en oferta que permiten que los poderosos desechen las vidas de los más vulnerables. Estas herramientas -que clasifican el valor relativo de los seres humanos- son las que permiten que se destrocen naciones enteras y culturas antiguas. Y, para empezar, son las que permitieron que se liberara todo ese carbono.

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Los combustibles fósiles no son los únicos causantes del cambio climático -tenemos también la agricultura industrial y la desforestación- pero son los que más inciden en él. Lo que sucede con los combustibles fósiles es que son tan inherentemente sucios y tóxicos que requieren personas y lugares expiatorios: gente cuyos pulmones y cuerpos pueden inmolarse para trabajar en las minas de carbón, gente cuyas tierras y agua pueden sacrificarse para la minería a cielo abierto y los derrames de petróleo. Tan recientemente como en la década de 1970, los científicos que asesoran al gobierno de EE.UU. se refirieron a ciertas zonas del país designándolas como «zonas nacionales sacrificiales». Piensen en las montañas de los Apalaches, dinamitadas para la minería de carbón, porque la minería de carbón denominada «de remoción de las cimas de las montañas» es más barata que cavar agujeros subterráneos. Tiene que haber teorías de la otredad que justifiquen el sacrificio de toda una geografía, teorías acerca de que las personas que allí viven son tan pobres y atrasadas que sus vidas y cultura no merecen protegerse. Después de todo, si eres un «palurdo», ¿a quién le preocupan tus colinas? Convertir todo ese carbón en electricidad necesita también de otra capa de otredad: esta vez respecto a las barriadas urbanas cercanas a las centrales eléctricas y refinerías. En Norteamérica, estas comunidades son mayoritariamente de color, negros y latinos, obligados a llevar la carga tóxica de nuestra adicción colectiva a los combustibles fósiles con tasas marcadamente altas de enfermedades respiratorias y cánceres. Fue en las luchas contra este tipo de «racismo medioambiental» donde nació el movimiento por la justicia climática.

Las zonas sacrificiales de los combustibles fósiles salpican todo el planeta. Ahí tienen el Delta de Níger, envenenado cada año con un vertido de petróleo digno del Exxon Valdez, un proceso que Ken Saro-Wiwa, antes de que fuera asesinado por su gobierno, llamó «genocidio ecológico». Las ejecuciones de los líderes comunitarios, dijo, fueron llevadas «todas a cabo por Shell». En mi país, Canadá, la decisión de desenterrar las arenas bituminosas de Alberta -una forma de petróleo especialmente densa- ha requerido que se hagan añicos los tratados con los aborígenes, tratados firmados con la Corona británica que garantizaban a los pueblos indígenas el derecho a continuar cazando, pescando y viviendo de forma tradicional en sus tierras ancestrales. Fue necesario porque estos derechos carecen de sentido cuando se profana la tierra, cuando los ríos se contaminan y los alces y los peces están plagados de tumores. Y aún es peor: Fort McMurray -la ciudad situada en el centro del boom de las arenas bituminosas, donde viven muchos de los trabajadores y donde se gasta gran parte del dinero- es como un incendio infernal. Tan calurosa y seca es. Y esto es algo que tiene mucho que ver con lo que allí se está extrayendo.

Incluso sin esos hechos dramáticos, esta clase de extracción de recursos es una forma de violencia porque hace tanto daño a la tierra y al agua que provoca el fin de un tipo de vida, la muerte de las culturas que son inseparables de la tierra. El proceso del que se sirvió la política estatal en Canadá fue romper la conexión de los pueblos indígenas con su cultura, impuesta mediante la separación forzosa de los niños indígenas de sus familias, trasladándolos a internados donde su lengua y prácticas culturales estaban prohibidas y donde los abusos sexuales y físicos eran práctica habitual. Un informe reciente por la verdad y la reconciliación lo denominaba «genocidio cultural». El trauma asociado con estos niveles de separación forzosa -de la tierra, de la cultura, de la familia- está directamente vinculado con la epidemia de desesperación que hace estragos entre tantas comunidades de aborígenes en la actualidad. En una sola noche de un sábado de abril, en la comunidad de Attawapiskat -con una población de 2.000 habitantes-, once personas intentaron suicidarse. Mientras tanto, DeBeers mantiene una mina de diamantes en el territorio tradicional de la comunidad; como todos los proyectos extractivos, se había prometido esperanza y oportunidad. «¿Por qué la gente no se fue?», preguntan políticos y expertos. Pero muchos se van. Y esa partida está unida, en parte, a los miles de mujeres indígenas en Canadá que han sido asesinadas o han desparecido, a menudo en las grandes ciudades. Los informes de prensa rara vez relacionan la violencia contra las mujeres con la violencia contra la tierra -a menudo para extraer combustibles fósiles-, pero existe. Cada nuevo gobierno llega al poder prometiendo una nueva era de respeto a los derechos de los indígenas. No cumplen nada, porque los derechos de los indígenas, según los define la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, incluye el derecho a rechazar proyectos extractivos aunque esos proyectos promuevan el crecimiento económico nacional. Y eso es un problema, porque el crecimiento es nuestra religión, nuestro modo de vida. Por ello, incluso el guapo y encantador primer ministro de Canadá está vinculado y determinado a construir nuevos oleoductos para las arenas bituminosas contra los deseos expresos de las comunidades indígenas, que no quieren poner en riesgo su agua ni participar en una mayor desestabilización del clima.

Los combustibles fósiles necesitan zonas sacrificiales: siempre las han reclamado. Y no puedes tener un sistema construido a partir de zonas y pueblos sacrificados a menos que existan y persistan determinadas teorías intelectuales que lo justifiquen: desde el destino manifiesto a Terra Nullius a Orientalismo, desde los palurdos atrasados a los indios atrasados. A menudo oímos que se culpa a la «naturaleza humana» del cambio climático, a la codicia y miopía inherentes a nuestras especies. O se nos dice que hemos alterado tanto la tierra y a una escala tan planetario que estamos ahora viviendo en el Antropoceno, la edad de los humanos. Estas formas de explicar nuestras circunstancias actuales tienen un significado muy específico que se da por sobreentendido: que los humanos pertenecen a un único tipo, que la naturaleza humana puede reducirse a los rasgos que crearon esta crisis. De esta forma, los sistemas que determinados humanos crearon, y a los que otros humanos se resistieron con todas sus fuerzas, están libres de cualquier responsabilidad. Capitalismo, colonialismo, patriarcado, este tipo de sistemas. Los diagnósticos como este borran la propia existencia de sistemas humanos que organizaron la vida de forma diferente: sistemas que insisten en que los seres humanos deben pensar en el futuro de siete generaciones; que no deben ser sólo buenos ciudadanos sino también buenos ancestros; que no deben coger más de lo que necesitan y que deben devolver el resto a la tierra para proteger y aumentar los ciclos de la regeneración. Estos sistemas existieron y aún existen, pero los eliminamos cada vez que decimos que la crisis del clima es una crisis de la «naturaleza humana» y que estamos viviendo en la «edad del hombre». Y pasan a estar bajo un ataque muy real cuando se construyen megaproyectos como las presas hidroeléctricas de Gualcarque en Honduras, un proyecto que, entre otras cosas, se llevó la vida de la defensora de la tierra Berta Cáceres, asesinada el pasado marzo.

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Alguna gente insiste en que esto no tiene por qué ser malo. Podemos limpiar la extracción de recursos, no tenemos por qué hacerlo de la misma forma que se ha hecho en Honduras, en el Delta del Níger y en las arenas bituminosas de Alberta. Salvo que nos estamos quedando sin formas baratas y fáciles de conseguir combustibles fósiles, razón fundamental de que hayamos tenido que ver el aumento de la fractura hidráulica y la extracción de arenas bituminosas. Esto, a su vez, está empezando a cuestionar el pacto fáustico original de la era industrial: que hay que externalizar, descargar en el otro los riesgos más pesados, en la periferia exterior y dentro de nuestras propias naciones. Es algo que cada vez es menos posible. La fractura hidráulica está amenazando algunas de las zonas más pintorescas de Gran Bretaña según la zona de sacrificio va ampliándose, engullendo toda clase de lugares que se imaginaban estar a salvo. Por tanto, esto no va sólo de sofocar un grito ante lo feas que son las arenas bituminosas. Tiene que ver con reconocer que no hay una forma limpia, segura y no tóxica de dirigir una economía impulsada por combustibles fósiles. Y que nunca la hubo.

Hay una avalancha de pruebas de que tampoco hay forma pacífica de lograrlo. El problema es estructural. Los combustibles fósiles, a diferencia de las energías renovables como la eólica y solar, no están ampliamente distribuidos sino muy concentrados en lugares muy específicos, y esos lugares tienen la mala costumbre de estar en los países de otra gente. Sobre todo el más potente y preciado de esos combustibles: el petróleo. Es esta la razón de que el proyecto de Orientalismo, de la alterización del pueblo árabe y musulmán, haya sido desde el principio el socio silencioso de nuestra dependencia del petróleo; y, por lo tanto, inextricable a partir del efecto bumerán que representa el cambio climático. Si consideramos a los pueblos y naciones en su otredad -exóticos, primitivos, sedientos de sangre, como Said documentó en la década de 1970-, es mucho más fácil emprender guerras y dar golpes de Estado cuando se tiene la loca idea de que deberían controlar su propio petróleo en función de nuestros propios intereses. En 1953, Gran Bretaña y EE.UU. colaboraron para derrocar al gobierno democráticamente elegido de Muhammad Mossadegh después de que nacionalizara la Anglo-Iranian Oil Company (ahora BP). En 2003, exactamente cincuenta años después, se produjo otra coproducción angloestadounidense: la invasión ilegal y ocupación de Iraq. Las reverberaciones de cada intervención continúan sacudiendo nuestro mundo, al igual que las reverberaciones de la quema de todo ese petróleo. Por una parte, Oriente Medio está ahora desgarrado por las tenazas de la violencia causada por los combustibles fósiles y, por otra, por el impacto de su quema.

En su libro más reciente, The Conflict Shoreline, el arquitecto israelí Eyal Weizman tiene un punto de vista revolucionario sobre cómo se entrecruzan estas fuerzas. La forma primordial de entender el límite del desierto en Oriente Medio y África del Norte, explica, es la llamada «línea de aridez», las zonas donde hay un promedio de 200 milímetros de lluvia al año, que ha sido considerada como el mínimo para que pueda crecer una cosecha de cereal a gran escala sin regadío. Estos límites meteorológicos no son fijos: han fluctuado por diversas razones, ya fuera porque los intentos de Israel de «convertir el desierto en vergel» los empujaban en una dirección, o por las sequías cíclicas que expandía un desierto en el otro. Y ahora, con el cambio climático, la intensificación de la sequía puede tener todo tipo de impactos en tal sentido. Weizman señala que la ciudad fronteriza siria de Daraa cae directamente en la línea de la aridez. Daraa es el lugar donde se ha registrado la sequía más intensa, lo que provocó cifras inmensas de campesinos desplazados en los años anteriores al estallido de la guerra civil siria, y ahí fue, precisamente, donde estalló el levantamiento sirio en 2011. La sequía no fue el único factor a la hora de desatar la crisis. Pero jugó claramente un papel el hecho de que hubiera 1,5 millones de personas internamente desplazadas en Siria como consecuencia de la sequía. La conexión entre agua, estrés por el calor y conflicto es un patrón recurrente que se va intensificando a lo largo de la línea de la aridez: a todo lo largo de ella se pueden ver lugares marcados por sequía, escasez de agua, temperaturas abrasadoras y conflicto militar: de Libia a Palestina a algunos de los más sangrientos campos de batalla en Afganistán y Pakistán.

Pero Weizman descubrió también lo que él llama «coincidencia asombrosa». Cuando elaboras el mapa de los objetivos de los ataques occidentales con drones en la región, ves que «muchos de esos ataques -desde Waziristan del Sur a través del norte del Yemen, Somalia, Mali, Iraq, Gaza y Libia- se realizan directamente sobre, o cerca, de los 200 mm de la línea de la aridez». Los puntos rojos en el mapa expuesto a continuación representan algunas de las zonas donde se han concentrado los ataques. Para mí, este es el intento más llamativo de visualizar el brutal escenario de la crisis del clima. Todo esto se auguró ya hace una década en un informe del ejército estadounidense. «El Oriente Medio», observaba, «ha ido siempre asociado a dos recursos naturales: el petróleo (debido a su abundancia) y el agua (debido a su escasez)». Eso es bastante cierto. Y ahora hay ciertas pautas que lo han dejado muy claro: en primer lugar, los aviones de combate occidentales siguieron esa abundancia de petróleo; ahora, los aviones no tripulados occidentales están siguiendo la escasez de agua, mientras la sequía exacerba el conflicto.

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Al igual que las bombas siguen al petróleo y los drones siguen a la sequía, las embarcaciones siguen a ambos: botes atestados de refugiados que huyen de sus casas en la línea de la aridez devastada por la guerra y la sequía. Y la misma capacidad para deshumanizar al otro que sirvió para justificar las bombas y los drones está ahora cerniéndose sobre esos migrantes, manipulando su necesidad de seguridad como una amenaza hacia nosotros, su huida desesperada como una especie de ejército invasor. Las tácticas refinadas en Cisjordania y otras zonas ocupadas están ahora abriéndose camino hacia Norteamérica y Europa. Cuando vende su muro en la frontera con México, a Donald Trump le gusta decir: «Pregunten a Israel, el muro funciona». Los campamentos de migrantes son arrasados con buldóceres en Calais, miles de personas se ahogan en el Mediterráneo y el gobierno australiano detiene a los supervivientes de guerras y regímenes despóticos en campos situados en las islas remotas de Nauru y Manus. Las condiciones son tan desesperadas que en Nauru, el pasado mes, un migrante iraní murió tras prenderse fuego para intentar llamar la atención del mundo. Otra migrante -una mujer de 21 años de Somalia- se prendió fuego pocos días después. Malcolm Turnbull, el primer ministro, advierte a los australianos que «no deben empañárseles los ojos por esto» y que «tenemos que mostrarnos muy claros y determinados en nuestro objetivo nacional». Merece la pena tener a Nauru en mente la próxima vez que un columnista declare en uno de los periódicos de Murdoch, como Katie Hopkins hizo el pasado año, que es hora ya de que Gran Bretaña «se vuelva australiana. Que lance ataques aéreos, obligue a los migrantes a regresar a sus costas y queme los barcos». Otro simbolismo es que Nauru es una de las islas del Pacífico muy vulnerable al aumento del nivel del mar. Sus habitantes, después de ver cómo sus hogares se convierten en prisiones para otros, tendrán posiblemente que emigrar también. Hoy han reclutado como guardias de prisión a los refugiados climáticos del mañana.

Tenemos que entender que lo que está sucediendo en Nauru y lo que les está sucediendo a ellos, son expresiones de la misma lógica. Una cultura que valora tan poco las vidas de color que está dispuesta a permitir que los seres humanos desaparezcan bajo las olas, o se prendan fuego en centros de detención, estará también deseando que se permita que los países donde viven estas personas desaparezcan bajo las olas o se deshidraten en el calor árido. Cuando eso suceda, se echará mano de las teorías de la jerarquía humana -debemos tener cuidado en ser de los primeros- para racionalizar estas decisiones monstruosas. Estamos haciendo ya tal racionalización, aunque sólo sea implícitamente. Si bien el cambio climático será finalmente una amenaza existencial para toda la humanidad, a corto plazo sabemos que discrimina y golpea primero y de la peor manera a los pobres, ya estén abandonados en lo alto de los tejados de Nueva Orleans durante el huracán Katrina o estén entre los 36 millones de seres que, según la ONU, se están enfrentando al hambre debido a la sequía que arrasa el sur y el este de África.

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Se trata de una emergencia, una emergencia del momento actual, no del futuro, pero no estamos actuando como si lo fuera. El Acuerdo de París se compromete a mantener el calentamiento por debajo de 2ºC. Ese objetivo es algo más que insensato. Cuando se dio a conocer en 2009, los delegados africanos lo llamaron «sentencia de muerte». La consigna de varias de las naciones-isla de baja altitud es «1,5º para seguir vivos». En el último minuto, se añadió una cláusula al Acuerdo de París que dice que los países se «esforzarán por limitar el aumento de la temperatura a 1,5ºC». No sólo no es vinculante sino que es una mentira: no estamos haciendo ese tipo de esfuerzos. Los gobiernos que hicieron esta promesa están presionando para llevar a cabo más fracturas hidráulicas y más desarrollos de las arenas bituminosas, lo cual es totalmente incompatible con los 2ºC, no digamos ya con 1,5º. Esto está sucediendo porque la gente más rica en los países más ricos del mundo piensa que ellos van a estar muy bien, que alguien se va a comer los riesgos mayores, incluso que cuando el cambio climático llame a su puerta, ya se ocuparán entonces de él.

Cuando las cosas se pongan aún más feas. Pudimos echar una vívida ojeada a ese futuro en la enorme crecida de las aguas que se produjo en Inglaterra en los pasados meses de diciembre y enero, inundando 16.000 hogares. Estas comunidades no sólo estaban enfrentando el mes de diciembre más húmedo desde que se tienen registros, también estaban lidiando con el hecho de que el gobierno ha emprendido un ataque implacable contra las agencias públicas y los ayuntamientos, que están en la primera línea de la defensa ante las inundaciones. Por tanto, es muy comprensible que hubiera muchos que quisieran cambiar a los autores de ese fracaso. ¿Por qué, se preguntaban, está Gran Bretaña gastando tanto dinero en refugiados y ayuda exterior cuando debería cuidarse a sí misma? «Que no se preocupen tanto de la ayuda exterior», leímos en el Daily Mail. «¿Qué pasa con la ayuda nacional». Y un editorial del Telegraph exigía: «¿Por qué deberían los contribuyentes británicos seguir pagando por defensas contra las inundaciones en el extranjero cuando necesitamos aquí el dinero?» No sé, ¿quizá porque Gran Bretaña inventó la máquina de vapor a carbón y ha estado quemando combustibles fósiles a una escala industrial mucho mayor que cualquier otra nación sobre la Tierra? Pero estoy divagando. La cuestión es que este podría haber sido el momento de entender que todos estamos afectados por el cambio climático y que debemos actuar juntos y ser solidarios los unos con los otros. Porque el cambio climático no sólo implica que todo es cada vez más caluroso y húmedo, sino que con nuestro actual modelo político y económico las cosas se están poniendo cada vez peor y más feas.

La lección más importante a sacar de todo esto es que no hay forma de enfrentar la crisis del clima de forma aislada, como si fuera un problema tecnocrático. Debe verse en el contexto de la austeridad y privatización, del colonialismo y militarismo y de los diversos sistemas de otredad necesarios para sustentar todo eso. Las conexiones e interrelaciones entre ellas saltan a la vista, sin embargo, muy a menudo la resistencia frente a ellas está muy compartimentada. La gente que está contra la austeridad casi nunca habla de cambio climático; la gente que se preocupa del cambio climático rara vez habla de guerra u ocupación. Apenas hacemos la conexión entre las pistolas que quitan la vida a los negros en las calles de las ciudades estadounidenses, y cuando están bajo custodia policial, y las fuerzas mucho mayores que aniquilan tantas vidas de color en las tierras áridas y en los precarias embarcaciones por todo el mundo.

Superar estas desconexiones -fortaleciendo los hilos que enlazan nuestros diversos movimientos y cuestiones- es, en mi opinión, la tarea más urgente para cualquier persona que se preocupe por la justicia social y económica. Es la única vía para construir un contrapoder lo suficientemente robusto como para poder ganar a las fuerzas que protegen un statu quo altamente rentable -para algunos- pero cada vez más insostenible. El cambio climático actúa como acelerador de muchas de nuestras enfermedades sociales -desigualdad, guerras, racismo- pero puede también ser acelerador de todo lo contrario: de las fuerzas que trabajan por la justicia social y económica contra el militarismo. En efecto, la crisis del clima -al poner a nuestras especies frente a una amenaza existencial y colocarnos ante un plazo firme e inflexible basado en la ciencia- podría ser el catalizador que necesitamos para tejer juntos un gran número de movimientos poderosos, vinculados por la creencia en el valor inherente de todos los pueblos y unidos por el rechazo de la mentalidad de la zona sacrificial, ya se se aplique a pueblos o lugares. Nos enfrentamos a tantas crisis superpuestas e interconectadas que no podemos permitirnos solucionar una cada vez. Necesitamos soluciones integradas, soluciones que rebajen radicalmente las emisiones, aunque creando un número enorme de puestos de trabajo de calidad sindicalizados y otorgando justicia a todos los que han sufrido abusos y han quedado excluidos bajo la actual economía extractiva.

Said murió el año en que Iraq fue invadido, pero vivió para ver cómo sus museos y bibliotecas eran saqueados, mientras su ministerio del petróleo era fielmente guardado. En medio de tantos atropellos, encontró esperanza en el movimiento antibelicista global, así como en las nuevas formas de comunicación de base abiertas por la tecnología; señaló «la existencia de comunidades alternativas por todo el planeta, de las que informan fuentes alternativas de noticias profundamente conscientes de los impulsos medioambientales, libertarios y a favor de los derechos humanos que nos vinculan en este diminuto planeta». Su visión le hizo un hueco incluso a los ecologistas fanáticos. Recientemente me recordaron estas palabras cuando leía sobre las inundaciones en Inglaterra. En medio de tanta inculpación y señalar con el dedo, me topé con un correo de un hombre llamado Liam Cox. Estaba enfadado por la forma en que algunos medios de comunicación estaban utilizando el desastre para fomentar los sentimientos de rechazo hacia los extranjeros y escribía así:

Vivo en Hebden Bridge, Yorkshire, una de las zonas más afectadas por las inundaciones. Es horrible, todo está realmente empapado. Sin embargo… estoy vivo. Me siento seguro. Mi familia está segura. No vivimos con miedo. Soy libre. No hay balas volando a mi alrededor. No están cayendo bombas. No me estoy viendo obligado a huir de mi hogar y no estoy siendo rechazado por el país más rico del mundo ni criticado por sus habitantes.

Todos vosotros, tarados, no hacéis más que vomitar vuestra xenofobia… sobre cómo el dinero sólo debe gastarse «en nosotros mismos», tenéis que miraros de cerca en un espejo. Y haceros una pregunta muy importante… ¿Soy un ser humano decente y honorable de verdad? Porque la patria no es sólo el Reino Unido, la patria es cualquier lugar de este planeta.

Creo que es una excelente última palabra.

Naomi Klein es una periodista e investigadora canadiense de gran influencia en el movimiento antiglobalización y el socialismo democrático. Entre sus libros publicados figuran No Logo, Vallas y Ventanas y La doctrina del shock.

Fuente: http://www.lrb.co.uk/v38/n11/naomi-klein/let-them-drown

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

Soberanía rural

Por Gustavo Duch

Los ingredientes para una invasión neoliberal de lo rural están servidos. Pero son quienes viven y mantienen estos territorios los que deben decidir sobre ellos

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Brieves (Asturias). MIGUEL CHECA

Antes de la pandemia (a.P.) vivíamos junto a una hoguera que, en mayor o menor medida, a todas nos producía algún grado de quemaduras. Pero las clases gobernantes, inconscientes o parapetadas en sus privilegios –o las dos cosas– no detectaban ni siquiera el humo. Han pasado poco más de tres meses de la explosión de la covid-19 y, aunque el incendio eco-social no puede ser más evidente, no solo no proponen ninguna medida para frenarlo sino que, con sus políticas y fondos de recuperación, lo alimentan cual pirómanos. Esto sí que nos genera un verdadero estado de alarma.

Me preocupa, también, el salto mortal que nos ha llevado de decenios a.P. donde predominaban los sentimientos mayoritarios de ruralofobia y de desprecio hacia la Naturaleza a lo contrario, el boom rural. En los últimos meses abundan los anuncios publicitarios donde la estrategia de marketing pasa por piropear a los pueblos y a sus gentes; la prensa convencional está haciendo huecos urgentes a la cultura rural, que ahora está de moda; y, desde luego, las grandes cadenas de supermercados ya no solo llenan lineales con productos ecológicos sino que también divulgan a los cuatro vientos su compromiso para salvar a la pequeña agricultura y “su trabajo esencial”. ¿Será lo rural un nuevo nicho de negocio? ¿Qué planes para “reflotar la economía” de los entornos rurales se imaginan los gobiernos?

El renovado interés por la búsqueda de espacios naturales acrecienta los fenómenos especulativos de la vivienda en los pueblos

Como advertían algunas voces, la construcción del discurso de la España vacía ha generado un buen pretexto para justificar cualquier tipo de negocio, por perjudicial que sea.  El argumento de repoblar los entornos rurales está permitiendo la expansión de las macrogranjas industriales, por ejemplo, o la expansión desproporcionada de parques eólicos.  El renovado interés por la búsqueda de espacios naturales, lejos de los riesgos epidémicos de las grandes ciudades, es un segundo factor que ya está acentuando una suerte de retorno a lo rural que, sin compromiso por formar parte de la sostenibilidad colectiva del pueblo, acrecienta los fenómenos especulativos de la vivienda en los pueblos y de la tierra cultivable. Y esto hace aún más difícil la llegada de personas que sí miran a lo rural/natural como el lugar donde situar vidas vivibles a partir de la relación con la tierra y su fertilidad.

Con este escenario, lo rural y lo natural cotiza cada vez más alto en las bolsas de valores. A los buitres que rastrean donde invertir no se les escapa que en esta época d.P. el mundo rural es muy llamativo en cualquier escaparate. Vendemos pueblos abandonados. Buena inversión para ofrecer lugares donde vivir y teletrabajar con  menos riesgos de caer enfermo, dirán sus anuncios. Increíble caserío a la venta, protegido con seguridad privada 24 horas y dos huertas perimetradas con vallas electrificadas. Solares por edificar en una calle asfaltada, sin olor a estiércol.  Vendo 20 hectáreas de prístinos parajes.  Muchas posibilidades

De hecho, poniendo un poco de atención, ya detectamos esta nueva tendencia para “refugiados pandémicos clase top”. En las mesas de algunas administraciones se está discutiendo el proyecto llamado “Maestrazgo-Els Ports” –impulsado por una conjunción de entidades filantrópicas y fondos de inversión– que pretende reducir 550.000 hectáreas de comarcas del norte del País Valencià, de las Terres del Ebre y del Maestrazgo aragonés a una postal, a un parque temático de lo salvaje. Como se explica en esta serie de reportajes publicados por La Directa, a los promotores no les tiembla la voz cuando esgrimen que “con la reintroducción de especies salvajes o la renaturalización del territorio (léase, expulsión de campesinado) se facilitará el trasvase de capital de las ciudades al campo así como generar oportunidades económicas en las comunidades rurales”.

Satisface ver cómo la sociedad en general ha puesto en valor la libertad no confinada y poder vivir o tener acceso cotidiano a los espacios naturales. También es una buena noticia observar cómo se ha redignificado el papel de las personas productoras de alimentos… pero no perdamos de vista que los ingredientes para una invasión neoliberal de lo rural están servidos. Es ahora, con más importancia que nunca, cuando se debe apelar a la soberanía rural. Son quienes viven y mantienen estos territorios los que deben decidir sobre los mismos. Lo expresa muy bien el colectivo Arterra con un fanzine cuyo título es suficientemente explícito: “Saca Tus Sucias Manos De Mi Pueblo”. Como ellas dicen, “levantadas en defensa de la comunidad cual lo hacen los campanarios de nuestros pueblos”.

Este artículo se publicó originalmente en catalán en Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.

Fuente: http://www.ctxt.es/es/20200701/Firmas/32847/#.Xx_yxBN0_NE.twitter

Reseña de «Fe de erratas» de Marc Badal Urgencia y retos de la agricultura ecológica

Por Jesús Aller

Marc Badal (1976) dejó su Cataluña natal para vivir la relación con la tierra que más le atrae, desarrollando proyectos agroecológicos en el Pirineo navarro, y esta labor le ha servido para profundizar en la reflexión teórica y la búsqueda de alternativas a los modelos de explotación dominantes.

Su principal trabajo hasta el momento: Vidas a la intemperie, vio la luz en 2014 y a través de sucesivas reediciones se ha convertido en este breve tiempo en un clásico de la reivindicación de la cultura rural. Esta obra nos sorprende con una erudita y lírica investigación de la historia, naturaleza, ritos y contradicciones del campesinado, clase social sacrificada al progreso capitalista en un etnocidio de rostro amable, en el mejor de los casos. El pequeño volumen que reseñamos ha sido publicado por Cuadernos de Contrahistoria y reúne tres artículos aparecidos en revistas especializadas, precedidos de un prólogo del editor.

Ciencia agroecológica contra el mito del progreso

El primer trabajo incluido: “Viejas herramientas para nuevas agriculturas” es de 2009 y analiza los problemas de la imposición de la agricultura industrial en la era del capitalismo neoliberal. La inviabilidad de los nuevos sistemas de producción resulta evidente en muchos casos a través del agotamiento de recursos hídricos, el empobrecimiento del suelo y la biodiversidad o la dependencia del petróleo y sus derivados. Sin embargo, la vuelta atrás tropieza con enormes dificultades, pues la vieja vida campesina se ha ido de forma irreversible y su ciencia se pierde con el fallecimiento de los que la atesoraban.

En estas condiciones, se hace necesaria una teoría alternativa, y así surge la Agroecología, una corriente que, según Miguel Ángel Altieri, el más popular de sus divulgadores, analiza los diversos modos de cultivo, atenta a su productividad, pero también a la reproducción de los ecosistemas y las comunidades ligadas a ellos, y preocupándose de definir “las bases ecológicas de una agricultura sostenible”. Con este planteamiento, el cuestionamiento de la agricultura industrial es en realidad una defensa de los valores de la más tradicional y es fácil rebatir el dogma de la “inevitable extinción del campesinado”. Aunque acecha el peligro de una Agroecología domesticada, reducida al ámbito académico y ayuna de cualquier crítica al caos imperante, es cierto que el concepto puede servir para fundamentar las luchas de movimientos sociales amplios y poderosos, como los que despiertan por toda Latinoamérica.

El artículo sintetiza después los métodos, desafíos y contradicciones que hallamos en la práctica cotidiana de los colectivos que tratan de cultivar la tierra y vivir de sus frutos por diversos rincones de nuestra península y en un medio muchas veces desestructurado y dejado a su suerte. La experiencia demuestra que hay un hondo depósito de sabiduría en las gentes más longevas del lugar, aunque el acceso a él no es fácil ni está exento de peligros, y que las herramientas y técnicas que fueron útiles durante siglos pueden seguir siéndolo, al margen de su belleza o atractivo “turístico”. Las dinámicas de colaboración entre grupos aportan también un gran potencial, y se dan de ello algunos ejemplos interesantes.

Para terminar se repasan los intentos de caracterizar la vida y cultura del campesinado, oscilantes entre la idealización de los que los consideran “anarquistas naturales” y el énfasis en su inmovilismo y conservadurismo de otros. En cualquier caso, en el desquiciado momento que vivimos, el acercamiento a los conocimientos y prácticas rurales se ofrece como un instrumento valioso para diseñar los escenarios alternativos que resultan imprescindibles.

La agitación rural frente a sus límites

“Fe de erratas”, de 2012, tantea las dificultades más comunes entre los que buscan en el regreso a la tierra una vida al margen del sistema. Es la inconsciencia de personas que creen salir de una ciudad que llevan dentro, y huyen de ella sin saber que el territorio de promisión al que viajan ya no existe. De esta forma, las experiencias de los que “regresan al campo” enfrentan retos endógenos y exógenos de ardua superación, de los que no es el menor la competencia del “capitalismo verde”, docto en urdir estrategias de máxima rentabilidad. El autor nos pone de bruces frente a una realidad incómoda en un texto que destila amargas lecciones en carne propia y un caudal de ilusiones y desencantos.

Por último, “Sasé. Octubre quebrado” es una crónica de las luchas por la ocupación del pueblo de este nombre en el Pirineo, con los detalles del desalojo por la Guardia civil, obedeciendo órdenes del gobierno “socialista” aragonés en octubre de 1997. Cuatro años después, muchos de los que sufrieron aquello se dieron cita en una plaza del casco antiguo de Huesca, frente a la audiencia provincial donde se juzgaba a nueve personas enfrentadas a duras penas de cárcel: “El juicio se convirtió en un alegato político en defensa de la okupación rural que sirvió para recordarnos a nosotros mismos (…) cuáles son los motivos que nos empujan a seguir adelante con nuestros proyectos. Con estos pequeños mundos que vamos creando a contracorriente, tan llenos de carencias y contradicciones como de ilusiones y pequeñas alegrías.” Hay que decir que a día de hoy las experiencias de okupación rural siguen con éxito por todo el alto Aragón.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

SOBRE EL FALLO SIN PRECEDENTES DE LA CORTE CONSTITUCIONAL DE ALEMANIA

Конституционный суд Германии

Por Leonid Savin

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

 

La Unión Europea fue concebida como un cierto mecanismo de restricción que no permitiría a Alemania mostrar su propia iniciativa en la política exterior y europea. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos meses muestran que Berlín se está volviendo cada vez más independiente en materia de política exterior y política económica exterior.

 

El 5 de mayo de 2020, el Tribunal Constitucional alemán emitió un fallo sin precedentes desafiando la autoridad del Banco Central Europeo (BCE) y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (1).

 

El Tribunal Constitucional alemán (Bundesverfassungsgericht, BVerfG), con sede en la Karlsruhe (2), dictaminó que la práctica de comprar grandes volúmenes de bonos gubernamentales («flexibilización cuantitativa») por parte de la CE es ilegal según la ley alemana, ya que ni el gobierno alemán ni el parlamento alemán firmaron decisiones sobre tales compras.

 

El Banco Central Europeo compró 2,7 billones de euros ($ 3,2 billones) de deuda pública para estabilizar la zona euro durante la crisis europea (3), cuando lanzó un programa de estímulo conocido como el programa de adquisiciones del sector público. El BCE argumenta que las compras a gran escala de bonos del gobierno son el estímulo monetario necesario para revivir la economía de la eurozona. Los críticos, por el contrario, dicen que las compras de bonos han inundado los mercados con dinero barato y han estimulado un gasto público excesivo, especialmente en el sur de Europa, endeudado.

El fallo del Tribunal Constitucional alemán (el fallo tiene una longitud de 110 páginas) establece que el BCE no pudo justificar las compras masivas de bonos y estas compras no cumplen con el «principio de proporcionalidad» (4), como está consagrado en el artículo 5 del Tratado de la Unión Europea. El principio de proporcionalidad estipula que las acciones de la UE deben limitarse a lo necesario para lograr el objetivo y regula el ejercicio de los poderes otorgados por los Estados miembros a la Unión Europea.

 

El Tribunal Constitucional alemán ordenó al Banco Central de Alemania que terminara su participación en el programa de compra de bonos, si el BCE no aprueba dentro de los tres meses (antes del 5 de agosto de 2020) la «proporcionalidad» de sus acciones. Sin la participación de Alemania, el programa podría fallar.

 

El tribunal alemán también acusó al Tribunal Europeo de «exceder su mandato judicial». En diciembre de 2018, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas falló a favor del programa de compra de bonos del BCE (5). Los jueces en Karlsruhe declararon que la sentencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas es ultra vires y, por lo tanto, no vinculante.

La decisión del Tribunal Constitucional alemán, que coincidió con la propagación del coronavirus, creó una incertidumbre legal extrema en un momento en que Europa ya estaba experimentando graves golpes económicos. Italia (6) y España, por ejemplo, han sufrido más la epidemia que otros países europeos y dependen más del apoyo del BCE que otros. Los economistas advierten que, si el Banco Central Europeo deja de comprar bonos del gobierno, empujará a Italia y España al incumplimiento y podría llevar al colapso de la eurozona.

 

El fallo del Tribunal Constitucional Alemán en Karlsruhe el 5 de mayo de 2020 abre una nueva fase de debate intensificado sobre la división de competencias y sobre la relación entre los niveles de gobierno nacional y supranacional en Europa.

 

La Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, habló categóricamente. Afirmó que Alemania no tiene derecho legal a impugnar las decisiones de los órganos de la UE y amenazó con demandar: “La Comisión Europea se adhiere a tres principios básicos: que la política monetaria es un asunto de competencia exclusiva de la UE; que la legislación de la UE tiene prioridad sobre la legislación nacional y que las decisiones del Tribunal de Justicia de la Unión Europea son vinculantes para todos los tribunales nacionales… La última palabra en la legislación de la UE siempre se dice en Luxemburgo. Y en ningún otro lugar…» (7).

 

La directora del BCE, Christine Lagarde, dijo: “Somos una institución independiente, responsable ante el Parlamento Europeo, y tenemos un mandato para nuestras actividades. Continuaremos haciendo lo que sea necesario… para cumplir con este mandato».

 

Y en un comunicado de prensa del Tribunal Europeo se dice que Alemania no tiene la jurisdicción apropiada: “Solo el Tribunal, creado por los Estados miembros de la UE, tiene jurisdicción para decidir que la acción de la institución de la UE es contraria a la ley de la UE. Las discrepancias entre los tribunales de los Estados miembros con respecto a la legalidad de tales actos pueden poner en peligro la unidad del orden jurídico de la UE y disminuir la seguridad jurídica… Los tribunales nacionales están obligados a garantizar el pleno cumplimiento de la legislación de la UE».

 

De todas estas declaraciones se desprende que ha surgido una confrontación abierta entre Bruselas y Berlín. Hasta ahora, sobre la base de las diferencias legales. Quedan varios días antes de la expiración del ultimátum emitido por el Tribunal Constitucional Alemán. Al mismo tiempo, en el período comprendido entre el 1 de julio y el 31 de diciembre de 2020, Alemania es el Estado que tiene la presidencia del Consejo de la Unión Europea, que durante el período de su presidencia tiene derecho a tomar las decisiones generales de la UE.

 

Notas:

 

  1. https://www.fondsk.ru/news/2020/05/28/udar-molnii-v-karlsrue-ili-konec-evropejskoj-solidarnosti-50981.html

2.https://www.bundesverfassungsgericht.de/SharedDocs/Entscheidungen/EN/2020/05/rs20200505_2bvr085915en.html

  1. https://www.ecb.europa.eu/explainers/show-me/html/app_infographic.en.html

4.https://www.bundesverfassungsgericht.de/SharedDocs/Entscheidungen/EN/2020/05/rs20200505_2bvr085915en.html

5.http://curia.europa.eu/juris/document/document.jsf?text=&docid=208741&pageIndex=0&doclang=EN&mode=lst&dir=&occ=first&part=1&cid=9019033

  1. https://www.fondsk.ru/news/2020/03/30/ug-italii-na-grani-bunta-50488.html
  2. https://ec.europa.eu/commission/presscorner/detail/en/statement_20_846

Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China (V)

Chuang (colectivo comunista chino crítico)

El colectivo Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. Publicamos a continuación la primera serie, lo que los autores denominan “régimen socialista de desarrollo” que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. Dada su extensión presentaremos los textos en las siguientes 6 entradas separadas:
I: Introducción
II: 1 – Precedentes
III: 2 – Desarrollo
IV: 3 – Anquilosamiento
V: 4 – Perdición
VI: Conclusión – Desligamiento

PERDICIÓN

Crítica de clase en la Revolución Cultural

Class Critique in the Cultural Revolution

Pero esta estructura de clase doblemente dividida no era inmediatamente evidente para aquellos situados en su interior. Por el contrario, las designaciones de clase oficiales de la era pre-revolucionaria fueron el medio principal con el que se concebía la “clase” tanto en el movimiento de las Cien Flores [1] como en la primera parte de la Revolución Cultural. Esto no es sorprendente, dada la persistente relevancia de la categoría para el lugar de uno dentro de la jerarquía de privilegios. Pero a medida que avanzaba la Revolución Cultural, esta definición de clase sería cuestionada, modificada y dada la vuelta por nuevas visiones en competencia sobre las raíces de la crisis del régimen de desarrollo. Finalmente, China vería la gestación de una dispersa y rudimentaria facción “ultraizquierdista” (jizuopai), que empezaría a articular la clase desde el punto de vista de las estructuras de poder realmente activas bajo el socialismo. Aunque se desarrolló rápidamente, esta facción fue blanco del estado y desmantelada mediante la represión militar, el encarcelamiento masivo y la rusticación antes de que pudiese unirse.

Al principio, la visión predominante de “clase” era profundamente conservadora. Los primeros en responder a la llamada del partido a “rebelarse” fueron los hijos relativamente bienestantes de las élites políticas, concentrados en las universidades más importantes del país. Estos estudiantes no notaban intuitivamente la verdadera estructura del sistema de clases en cuya cima se encontraban, y tenían muy poco contacto con la mayoría campesina del país. “Clase” era por tanto entendido de una manera coherente con las categorías administrativas oficiales. Ellos venían de orígenes de clase “buenos”, como hijos de cuadros, soldados revolucionarios o mártires, mientras su entorno estaba contaminado con gente de origen de clase “malo”: los que habían sido pequeños tenderos, propietarios de talleres o capitalistas antes de 1949, así como aquellos que habían sido designados “derechistas”, “malos elementos” o “contrarrevolucionarios” durante diversas campañas de rectificación. De la misma manera que los estudiantes privilegiados de linaje “rojo” participaban de la gloria de sus padres, también los hijos de estas familias “negras” (esto es, de mal origen de clase) participaban de la vergüenza de sus padres. Aquí la “interpretación predominante del  problema de la clase” se expresaba bajo la forma de “teoría de la línea de sangre” (xuetong lun), en la que la clase se entendía que designaba un linaje estilo casta heredado del periodo revolucionario.[2]

Estos primeros meses de la Revolución Cultural, del verano al otoño de 1966, estuvieron básicamente limitados a Beijing, una ciudad en la que la teoría de la línea de sangre coincidía fácilmente con una geografía urbana propicia a su crecimiento. La ciudad era básicamente un centro administrativo, con una gran concentración de funcionarios del partido y de las universidades más importantes. Incluso antes de la revolución, no había sido un centro industrial, habitado en cambio por “una amorfa agregación de pequeños comerciantes, artesanos, trabajadores contratados, monjes y monjas, adivinadores, artistas intérpretes tradicionales, y oficinistas del gobierno, así como miembros de profesiones liberales como profesores y doctores.”[3] Tras la revolución, por tanto, la ciudad se encontró dividida entre funcionarios del estado y diversos residentes de origen de clase “no rojo”, con una población muy pequeña de trabajadores comparada con otras ciudades chinas, y una cohorte aún más pequeña de estudiantes de familias campesinas. Esto creaba una situación en la que los estudiantes de Beijing estaban “divididos entre una minoría de familias de cuadros y militares y una mayoría de diversas categorías de urbanitas no rojas, así como aquellas de hogares negros.”[4] En esta atmósfera, el primer grupo de “Guardas Rojos”, formado en la Escuela Media (grados 7-12) adjunta a la Universidad de Tsinghua, fundamentalmente defendía la política de línea de clase del partido, criticando y atacando a estudiantes y profesores de origen no rojo.

La membresía en estos grupos de guardias rojos estaba muy restringida y la demografía de Beijing aseguraba que “solo alrededor del 15 a 20 por  ciento de los estudiantes de la escuela de enseñanza media fuesen eligibles.[5]” Estas facciones conservadoras fueron también notoriamente brutales, realizando asaltos a casas, montando jaulas improvisadas en las que golpeaban e interrogaban a aquellos de origen de clase “negro” y obligando a los estudiantes de linaje políticamente “impuro” a entrar en clase solo por la puerta trasera.” Hubo incluso peticiones hechas en carteles con grandes caracteres reclamando que los hospitales dejasen de hacer transfusiones de sangre de aquellos con linaje rojo a aquellos de familias no rojas, y prohibir completamente las donaciones de individuos de mal linaje.[6]

Por toda la ciudad, a aquellos de origen de clase malo se les negaba el servicio en los restaurantes, en los autobuses y en los hospitales. Se publicaron avisos declarando Beijing, como capital revolucionaria, territorio prohibido para aquellos de famila negra, y las facciones de guardias rojos conservadoras facilitaron deportaciones masivas: “entre finales de agosto y mediados de septiembre de 1977, hasta 77.000 personas fueron desterradas de Beijing a zonas remotas.” Casi la mitad (30.000) de estos desterrados eran simplemente los dependientes de aquellos que tenían un mal estatus de clase antes de la revolución. Mientras tanto, “asesinatos desperdigados de personas de categorías negras se producían diariamente.”[7]

La inclinación conservadora de los primeros meses de la Revolución Cultural, sin embargo, pronto sufriría un contragolpe cuando los estudiantes de origen no rojo se organizaron para su autodefensa. Respaldados por el llamamiento a atacar la “línea reaccionaria burguesa” dentro del partido, aquellos excluidos de los círculos de privilegio de los primeros guardias rojos fueron ahora animados a atacar a cuadros del partido directamente y a oponerse a los estudiantes conservadores que los defendían. Estos ataques pronto se intensificaron y “con la brusca caída de muchos cuadros de alto nivel como compañeros de viaje capitalistas, los nacidos rojos que habían disfrutado anteriormente de poder y privilegio se encontraron caídos al estatus de bastardos de la noche a la mañana.”[8]

Pero esto todavía no generaba un clima en el que visiones de clase realmente alternativas pudiesen arraigar. Ahora, en lugar de la línea de sangre, el foco se situaba sobre “los compañeros de viaje capitalistas en el partido”, que eran, como mínimo, retratados como capitalistas conspiradores, “agentes del KMT”, o contrarrevolucionarios. Estas extravagantes categorías se aplicaron incluso a funcionarios en la cumbre como Liu Shaoqi y, con el tiempo, Lin Biao. La clase, por tanto, estaba todavía fuertemente unida al estatus de clase prerrevolucionario, solo que ahora convertido en una teoria conspirativa según la cual los antiguos detentadores del poder se habían infiltrado secretamente en el partido hasta la cima y solo tenían que ser erradicados por las masas. Después de que los “compañeros de viaje capitalistas” fuesen expulsados, el partido recuperaría su pureza. Más tarde, esta posición sería modificada ligeramente por la facción de Mao dentro del partido, oscilando entre mantener la versión de clase de la teoría de la conspiración y una concepción que reconocía que el impulso socialista de desarrollo era capaz de producir nuevos compañeros de viaje capitalistas que no fuesen agentes de la vieja burguesía. No obstante, la solución en cualquier caso seguía siendo la misma: cribar los buenos de los malos para revitalizar el mandato popular del partido.

No fue hasta finales de 1966 y principios de 1967 que se empezaron a formular puntos de vista más radicales sobre las clases, a medida que la Revolución Cultural se extendía desde Beijing a otras ciudades chinas donde las batallas faccionales entre estudiantes serían reemplazadas por movilizaciones sociales más amplias entre los segmentos tanto privilegiados como desfavorecidos de la población urbana. El primer pico de esta movilización general se produjo en Shanghai en el invierno de 1966-1967. Este proceso de radicalización sería más tarde conocido como la “Tormenta de enero,” coronada por la “Comuna de Shanghai” a principios de febrero.[9] Pero, a pesar de su nombre radical, la Comuna de Shanghai era en realidad la primera de una serie de derrotas que llevarían finalmente a imposibilitar las potencialidades liberadas en los primeros años de la Revolución Cultural.

De todas las ciudades chinas, Shanghai había sido un semillero de agitación durante buena parte de la historia socialista. Completamente diferente de Beijing, estaba poblada por una clase trabajadora enorme, muchos de los cuales habían experimentado la ola de huelgas una década antes. Pero a diferencia de finales de los 50, cuando los trabajadores mayores habían encabezado la represión de las huelgas de una minoría de temporales y jóvenes, Shanghai ahora tenía a una parte mucho mayor de su fuerza de trabajo en posiciones incluso más precarias. Se estima que, a mediados de los años 60, los trabajadores temporales  y los “obreros-campesinos” comprendían hasta el 30 a 40% de la fuerza de trabajo no agrícola de Shanghai.[10] Una gran parte de estos trabajadores temporales eran mujeres, pues el sistema “canalizaba a las mujeres a trabajos de menor paga y menos seguros en talleres vecinales de pequeño tamaño, tiendas al por menor, y equipos de trabajo temporales,” con unas 100.000 mujeres empleadas en estas ocupaciones en 1964.[11]

Mientras tanto, los salarios habían seguido estancados y las prestaciones sociales no salariales se iban limitando a medida que las inversiones se alejaban del “primer frente” de las ciudades costeras al “tercer frente” de las provincias occidentales. Lo que es más importante, las políticas de racionalización después del GSA habían llevado a millones deportados al campo en programas de rusticación. Solo en Shanghai, “la fuerza de trabajo industrial fue reducida (jingjian) en aproximadamente un 15 a 20 por ciento –más de 300.000 trabajadores– entre 1961 y 1963. Unos 200.000 de estos trabajadores fueron trasladados a áreas rurales […] y por tanto perdieron su precioso estatus residencial urbano.”[12] A pesar de su apoyo  al estado en 1957, muchos de los atrapados en este despido masivo eran trabajadores veteranos, pues su costo de mantenimiento era más alto. Cuando la inversión se amplió de nuevo a mediados de los 60, una reserva de rusticados fue también “reasentada en los suburbios rurales para ser recontratados como trabajadores temporales”, conservando su hukou rural.[13]

Esto en la práctica reproducía la explosiva situación urbana que había existido en 1957, pero a una escala mucho mayor. Los trabajadores temporales no solo empezaron a ralentizar la producción a finales de 1966, sino que, cuando le siguieron los despidos, empezaron a formar sus propias organizaciones independientes. En noviembre de 1966, se había formado la primera gran organización de trabajadores temporales, llamada “Cuartel General Rebelde de Trabajadores Rojos”. A diferencia de los grupos de estudiantes de Beijing, esta no era una pequeña facción organizada alrededor de una o dos instituciones, sino una red coordinadora masiva que “pronto se convirtió en uno de los mayores grupos rebeldes en la ciudad, alardeando de más de 400.000 miembros” Ni se limitó esta tendencia a Shanghai. En el mismo mes, trabajadores temporales de todo el país formaron el “Cuartel General de Trabajadores Rojos Rebeldes de Toda China”, y “el grupo rápidamente se amplió, estableciendo filiales en más de una docena de provincias” y realizando sentadas en las sedes centrales del FNS y el Ministerio de Trabajo.[14]

Combinada con la agitación de los trabajadores temporales, los rusticados –especialmente los jóvenes rusticados– empezaron a volver a las ciudades de las que habían sido deportados, demandando que se les devolviesen sus empleos y estatus de hukou urbano. Los rusticados también formaron sus propios grups independientes, el mayor de los cuales era el Cuartel General Rebelde de los Trabajadores de Shanghai en Apoyo de la Agricultura, con “unos 100.000 miembros y simpatizantes.” El número total de grupos rebeldes en Shanghai se disparó a más de 5.300.[15]

Las autoridades municipales pronto cedieron a las demandas de los trabajadores. El resultado fue que “las fábricas volvieron a vivir, aunque con mucha más violencia, el patrón ya visto en el GSA, cuando los comités del partido abrieron de par en par las puertas de la fábrica a forasteros y dieron estatus de empleado a jornada completa a multitud de nuevos trabajadores.” Mientras tanto, las estructuras de planificación fueron de nuevo simplificadas y descentralizadas aún más, “siendo reemplazados departamentos funcionales por ‘grupos’ (zu) con amplios poderes sobre el trabajo, las finanzas, la planificación y otros asuntos.” Las empresas administradas centralmente disminuyeron “de unas 10.500 en 1965 a solo 142”[16]. Esto dio a las empresas y a las autoridades municipales el poder de otorgar de nuevo salarios con un amplio rango y el pago de bonificaciones, así como transferir el estatus de temporal a permanente.[17]

Las luchas faccionales entre trabajadores también aumentaron. Los conflictos más visibles fueron aquellos entre los “Guardias Escarlatas”, organización formada por “trabajadores especializados, activistas del partido y cuadros de nivel bajo y [que] habían disfrutado anteriormente de apoyo de los líderes municipales,” y el Cuartel General Revolucionario de los Trabajadores Rebeldes (CGRTR), una organización paraguas de varias de las otras grandes organizaciones de trabajadores. Los Guardias Escarlatas fueron derrotados por el CGRTR), y el “ferrocarril que une Shanghai con Beijing fue cortado.” Mientras tanto, la producción caía precipitadamente, y la economía de la ciudad estaba prácticamente paralizada porque numerosos trabajadores abandonaban sus puestos […]”[18] En la ciudad, la escasez de suministros llevó a tiendas saqueadas y una gran retirada de fondos pues la gente tenía miedo de la seguridad de sus ahorros.

Mientras se extendía esta parálisis económica y política, se abrió una ventana por la que los trabajadores pudieron tomar el control directo, si bien inicialmente caótico, sobre la producción y la vida cotidiana. Este proceso fue facilitado por las estructuras establecidas en sus nuevas organizaciones, que en este punto eran todavía independientes del partido. Pero en Shanghai este fenómeno duraría poco. La proclamación de la Comuna de Shanghai representaba la capacidad del partido de dividir y conquistar estos nuevos grupos de trabajadores. “La toma del poder” se enfrentó al carácter contradictorio de esfuerzos del estado central por restaurar el orden cuando las autoridades locales habían colapsado y las demandas de los trabajadores se volvieron excesivas y “economicistas”. Agentes del estado intervinieron en nombre de los mismos trabajadores que habían alterado el orden en primer lugar, presentando esta intervención como si fuese producto de la actividad de los propios trabajadores.

La primera etapa de esta restauración, a finales de enero, vería el llamamiento al ELP para “tomar el control de las instalaciones de comunicación y transporte, supervisar la estabilización política y la producción económica, y dirigir la educación ideológica.”[19] En realidad, los militares estaban tomando los nodos de infraestructuras clave para impedir que cayesen en manos rebeldes, todo enmarcado en un lenguaje de “apoyo a la izquierda”. Mientras tanto, esto colocaba a los militares en posiciones de alerta dentro del tejido urbano, preparándolos para suprimir cualquier oposición peligrosa que pudiese surgir a pesar del llamamiento del partido al orden.

Fue en este punto cuando el partido respaldó la formación de la “Comuna Popular de Shanghai”, aparentemente una federación democrática de grupos de trabajadores que se harían cargo de la administración general de la ciudad. En la creación de este nuevo aparato, el partido explícitamente invocaba el lenguaje de la Comuna de París incluso a la vez que se aseguraba de que el control real fuese transferido al ELP ocupante. En el momento de su inauguración, “supuestamente la mitad de los rebeldes de la ciudad se quedaron de manera desafiante fuera” de la “Comuna de Shanghai”, que había sido uncida bajo el liderazgo de representantes del partido y que tenía “solo una federación selectiva de los grupos de masas de Shanghai incorporada en su columna vertebral.” Entres sus primeras declaraciones apareció una ordenanza que movilizaba al ejército y la policía para tratar de localizar a aquellos que “minasen la Gran Revolución Cultural, la Comuna Popular de Shanghai, y la economía socialista” y “reprimirlos resueltamente”.[20]

Pronto hasta esta “Comuna” fue vista como excesiva, y Mao recomendó que fuese reemplazada por algo en la línea de las “triples alianzas” (sanjiehe) iniciadas en el norte de China. Esto se convirtió en la base de nuevos “comites revolucionarios tres en uno”, dirigidos por oficiales militares, cuadros del partido y representantes preseleccionados de organizaciones rebeldes. Estos comités, “progresivamente dominados por los militares [iban] a convertirse en el modelo principal para constituir el nuevo órgano de poder y reconstruir el orden político.” Aquellas regiones consideradas todavía no aptas para tales alianzas fueron colocadas en cambio bajo un gobierno militar de facto. En marzo de 1967 “casi 7.000 agencias de todo el país estaban bajo control militar,” incluidas “diez de las veintinueve provincias”. Esto empezó la total “militarización de la política china” que sería un rasgo constante de la organización industrial durante el resto de la era socialista.[21]

Sería erróneo, sin embargo, entender esta intervención militar como la represión generalizada y violenta de una población politizada pidiendo formas más participativas de gobierno. De hecho, la inmensa mayoría de los rebeldes mantenían posiciones políticas poco claras o contradictorias, si es que tenían alguna. Eran “solo rebeldes, no revolucionarios.”[22] Había poco que idealizar en la mayor parte de estos grupos:

Apenas pensaron en algún momento en formas estructurales de superar los males sociales que habían existido en la China anterior a la Revolución Cultural; nunca cuestionaron si una vieja estructura de poder con nuevos detentadores del poder sería capaz de hacer cambios fundamentales, y no tenían ni  idea sobre qué harían con su poder. En cambio, estaban interesados en el poder por el poder.[23]

El régimen socialista de desarrollo, sometido a una fuerte presión, empezó a perder el control. Más que una burocracia anquilosante, la revitalización de formas imperiales de gobierno, o la transición al capitalismo, el riesgo ahora era la completa fragmentación política –una tendencia recurrente en la historia de la zona continental del este de Asia. El partido respondió a esta amenaza desplegando el ejército a una escala nunca vista desde el final de la revolución, forzando de manera efectiva al regreso al orden del régimen de desarrollo. Los rusticados fueron devueltos al campo, “organizaciones de trabajadores temporales fueron puestas fuera de la ley y sus líderes fueron arrestados,” y, lo que es más importante, se impidió en gran medida que organizaciones independientes se extendiesen a áreas rurales.[24]

Las nuevas tendencias de pensamiento

A pesar de la simple política de poder que sustentaba buena parte de la actividad de los rebeldes, también surgieron las llamadas “nuevas tendencias de pensamiento” (xinshichao), algunas de las cuales eran más coherentemente comunistas por naturaleza. Estas nuevas tendencias empezaron a repensar el concepto de clase bajo el socialismo e hicieron propuestas tentativas para la reestructuración de la sociedad. Cuando fueron reprimidas, muchas de estas tendencias recibieron la etiqueta peyorativa de “utraizquierdistas” (jizuopai) lanzada por sus oponentes. Signos de esta tendencia fueron visibles tan pronto como en el invierno de 1966-67 en Beijing, cuando Yu Luoke, un trabajador temporal de origen de clase malo, ayudó a fundar un periódico que publicaba artículos en los que él se oponía a la teoría de la línea de sangre y a los excesos de los grupos de guardias rojos conservadores. Yu fue finalmente encarcelado y ejecutado, pero sus simpatizantes formarían pronto la “Facción 3 de Abril” (si san pai), ” que publicó el artículo “Sobre las nuevas tendencias de pensamiento,” que identificaría a la tendencia naciente.[25]

La Facción 3 de Abril publicaba en un momento en el que el país era acribillado por conflictos armados entre facciones rebeldes. En julio de 1967, el Incidente de Wuhan vería como el comandante de división del ELP Chen Zaidao respaldaba una facción rebelde conservadora en su ataque contra una facción opuesta formada por estudiantes y trabajadores no especializados. Las tropas de Chen cercaron la ciudad de Wuhan, rechazando órdenes y finalmente tomando a oficiales de alto rango como rehenes. Mil personas fueron asesinadas en el caos antes de que Beijing enviara varias divisiones militares para aplastar el motín. A nivel nacional, el resultado fue que muchos rebeldes se convencieron de la necesidad de “atacar al puñado de compañeros de viaje capitalistas dentro del ejército,” y, entre finales de julio y principios de agosto, “organizaciones de masas asaltaron depósitos de armas y barracones, e incluso atacaron trenes que llevaban material de guerra a Vietnam.”[26]

Pero otros rebeldes utilizaron esto como una oportunidad para dar un paso atrás y analizar la situación. Los conflictos armados empezaron a disminuir a medida que el ejército aseguraba su control y se creaban nuevos órganos de poder. En muchas ciudades, “líderes rebeldes trepaban avariciosamente por asientos en los próximos comités revolucionarios,” a menudo vendiendo a sus propios electores para conseguirlo.[27] Este fenómeno convenció a muchos dentro de la naciente ultraizquierda de que los comités eran una farsa que disfrazaba el ejercicio del poder por parte de una nueva clase burocrática que había sido generada por el sistema socialista, a medida que cuadros y técnicos tomaban de facto posesión de la propiedad colectiva del “pueblo”. Esta nueva concepción de clase llevó a grupos como la Facción 3 de Abril a defender que “el objetivo de la Revolución Cultural era por tanto redistribuir la propiedad y el poder y destruir las bases de la nueva clase privilegiada.”[28]

En este momento de calma, varias ciudades asistieron a la formación de grupos de estudio y revistas de “nuevas tendencias de pensamiento”. Aunque la distribución de sus materiales fue relativamente limitada y muchos de estos grupos serían rápidamente reprimidos, la misma condena de estos grupos a menudo tuvo el efecto no intencionado de proporcionarles la atención nacional y difundir más su literatura en el campo. Grupos de Nuevas Tendencias se pudieron encontrar pronto en Wuhan, Changsha, Guangzhou, Beijing y otros lugares. Los temas centrales para estos grupos eran la idea de que una nueva clase privilegiada había surgido bajo la forma de burócratas de estado, que esta clase dirigente explotaba al pueblo de China, especialmente los campesinos, y que solo una guerra civil revolucionaria que derrocase a esta nueva clase podía dar como resultado una sociedad comunista. Más allá de esto, sin embargo, los grupos diferían en gran manera en los detalles.

La mayor parte de ellos siguieron siendo pequeños, y sotenían ideas divergentes, si es que tenían alguna, sobre el inmediato camino adelante de la revolución. Muchos abogaban por la formacion de un nuevo y verdadero partido comunista –pero dónde y cómo se podía hacer esto no quedaba claro. De manera similar, las “nuevas tendencias de pensamiento” mantenían una diversidad de posiciones (y a menudo las cambiaban) sobre cuales deberían ser sus relaciones con nuevos órganos de poder como los Comités Revolucionarios. La mayor parte de estos grupos defendían las “comunas populares” como un modelo político alternativo, pero, de nuevo, la estructura concreta de estas comunas se planteaba solo en términos vagos que diferían de grupo a grupo: “La Comuna de París se convirtió en su modelo simplemente porque era el único modelo que conocían que estaba cerca de su ideal.”[29] Esto significaba que, a pesar de la referencia histórica concreta, “nunca se preguntaron cómo había funcionado realmente la Comuna de París y […] nadie se molestó nunca en elaborar exactamente cómo sería a futura Comuna Popular de China”.[30]

Muchos estudiosos presentan a las Nuevas Tendencias como poco más que pequeños grupos de intelectuales con “poca experiencia de la vida,” proponiendo un “utopismo igualitario” cercenado de cualquier práctica organizativa verdadera.[31] Pero esto tiende a destacar la importancia de teóricos individuales sobre la dinámica que los produjo. Yang Xiguang, autor de “A dónde va China” y uno de los pensadores más conocidos en este campo, propuso en cambio que la función de la nueva “red de sociedades de estudio” sería tanto “constituir la forma organizativa de una reconstrucción desde la base social y política” como facilitar la “autoeducación de la juventud, que tenía que descubrir la base racional de su revuelta hasta el momento básicamente instintitva. En consonancia, sus organizaciones tenían que convertirse en centros de investigación sistemática y estudio.”[32] Esto sugiere una conciencia de que la historia es primordial para la teoría, con Yang y otros como él, pero consecuencia consciente de las luchas de masas que les rodean.

El riesgo para el partido era que esta autoconciencia pudiese extenderse al resto de los segmentos del proto-proletariado del que Yang y otros como él formaban parte. En partes de China, la naciente ultraizquierda parecía ganar una mayor tracción entre organizaciones de trabajadores temporales y rusticados a medida que estos últimos se enfrentaban a los límites materiales citados en los escritos ultraizquierdistas. Estas organizaciones se encontraron excluidas, debido a su “economicismo”, de los nuevos Comités Revolucionarios, y luego ilegalizadas y atacadas por el ELP.

La tendencía era más fuerte en Changsha, donde existía un pequeño grupo ultraizquierdista bajo los auspicios del Shengwulian (un acrónimo para el Comité Gran Alianza Proletaria Provincial de Hunan), una coalición vagamente estructurada de organizaciones rebeldes que incluían varios grupos grandes con amplio apoyo en pequeñas fábricas y cooperativas.[33] Entre sus miembros más activos había decenas de miles de jóvenes rusticados, así como veteranos distanciados del ELP, anteriormente miembros del “Ejército Bandera Roja”, que contaba con “noventa columnas de supuestamente 470.000 miembros.” Además, otros miembros de la coalición “Tormenta Río Xiang” se unieron al Shengwulian, entre los que se encontraban alianzas de aprendices, trabajadores temporales, trabajadores de la industrial ligera y el sector del transporte, y grupos de estudiantes y profesores.[34]

Los rusticados, como el segmento más móvil de las fuerzas rebeldes, también tenía el mayor potencial para difundir información y vincular múltiples luchas locales. La familiaridad de los rusticados tanto con la ciudad como con el campo también creó la posibilidad de que esa nueva ola de oposición más militante se pudiese extender a la mayoría campesina. Se documentó que rusticados afiliados a grupos de “ultraizquierda” viajaron entre Guangzhou, Changsha y Wuhan, participando en diversas actividades en todas estas ciudades y compartiendo experiencias. A finales de 1967, “delegados de una docena de provincias se reunieron en Changsha para discutir asuntos de interés urgente.”[35] En Wuhan, Lu Lian de un grupo de Nuevas Tendencias llamado la “Sociedad del Arado”, teorizaba que “un nuevo levantamiento del movimiento campesino” llegaría en el invierno de 1967-68, y la Sociedad del Arado intentaba vincularse con grupos campesinos en el campo circundante.[36] De manera similar, el Shengwulian intentó enviar equipos de investigación a áreas rurales al estilo del primer PCC.

Represión, concesiones y terror

Al final estas corrientes de ultraizquierda más activas fueron aplastadas junto a las demás. Entre las principales razones de su fracaso estuvo la represión militar y el terror conservador. Durante 1967 y 1968, unas de las campañas más amplias de violenta represión llevada a cabo desde el final de la guerra revolucionaria recorrió el país a medida que el ELP ahogaba las luchas faccionales y creaba Comités Revolucionarios en todas las provincias de China. A esto le siguieron, entre 1968 y 1972, varias campañas más, esta vez llevadas a cabo por los Comités mismos, representando a grupos rebeldes conservadores y sectores privilegiados de la población, con el objetivo de purgar “los enemigos de clase que supuestamente hubiesen instigado la lucha faccional.”[37]

A pesar del retrato habitual de la Revolución Cultural como “diez años de caos” en los que facciones de todas las tendencias chocaron violentamente en las calles, llevando el país al borde de la guerra civil, hay ahora pruebas claras de que la inmensa mayoría de la violencia en este periodo la llevaron a cabo grupos rebeldes conservadores y los Comités Revolucionarios (dominados por el ELP). Los picos de violencia en todas las provincias se produjeron tras la creación de estos comités, empezando en las ciudades y difundiéndose finalmente por el campo en una amplia campaña de terror de estado:

Solo el 20 a 25 por ciento de aquellos que fueron asesinados o lesionados de por vida o de quienes sufrieron persecución política [durante la Revolución Cultural] sufrieron estas desgracias antes de la creación del comité revolucionario de su condado. Esto significa que la inmensa mayoría de bajas no fueron el resultado de Guardias Rojos desmandados o incluso de combates armados entre organizaciones de masas compitiendo por el poder. Por el contrario, parecen ser el resultado de la acción organizada por los nuevos órganos de poder político y militar. A medida que consolidaban y ejercían su poder, a menudo en regiones muy remotas, llevaban a cabo masacres de civiles inocentes, aplastaban a la oposición organizada y realizaban campañas de masas para descubrir traidores que se basaban rutinariamente en el interrogatorio mediante tortura y la ejecución sumaria.[38]

De ese “20 a 25 por ciento” que fueron asesinados o atacados antes de la creación de comités revolucionarios, hubo sin duda víctimas de la lucha faccional y otros conflictos, pero muchos fueron también aquellos de origen familiar “negro” en el punto de mira de los rebeldes conservadores en los primeros meses de la Revolución Cultural.[39]

Hubo una cierta continuidad entre esto último y el terror de amplio espectro dirigido por el estado que le seguiría, pues muchos de los grupos rebeldes proscritos fueron precisamente las organizaciones “economicistas” de temporales proto-proletarios, rusticados, aprendices y obreros-campesinos. Entre estos, fueron los grupos de “nuevas tendencias” quienes fueron identificados como la principal amenaza, a pesar de su pequeño tamaño. Se despilfarraron importantes recursos estatales primero en propaganda denunciando sus posiciones como “anarquismo” y “economicismo” y después en redadas sistemáticas de todos aquellos incluso lejanamente afiliados a estos grupos para ser interrogados, encarcelados o ejecutados.

Esta correlación entre picos de violencia represiva y la fundación de nuevos órganos de poder estatal  (cubiertos por cuadros, oficiales militares y representantes de los trabajadores urbanos más privilegiados) señala que buena parte de la violencia liberada durante la Revolución Cultural podría entenderse mejor como una especie de terror blanco disfrazado con un traje rojo, dirigido a la total supresión de cualquier potencialidad comunista latente en la actividad de los rebeldes en su mayor parte proto-proletarios. La extensión de la violencia de la ciudad al campo[40] (a pesar de la escasa densidad de grupos rebeldes rurales) da a entender que este terror blanco era también una respuesta al riesgo de que la conflagración pudiese extenderse del proto-proletariado urbano (especialmente los rusticados) a la mayoría campesina del país.

No obstante, el fracaso de las “nuevas tendencias” en la Revolución Cultural no se puede atribuir solo al terror. Factores estructurales inclinaron la balanza en su contra, especialmente la atomización de las unidades de empresa y colectivas de la sociedad china, que incluía restricciones a la movilidad. Solo los rusticados y los obreros-campesinos se podían mover de verdad entre las zonas rurales y urbanas, e incluso ellos a menudo permanecían más bien dentro del rango de la ciudad. La mayor parte de los trabajadores y campesinos del país raramente abandonaban su condado o ciudad, e incluso los trabajadores urbanos tenían la mayor parte de sus necesidades básicas cubiertas dentro de la empresa. La autarquía aseguraba que los vínculos entre regiones, empresas y estratos privilegiados fuesen débiles. Cuando se empezaron a formar vínculos interregionales a medida que los grupos rebeldes buscaban “conectar”, a menudo tenían que empezar de cero.

Y lo que quizá sea más importante, la estructura de privilegio del estado socialista no se encontraba en una crisis terminal. Muchos de los privilegios asociados a trabajar en la industria pesada estatal se conservarían de una u otra forma durante otros treinta años, sin que los despidos masivos en las empresas estatales del país no empezasen hasta los años 90. Aunque el número de trabajadores proto-proletarios aumentó en los años 60, no lo hacía equitativamente por todo el país, ni había crecido hasta incorporar ni remotamente a la mayoría de la población. Aunque el número fluctuó, en 1981, después de que hubiese comenzado la era de la reforma y más de una década después de la Revolución Cultural “corta”, aproximadamente el 42% de todos los trabajadores industriales seguía empleado en empresas de propiedad estatal, produciendo el 75% del valor bruto de producción industrial del país.[41] En el momento de la Revolución Cultural, el proto-proletariado era mayor en las ciudades portuarias costeras del sur, con su base de industria ligera, así como en ciertas ciudades portuarias de río en el interior como Wuhan y Changsha. Era más pequeño en el noreste, en ciudades como Harbin y Shenyang, donde las industrias pesadas seguían siendo dominantes.

Quienes formaban parte de este proto-proletariado eran mayoritariamente mujeres, trabajadores jóvenes y campesinos fuera de temporada. Esto significaba que la larga tradición patriarcal de la región, la estructura salarial socialista por antigüedad, y la división de grano, ya hubiese garantizado que cualquier batalla contra la marginación tuviese lugar en un terreno desigual, con el proto-proletariado forzado a combatir no solo contra el partido y el ejército, sino también contra una gran parte de la generación que había luchado y ganado la guerra de liberación. En otras palabras: el problema básico al que se enfrentaban los rebeldes era que el partido podía retener suficiente legitimidad entre la población general como para que los retos contra él fuesen también retos contra una gran parte de la clase trabajadora, que disfrutaba de una combinación de beneficios concretos e ideológicos bajo el régimen existente. El partido-estado no era una fuerza ajena aplastando a una población reticente. Era una estructura clientelista extensa basada en “redes verticales de lealtad” que eran “señaladas públicamente con regularidad” y reproducidas con la cooperación activa de muchos trabajadores.[42] Dada la autoridad ideológica y el poder real blandidos por los trabajadores mayores (especialmente hombres), a los marginados les resultaría difícil legitimar lo que eran en realidad preparativos para una nueva guerra civil contra los vencedores de la última.

La Revolución Cultural “larga” asistiría al aseguramiento violento de nuevos órganos de poder combinado con amplias concesiones a este segmento leal de la población. Otro estallido de industrialización llegó con el nuevo “salto adelante” de 1970. Industrias recientemente militarizadas experimentaron una gran expansión, la planificación fue descentralizada de nuevo, y se canalizó más inversión al campo, dando como resultado una completa recuperación de la producción desde los mínimos de la Revolución Cultural “corta”. Los siguientes años verían una moderación de estas políticas, pero se puso siempre énfasis en conservar el apoyo de segmentos leales de la población, a pesar de la austeridad. Una de las concesiones más importantes fue la extensión masiva de la educación básica, especialmente a los niños rurales: “la rápida expansión de la educación básica durante la década de la Revolución Cultural permitó –por primera vez– que la gran mayoría de los niños chinos completasen la escuela primaria y asistiesen a la escuela secundaria.”[43] Se hicieron concesiones similares en salud pública y en las prácticas de reclutamiento en el partido, el ejército y las fábricas.

Al mismo tiempo, las universidades de calidad superior del país fueron cerradas en la práctica y los hijos privilegiados tanto de élites “rojas” como “expertas” fueron enviados a granjas y fábricas para participar en el trabajo manual. Aunque estas reformas estaban firmemente asentadas en el marco conservador de ataques a “compañeros de viaje capitalistas dentro del partido” individuales, fueron, sin embargo, intentos muy visibles de reforma que trajeron beneficios no negligibles a mucha gente –especialmente la mayoría campesina, quien ahora podía esperar al menos una oportunidad de movilidad ascendente para sus hijos vía educación.[44]

En las fábricas, se hicieron intentos por reducir la corrupción de los funcionarios locales y se renovó el enfásis en la toma de decisiones participativa. Esto limitó la autoridad de ingenieros y cuadros pero en última instancia dio como resultado la reconcentración del poder en manos de supervisores, líderes de equipos de trabajo y “activistas”, todos los cuales controlaban enlaces clave con el clientelismo oficial mediante el comité de partido de la fábrica. De manera similar, los límites impuestos a los incentivos materiales y a la gradación de pagos a técnicos y gestores no dio como resultado un aplanamiento de la jerarquía salarial tanto como un retorno al sistema de antigüedad que había resultado de la reforma salarial de la década anterior –beneficiando a los trabajadores mayores a expensas de técnicos, cuadros, trabajadores temporales y aprendices.

Estos beneficios concretos se unieron a promociones y destituciones ampliamente publicitadas que ayudaron a mitologizar el carácter progresista de la era. Los beneficios de la élite del partido fueron reducidos y el partido mismo fue reestructurado, cuando un puñado de campesinos y mujeres fueron rápidamente promocionados a posiciones relativamente altas. Entre los casos más notables está el de Chen Yonggui, un campesino analfabeto que había ascendido de jefe de aldea a miembro del politburó y, finalmente, viceprimer ministro, principalmente gracias al estatus de modelo concedido a su aldea nativa de Dazhai. La promoción de Chen fue diseñada para crear una especie de “Efecto Obama”, convirtiendo en símbolo un campesino “modelo” de una aldea “modelo” para generar la ilusión de movilidad social general mientras en realidad la división rural-urbana se había profundizado. De manera similar, Jiang Qing, la mujer de Mao, se convirtió en miembro pleno del Politburó en 1969, una de las pocas del puñado de mujeres que lo consiguieron. Como miembro de la “Banda de los cuatro”, se aseguró brevemente una posición como una de las figuras más poderosas de la política china. De nuevo, la prominencia del símbolo de una mujer líder fuerte ayudaba a oscurecer las inextricables diferencias de género entre la fuerza de trabajo y a distraer de la represión continuada sobre organizaciones más radicales formadas por trabajadores proto-proletarios, la mayoría de los cuales eran mujeres. Junto con beneficios más concretos, esta sabiamente anunciada reestructuración del partido ayudaría a asegurar el apoyo de un segmento lo suficientemente amplio de la población para hacer el estallido de una nueva guerra civil improbable.

Los límites de la herejía

Aparte de esto, estaba también el simple problema de la inexperiencia entre aquellos grupos que abogaban por esta confrontación violenta. La misma decisión de los ultraizquierdistas de operar como organizaciones públicas, publicando abiertamente revistas de oposición, señala una cierta ingenuidad política. Aunque a menudo mantenían la autoría en secreto, no hay pruebas de que los grupos de Nuevas Tendencias considerasen nunca fundar una especie de organización clandestina, a pesar de que tomaban la actividad del primer PCC (él mismo fundado en secreto) como modelo. En parte, esto se puede atribuir al caótico terreno político. Pero destacar lo embrollado de la situación pospone la verdader raíz del problema, que no era tanto que el terreno cambiase rápidamene como que estos grupos ultraizquierdistas de manera casi universal percibían erróneamente las posibilidades que se les ofrecían y las necesidades que los acorralaban.

Simultáneo con el terror, China fue testigo de la explosión de un fervor ideológico cada vez más religioso sancionado por el estado. Unido a la militarización de la producción, el apoyo de la mitología del partido-estado tuvo un papel importante en la ordenación del régimen socialista de desarrollo cuando parecía empezar a desmembrarse. Costosos incentivos materiales fueron reemplazados por recompensas “espirituales”, como pins o imágenes con la iconografía del PCC, libros de citas y mangos.[45] Estas recompensas espirituales simbolizaban el patronazgo del partido-estado a la vez que construían vínculos culturales y emocionales que ataban a los individuos a la empresa o el colectivo rural. Se desarrollaron nuevas formas de significado y de conexión social, pero a menudo tomaban un carácter paternalista que extraían tanto de las tradiciones folclóricas prerrevolucionarias como de sus precedentes rusos. Tantas de las prácticas eran enteramente nuevas, como desarrolladas por accidente o surgidas de alguna manera orgánicamente de la experiencia cotidiana de la gente. Pero solo aquellas que ayudaban a apuntalar la estabilidad del régimen socialista de desarrollo fueron consagradas en el complejo religioso oficial facilitado por el partido-estado.

Construir esta ideología suponía la invención de rituales que reforzasen un mito particular de unidad entre el estado, el partido y la nación, así como la limitación del acceso a información exterior y la reescritura selectiva de la historia para acomodarla a la función de los mitos contemporáneos. El peregrinaje a sitios históricos se hizo común, a medida que los jóvenes viajaban por la red nacional de ferrocarriles para visitar lugares como Anyuan, la primera gran base comunista. Al mismo tiempo, estos sitios históricos fueron desinfectados ritualmente. En un caso revelador, los Guardias Rojos arrancaron un par de árboles de caucho que se encontraban frente al club de trabajadores original de Anyuan, pensando (erróneamente) que los árboles habían sido plantados por Liu Shaoqi. Liu cuyo culto a la personalidad se había disipado al caer en desgracia, había sido reemplazado por Mao en la cima de la jerarquía ritual. Las raíces de los árboles fueron excavadas, cortadas y “quemadas hasta las cenizas para purificar el sitio”. Después de eso, “retoños de ciprés cogidos del cercano lugar de nacimiento del presidente Mao en Shaoshan fueron transportados a Anyuan, donde fueron solemnemente transplantados en lugar de los árboles de caucho arrancados.[46]

Este nuevo fervor religioso no trataba puramente de reforzar ciertas ideas sobre otras. También suponía la restricción material de información por parte del aparato censor del partido. Esto había privado en la práctica a los grupos de oposición de recursos teóricos y, lo que es más importante, información precisa sobre los sucesos que les rodeaban, ya fuesen nacionales o mundiales. Todos los grupos ultraizquierdistas fueron forzados, por lo tanto, a formar sus propias teorías y estrategias basándose fundamentalmente en la lectura de las obras de Mao, Lenin, Engels, (algo de) Marx y otros aún en el canon oficialmente sancionado, junto con información de los periódicos oficiales.[47]

Estos grupos existían en un clima ideológico en el que las invocaciones al “Pensamiento Mao Zedong” (Mao Zedong Sixiang) se habían convertido en una especie de lingua franca. Hasta las doctrinas más radicales de la ultraizquieda eran justificadas desde el punto de vista de un “maoísmo” de oposición (Mao Zedong Zhuyi), y sus textos se enredaban en círculos intentando poner orden en las acciones y las palabras aparentemente contradictorias de Mao. El Partido Comunista reinventado que dirigiría una nueva guerra civil contra la clase burocrática dirigente de China tenía que ser, en palabras de Yang Xiguang, “el partido del maozedongismo”,  Mao mismo era imaginado frecuentemente como su presidente. Esto a pesar de que teóricos como Yang reconocían claramente los efectos desorientadores del fervor religioso avivado por el estado. Él argumentaba que los “compañeros de viaje capitalistas” habían “conseguido deificar las brillantes ideas de Mao en algunas entitades ritualistas. Al hacerlo, habían también distorsionado y vuelto impotente el alma revolucionaria del maozedongismo.”[48] Más que rechazar esta mitología rotundamente, sin embargo, Yan intenta cribarla con la esperanza de discernir el núcleo racional de “maoísmo” oculto profundamente en el misticismo.

De manera similar, al intentar extender su proyecto al campesinado, los grupos de nuevas tendencias ignoraron la necesidad acuciante de secretismo y tendieron a percibir mal la naturaleza de la división del poder rural. Agravaba el problema el hecho de que su propia visión sobre cómo debería ser el campo comunista era a menudo poco atractiva para aquellos que vivían realmente allí. Eslo llevó a una serie de pasos en falso terminales en las pocas campañas rurales que despegaron. En Wuhan, Lu Lian, de la Sociedad del Arado, construyó fuertes vínculos con el “Primer Cuartel General del Distrito de Bahe del Condado de Xishui”, un grupo rebelde campesino encabezado por Wang Renzhou. Las ideas del propio Wang sobre el campo comunista estaban inspiradas en las utopías colectivistas imaginadas por el aparato ideológico del partido en el cénit del GSA. Tras viajar para ver el experimento de Wang en Bahe, el círculo de Nuevas Tendencias de Lu también empezó a propagar esta visión de un “nuevo campo comunista.”[49]

Aunque el argumento de Wang de que el campesinado era la clase más explotada en la China socialista era verdad, su “campo nuevo” era difícilmente comunista. Más bien, era “un experimento modelado según el ‘comunismo militar’”, centralizando recursos a nivel de comuna y llevando a cabo prácticas impopulares como la demolición de las residencias privadas y la requisa del ganado familiar. Se obligaba a los campesinos a hacer todas las comidas juntos en comedores colectivos, como durante el GSA, y se les exigía vivir colectivamente en viviendas estilo barracones. Cuando el modelo “encontró una fuerte resistencia por parte de una mayoría de los residentes locales”, el grupo rebelde creó una milicia “a la que se le dieron poderes para ‘castigar sin compasión a cualquiera que se atreviese a sabotear el Nuevo Campo.’”[50] Al ponerse de lado de estas fuerzas, la Sociedad del Arado de Lu LIan se distanció de los verdaderas reclamaciones de los campesinos, apoyando en cambio una visión mistificada del campo que era en gran parte una mera imitación de la mitología del propio partido gobernante.

Estas “nuevas tendencias”, por tanto, pueden ser entendidas como una especie de corriente herética, en oposición a la ideología dominante pero todavía subsumida bajo los términos de esa ideología. Incapaz de romper con las ataduras de la mitología del partido-estado, la ultraizquierda fue incapaz de percibir ningún auténtico camino hacia adelante. Fue incapaz de evitar su propia destrucción y no consiguió prender las potencialidades para un nuevo proyecto comunista que habían surgido de los conflictos de la era socialista. El más grave de estos pasos en falso fue la suposición de que, en última instancia, Mao mismo estaría a su lado. En realidad, fue por órdenes del propio Mao que la ultraizquierda fue exterminada. Un puñado de aquellos que sobrevivieron en libertad huyeron a países vecinos en un intento de transformar “una situación interna revolucionaria en guerras en el extranjero.”[51] El resto fueron encarcelados o perdidos de cualquier otra manera por el terror.

Finalmente, aunque debemos poner en primer plano la relevancia actual de esta secuencia histórica, es de justicia hacer notar que la Revolución Cultural “corta” tiene también el valor intrínseco de todas las tragedias y causas perdidas que recortan sus sombras contra la luz que se debilita de la historia. Los comunistas hoy deben al menos el respeto de reconocer que este fue un periodo en el que fervientes comunistas, aunque dispersos, desorganizados y desorientados, lucharon y fracasaron. Hubo gente con nuestras mismas ideas que fueron asesinados, encarcelados o –lo peor de todo– “reformados” por los sombríos vencedores del mundo vacío que hemos heredado. Al fin y al cabo, podemos al menos poner flores en las tumbas de los muertos, ya que sus enemigos son los nuestros.

 

[1] Hay algunas notables excepciones, aparentes en los artículos y charlas de individuos como Liu Binyan, Zhou Dajue y Lin Xiling durante el periodo de las Cien Flores.

[2] Wu, p.54

[3] Ibid, p.58

[4] Ibid.

[5] Ibid, p.63

[6] Ibid.

[7] Ibid, pp.66-67

[8] Ibid, p.74

[9] Para ejemplos de esta caracterización común de la Tormenta de Enero y los sucesos en Shanghai, véase: Meisner 1999;  Jiang 2010;  y Badiou 2014.

[10] Christopher Howe, “Labour Organization and Incentives in Industry, before and after the Cultural Revolution,” Authority, Participation and Cultural Change, Stuart Schram, ed. Cambridge University Press, 1974, pp.233-256

[11] Wu, p.103

[12] Ibid, p.104

[13] Ibid, véase también: Elizabeth Perry y Li Xun, Proletarian Power: Shanghai in the Cultural Revolution, Westview Press, 1997.

[14] Wu, p.108

[15] Ibid, p.110

[16] Frazier, p.230

[17] Wu, p.110

[18] Ibid, p.111

[19] Ibid, p.125

[20] Ibid, p.129

[21] Ibid, p.128

[22] Shaoguang Wang, “’New Trends of Thought’ on the Cultural Revolution,” Journal of Contemporary China, 8:1, July 1999, p.2 <http://www.cuhk.edu.hk/gpa/wang_files/Newtrend.pdf&gt;

[23] Ibid.

[24] Wu, p.132

[25] Ibid, p.93

[26] Wang, p.8

[27] Ibid, p.9

[28] Wu, p.93

[29] Wang, p.19

[30] Ibid.p20

[31] Ibid, p.19

[32] Wu, p.175, las cursivas son nuestras.

[33] Wu, p.159

[34] Ibid, pp.156-170

[35] Ibid, p.168

[36] Wang, pp.12-13

[37] Wu, pp.199-200

[38] Andrew Walder y Yang Su, “The Cultural Revolution in the Countryside: Scope, Timing and Human Impact,” China Quarterly, no.173, 2003, p.98  Para más sobre este mismo tema, véase también: Yang Su, Collective Killings in Rural China During the Cultural Revolution, Cambridge University Press, 2011.

[39] Según Wu, existía una tendencia así en Beijing a finales del verano de 1966, cuando un gran aluvión de asesinatos esporádicos se unió a (aunque más excepcionales) masacres totales de aquellos que habían sido designados “excluídos sociales”. Tales masacres se produjeron en las aldeas de Daxing y Changping, donde cientos fueron exterminados por milicias conservadoras operando según la lógica de la teoría de la línea de sangre.

[40] De nuevo, véase Walder y Su.

[41] Walder 1986, p.40

[42] Ibid, p.12

[43] Andreas, p.166

[44] La movilidad ascendente mediante la educación ha tenido una importancia cultural mucho más rotunda en el contexto chino que en sus equivalentes occidentales, en gran parte debido a la herencia del sistema académico confuciano y la primacía resultante del poder ejercido mediante Wen (cultura) en lugar de Wu (fuerza militar). La expansión de las oportunidades educativas, por tanto, tuvieron un mayor impacto ideológico  que el que pudiese haber tenido en otros países, socialistas o de otro tipo. Véase Perry 2012 para un estudio detallado de cómo Wen y Wu fueron culturalmente movilizados por el PCC a lo largo del siglo XX.

[45] El culto al mango se desarrolló de manera accidental durante la Revolución Cultural, y se cita a menudo como un ejemplo de la “locura” del periodo. Para una breve historia de la práctica, véase: Ben Marks, “The Mao Mango Cult of 1968 and the Rise of China’s Working Class,” Collector’s Weekly. February 18th, 2013

[46] Perry 2013, p.209

[47] Wang, p.19; A las traducciones de historia o pensamiento político heterodoxos solo se podía acceder mediante ediciones limitadas de “libros grises” (huipishu) y a la literatura extranjera “burguesa” mediante “libros amarillos” (huangpishu), todos los cuales restringidos a una “circulación interna” entre cuadros de alto rango, y con cada ejemplar con un número de serie único para ayudar a impedir la distribución o reproducción no autorizada. Aunque unos cuantos de manera informal (e ilegal) consiguieron un alto índice de lectura, la mayoría habrían sido inaccesibles para los jóvenes de origen de clase malo que componían el grueso de los círculos teóricos de las “nuevas tendencias”. Para más sobre estas ediciones de “circulación interna”, véase: Joel Martisen, “How the Nazis brought about the end of the Cultural Revolution,” Danwei, August 14, 2008.

[48] Citado en Wu, p.176

[49] Wang, pp.13-14

[50] Ibid, p.13

[51] De una carta de uno de estos guerrilleros chinos en Birmania, citado en Wu, p.197