Planificación algorítmica, en busca de la utopía socialista perdida

Fuentes: Viento Sur
Planificación algorítmica, en busca de la utopía socialista perdida

Como en la época del prisionero de Bari, el presente es un momento de enorme incertidumbre. El pesimismo de la inteligencia nos llevaría a afirmar que salir de la crisis sanitaria más grave del último siglo tendrá como consecuencia directa el aumento de las desigualdades económicas y la perpetuación de las jerarquías sociales heredadas de la recesión de 2008. En cambio, el optimismo de la voluntad nos obliga a entender la experiencia actual de manera similar a un shock1/. Tras más de una década inmersos en una suerte de estado de vigilia, en buena medida inducido gracias a las tecnologías de la información, los sujetos históricos contemplan ahora el capitalismo como catástrofe. Este momento, cargado de dialéctica, requiere una comprensión socialista de la coyuntura que sea sustentada por movimientos políticos encaminados hacia la conquista del medio de producción en su época algorítmica. Para ello, la izquierda necesita imaginar una utopía distinta a la de Silicon Valley y diseñar instituciones democráticas para gobernar su tiempo histórico.

Todo análisis materialista debe partir de la comprensión de un suceso: el acelerado desarrollo de las tecnologías digitales ha tenido como consecuencia atrapar a los sujetos en las dinámicas estructurales de la economía global. En líneas generales, la publicidad microsegmentada, facilitada por los algoritmos de Google y Facebook, cumple la función de encaminar a los usuarios hacia el consumo de productos y servicios, garantizando así la demanda. Por otro lado, las redes logísticas de Amazon no solo han centralizado la distribución y garantizado el libre flujo de mercancías en un momento de crisis sistémica, sino que han sentado las bases digitales para que el mercado se consolide como elemento organizador de la vida social. Y dado que buena parte de las interacciones con las aplicaciones tiene lugar gracias al software de Microsoft o al hardware de Apple, parece no existir alternativa a que la base material de la economía digital se encuentre en propiedad capitalista.

No hace falta recurrir a explicaciones neoclásicas para entender los motivos. La necesidad por sobrevivir a la competencia real del mercado y asegurar las tasas de rentabilidad futuras ha llevado a las firmas tecnológicas a desarrollar una estrategia para mantener su ventaja competitiva: extraer y acumular datos2/. Debemos entender internet como un medio de producción donde imperan las leyes de la propiedad privada y a estas empresas como poderes capaces de expandir la forma de la mercancía hacia más áreas del cuerpo social y monetizar los datos que se producen en cada interacción emocional, acción política o social. Nada que Karl Marx y Friedrich Engels no expresaran: “La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir, el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social”.

Desde luego, ambos pensadores nunca imaginaron que un virus fuera capaz de acelerar dicho proceso. O dicho de una manera un tanto más vulgar, en palabras del director de Telefónica Tech Cloud: “El coronavirus se ha convertido en un magnífico evangelizador que ha logrado lo que una intensa labor comercial hubiera conseguido en varios años. Solo en unas semanas de confinamiento hemos visto que se ha avanzado el equivalente a cinco años en cuanto a crecimiento de mercado, con un incremento inusitado de compra de servicios cloud” (Santos, 2020).

De este modo entendemos que la epidemia provocada por el coronavirus ha consolidado la hegemonía de las dos ideologías imperantes: la neoliberal (poli malo) y la solucionista (poli bueno) (Morozov, 2020). La primera es bien conocida, pues se caracteriza por la expansión de la competencia hacia cualquier aspecto de la vida y el rechazo frontal a la posibilidad de agregar el conocimiento sobre los medios de producción disponibles y las preferencias individuales, es decir, a la planificación central (Hayek, 1945). Según el filósofo austriaco, el proceso evolutivo se encuentra marcado por el individualismo, el cual se torna esencial para que la prosperidad cultural tenga lugar y por ende para que el sistema capitalista sobreviva (Santamaría, 2019). La segunda ideología no es tan conocida, aunque se encuentra estrechamente relacionada con esta última idea. La consecuencia principal del sueño inducido por el aparato técnico radica en cancelar toda imaginación política en torno a la manera en que tiene lugar la coordinación en una sociedad. Entiende que existen sujetos que actúan exclusivamente como consumidores, start-ups o empresas privadas, en su mayoría fundadas por emprendedores (capitalista con buen naming) y mercados que funcionan de manera perfecta mediante el sistema de precios. Esta ideología consolida la resiliencia del sistema en un momento de profunda crisis de productividad, ya sea buscando aliados en los gobiernos autoritarios asiáticos, en los líderes neofascistas que recorren el globo o entre quienes prefieren autodenominarse ejecutivos socialdemócratas.

En lo que respecta al modo de funcionamiento del llamado capitalismo digital, las empresas tecnológicas se han especializado en diseñar soluciones a los problemas que este modelo de producción ha generado (Morozov, 2021). Por otro lado, en el plano político observamos que la tecnología, aquella diseñada de acuerdo a los antropólogos a sueldo de los capitalistas, ha absorbido la movilización social y desbloqueado las energías revolucionarias de los sujetos mediante el acto de hacer click en aplicaciones (Cancela, 2019). Desde una perspectiva filosófica podríamos añadir que el positivismo de Silicon Valley culmina con la objetividad extrema depositada sobre sus modelos algorítmicos. Bajo esta asunción, basta con acumular grandes cantidades de datos sobre las preferencias del usuario, aquello que más clicks genera puede igualarse a la verdad, para programar lo que entendemos como razón. De hecho, esta forma de entender el conocimiento, más cercana al modelo publicitario de Ogilvy que al concepto de verdad en Kant, ha llevado a lo que se ha dado en llamar como posverdad o la era de las fake news desde instancias liberales. Una perspectiva menos idealista afirmaría que la mercantilización absoluta de la esfera pública ha sido el desencadenante de que la ultraderecha afiance su agenda política racista en los imaginarios colectivos de la sociedad.

Estos son los tres frentes a los que la intelligentsia progresista debiera hacer frente para atacar el sistema y decantar la lucha contra el sistema del bando de la clase no poseedora. Por el momento, si bien la pandemia ha debilitado su posición, también ha abierto una brecha para el acto político, un concepto bien distinto a alguna suerte de momento populista. Tanto para dilucidar el escenario de lucha como para dibujar su salida, a continuación se expondrá de manera breve la transformación que está experimentando la economía global.

Más que poner final al capitalismo o al neoliberalismo, dos cosas harto distintas que la izquierda adherida al pensamiento de Ernesto Laclau y Stuart Hall confunde con obscena frecuencia, la epidemia ha acelerado algunas de las tendencias estructurales del primero y llevado a nuevos horizontes las lógicas del segundo.

Digamos que, en plena crisis de consumo y producción, las pocas empresas que cotizan al alza en el mercado de valores y que obtienen beneficios son las firmas tecnológicas3/. Las evidencias son manifiestas. De acuerdo a Bank of America, el quinteto compuesto por Microsoft, Apple, Amazon, Alphabet (Google) y Facebook ocupa el 22% del S&P 500, el índice insignia del mercado de valores estadounidense (Thépot, 2020). Por otro lado, en el primer trimestre del año, los ingresos de Microsoft se elevaron un 15%, hasta más de 35.000 millones de dólares, y el beneficio, por su parte, lo hizo en un 22%, hasta 10.750 millones de dólares. Facebook registró unos ingresos de 17.440 millones de dólares, un 18% más, con un beneficio que se multiplicó por dos hasta los 4.900 millones. Alphabet, matriz de Google, también elevó en un 13% los ingresos en el primer trimestre, hasta 41.200 millones de dólares. La filial en España de Apple triplicó el beneficio en su último ejercicio, declarando unas ganancias de 42,30 millones de euros frente a los 13 millones del ejercicio anterior. Y si bien el gigante del comercio electrónico tan solo facturó 32.185 millones en sus grandes mercados en Europa, incluyendo España, su filial de cloud computing creció un 149%, hasta 4.786 millones, y la fortuna de Jeff Bezos aumentó en 14.000 millones. En buena medida, estas ganancias se deben a la consolidación del mercado de servicios en la nube (Khalid, 2020). Ahora bien, no puede obviarse que en 2017 estas seis empresas pagaron 31,7 millones por el impuesto de sociedades en España, un 8% menos que el año anterior.

Un keynesiano o marxista vulgar, aunque también un miembro del movimiento terraplanista, emplearía estos datos para enarbolar la novela 1984 de Orwell y reivindicar la teoría de los monopolios, equivalente al pensamiento conspiranoico en la teoría económica. Ambos parten de una premisa por la cual una serie de empresas vigilan a los ciudadanos, lo cual acaba en demandas políticas que buscan asegurar derechos individuales garantizados por el Estado, como la privacidad o el anonimato en la red, y en aspavientos ricardianos que entienden el exceso de rentabilidad como renta económica; una incomprensión que acaba fortaleciendo posiciones como la de Elizabeth Warren o Margrethe Vestager, asentadas ambas sobre la necesidad de garantizar la competencia en mercados libres.

Ciertamente, el coronavirus no ha hecho más que incrementar la competencia capitalista, característica principal de este sistema, y recrudecido la guerra entre firmas e incluso entre industrias. Lejos de asistir a alguna suerte de extracción pasiva de valor, las firmas tecnológicas de Asia y Occidente han ampliado sus inversiones en aquello que Marx denominara capital fijo, es decir, la maquinaria necesaria para navegar en la economía digital4/. Por este motivo, más que como monopolios, debemos entender a estas corporaciones como capitales reguladores. Dado que la competencia en el mercado es un proceso darwinista de selección por el cual quienes tienen menores costes de producción sobreviven y crecen, la tecnología de estas empresas se convierte en un activo fundamental para buena parte de las empresas, especialmente aquellas que quieren reducir los tiempos de trabajo o aumentar su intensidad (Shaik, 2018: 508). Esto es, aquello que los profetas de Davos como Klaus Schwab han dado en llamar la Cuarta Revolución Industrial no ha ocurrido de manera mágica, sino como consecuencia de los cambios en la producción. Por ende, la única conclusión que podemos extraer de la epidemia es que el poder de los capitalistas se ha consolidado.

Refirámonos ahora a la manera en que la ideología neoliberal y las tecnologías de la información han convergido durante la epidemia para consolidar su agenda, asentada sobre los siguientes ejes: reversión de los servicios públicos, flexibilización del mercado de trabajo, emancipación del ciudadano a través del consumo y, de manera aún más notoria tras la crisis de 2008, la sustitución del ahorro por el endeudamiento.

A fin de ejemplificar el primer suceso podemos fijarnos en la iniciativa reciente de un grupo de ONG encabezadas por la Fundación Bill y Melinda Gates junto a Google para expandir los pagos digitales en países africanos (Morris, 2020). No es algo novedoso que durante las últimas décadas los modelos de negocio en el campo de la salud pública global hayan proliferado gracias a los esfuerzos del filantrocapitalista y fundador de Microsoft (Birn, 2014). Ahora se trata de apoyarse en la buena reputación de organizaciones benéficas para consolidar el fenómeno que se ha dado en llamar financiarización digital, la fusión entre las interacciones digitales y las transacciones financieras para mercantilizar los servicios públicos (Jain y Gabor, 2020). Aunque este suceso, la privatización mediante la apología a la digitalización, también puede observarse en Occidente. Google y Microsoft, con la ayuda de Palantir, han diseñado la aplicación que el servicio público de Reino Unido (NHS, por sus siglas en inglés) está utilizando para gestionar la epidemia de acuerdo a los dogmas neoliberales de eficiencia (Ghosh y Hamilton, 2020). De hecho, el Departamento de Educación del país que alumbró a Margaret Thatcher también ha firmado un acuerdo con Google y Microsoft para emplear sus plataformas con fines educativos. Cuando los servicios públicos sean dependientes de infraestructuras digitales privadas para recolectar datos que los hagan funcionar, la ideología neoliberal se habrá culminado con éxito (Magalhaes, 2020).

Por otro lado, la epidemia también ha impulsado la digitalización del puesto de trabajo y la automatización de los procesos productivos debido a la necesidad de las firmas de reducir los costes. En una encuesta de la firma de auditoría EY a más de 2.900 altos ejecutivos de compañías globales, alrededor del 36% de los encuestados afirmó que ya están acelerando sus inversiones en automatización como respuesta a la pandemia de coronavirus (Graham, 2020). Al mismo tiempo, los capitalistas requieren aumentar la presión sobre la fuerza de trabajo para disponer de una mano de obra precaria mucho más amplia y controlar de manera más precisa las tareas de los trabajadores. Ambas lógicas se encuentran presentes detrás de aquello que los profetas de Silicon Valley denominan “impulsar el teletrabajo”, es decir, “la revolución en el puesto de trabajo” (Cole, 2020). Eso explica por qué los usuarios de Microsoft Teams aumentaron de 32 a 44 millones (eran 20 millones en noviembre) durante las semanas posteriores a las medidas de confinamiento, o la empresa china AliExpress (en propiedad de Alibaba) haya instalado un sistema en los ordenadores de sus empleados en España para penalizar a los trabajadores que tarden más de 30 segundos en mover el ratón durante su jornada de trabajo. ¡Larga vida a la clase gerencial 4.0!

Al respecto de cómo convergen ambos procesos descritos, la privatización de la gestión sanitaria y la explotación laboral, Dara Khosrowshahi es llamado a comparecer (Feiner, 2020). Ante la presión cada vez mayor para proporcionar atención médica y otras protecciones a sus trabajadores, el CEO de Uber ha defendido una visión para proporcionar beneficios de atención médica a los trabajadores en función de las horas a tiempo completo que hayan trabajado. Esta compañía ha integrado la vida financiera de sus trabajadores en una aplicación desarrollada con la ayuda del BBVA. Una idea que se acerca a una suerte de darwinismo social guiado por los intereses de rentabilidad del capital. El trabajador emplea la mayor parte de su vida ocupada en el trabajo para tener acceso al sistema sanitario y así mantenerse a salvo para poder seguir desarrollando el proceso productivo. Al mismo tiempo, el escaso dinero que obtiene a cambio de vender su fuerza de trabajo se encuentra disponible al instante, pero para desaparecer inmediatamente después a fin de sobrevivir a la montaña de deudas necesarias para afrontar el mes. En este contexto, el gran sueño de la nueva clase media aspiracional es tener un poco de tiempo libre para comprar la suscripción a una plataforma en streaming y consumir series o películas en bucle.

De nuevo, la epidemia no ha hecho más que desarmar a los trabajadores, tanto ideológicamente como materialmente, así como a la sociedad civil en general. Ha derribado buena parte de los obstáculos con los que se encontraba el capital para expandir las lógicas mercantiles sobre los últimos reductos de la vida humana. En este momento, la posición de la clase no poseedora en la lucha por los medios de producción no puede ser más precaria, pero aún cabe la posibilidad de diseñar alternativas e imaginar una utopía distinta a la capitalista. Las mismas tecnologías que permiten a los capitalistas consolidar su dominio son las que pueden sellar su ataúd. De hecho, este era el leitmotiv de los experimentos de planificación central utilizando las tecnologías de la información que se podía escuchar en el 22º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1961, cuando Nikita Jruschov declaró que era un imperativo acelerar la aplicación de tecnologías digitales a la economía planificada. En un momento en que se celebraban los éxitos en el espacio exterior del Sputnik y por ende el predominio de la URSS sobre Occidente, la gestión cibernética de la economía se atisbó por vez primera como una alternativa real al sistema capitalista bajo el lema de máquinas para el comunismo.

Desde instancias bien conocidas en España se ha asociado la crisis tecnológica de la Unión Soviética a la lógica del sistema estatista: prioridad del poder militar; control político-ideológico de la información por parte del Estado; los principios burocráticos de la economía centralmente planificada; el aislamiento del resto del mundo y la incapacidad de modernizar tecnológicamente algunos segmentos de la economía y la sociedad sin modificar todo el sistema en el que dichos elementos interactúan entre sí (Castells, 2001). Pero también, como ha explicado Kees van der Pijl (2020), fue más allá de la industrialización como motor de recuperación y la planificación con la ayuda de las computadoras, pues persiguió el proceso de descubrir resultados mediante la inyección de información en sistemas informáticos para después organizar la producción.

El otro experimento con métodos de planificación digitales fue el proyecto Cybersyn, que tuvo lugar de la mano del gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende. Stafford Beer (1978), quien lo liderara, entendía la sociedad como un sistema basado en la adaptación y el aprendizaje. De este modo, gracias a los avances en cibernética y computación trató de diseñar fábricas que, dentro de un sector nacionalizado, dieran respuesta a los problemas de las cadenas de suministro, pero también al conflicto interno que se produce con los trabajadores. Esto ocurrió mediante redes de transmisión de datos que comunicaban al gobierno con los distintos niveles de gerencia y producción en que estaba organizada la empresa (Medina, 2006). Si bien debe señalarse el presupuesto reducido del país y reconocerse el potencial para administrar una economía nacional de manera descentralizada (durante la crisis de Octubre fueron los trabajadores quienes escogieron reabrir las fábricas y el sistema permitió que el gobierno de Allende coordinara los esfuerzos de los trabajadores), el golpe de Estado militar iniciado por Augusto Pinochet puso fin a todo atisbo de utopía socialista.

Desde entonces, la imaginación política de las fuerzas izquierdistas ha estado en cuarentena y no ha emergido una ofensiva estructurada contra los voceros de Hayek. En general, las propuestas se han movido entre afirmar que de una vez por todas los desarrollos en las tecnologías digitales darán lugar a un orden económico basado en la planificación más eficiente que el basado en la propiedad individual, el contrato y el intercambio hasta proclamas vacías sobre la planificación democrática que beben de comparaciones erróneas sobre el poder central de Amazon y la capacidad del Estado (Phillips y Rozworski, 2019; Palka, 2020). Esto es, la intelligentsia socialista no ha sabido superar el debate sobre el Cálculo Social iniciado en la Guerra Fría, cuando el contexto performativo de la sociedad era muy distinto al actual.

Argumentamos que urge superar la dicotomía exclusivamente ideológica entre planificadores socialistas y tecnócratas encargados de gestionar el mercado. En esta dirección merece la pena detenerse en tres propuestas para diseñar instituciones ajenas a las lógicas de competencia que aprovechen las nuevas formas de coordinación social e innovación ofrecidas por las tecnologías digitales. La primera, partiendo de una versión progresista de la infraestructura de feedback de Hayek, se denominaría solidaridad como un proceso de descubrimiento. Esta se asienta en la máxima de que a cada cual según sus necesidades mediante mecanismos ajenos al mercado y criterios asentados sobre el altruismo. En segundo lugar se encuentra el diseño no comercial, es decir, métodos de coordinación social en asuntos no relacionados con la producción y el consumo. El tercero, la planificación automatizada, se centra en la coordinación descentralizada del ámbito económico (Morozov, 2019). ¿Cómo podría implementarse en la práctica?

Partamos de que la izquierda, y concretamente la española, comprende la necesidad de enfrentarse a la lógica de competencia en lo que a la creación de conocimiento se refiere y además trata de repensar las instituciones asociadas a ella, como los medios de comunicación. Por ejemplo, en lugar de impulsar digitales regidos por las lógicas de clickbait para encandilar al electorado con los mismos métodos que los seudoperiódicos de la derecha, fomentaría espacios donde no imperara dinámica de mercado alguno. Imaginemos la creación de bibliotecas o archivos digitales (conjuntos enormes de datos) organizados mediante temas relevantes para comprender la historia española, como la Guerra Civil. En lugar de centralizar en la burocracia que actualmente ocupa el gobierno la decisión en torno a los temas culturales, los usuarios tendrían herramientas digitales para crear sus archivos personalizados, segmentados en base a fuentes, palabras claves, etc.

Por no hablar de las facilidades que supondrían para las universidades exportar este modelo al conocimiento académico. Para ello, no permitiría que dichas instituciones (¡públicas!) iniciaran el proceso de digitalización de manera individual, con un apoyo mínimo del Ministerio, dependiendo así de las infraestructuras de los gigantes tecnológicos, como esconden las propuestas de Manuel Castells5/. En su lugar, el gobierno debiera encabezar el diseño de una infraestructura pública de comunicación, indexando la producción de las distintas universidades y medios de comunicación patrios, entre otras fuentes (las cuales podrían incluirse o excluirse mediante deliberación pública), o apoyaría las infraestructuras existentes, hablamos de Red Iris, para expulsar al Banco Santander o a Google de la gestión de correos.

La única manera de que funcione alguna suerte de planificación algorítmica requiere alterar y repensar algunas de las instituciones, especialmente aquellas que dan respuestas a los problemas sociales existentes. Una cosa es entender la tecnología de acuerdo a la ideología solucionista, la cual entiende a los sujetos que deben buscar soluciones a sus problemas a través del mercado, y otra muy distinta es facilitar que los ciudadanos empleen los datos para encontrar soluciones conjuntas y de este modo impulsar métodos de coordinación social empleando, por ejemplo, los avances en machine learning y lenguaje natural. Para ello se torna fundamental pasar de la asamblea al hackathon, al menos una versión que permita liberar toda la potencialidad del conocimiento social general descrito en los pasajes del Grundrisse.

Partamos de que existe una serie de necesidades en los centros de salud pública, o incluso de energía en determinados barrios. Podrían utilizarse las tecnologías de aprendizaje automático para alimentar máquinas capaces de entender la complejidad de cada situación a fin de realizar, o sugerir, predicciones que permitan la distribución óptima de los recursos. Por supuesto, para que un algoritmo bien entrenado pueda asignar a cada ciudadano una renta o determinados recursos en base a su localización geográfica o posición social es necesaria la creación de distintos rankings. Al contrario que las propuestas de gobernanza neoliberal, a saber, vigilar y cuantificar a los sujetos para reproducir los sesgos de clase, género y raza, el diseño de cualquier tecnología debiera respetar los criterios de privacidad por diseño, mostrar los códigos que utiliza y abrirse al escrutinio de las decisiones propuestas.

Precisamente porque nada de esto puede ocurrir sin una infraestructura de feedback que se establezca en lo alto de buena parte de las infraestructuras existentes, se torna necesario cuestionar las distintas privatizaciones acaecidas en los últimos años y exigir la nacionalización de las empresas que además recolectan enormes datos sobre las actividades que realizan: Telefónica, desde lo relativo al consumo de servicios culturales hasta comunicaciones y movimientos; BBVA, si hablamos del gasto de los ciudadanos, o Endesa, refiriéndonos al consumo energético. Imaginen que las plataformas de estas empresas ofrecen un servicio similar al que ofrecen ahora, aunque sustituyendo la presión del sistema de precios por incentivos acordados de manera democrática para emplear el feedback que producimos para fines distintos a los que los emplea una empresa como Facebook. Si este último crea perfiles digitales para impulsar las formas de consumismo que el capitalismo necesita para existir, sin atender a ninguna otra consideración que no sea la de aumentar la rentabilidad, una propuesta alternativa implantaría sensores que favorezcan la reducción del gasto de la luz, la contaminación o el reciclaje. Y que lo hicieran mediante plataformas descentralizadas y anonimizadas. Sin duda, para eliminar las barreras burocráticas a determinadas ayudas públicas no es necesario un banco, sino tecnologías financieras que creen perfiles precisos de los ciudadanos, respeten la privacidad
y permitan crear catálogos donde inscribir las carencias materiales. Y, por supuesto, en lugar de cobrar intereses entregar un salario mínimo. Podría mencionarse también la manera en que una plataforma como Telefónica, una vez de propiedad pública, podría favorecer las pequeñas producciones de documentales o series sobre ciencias y humanidades en base a los inputs de los ciudadanos, las cuales podrían financiarse mediante una mezcla entre crowdfundings solidarios y presupuestos públicos en lugar de pagar una suscripción o publicidad. Desde luego, para culminar esta utopía socialista de planificación algorítmica, la noción del burócrata o conceptos como ley y democracia deben llevarse hasta nuevos límites.

Establecer un método para emplear el Big Data a fin de que los ciudadanos, no solo las clases menos pudientes, expresen sus necesidades de consumo es fundamental para organizar la producción de manera que no sea necesario un papel fuerte del Estado y mucho menos el organismo de planificación central. Si los productores pueden tener acceso a la información sobre los patrones de consumo, y al mismo tiempo clasifican sus productos en una plataforma que sirva a modo de enorme lista de la compra, entonces no son necesarios planes quinquenales. Más bien, capacidades computacionales para extraer, procesar y almacenar cantidades enormes de datos. Sin embargo, para llevar a cabo dicho proceso no se requieren enormes gastos en inteligencia artificial (solo la inversión anual de Amazon en Investigación y Desarrollo asciende a 18.000 millones de dólares) y mucho menos permitir que esta empresa instale centros de datos en España. Más bien, impulsar la producción de manufactura a través de imprentas en 3D o iniciativas públicas para automatizar los procesos productivos mediante tecnologías flexibles, de bajo coste, código abierto y mucho más respetuosas con la huella ecológica. En este contexto dejan de tener sentido las aproximaciones individualistas sobre el teletrabajo o el emprendimiento, pues los espacios de trabajo dejan de ser fábricas que emplean métodos de taylorismo digital y se convierten en ecosistemas de innovación guiados por imperativos como el cuidado de la comunidad o la colaboración entre pueblos.

No queda mucho tiempo para asumir que el mundo ha cambiado más en la última década que en el último siglo. En una coyuntura caracterizada por una crisis sanitaria sin precedente histórico, la única manera de imaginar nuevas utopías socialistas y ganar la lucha contra los capitalistas implica que las fuerzas de izquierda reorganicen su alianza con los movimientos sociales para la creación de infraestructuras digitales soberanas.

Ekaitz Cancela es periodista e investigador de las transformaciones estructurales del capitalismo y sus expresiones culturales

Notas

1/ No nos referimos a la definición vulgar que se encuentra en la mayoría de análisis actuales, basados en Naomi Klein (2007). Debemos alejarnos de quienes, desplazando su mirada hacia el trabajo de Milton Friedman, presentan la teoría keynesiana como única utopía posible. Por eso, con shock nos referimos a la connotación filosófica presente en la obra de Walter Benjamin. Se trataría de una experiencia sobre el tiempo moderno que antecede al acto revolucionario de “echar el freno de emergencia”.

2/ El concepto de competencia real en detrimento de la versión keynesiana de competencia perfecta es desarrollado por Anwar Shaik (2016: 259-322).

3/ Nos referimos a GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), en detrimento de lo que podríamos definir como start-ups que recientemente han comenzado a cotizar en bolsa, a saber, Uber y Airbnb. Estas empresas han despedido al 14% (3.700 personas) y al 25% de su fuerza de trabajo (1.900) respectivamente. Como se afirmaba hace unos meses, “el capitalismo de plataforma está comenzando a parecerse más a un arriesgado experimento especulativo realizado por plutócratas ricos que a una sólida propuesta comercial con un futuro duradero” (Peter Fleming, Carl Rhodes, Kyoung-Hee Yu, 2019).

4/ Tras la epidemia desatada por el coronavirus, Alibaba anunció que duplicará los gastos en computación en la nube hasta 28.000 millones durante los próximos tres años. Una cantidad menor a los 34.600 millones que invirtió Amazon o los 18.100 millones de Microsoft en 2019, quienes entre ambos controlan casi el 50% de la inversión en esta infraestructura.

5/ Beatriz Asuar, Castells: “Hay que estar listos para establecer la enseñanza y evaluaciones online por completo”, Público, 11/05/2020.

Referencias

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Fuente: https://vientosur.info/planificacion-algoritmica-en-busca-de-la-utopia-socialista-perdida/

El discreto desencanto de la burguesía

Fuentes: La izquierda diario

Ilustración Mar Ned – Enfoque Rojo

Agosto de 2020. La pandemia de covid-19 continúa azotando al planeta. Su letalidad es baja pero ya infectó a cerca de 15 millones y se cargó a centenares de miles. Un interrogante insólito atormentó –y, hasta cierto punto, continúa haciéndolo– a la mayoría de los gobiernos: “¿la economía o la vida?”. Gran parte de los que optaron por la “economía” luego tuvieron que adaptarse un poco más a los requerimientos de la “vida” y los que optaron –en una forma demasiado concesiva de decirlo– por la “vida” más tarde debieron inclinarse hacia la “economía”. Todos estos cambios, no obstante, resultan de lo más pragmáticos y en muchas oportunidades responden esencialmente a las “relaciones de fuerzas” y no a algún tipo de evaluación científica de “algo”. Dicho más prosaicamente, responden, en buena medida, al temor de los gobiernos a que “se los lleven puestos”.

Lo cierto es que los brotes y rebrotes de un virus –con comportamientos aún desconocidos por las ciencias médicas– paralizaron en una porción significativa a la economía capitalista mundial, poniendo en acto una crisis peor que la de 2008/9 y la más profunda desde la Gran Depresión de la década del ‘30. Una cuestión que ya es manifiesta en términos de caída del PBI global o del empleo –en lo observable hasta el momento, al menos, en países como Estados Unidos o España– y aún está por verse en lo relativo a la contracción del crecimiento del comercio mundial [1]. Como resultado, el planeta está preñado de una incertidumbre profunda, mezcla de catástrofe en apariencia “natural” con hecatombe económica que pone al desnudo la vulnerabilidad del sistema. Un sistema que a pesar del desarrollo de las “redes neuronales”, la robótica y los niveles alcanzados por la manipulación genética –que por momentos lo hacían lucir invencible– queda sometido a opciones que más bien parecen de la Edad Media.

Si miramos un poco más atrás, vemos que este shock dual y entrelazado de pandemia y crisis se acopla al estancamiento relativo, a la debilidad endémica y a la particular falta de fuerzas que la economía capitalista venía arrastrando en el curso de los últimos diez años, es decir, en el período de la recuperación post 2008/9. No resulta una cuestión menor este encadenamiento. Los ritmos de la pandemia determinarán, en parte, los tiempos y la dinámica de una recuperación económica que, naturalmente, emergerá en algún momento. Sin embargo, diversas circunstancias [2] hacen esperar que resulte –al menos en el mediano plazo– aún más débil que la del período post Lehman, sin que la economía consiga retornar a la tendencia pronosticada antes de la crisis. Si en el curso de la década pasada emergieron de manera abierta los límites del neoliberalismo y la globalización –que constituyeron, vale recordarlo, las condiciones de salida de la economía capitalista de la crisis de la década del ‘70–, esos confines se magnifican bajo las condiciones actuales. Una de las definiciones más interesantes del período actual reside en la constatación de que el capitalismo se encuentra falto de una estrategia clara de reemplazo. La debilidad económica lacerante y la ausencia de estrategia, reforzadas ahora por la pandemia y el Gran Confinamiento, vienen dando lugar a dos circunstancias que, consideradas conjuntamente, tienen el aspecto de novedad histórica.

Incertezas

La primera consiste en el hecho de que la clase dominante deja ver, a través de muchos de sus ideólogos, una pérdida de confianza o de certeza respecto de la infinitud, de la eternidad o, si se quiere, de las fuerzas internas del capitalismo. Una cuestión que se pone de manifiesto en al menos tres dimensiones.

Primero, en la tesis del “estancamiento secular”. Sostenida fundamentalmente por el ex Secretario del Tesoro de Bill Clinton, Lawrence Summers, constata esencialmente que a diferencia de lo sucedido en los mejores momentos de las décadas neoliberales, las gigantescas masas de dinero introducidas desde la crisis de 2008/9, no logran que la economía vuelva a la tendencia pronosticada previamente. Es decir, verifica el hecho novedoso y alarmante de que la economía capitalista no encuentra una fuerza que la dinamice siquiera al ritmo de la moderación de las décadas previas. Hace algunos años, Paul Krugman, refiriéndose a esta “falta de motor” e imaginando algún tipo de impulso comparable al de la Segunda Guerra Mundial, ironizaba sobre la necesidad de una “invasión alienígena” en Estados Unidos [3]. Es de esperar que la debilidad endémica de la economía continúe reinando al menos en el mediano plazo del próximo mundo post pandemia.

Segundo, en la famosa tesis del “fin del trabajo”. Un concepto que si bien merece ser discutido desde su propia definición –debido a que conlleva una carga propagandística poderosa y planteada en los estrechos límites del capitalismo resulta falsa– también guarda un elemento de verdad. Jeremy Rifkin, autor de la vieja tesis homóloga –en boga en la década del ‘90 [4]– y miembro permanente del establishment de la Unión Europea, escribió hace unos pocos años un libro titulado The zero marginal cost society (La sociedad del costo marginal cero) [5]. En ese libro –en el que, vale señalar, “el eclipse del capitalismo” aparece mencionado desde la bajada del título– Rifkin alerta que gran parte de la “vieja guardia” en el ámbito comercial no puede imaginar cómo procedería la vida económica en un mundo en el que la mayoría de los bienes y servicios resultaran casi gratuitos, las ganancias caducaran, la propiedad perdiera sentido y el mercado fuera superfluo [6]. El autor se refiere a la que sería la consecuencia lógica del desarrollo libre y acabado de las nuevas tecnologías que, al menos en el terreno digital, muestran la capacidad de reproducir ciertos servicios –música, películas, libros, etc.– sin necesidad de incorporar trabajo y casi sin gasto de capital, lo que en términos neoclásicos, se define como “costo marginal cero”. Aunque no vamos a desarrollar este complejo tema aquí resultan necesarias dos acotaciones. La primera consiste en que no puede pensarse el desarrollo libre de las tecnologías bajo condiciones capitalistas. La propiedad privada de los medios de producción moldea y hasta cierto punto coarta el desarrollo tecnológico, adaptándolo –hasta donde le es posible– a sus necesidades. Las patentes, las “subvenciones cruzadas” [7], entre otros mecanismos, son parte de las múltiples formas a través de las cuales el capital consigue convertir en valor aquello que no lo era o ponerle precio a aquello que no lo tiene. La segunda consiste en constatar la parte de verdad relativa contenida en el razonamiento de Rifkin. Porque si las tecnologías no estuvieran sujetas a los condicionamientos del capital, efectivamente su desarrollo libre exigiría cada vez menos esfuerzo de trabajo humano, supondría una mayor abundancia de bienes y servicios, el avance hacia la gratuidad, la pérdida de sentido de la propiedad privada y del mercado y, junto con ellos, de las ganancias. Advertimos que, aunque en absoluto se trate de un fenómeno enteramente nuevo –“abundancia” y “escasez” constituyen términos relativos y determinados socialmente–, lo cierto es que se vuelve mucho más agudo y contradictorio para el propio capital desde el momento en el que es posible la reproducción gratuita de determinados servicios digitales. La idea general del “fin del trabajo” en tanto tendencia y como sustrato de la eliminación progresiva del valor, los precios y la propiedad privada de los medios de producción es, a decir verdad, original de Marx y está expresada desde hace muchas décadas en los Grundrisse [8]. Los ideólogos del capital la reviven de una manera doble: por un lado, como propaganda y amenaza con pretensiones disciplinadoras de aquello que podría suceder bajo condiciones de producción capitalistas y por el otro, como percepción de la fuerza de una tendencia histórica. Vale destacar que, incluso en su acepción propagandística, la idea del fin del trabajo presupone de algún modo la segunda arista dejando traslucir la impresión de un sistema que se imagina impotente para garantizar por sus propios mecanismos internos la subsistencia de las mayorías. Una cuestión que se aprecia con bastante claridad en la difusión de la idea de la Renta Básica Universal (RBU). Propuesta sujeta a múltiples interpretaciones y cada vez más “conversada” en el contexto pandémico. Es bueno resaltar, no obstante, que las tribulaciones más actuales sobre la RBU se derivan de las consecuencias de la crisis económica y no precisamente de las del “desempleo tecnológico”.

Tercero, en la constatación del crecimiento aberrante de la desigualdad social que –con mucho atraso– conmovió al mundo académico y al establishment. Corroboración teorizada y popularizada en los últimos años por Thomas Piketty [9], economista francés que sigue los postulados del Mainstream –aunque en la actualidad viene mostrando un relativo giro a la izquierda [10]. La tesis de Piketty consiste esencialmente en demostrar que el incremento de la desigualdad patrimonial y del ingreso –característica de las décadas neoliberales– se deriva de la combinación de una alta tasa de rendimiento del capital y una baja tasa de inversión que da origen al crecimiento rezagado de una economía ascendentemente “rentística”. En sus términos, esta realidad conjunta representa la “norma” del capitalismo que resultó limitada solo excepcionalmente tras grandes shocks como las dos guerras mundiales del siglo XX, la revolución rusa de 1917 y la crisis de los años ‘30. El retorno de la “norma”, determina que la desigualdad tienda a recuperar en el presente siglo los niveles paradigmáticos de fines del siglo XIX. El problema para Piketty es que, como resabio de la excepcionalidad de posguerra, aún persiste una “clase media patrimonial” amenazada de empobrecimiento que suscitará fuertes reacciones políticas.

La tesis de Robert Gordon, economista de Harvard e integrante a través de las décadas de distintos órganos de consejo estatal, guarda puntos de contacto con la de Piketty aunque su objeto de estudio radica en la historia de las tecnologías, la productividad y el crecimiento de la economía norteamericana. Desde una visión de la economía en la que la especificidad histórica del capital y el capitalismo desaparecen casi por completo, Gordon remite a una mayoría de la existencia humana caracterizada por una “normalidad” de bajo crecimiento. Statu quo sacudido solo por el “siglo revolucionario” que se extiende entre la Guerra Civil norteamericana y la década de 1970 aunque, muy particularmente, por la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. A partir de los años ‘70 la economía pierde fuerza y –con la excepción del período 94/2004– tiende a restablecerse la “normalidad” de bajo crecimiento que se intensifica en el período post Lehman. Para el próximo cuarto de siglo, Gordon –opositor acérrimo a la tesis de una “Cuarta Revolución Industrial”– vaticina un crecimiento de la productividad y del producto claramente por debajo del promedio de los años 1970-2014. Una situación que incluso podría empeorar debido a lo que denomina “vientos en contra” conformados por la desigualdad creciente, el rezagado incremento del nivel educativo, el bajo crecimiento poblacional y la jubilación de la generación de baby boomers y, finalmente, la trayectoria ascendente e insostenible de la relación deuda/PBI [11].

En términos más generales, la constatación de la debilidad del crecimiento económico y de la inversión “real” junto con el incremento de todo tipo de deudas –personales, públicas, corporativas–, la “amenaza” tecnológica y el aumento acelerado de la desigualdad, trasciende distintas vertientes ideológicas [12] y emerge como una suerte de “nueva normalidad”. Una de sus consecuencias más inquietantes reside en la destrucción de las “clases medias” –eufemismo que normalmente se emplea para hacer referencia a amplios sectores de las clases trabajadoras [13]– o de su símbolo más acabado, el “sueño americano”, como base necesaria de sustentación de las “democracias capitalistas”. Un tema ya recurrente que, al calor de la pandemia, emerge como más urgente y preocupante en el pensamiento de diversos autores como, por ejemplo, en el del principal comentarista económico de Financial TimesMartin Wolf.

Falsas promesas (o el fin del “progreso”)

La segunda circunstancia surge del modo en el que estas vulnerabilidades del capital se traducen en la sensibilidad de millones de trabajadores y sectores populares de los países centrales y no centrales.

Lo cierto es que la debilidad económica post crisis 2008/9 aniquiló el sustituto débil de “progreso” ofrecido por el neoliberalismo a cambio de la “globalización” y la destrucción de las conquistas del llamado “Estado de Bienestar”. De alguna manera y en particular en el curso de las décadas del ‘90 y ‘2000, la proliferación del crédito al consumo –incluidas las hipotecas subprime–, la mitigación de la desigualdad entre países –habilitada por el ascenso de los llamados BRICS–, la reducción relativa de la pobreza –entendida en los términos del Banco Mundial [14]–, el “sueño chino”, el indio y hasta cierto punto el brasileño, entre otros, actuaron como factores compensatorios frente al incremento –global y al interior de la mayoría de los países– de la desigualdad. Este “intercambio satánico” es lo que, en el curso de la última década, se fue diluyendo primero en el “centro” y más tarde en la “periferia”.

Llama un tanto la atención el hecho de que, luego de tantas décadas neoliberales signadas por el incremento de la desigualdad –que originó múltiples estudios sobre el tema->https://www.jornada.com.mx/2014/09/03/opinion/034a1eco]–, recién hace pocos años el asunto alcanzara el centro de las preocupaciones de buena parte del mainstream, incluido el Fondo Monetario Internacional. Pero no es tan extraño. Lo que movilizó esta mutación es la circunstancia de que, desde el punto de vista de los “deciles menos favorecidos”, resulta más tolerable la desigualdad que la idea de la imposibilidad de “progreso” o peor aún, la del propio retroceso. Como señala Wolf, en determinadas sociedades la desigualdad como tal puede no resultar tan social o políticamente desestabilizadora. Pero la sensación de deterioro de las perspectivas para uno mismo y para los hijos, ciertamente importa como también lo hace una fuerte sensación de “injusticia”. También apuntaba, hace unos años y en base a un informe del Instituto Global McKinsey el hecho de que, mientras el aumento de la prosperidad reconcilia a las personas con las disrupciones económicas y sociales, su ausencia fomenta la ira. Recordemos que la llamada “Primavera árabe” comenzó en 2009 con la inmolación de un vendedor ambulante con título universitario en una ciudad tunecina. La falta de perspectiva se encuentra en la base de los fenómenos políticos e ideológicos que, a derecha y a izquierda, conmueven desde hace varios años a las élites o a las estructuras tradicionales en una muy vasta cantidad de países. Incluso, poco antes de la pandemia asistimos a fenómenos abiertos de lucha de clases que recorrieron gran parte del planeta.

La comunión entre pandemia y Gran Confinamiento, magnifica de una manera bastante literal esta sensación de ausencia de perspectivas. Aunque –hasta cierto punto– también actúa como factor disciplinador sumado a la contención de las políticas billonarias implementadas por los Estados. No obstante, aquello que Wolf denomina “una fuerte sensación de injusticia” desató, tras el asesinato de George Floyd, un movimiento profundo e integrador de múltiples decepciones y opresiones de negros y blancos en el corazón del imperio.

Por su parte, la letánica y lacerante distopía del “fin del trabajo” –una especie de estocada final a la idea de “progreso”– adquiere una muy particular triple manifestación en el contexto de la crisis pandémica. Por un lado, la pérdida directa de millones de puestos de trabajo no aparece asociada al “desempleo tecnológico” sino al Gran Confinamiento como imagen de la fusión entre la enfermedad y la crisis económica. Por el otro, las “cuarentenas”, en tanto elemento central de paralización económica, actúan como prueba definitiva y “auto percepción” global de que –al menos por el momento– los trabajadores y no los robots fungen como la fuerza fundamental que mueve la economía. Finalmente y muy significativo, las “empresas tecnológicas” –entre ellas PayPal, Alphabet, Facebook, Tencent, Tesla, Apple, Microsoft, Amazon– son las que más incrementaron su capitalización bursátil bajo condiciones de pandemia. También el boom alcanzó a otras menores como Rappi, Globo o Pedidos Ya, de entrega de comida a domicilio. Pero, lejos de expulsar trabajo, estas empresas emergen como núcleos del llamado “trabajo esencial” y se consolidan como áreas de vanguardia de la precarización laboral. Incluso aquellos “unicornios” [15] que despidieron trabajadores, no lo hicieron en función del reemplazo tecnológico sino de su reestructuración debida a la propia crisis.

De conjunto, la pandemia y la crisis económica agudizaron el sentimiento de decepción y falta de expectativas en un sistema que, se percibe, no tiene demasiado para ofrecer. El politólogo estadounidense, Ian Bremmer, alertaba sobre este sentir hace no mucho tiempo en su libro Us vs. Them: The Failure of Globalism [16], donde incorpora el concepto de “globalismo” como intento de las élites de transmitir la idea de que la “globalización” acarrea una mejora para todos los sectores sociales. Esa es, efectivamente, la “creencia” que desapareció del imaginario y se aleja aún más con los efectos económicos de la pandemia. Cuestión que, ciertamente, genera bastante pavor en el establishment. solo por ponerle una metáfora a los nuevos vientos de época vale la pena observar que Fukuyama, por ejemplo, vuelve a evocar -a su modo- la idea de lucha de clases.

¿Vuelta al “Estado de Bienestar”?

Ya no guarda novedad alguna el hecho de que la intervención estatal sobre la economía –fundamentalmente en los casos estadounidense, de los países de la Unión Europea y Japón, en términos de magnitud– superó ampliamente los estímulos monetarios y fiscales implementados en la crisis 2008/9. La Unión Europea, incluso, acaba de aprobar un “plan anticrisis” de 750 mil millones de euros financiados con deuda común y dirigidos, bajo la modalidad de préstamos y subsidios, a los países más afectados del bloque.

La conjunción del impulso económico catastrófico de la pandemia, la crisis del esquema neoliberal –visualizado, ante todo, como incapacidad de contención sanitaria– y la situación social y política descrita más arriba, no puede, por supuesto, desvincularse de esta macro intervención. Tampoco puede pensarse abstrayéndose de las diferencias inmediatas entre los países centrales –que con tasas de interés cero o negativas poseen mayor capacidad de endeudamiento– y los países dependientes o semicoloniales de los que se fugaron en los últimos meses más de 100.000 millones de dólares. La reflexión más interesante radica, sin embargo, en los pronósticos pospandemia. Diversos sectores concluyen que, a partir de esta intervención estatal, podría abrirse paso una suerte de “estatismo reformista”. Pero el problema es que esta perspectiva no puede imaginarse por fuera ni de la debilidad que la economía capitalista arrastra hace más de 10 años encadenada sin solución de continuidad con la convulsión actual, ni de la crisis del neoliberalismo y los límites de la globalización, ni de la decadencia e incógnita sobre la “estrategia de reemplazo”, temas a los que hicimos referencia más arriba. Nos proponemos aquí solo dejar planteadas algunas líneas para la reflexión.

En primer término, consideramos que las formas particulares que adopta la actual intervención estatal no se derivan esencialmente de una “opción política” sino de las necesidades de la estructura misma del capital en el período presente. Tomemos, por ejemplo, el caso paradigmático de Estados Unidos. El economista marxista Robert Brenner señala que de los alrededor de 6 billones de dólares de estímulo fiscal implementados –según sus cálculos– en los últimos meses por el estado norteamericano, el 75 % –equivalente a aproximadamente 4,5 billones– resultó derivado al “cuidado” de las más grandes y mejores compañías mientras sólo un monto cercano a 600.000 millones tuvo como destino pagos directos en efectivo a individuos y familias, seguro de desempleo adicional y préstamos estudiantiles. A su vez, la mayor parte de aquel 75 % con destino a las grandes empresas carece de restricciones para ser utilizado en recompra de acciones, bonificaciones a los CEO, etc. [17]. Por un lado, aunque evidentemente la desproporción es notable, vale observar que incluso aquellos 600.000 millones de dólares no son poca cosa y su activación se encuentra indisolublemente asociada a las necesidades de contención del “estado de ánimo” del que hablamos en el apartado anterior. Pero por otro lado, lo que más interesa resaltar aquí es que la ausencia de restricciones para el destino de la mayor parte de aquel 75 % –que habilita, por ejemplo, la recompra de acciones como explícita contracara de la debilidad de la inversión– responde estrictamente a una modalidad de “acumulación” del capital exacerbada en el curso de la última década. La acción del Estado tiene por objeto garantizar ese patrón, del mismo modo que lo hace la compra ilimitada de deuda corporativa garantizada por la Reserva Federal desvinculando –transitoriamente– las capitalizaciones bursátiles de las tendencias de la “economía real”. Se trata de “formas” cuyo desenfreno –tanto como la necesidad estatal de sostenerlas– no se deriva, en lo esencial, de “decisiones de política” sino del agotamiento de las nuevas fuentes para la acumulación del capital conquistadas bajo el auge de las décadas neoliberales. Las crecientes tensiones chino-estadounidenses expresan, justamente, una faceta fundamental de ese agotamiento.

Si en segundo término, y en estrecha relación con el punto anterior, reflexionamos sobre el lugar del New Deal en los años ‘30, resulta obligado observar su posibilidad como estrechamente asociada a la circunstancia de que Estados Unidos, a pesar de la gran crisis, era ya la nación económicamente más pujante del planeta. Por solo acercar un ejemplo, en 1929 producía el 80 % de los vehículos automotores del mundo [18]. La ley Glass Steagall –que desvinculó a la banca de inversión de la banca comercial– resulta emblemática en tanto no puede disociarse de las posibilidades de acumulación “productiva” del capital de una nación que se abría espacio como el poder industrial del mundo. Muy lejos se ubican las características de poder financiero que, en su decadencia, distinguen al Estados Unidos de hoy. Es en el contexto de estas condiciones económicas específicas en el que debe interpretarse la laxa e incluso ambigua ley Dodd-Frank –aprobada en 2010 e impulsada por Elizabeth Warren, del ala izquierda del Partido Demócrata– como la restricción financiera más audaz a la que dio lugar el desastre desencadenado por la caída de Lehman. Las relaciones inquebrantables entre la banca comercial y de inversión, responden a las características de un capitalismo en extremo financiarizado.

En tercer término y profundizando el contraste con el New Deal, su implementación tampoco puede escindirse de las tensiones sociales insoportables generadas por la Gran Depresión combinadas con la presión ejercida por la presencia de la Revolución rusa. Circunstancias que convirtieron a la década del ‘30 en la de mayor agitación obrera de Estados Unidos. Por supuesto y sí, como es esperable, una mayor lucha de clases tiene lugar en el período pospandemia, no puede descartarse que –en tanto se transforme en una amenaza para las bases del capital– la distribución entre aquel “75 y 25 %” se modifique parcialmente ni que, incluso, se imponga algún tipo de limitación algo más firme a las operaciones financieras de las grandes corporaciones y la banca. Pero incluso, eventuales medidas tibiamente reformistas para contener procesos de lucha de clases muy probablemente resulten contestadas con mayor violencia por los sectores dominantes de un capital que adolece de nuevas fuentes rentables para su acumulación ampliada. En este contexto, también las nuevas tecnologías serán utilizadas –muy probablemente y como siempre lo fueron– como arma contra la resistencia y para incrementar la explotación y flexibilización del trabajo, lejos de eliminarlo. Vale recordar que, aún en las mencionadas condiciones excepcionales de la década del ‘30, el New Deal resultó impotente para que la economía estadounidense retornara a la tendencia pre-crisis. Incluso, en 1937 el parlamento y el establishment económico vetaron su continuidad y se produjo una nueva caída abrupta. Recién el “milagro económico” [19] de la Segunda Guerra Mundial rescató –como lo señala Gordon– a la economía norteamericana del “estancamiento secular” de los tardíos años ‘30 [20].

Más allá de las medidas inmediatas –que variarán también según los ritmos de la pandemia, la crisis y las diversas tensiones que se jueguen en los escenarios electorales– es de esperar que bajo las condiciones de su realidad actual el capital refuerce la agresividad. De hecho, ya lo estamos presenciando a través de las nuevas modalidades de flexibilización laboral implementadas bajo la excusa de la pandemia. Del mismo modo, ni bien sea posible, volverán a emerger nuevos intentos de reformas previsionales con la excusa de los enormes déficits fiscales acumulados. A su vez, los límites del neoliberalismo que se expresan –en gran medida– en contradicciones crecientes entre los Estados, es muy probable que conduzcan a diversas expresiones de mayor belicismo aunque no podamos definir sus expresiones concretas. Es de esperar que la ausencia de una “estrategia de reemplazo” y la gran dependencia económica que aún guarda la relación chino-norteamericana se traduzca, entre otras cosas, en una ofensiva más violenta estadounidense no solo para doblegar a China como competidor sino también para incrementar la libertad de acción de sus capitales en el país. Los métodos a utilizar como así también los resultados, están abiertos. Pero sean cuales fueren los escenarios, caben pocas dudas de que no es un panorama de “estatismo reformista” el que se abre para el período próximo. Asumir estas circunstancias constituye un elemento fundamental de la preparación y la estrategia necesarias para actuar en próximos acontecimientos si se desean evitar nuevas catástrofes para los trabajadores y los sectores populares, es decir, para la enorme mayoría de la humanidad.

NOTAS
[1] La Organización Mundial del Comercio pronostica una contracción para 2020 de entre el 13 y el 32 %. La brecha resulta aún demasiado amplia para proponer comparaciones históricas de utilidad.

[2] Por un lado, si las mismas políticas estatales que luego de 2008/9 buscaron contener la crisis, limitaron la destrucción de capitales y con ello, paradójicamente, acotaron la fuerza de la recuperación, es de esperar que este efecto se repita en la actualidad debido a políticas de contención estatal significativamente mayores, ver Juncal Santiago, “Pandemia y crisis: ¿adónde va la economía global?”, entrevista en La Izquierda Diario, 1/7/2020. Por otro lado, es de esperar que la reducción cualitativa de los ingresos que están sufriendo amplias franjas de trabajadores y sectores populares, sumadas a los temores instalados por la pandemia, limiten una recuperación del consumo. También, los tiempos desiguales de la pandemia en los distintos países retrasan, naturalmente, el retorno a la “normalidad” de las relaciones económicas internacionales. Además y como factor esencial, las condiciones de cooperación interestatal que en el post 2008/9 resultaron claves, se encuentran en la actualidad significativamente más dañadas y enfrentan contradicciones estructurales profundas, ver, Bach, “Paula, Crisis económica mundial: ¿escaparán los “espíritus subterráneos”?”, Ideas de Izquierda, 15-3-2020.

[3] Véase, Krugman, Paul, Acabad ya con esta crisis!, Madrid, Crítica, 2012.

[4] Rifkin, Jeremy, El fin del trabajo. Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era, Madrid, Paidós, 2014.

[5] Rifkin, Jeremy, The zero marginal cost society. The internet of things, the collaborative commons, and the eclipse of capitalism, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2014.

[6] Rifkin, Jeremy, op. cit.

[7] Véase, Srnicek, Nick, Capitalismo de plataformas, Buenos Aires, Caja Negra, 2018.

[8] Véase, Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI editores, 1982. Antonio Negri revalorizó los Grundrisse y desarrolló en los años ‘90, una interpretación propia de esta tendencia formulada por Marx. Para una exposición sintética del planteo de Negri y una crítica, véase, Bach, Paula, “Valor, forma y contenido de la riqueza en Marx y en Antonio Negri: Una diferencia sutil pero esencial”, Estrategia Internacional 17, otoño de 2001.

[9] Véase, Piketty, Thomas, El capital en el siglo XXI, México, Fondo de Cultura Económica, 2014. Véase también, Esquenazi, Matías y Hernández, Mario (compiladores), El debate Piketty. Sobre El capital en el siglo XXI, Provincia de Buenos Aires, Metrópolis, 2014.

[10] Véase, Piketty, Thomas, Capital e ideología, Buenos Aires, 2019. Para una crítica, véase entre otras, Mercatante, Esteban, “Algo huele a podrido en el capitalismo: comentarios sobre lo nuevo de Thomas Piketty”, Ideas de Izquierda, 27/10/19.

[11] Véase, Gordon Robert, The rise and fall of American growth.The U.S. standard of living since the Civil War, Princeton, Princeton University Press, 2016.

[12] Véase, por ejemplo, Streeck Wolfgang, ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, Madrid, Traficantes de sueños, 2017, o Harvey, David, Marx, El capital y la locura de la razón económica, Buenos Aires, Akal, 2019.

[13] El Banco Mundial define a la “clase media” como hogares que tienen una baja probabilidad de caer en la pobreza pero no son ricos y cuyos ingresos oscilan entre 13 y 70 dólares diarios (PPA de 2011). Lac equity lab: pobreza, Banco Mundial, disponible online.

[14] El Banco Mundial coloca en la categoría de “pobres extremos” a aquellas personas que viven con menos de 1,9 dólares al día. Según un informe de la institución, en los 25 años transcurridos entre 1990 y 2015, la tasa de pobreza extrema –que significa, agregamos, dejar de ser muy pobre para pasar a ser solamente pobre– se redujo globalmente, en promedio, un punto porcentual por año –de casi el 36 % al 10 %– lo que significa que alrededor de 1.000 millones de personas salieron de ese estado. Sin embargo, la pobreza extrema solo disminuyó un punto porcentual entre 2013 y 2015. Banco Mundial, comunicado de prensa, septiembre 2018, disponible online. Ver, también, la crítica metodológica del jurista australiano Philip Alston, relator especial sobre extrema pobreza y derechos humanos de las Naciones Unidas, a las investigaciones del Banco Mundial. Alston, Philip, “El lamentable estado de la erradicación de la pobreza”, Concejo de Derechos Humanos de la ONU, julio 2020, disponible online.

[15] Los llamados “unicornios” son empresas emergentes, innovadoras en tecnologías, valuadas en 1.000 millones de dólares o más.

[16] Bremmer, Ian, Us vs. Them: The Failure of Globalism, Nueva York, Penguin, 2018.

[17] Brenner, Robert, “Escalating Plunder”, New Left Review 123, mayo-junio 2020, disponible online.

[18] Gordon, Robert, op. cit.

[19] “Milagro” que, como es sabido, implicó más de 60 millones de muertos, la destrucción de gran parte de Europa, Hiroshima y Nagasaki, entre otros muchos hechos prodigiosos.

[20] Ídem.

Fuente: https://www.izquierdadiario.es/El-discreto-desencanto-de-la-burguesia

Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China (IV)

Chuang (colectivo comunista chino crítico)

El colectivo Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. Publicamos a continuación la primera serie, lo que los autores denominan “régimen socialista de desarrollo” que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. Dada su extensión presentaremos los textos en las siguientes 6 entradas separadas:
I: Introducción
II: 1 – Precedentes
III: 2 – Desarrollo
IV: 3 – Anquilosamiento
V: 4 – Perdición
VI: Conclusión – Desligamiento

ANQUILOSAMIENTO

Colapso y militarización

Aunque se pusieron en marcha para salvarlos, las políticas del Gran Salto en última instancia socavaron los cimientos del régimen socialista de desarrollo al interrumpir la producción y exportación de excedente de grano del campo a la ciudad. Al sacar grandes cantidades de trabajadores de la agricultura mientras al mismo tiempo se requisaba más grano para el consumo industrial, la producción total de grano se quedó muy por debajo de lo requerido. La agricultura, aunque colectivizada, era capaz de producir un excedente pero seguía siendo incapaz del tipo de revolución de la productividad que hubiera permitido este cambio demográfico. La proporción de grano producido por trabajador agrícola no había subido sustancialmente, especialmente cuando lo comparamos con las revoluciones  agrícolas prototípicas que iniciaron las transiciones de los países europeos hacia el capitalismo. El resultado fue el hambre y un colapso económico devastador.

A medida que la producción de grano se desplomaba y el estado requisaba porciones crecientes de lo que se producía para ser exportado a centros urbanos (y una parte más pequeña a la URSS para pagar los préstamos por la ayuda durante la guerra de Corea), los campesinos huyeron del campo en número creciente. Buena parte del pico en la urbanización en los años finales del Gran Salto Adelante (GSA) se debió a estos factores de empuje más que por la atracción del empleo industrial. La inversión se desplomó de 1960 a 1962 a aproximadamente la misma tasa que había crecido en 1958 y  1959.[1] Las pequeñas fábricas cerraron de nuevo y el nuevo sector de la artesanía rural colapsó completamente.

Esto señalaba la primera crisis verdaderamente sistémica del régimen de desarrollo, y fue aquí donde las tensiones visibles en la ola de huelgas de 1957 se extenderían  hasta un colapso en todo el país del proyecto comunista. Con la hambruna, el partido y sus politicas empezaron a perder su mandato popular entre la mayoría campesina. Pero al haber absorbido buena parte de la heterogeneidad del movimiento comunista, el PCC mantuvo la hegemonía estratégica. No podía formarse ninguna oposición independiente. A medida que el mandato popular se perdía, el proyecto comunista era roto en pedazos hasta la raíz para alimentar al régimen de desarrollo. Las potencialidades opuestas que surgieron lo hicieron dentro del partido, convirtiéndose en conflictos faccionales y, más tarde, purgas. Si el primer paso en la disolución del proyecto comunista fue su absorción en el cuerpo del PCC, el segundo paso fue la purificación de este cuerpo en nombre del desarrollo. Los restos disecados de lo que una vez había sido uno de los mayores y más vibrantes movimientos comunistas quedaban reducidos, en los años 70, a poco más que una continua campaña de industrialización.

Las medidas de emergencia tuvieron efecto en 1961, y la producción se concentró en “un pequeño número de plantas relativamente eficientes,” mientras “el control sobre la economía era recentralizado en un intento por restaurar el orden.” El racionamiento de las necesidades básicas se generalizó pues los recursos existentes eran canalizados de vuelta a la agricultura. Se compraron alimentos adicionales en el mercado internacional del grano por primera vez en la era socialista en un intento de impedir la profundización de la hambruna. Mientras tanto, se reabrieron mercados limitados con la esperanza de que aumentasen los ingresos rurales y aumentase el suministro de alimentos a las ciudades. En términos generales, “las importaciones de bienes de consumo y la liberalización del mercado estabilizaron gradualmente los precios a un nivel nuevo, más alto.”[2]

Aunque los precios de los bienes de consumo se estabilzasen a un nivel inflado, las políticas de recorte supusieron “una reducción drástica de las transferencias presupuestarias a las empresas estatales” y “el Consejo de Estado dio directrices a los gestores para que redujesen las medidas de prestación social” y “mantuviesen firmes las riendas sobre los salarios.” Al mismo tiempo, los “Setenta Artículos” adoptados en 1961 limitaron las horas de trabajo diarias a ocho, hicieron hincapié en “las políticas de permiso por enfermedad, maternidad y vacaciones”, y “restauraron los sistemas de pago por pieza y bonificaciones por superar la cuota.”[3] Aunque no siempre populares, la abolición de los sistemas de pago por pieza y bonificaciones durante el GSA había supuesto que “los trabajadores a los que se les pagaba con estos sistemas sufriesen una disminución de ingresos de entre el 10 y el 30 por ciento,” a pesar de los aumentos en las prestaciones no salariales.[4] La restauración de este ingreso, junto con el fin de las horas extra no pagadas en frenéticas ofensivas de producción, fue una concesión destacada a los trabajadores en medio de la crisis. Emparejadas con el riesgo de la inanición, estas concesiones ayudaron a asegurar que la agitación popular fuese suprimida durante la mayor parte de los primeros años 60.

Pero otro medio de control social más exhaustivo se desarrolló también en este periodo. Incapaces de hacer frente al enorme número de campesinos que huían del campo — muchos más que aquellos que habían migrado anteriormente para surtir de personal la ofensiva industrializadora– los Setenta Artículos adoptaron límites estrictos en la contratación de trabajadores. “Prohibieron las transferencias de trabajadores no autorizadas (incluidos los técnicos) y la práctica de contratar en el campo,” restaurando la estabilidad de la estructura celular de empresa danwei.[5] Al mismo tiempo, la fuerza de trabajo industrial fue seriamente reducida. En solo dos años y medio, “entre 1961 y mediados de 1963, los funcionarios estatales consiguieron reducir en 19,4 millones de trabajadores una fuerza laboral industrial estimada en 50,4 millones”, una disminución de aproximadamente el 40%[6] La inmensa mayoría de esta reducción vino de “unos 20 millones de trabajadores enviados de vuelta al campo.”[7]

Una reducción tan masiva de la población urbana nunca hubiera sido posible si no fuese por el exhaustivo sistema de registro de hogares –conocido como el sistema hukou— desarrollado gradualmente durante los años 50.[8] El sistema de registro “fue primeramente restaurado en 1951 para registrar la residencia de la población urbana y rastrear cualquier elemento antigubernamental residual” durante el Movimiento Democrático de Reforma. Se extendió de un sistema exclusivamente urbano “para cubrir tanto las poblaciones rural como urbana en 1955.” El pico migratorio que empezó ese mismo año, a pesar de tener lugar en un momento en el que los ciudadanos chinos disfrutaban legalmente de plena libertad para migrar, vería el intento del estado por monitorizar y controlar el flujo de población “al imponer comprobaciones de los documentos de viaje y otras medidas administrativas en diversos nodos importantes de transporte […] de 1955 a 1957.”[9] En 1958, el marco legal de libertad de movimientos fue abandonado en la práctica, a medida que se adoptaba una regulación más amplia del hukou. Esta encarnación del sistema de hukou se convertiría en una parte integral de la gestión laboral en la transición al capitalismo, y sigue siendo una característica central de la dinámica de clases en la China de hoy.[10]

Al principio esto era simplemente la formalización de la división urbana-rural ya solidificada por las estrategias de inversión del estado. Después de 1958, sin embargo, el estatus como urbanita o habitante rural no solo quedaba fijado desde el punto de vista de donde vivía uno, sino que pasaría también a los recién nacidos mediante la herencia matrilineal. Este estatus solo muy raramente podía ser cambiado a mejor (esto es, de rural a urbano, un proceso conocido como nongzhuanfei), con “una cuota anual de nongzhuanfei establecida por el gobierno central de entre el 0,15 y el 0,2 por ciento de la población”, aunque, en la práctica, la corrupción local implica que “la tasa real sea más alta.”[11]

El hukou no solo fijó a la población, también facilitó el movimiento descendente de segmentos masivos de la población urbana en periodos de crisis. Aunque el reasentamiento se había producido esporádicamente bajo la forma de asignación laboral o reeducación política durante los años 50, solo había sido algo similar a una deportación a gran escala en el caso de los anteriores soldados del GMD enviados a las áreas fronterizas como Xinjiang para surtir de trabajadores nuevos proyectos de construcción –en la práctica una continuación del sistema tradicional tuntian de asentamientos militares de frontera.[12] Durante la crisis, sin embargo, el sistema de hukou sería utilizado para deportar a 20 millones de nuevos migrantes desde las ciudades de vuelta a su lugar oficial de registro en el campo. Pronto vería también la deportación de buena parte del “trabajo de callejón” contratado en el punto más alto del GSA y la “jubilación anticipada” involuntaria de decenas de miles de viejos trabajadores incapaces de seguir el ritmo de producción.

Para tomar un ejemplo: en Shanghai, a pesar de sus privilegios por antigüedad, unos 83.540 trabajadores viejos, principalmente mujeres fueron jubilados en el recorte posterior al GSA, perdiendo sus prestaciones sociales y su registro urbano. La mayoría conservaron un salario al ser transferidas al “pequeño sector comercial”, pero esto apenas era un consuelo. Hubo informes de trabajadores deportados volviendo en masse a sus fábricas textiles en Shanghai para atacar a cuadros y gerentes, desvalijar sus casas por comida y saquear las tiendas de arroz.[13] En menos de una década, la agitación de los ruralitas retornados constituiría una gran base de soporte para las facciones “ultraizquierdistas” en la Revolución Cultural.

Junto con la membresía en danwei o la rural colectiva de uno, y el dang’an, un portafolio que contenía el estatuto de clase anterior a la Liberación (ahora un rasgo heredable) y varios registros de desempeño y “actitud”, el hukou se convertiría en uno de los elementos más importantes en un sistema de control social similar al de castas que sería fundamental más tarde para la construcción de la estructura de clases de China en la transición al capitalismo. Esta división del trabajo similar a la casta se formalizó en el curso de los años 60, y el hukou no solo fue empleado para la deportación en tiempos de crisis política o económica, sino cada vez más como una herramienta para dividir aún más la estructura de privilegios de la fuerza de trabajo industrial urbana de manera que se pareciese cada vez más a los sistemas de apartheid racial en otras partes, con la localización urbana contra rural ocupando el lugar de la etnicidad.

Con unas prestaciones sociales demasiado caras y el coste de producir  productos básicos estabilizados con una tarifa inflada, las fábricas que habían sido forzadas a jubilar o deportar a buena parte de su recientemente ampliada fuerza de trabajo se enfrentaban ahora al riesgo de una productividad estancada. El trabajo diario fue recortado y las prestaciones sociales reducidas. El resultado fue “la extensión de edemas y otras enfermedades entre los trabajadores urbanos” causadas por la malnutrición y el exceso de trabajo.[14] En lugar de dirigirse al estado central, ahora se animaba a las empresas a que llegasen a ser autodependientes. En las ciudades costeras, algunas fábricas empezaron empresas comerciales pesqueras, usando las capturas para surtir a sus comedores y vendiendo el excedente en loa mercados recientemente reabiertos.[15]

Todo esto solo hacía que aumentase la necesidad de una fuente de trabajo que pusiese menos estrés sobre la infraestructura urbana. Bajo la dirección de Liu Shaoqi –en aquel entonces aparente sucesor de Mao– se animó a los gestores de fábrica y a los funcionarios locales a resolver la crisis contratando “trabajadores temporales que pudiesen volver a las áreas rurales durante la época de cultivo. Los trabajadores contratados bajo esta política, conocidos como ‘trabajando-y-cultivando’ (yigong yinong), no tenían derecho a los salarios y prestaciones de sus equivalentes a jornada completa.”[16] Estos trabajadores por tanto eran “más baratos” en el sentido que no necesitaban ser incorporados al danwei, y como tenían un hukou rural podían ser devueltos al campo en cualquier momento.

Esta fuerza de trabajo “obrera-campesina” llegaría a ser utilizada principalmente en las empresas de tamaño pequeño y medio, normalmente cumpliendo contratos para empresas mayores, y la contratación rural se combinaba a menudo con otras formas temporales de utilización del trabajo, como el uso de aprendices, trabajadores-estudiantes y trabajadores “de callejón”. Aunque estos trabajadores estaban haciendo básicamente el mismo trabajo que los empleados en grandes empresas industriales, no recibieron ninguna de las expansiones de las prestaciones sociales entre 1962 y 1965. Lo que es más importante, “los trabajadores contratados no tenían derecho a traer a sus dependientes a la ciudad con ellos, reduciendo la presión sobre la vivienda, guarderias, etc.”, por no mencionar que eso los disuadía de buscar una residencia a largo plazo en la ciudad.[17] En el curso de los años 60, por tanto, exactamente el mismo segmento de la fuerza de trabajo que había instigado buena parte de la agitación en los años 56-57, se amplió extraordinariamente.

El GSA se presenta a menudo como si solo hubiese sido un breve periodo de caos de entusiasmo excesivo, después del cual se volvieron a poner en marcha políticas más racionales parecidas a las de los años 50. Termina la movilización total, se restauran los incentivos materiales para la producción, las cifras de técnicos y cuadros se amplian de nuevo, el estado central recentraliza la autoridad de planificación –todo para ser de nuevo revocado y luego finalmente reinstituido en otro ciclo de entusiasmo y recorte durante la Revolución Cultural. Pero estas tendencias tienden a disfrazar cambios más profundos iniciados durante el GSA que fundamentalmente dieron forma al carácter de la era socialista en las siguientes dos décadas. La aplicación del hukou y, a través suyo, la estandarización del sistema obrero-campesino, fue uno de estos cambios. Otro fue la persistente descentralización de la autoridad de planificación y las redes de producción urbana.

A pesar del lenguaje recentralizador, la autoridad de planficación nunca volvió a los ministerios industriales que la habían ejercido, al menos de palabra, durante el Primer Plan Quinquenal. Por el contrario, la descentralización fue simplemente reorganizada, pues “los Setenta Artículos y otras medidas del comité central tomadas en los primeros años 60 recentralizaron poderes en los comités provinciales que habían sido devueltos a las ciudades, condados, distritos, etc. durante el GSA.” Más que reestructurar el estado de arriba abajo concebido en el primer Modelo Soviético, por tanto, los 60 vieron en cambio la solidificación de una estructura semipesada del estado, en la que “los comités provinciales del partido siguieron siendo más poderosos que los ministerios del gobierno central.”[18] Esto era, una vez más, una reproducción de las tendencias vistas en formas tradicionales de gobierno en la región, aunque ahora emparejadas con un sistema celular de control social sin precedentes que se extendía hasta la base de la sociedad.

De manera similar, no hubo un nuevo intento de “modernizar” muchas de las pequeñas y medianas empresas que habían surgido de nuevo durante los años del GSA consolidándolas en grandes conglomerados danwei de propiedad estatal. De hecho, estas redes de producción más flexibles se convirtieron en los principales empleadores de trabajo barato “obrero-campesino”, a menudo cubriendo contratos para las grandes empresas estatales y por tanto proporcionándoles otra fuente de insumos baratos. De esta forma, a muchas ciudades se les permitió reinventar sistemas tradicionales de producción bajo nuevas circunstancias, en los que una mezcla de talleres descentralizados, generalmente sin prestaciones sociales, se aglomeraban en torno a núcleos de grandes fábricas en las que trabajaban trabajadores más privilegiados con un estatus de residencia permanente. Estas grandes fábricas nunca más se incorporaron a las estructuras de prestaciones sociales de arriba abajo, sino que por el contrario conservaron y ampliaron las autarquías que habían desarrollado durante los años 50.

A nivel nacional, se formó una nueva geografía desigual a medida que las inversiones se dirigían de nuevo hacia ciertas regiones a expensas de otras. En 1964, las condiciones habían mejorado de tal forma que se inició un nuevo empuje inversor. Pero las condiciones internacionales habían cambiado significativamente desde la primera campaña de industrialización en los años 50. Los Estados Unidos, que todavía tenían decenas de miles de soldados estacionados en Corea, intensificaron sus guerras subsidiarias contra países socialistas, escenificando una fallida invasión de Cuba y redoblando los esfuerzos militares en Vietnam. Mientras tanto, los lazos sino-soviéticos estaban completamente rotos. China no solo había perdido a su principal socio comercial y fuente de ayuda internacional, sino que, en 1969, escaramuzas fronterizas pondrían a los dos países al borde de la guerra. A lo largo de los años 60, por tanto, China se encontró cada vez más aislada. Con la pérdida de su principal socio comercial, la suma de las importaciones y exportaciones chinas habían disminuido a un exiguo 5% del PIB en 1970.[19]

La industrialización en este periodo siguió una lógica militar. En 1964, se lanzó una nueva expansión industrial llamada el “Tercer Frente”, centrando la inversión en el interior de China. El “Tercer Frente” era un concepto geo-militar para designar el frente de batalla menos accesible a potenciales agresores (principalmente los EEUU en el mar y la URSS a lo largo de la frontera norte). El objetivo era “crear toda una base industrial que diese a China independencia estratégica” construyendo fábricas en regiones interiores “remotas y montañosas” en las provincias de Yunnan, Guizhou, Sichuan (la “Primera Fase” del plan), así como Hunan, Hubei, Shannxi, (“Segunda Fase”), y Qinghai, Gansu y Ningxia (fase “Noroeste”). [20]

Finalmente, la escala del pico de inversiones del Tercer Frente, entre 1963 y 1966, superaría la del Primer Plan Quinquenal, aunque se quedase corta respecto al boom inversor visto durante 1958. El Tercer Frente llegó a su cénit cuando la inversión llegó al 30 por ciento del PIB en 1966, antes de caer durante la Revolución Cultural.[21] Las cifras son más significativas si consideramos que esta nueva expansión industrial se había realizado sin la ayuda y el apoyo técnico ofrecido por los soviéticos en los años 50, señalando un periodo en el que la “autosuficiencia” se convertiría en una de las consignas más importantes del socialismo chino.

En el curso de los años 60 y 70, esta lógica de autosuficiencia y militarización saturaría incluso las unidades más básicas de la sociedad china. Aunque los Setenta Artículos supuestamente abogaban por un regreso a las viejas políticas del “Modelo Soviético”, el periodo en realidad vio la formalización, con un disfraz más moderado, de las mismas políticas de gestión industrial partido-céntricas que habían saltado a la palestra al final del Primer Plan Quinquenal y alcanzado extremos durante el GSA. De hecho, los Setenta Artículos “respaldaban explícitamente la doctrina del Octavo Congreso del partido de tener ‘al director de la fábrica bajo el liderazgo del comité del partido’” y mientras “intentaban reestablecer y redefinir ciertas tareas y poderes para los congresos y sindicatos de empresa de los trabajadores de la empresa, […] los comités de partido de empresa matenían firmemente el control de estas dos instituciones.”[22]

A pesar del aumento de técnicos y personal administrativo en este periodo, no se les devolvió el poder a ingenieros o gerentes, y las jerarquías basadas en las capacidades técnicas nunca se desarrollaron como estaba previsto. Por el contrario, los privilegios en el nivel básico seguían estando distribuidos por antigüedad, estatus de empleo y proximidad a industrias priorizadas, mientras el poder político y las funciones de dirección del día a día se concentraron cada vez más en las ramas del partido. La lógica militar del momento aseguraba que solo aquellos con la adecuada persuasión política eran aptos para gestionar industrias importantes. Esto incentivaba a aquellos dentro de la estructura de poder político a conseguir capacitación técnica, y a aquellos con capacitaciones técnicas a probar sus credenciales políticas, creando funcionarios que eran a la vez “rojos” y “expertos”

Divulgada primero durante el Movimiento de Educación Socialista (1963-1966) y luego ampliada a principios de los años 70, esta política vería tanto la militarización directa de la producción (con el Ejército de Liberación Popular (ELP) encargándose de posiciones administrativas después de 1969) y la fusión de poder técnico y político, pues el partido se convirtió prácticamente en sinónimo del estado. El número de cuadros saltó a 11,6 millones en 1965, cayó ligeramente en 1969 en el cénit de la Revolución Cultural “corta”[23], y luego creció vertiginosamente a 17 millones en 1973. Aunque no se dispone de números fiables para el resto de los años 70, en 1980 el número había crecido hasta los 18 millones.[24]

La corrupción creció al mismo ritmo, a medida que los cuadros se apoderaban de los cupones de las raciones, malversaban fondos para “banquetes fastuosos” y dirigían negocios rentables en secreto. Mientras tanto, la empresa privada era revitalizada incluso entre trabajadores, quienes a menudo dirigían pequeños negocios entremedio de sus tareas oficiales.[25] Esta situación de fusión partido-estado, anquilosamiento burocrático y crecimiento del mercado negro llevaría, finalmente, a la formación de la clase capitalista roja[26] y al colapso del régimen socialista de desarrollo en favor de reformas del mercado interno y una creciente integración con las redes de producción capitalista globales.

Racionalización rural

El repliegue de las políticas rurales del GSA llegó a principios de los 60. Estaba claro que el problema de la escasez no estaba resuelto y que la producción agrícola tenía que ser una prioridad: las industrias rurales fueron cerradas y los sistemas de remuneración y distribución fueron reformados continuamente para elevar la producción. Esto significaba reestructurar el control sobre las decisiones de producción y de gestión del trabajo, especialmente mediante la devolución del nivel de rendición de cuentas de la enorme comuna a una escala mucho más pequeña. Mientras algunas de las comunas más grandes fueron reducidas, el cambio más importante tuvo lugar dentro de la misma comuna, que tomó una estructura de tres niveles conocida como el sistema de “propiedad a tres niveles”, institutido en 1962.[27]

Las aldeas en la comuna fueron divididas en equipos de producción (shengchan dui) de 10 a 50 hogares, a los que se les dio el control sobre la tierra y las decisiones de producción. Los miembros del equipo podían escoger a su propio líder. Esta se convirtió en la únidad básica de rendición de cuentas en el campo, el nivel en el cual el producto neto era dividido por los puntos de trabajo de los miembros para decidir la remuneración.[28] La comuna y la brigada de producción de nivel medio (shengchan dadui) se encargarían de diversas funciones institucionales como la administración local, escuelas, hospitales, grandes proyectos de infraestructura y demás. Pero el control y la rendición de cuentas de la producción y la distribución de ingresos tendría lugar en el nivel mucho más pequeño de equipo de producción. Al equipo de producción se le concedía el derecho a rechazar trabajo en los niveles de comuna y brigada.[29] Aunque considerado a menudo una “devolución” de autoridad, este concepto no capta plenamente la raíz de los cambios que se estaban produciendo. En realidad, el control de la comuna sobre el trabajo y la producción se desintegró en el GSA, y el sistema colectivo en el campo tuvo que ser casi completamente reconstruido de abajo arriba. Esto se convertiría en uno de los principales objetivos del Movimiento de Educación Socialista de 1963.[30]

Para recuperarse del desastre del GSA, los colectivos rurales fueron forzados a centrarse en la agricultura y abandonar la mayor parte de las actividades suplementarias y de artesanía. Un componente crucial del repliegue fue una directiva de 1960 dictando que al menos el 90% del trabajo rural tenía que ser en producción agrícola.[31] A mediados de 1960 el empleo industrial de brigada y comuna había caído al 7% del trabajo rural.[32] Pero esto todavía le parecía demasiado al partido central, “que propuso cerrar las industrias rurales en masse y devolver sus trabajadores al frente agrícola.”[33] El trabajador rural ya no iba a ser contratado más para la producción industrial rural. Esta agriculturización del campo barrió la naturaleza dual milenaria de la economía rural, y profundizó aún más la división rural-urbana.[34] Lo que es más importante, este intento improvisado y fragmentado de reconfigurar la producción rural produjo una estructura rural autárquica, en gran parte autodependiente y autocontenida a nivel local, aunque unificada a nivel nacional como un único motor de producción de grano para el estado.

Un retorno a la distribución según el trabajo fue un aspecto clave de esta reconstrucción. Después del GSA, sin embargo, el sistema de remuneración sufrió ajustes continuos hasta la descolectivización a principios de los 80. A pesar de que se les echase la culpa en parte a los sistemas de distribución y remuneración por el debilitamiento de la productividad agrícola durante el GSA, era difícil encontrar una solución factible.[35] Los pagos siguieron siendo en especie. En las áreas rurales más pobres, “el dinero en efectivo prácticamente desapareció, forzando a la gente a vivir casi enteramente de los ingresos en especie procedentes de la producción colectiva.”[36] En 1978, los pagos medios en metálico suponían menos de un tercio de la remuneración por hogar, con unos 15 dólares US ese año.[37]

El problema clave era cómo encontrar una forma de aumentar los incentivos por trabajo para el trabajo agrícola, mejorar la producción económica y elevar la calidad, por un lado, sin aumentar una desigualdad que llevase al desmoronamiento del sistema colectivo, por otro. “Se demostró imposible diseñar sistemas de pago que produjesen el mismo tipo de trabajo diligente, automotivado, para el colectivo, que el que caracterizaba a campesinos trabajando para su propia familia.[38] Antes de la colectivización, por supuesto, el trabajo de los hogares había sido disciplinado en un sistema patriarcal para elevar el rendimiento total aunque esto significase añadir trabajo cada vez más ineficiente –el sistema pre-colectivo en otras palabras, no era más natural que el sistema colectivo. Los sistemas de remuneración colectiva evolucionaron con el tiempo y fueron a menudo bastante complejos. En una brigada de los 70, por ejemplo, la lista de las normas de puntos por trabajo contenían más de 200 tareas diferentes que requerían diferente contabilidad. Los requerimientos de calidad en particular eran difíciles de establecer y hacer cumplir.[39] Además, había muchísima diversidad regional.[40]

En 1961, el estado promovió un sistema de contratos por hogar, por el cual cada año diferentes parcelas comunales eran contratadas a hogares con cuotas específicas vinculadas a ellas. La cuota sería entregada al estado a cambio puntos por trabajo, que podían entonces ser intercambiados con el colectivo por pagos en especie y algo de dinero en metálico. Inicialmente se permitió a los hogares quedarse con todo lo que producían por encima de la cuota. Este era un compromiso probablemente necesario por parte del estado, que claramente lo estaba teniendo difícil para reconstruir el sistema de extracción rural. Para ganar más control sobre el excedente, tras el primer año el estado empezó a exigir que se entregase también el grano por encima de la cuota, pero por un número mayor de puntos de trabajo que el grano de cuota.[41]

Pero la creciente desigualdad creada por este sistema de contrato por hogar llevó a una disminución de su popularidad y se intentó un nuevo sistema de tasación de tareas a partir de 1963. A diferentes tareas se les asignaban diferentes números de puntos por trabajo dependiendo de la dificultad percibida de la tarea. Era complejo administrar y supervisar el sistema, y seguía creando desigualdades –especialmente entre géneros. Las peleas entre los trabajadores y quienes registraban eran comunes. Además, el sistema pagaba a la gente por la cantidad, no la calidad de su trabajo, y esto llevó a menores rendimientos, especialmente comparado con el sistema de contrato por hogar.[42]

Alrededor de 1966, en un ejemplo bien estudiado (y en diferentes momentos en otros lugares) se instituyó el nuevo “sistema Dazhai”. Este era un sistema de valoración mutua por el que los trabajadores asignaban colectivamente puntos por trabajo basados en la valoración del trabajo de cada miembro del equipo y la actitud hacia el trabajo. Inicialmente el sistema funcionó bien y la producción aumentó en consonancia. Pero el foco subjetivo sobre las actitudes causó problemas entre los aldeanos con el tiempo, y el sistema cambió para valorar solo el trabajo cumplido. Pero muchos aldeanos todavía veían el sistema como un juicio de valor subjetivo. A medida que crecía la acritud, se celebraban menos reuniones de valoración. Finalmente, los líderes abandonaron completamente las valoraciones, asignando simplemente a los miembros los mismos puntos que habían recibido la vez anterior, transformando el sistema en un régimen más fijo y reduciendo de nuevo los incentivos.[43]

A medida que el sistema Dazhai se desintegraba a principios de los años 70 (cuando la agricultura se estaba desplomando por toda China), muchos equipos volvieron a los sistemas de tasa por tarea, y finalmente, el intercambio de tareas se delegó a grupos cada vez más pequeños. A finales de los 70, la producción era contratada a pequeños grupos de hogares o incluso, al final, a hogares individuales, con pagos en puntos por trabajo según la cuota y tasas por encima de la cuota.[44] Esta historia ofrece un agudo contraste con el argumento habitual de que hubo un repentino cambio en la organización de la producción y la remuneración rural a finales de los años 70. De hecho, el sistema fue inestable y en constante cambio desde 1949 hasta principios de los 80, cuando se llegó a un sistema más estable.

Los campesinos también ganaron ingresos mediante los mercados privados, que volvieron a principios de los 60. Estos mercados y las parcelas privadas que se les proporcionaban seguían siendo pequeñas, sin embargo, con un 5 a 7% de la tierra cultivable. Pero los campesinos intentaban poner más energía en las parcelas privadas que en las colectivas, un problema que molestaba constantemente a los cuadros.[45] Esta tendencia parece haber sido exacerbada por la pérdida de fe de los campesinos en el sistema colectivo y en el liderazgo rural del partido. El sistema de remuneración colectivo continuamente en cambio, en otras palabras, era un síntoma de la descomposición del sistema de producción y distribución rural  que siempre se había centrado en la extracción del excedente agrícola y en la acumulacion nacional en lugar de en las necesidades locales. Durante el periodo colectivo hubo solo un exiguo crecimiento de los ingresos campesinos.[46]

Además, bajo el sistema colectivo, el poder adoptó una estructura celular, cada vez más segmentada y limitada en cada nivel de la burocracia. La vida social y económica rural se volvió autocontenida.[47] Dentro de esta estructura celular, los puntos por trabajo mostraban solo el valor en especie del trabajo de la unidad que reportaba (la comuna o el equipo de producción dependiendo del periodo). El producto excedente no vendido al estado junto con los pagos del estado serían entonces divididos por el total de puntos por trabajo del año, y se pagaría a los individuos según sus puntos por trabajo. Pero los puntos por trabajo no permitían valorar o comparar el trabajo entre unidades, solo contabilizar las diferencias dentro de ellas. De este modo, los puntos por trabajo no permiten una comparación del “valor” de los productos del trabajo, no se comunican a través del sistema social, y por tanto, el trabajo como tal nunca fue abstraído mediante el intercambio de mercado. Los puntos por trabajo, por tanto, no expresaban el tiempo de trabajo socialmente necesario como una relación que pudiese dominar la producción social. No había ley del valor en el campo chino.

A lo largo de la era socialista, la relación rural-urbana estuvo cada vez más subdividida. Incluso las unidades rurales individuales estaban cada vez más desconectadas unas de otras. La red de relaciones de mercado que había formado el continuo rural-urbano antes de los años 50 fue cortada por la toma del estado de toda comercialización. A pesar de la retórica del partido sobre la abolición de la diferencia entre las esferas rural y urbana, las desiguadades rural-urbanas e intrarurales crecieron durante el periodo colectivo, desde 1955 en adelante.[48]

La producción rural y el sistema colectivo

En cualquier caso, a diferencia de la estructura más rígida de la comuna del GSA, la comuna a tres niveles posterior a 1962 se convirtió en un sistema flexible para organizar la producción rural y la reproducción social y para facilitar la extracción de excedente de grano. La producción agrícola empezó a crecer lentamente de nuevo, y algo de industrialización rural también volvió en los años 70. El sistema colectivo llevó a repartir el riesgo entre todo el colectivo, reduciendo los riesgos para los granjeros individuales inherentes a la agricultura. Mientas tanto, los niveles de vida rurales aumentaron desde el punto de vista de la salud y la educación.[49]  La atención médica básica llegó al campo, y aunque estaba mal financiada, ayudó a cortar la mortalidad infantil drásticamente y subió la esperanza de vida.[50] La matriculación en las escuelas rurales se dobló desde los años 60 a los 70.[51] Además, la comuna rural era eficiente en la acumulación de fondos de prestaciones sociales colectivas que asegurasen un mínimo de supervivencia durante los tiempos normales para las familias desfavorecidas.[52]

A pesar de ser tomada como prueba de la naturaleza socialista de China, sin embargo, la colectivización debería ser entendida como una institución impuesta por el estado diseñada para asegurar la separación básica rural-urbana que sustentaba el régimen socialista de desarrollo. Su función primaria fue facilitar la extracción del excedente absoluto bajo la forma de grano. Más que una ruptura del crecimiento “involucionista” del periodo imperial, la organización colectiva del trabajo rural “fue en algunos aspectos una mera ampliación de la vieja granja familiar”[53] Como la granja familiar patriarcal, el trabajador no podía ser despedido del colectivo. Asímismo, lo que les importaba a aquellos que estaba a cargo (patriarca o planificador), “era el nivel absoluto de producción, del cual colgaban las cuotas estatales para impuestos y la compra obligatoria. Cuanto más alta la producción, mayor la parte del estado.”[54]

Con un aumento en la fuerza de trabajo agrícola y una ligera caída en la cantidad de tierra cultivable, la cantidad de tierra por trabajdor agrícola disminuyó en el curso de la era socialista, de 0,58 hectáreas en 1957 a 0,34 ha en 1957.[55] En otras palabras, el crecimiento del rendimiento provino principalmente de un aumento masivo de insumos de trabajo, mientras la productividad de ese trabajo cayó. Las tasas de participación laboral (tanto rural como urbana) crecieron: había más gente trabajando y la gente trabajaba más.[56] En los años 20, los campesinos trabajaban de media 160 días al año, mientras a finales de los 70, la media había aumentado a entre 200 y 275 días por año.[57]

Buena parte de esta movilización de “trabajo excedente” rural se utilizó para construir infraestructuras agrícolas de bajo costo que llevaron a algunos verdaderos éxitos, como el aumento de la tierra irrigada de 20 millones de hectáreas en 1952 a 27 millones en 1957 y 43 millones en 1975.[58] Los retornos de estos proyectos a menudo eran bajos, pero eso no le importaba al estado, pues estaba más preocupado por aumentar la cantidad absoluta de producción que la productividad del trabajo. La fuerza de trabajo agrícola creció de 193 millones en 1957 a 295 millones en 1975,[59] pero como la población y por tanto la oferta de trabajo crecía, la tendencia fue movilizar tanto excedente rural como fuese posible, independientemente de su productividad.

Nuevos patrones de cultivo también ayudaron a la intensificación del uso de la tierra.[60] Un aumento de la producción de grano traía consigo una menor diversificación en otros cultivos. La producción per cápita del aceite de semillas, por ejemplo cayó de los años 50 a los 70, llevando a un estricto racionamiento y a una “dieta monótona y austera”.[61] El estado promovió una política de “tomar el grano como el eslabón clave”, lo que quería decir que la producción de grano se priorizaba sobre otros cultivos. Esto se hacía cumplir mediante cuotas de producción de grano, de manera que las comunas y más tarde los equipos de producción tenían poca o ninguna autonomía desde el punto de vista de la diversificación de la producción. La inmensa mayoría de la tierra y el trabajo tenía que dedicarse a la producción de grano, para cumplir las cuotas. La presión sobre el grano se fortaleció aún más por una política de incremento de la autosuficiencia regional, incluso en áreas en las que la producción de grano no era muy adecuada, lo que llevó a un aumento de la desigualdad regional.[62]

Por supuesto, el objetivo de la estrategia del PCC durante el periodo socialista no fue poner fin a la involución. Por el contrario, el objetivo fue extraer tanto excedente absoluto como fuese posible para desarrollar la economía industrial. Con el tiempo esto podría haber llevado a reinversiones en modernización agrícola y a un aumento del empleo urbano, produciendo un desarrollo transformador. Esto formaba parte claramente de la visión a largo plazo, aunque la productividad del trabajo rural probablemente solo empezó a subir a mediados-finales de los 70. De hecho, el producto de grano per capita no alcanzó de nuevo el pico anterior al GSA hasta finales de los años 70, creciendo rápidamente en los 80.[63]

Algo de industrialización rural volvió a surgir durante el “Nuevo Salto Adelante” de 1970, bajo el nombre de “empresas de comuna y brigada”, que iban supuestamente a “servir a la agricultura.”[64] En los años 70, estas industrias se suponía que debían proporcionar bienes de producción a la esfera agrícola en lugar de procesar productos agrícolas para el mercado urbano.[65] Como industrias intensivas en capital, estas empresas colectivas no empleaban una gran cantidad de trabajo rural –el 90% seguía en la agricultura[66]— pero se convertirían en una base importante para un proceso de industrialización rural más amplio en los años 80 y 90, lo que sería esencial para la transición capitalista. Elevó el “valor” de los puntos por trabajo en los colectivos –en el sentido que estuvieron entonces vinculados a una mayor cantidad de producto, sin embargo.[67]

Integrada por el estado solo en lo más alto, a la economía nacional principalmente la moldeaba la extracción rural y el desarrollo industrial urbano. Los residentes rurales fueron en gran parte perdedores en esta relación. A lo largo del periodo colectivo, el estado se centró en restringir el consumo y aumentar la extracción del excedente absoluto, y la tasa de acumulación se disparó. La acumulación rural neta se dobló a mediados de los años 50. La tasa de acumulación total subió del 22,9% en 1955 a 26,1% en 1956, y en 1959 (durante el GSA) alcanzó un pico de alrededor del 44%.[68] Aunque la tasa cayó a un mínimo del 15% durante el recorte posterior, creció de nuevo a lo largo de los años 60 y 70, oscilando alrededor del 35%.[69]

El papel de la ideología

Aunque las dos décadas entre el fin del GSA y la llegada de la era de la reforma se presentan a menudo como una lucha de toda la sociedad entre “dos líneas” mantenidas por facciones diferentes del partido,[70] la realidad es que estas luchas faccionales eran ellas mismas básicalmente epifenómenos de diversas crisis económicas y sociales que surgieron en el curso de la era socialista. El retrato de los políticos y la política en esta era como el producto de la “lucha de dos líneas” es básicamente una ilusión reforzada por las campañas de propaganda del estado en China durante y después del hecho, así como por la exportación de estas fuentes sesgadas a diversas facciones político-académicas en los países occidentales en el curso de los años 60 y 70, cuando el “maoísmo” llegó a designar una corriente política diferenciada.

Un ejemplo prototípico de este problema es el Manual de Shanghai. Publicado originalmente como Fundamentos de política económica en Shanghai en 1974, durante el pico de la influencia del estado durante la Revolución Cultural “larga”, el libro estaba pensado como un resumen de la ideología del partido en ese momento. Presumiblemente describiendo la “economía política socialista” tal como era teorizada y practicada en China, el manual fue traducido y publicado, acompañado de diversos ensayos, por maoistas estadounidenses con el título de La economía maoista y el camino revolucionario al socialismo : el Manual de Shanghai.[71] El manual, junto con otras recopilaciones de propaganda de estado y reportajes de tours de extranjeros a fábricas modelo,[72] ha sido tomado como un punto de referencia común tanto por partidarios como detractores.[73]

El problema, ya sea para la persuasión política, es que los datos expuestos en el Manual son puramente mitológicos. Dejando de lado la pobreza teórica del texto, ningún sistema como el descrito en el libro existió nunca. Del mismo modo, las prácticas observadas al hacer tours por factorías modelo a menudo estaban limitadas a esas fábricas. Aunque algunos rasgos eran compartidos indirectamente entre la realidad y estos pueblos Potemkin, todas las características fundamentales eran diferentes. El Manual se entiende mejor como una especie de texto religioso más que como una descripción de la economía de la era socialista. Los recorridos por empresas modelo se convirtieron en una especie de peregrinaje, reforzando el estatus sagrado de estos textos para los radicales occidentales. Los académicos que basan sus estudios en pronunciamientos políticos se dedican por tanto a una especie de glifomancia, desmontando detalles ínfimos de los discursos de los líderes y reordenándolos para que encajen en una narrativa que diga lo que uno quiera que diga.

La “lucha de dos líneas”, por tanto, no fue el rasgo determinante de ninguna fase de la era socialista. Por el contrario, muchas prácticas divergentes fueron unidas por el estado, que pidió prestado y remodeló formas de utilización del trabajo, coordinación industrial y control social de Rusia, así como de países explícitamente capitalistas, mientras al mismo tiempo revivía y reinventaba prácticas mucho más antiguas que había heredado de los japoneses, los nacionalistas y de los periodos Qing y Ming. Mientras tanto, se inventaron nuevas prácticas, totalmente únicas de la experiencia socialista china (aunque algunas serían más tarde imitadas en otros lugares).

El resultado fue un sistema geográficamente desigual que era estirado en múltiples direcciones a la vez y que podía ser forzado a algún tipo de coherencia –como régimen de desarrollo– solo por la actividad del estado, controlado por el PCC, y en última instancia fusionado con él. Pero este estado no era reducible a los líderes a la cabeza del partido. Era en sí mismo una especie de caos estructurado, dependiendo fundamentalmente de complejas redes de clientelismo y disciplina, así como del apoyo fiel de aquellos quienes habían visto mejoradas sus vidas por la revolución y las políticas que siguieron.

A causa de esto, el experimento chino en cualquier momento dado se podría decir con exactitud que se estaba deslizando hacia el capitalismo, replicando el sistema ruso, siguiendo el japonés en un militarismo nacionalista expansivo, revitalizando antiguas formas de gobierno comunes a los regímenes hidráulicos de la China imperial o inventando alguna nueva forma de gran sistema totalitario que penetrase en las vidas cotidianas de la gente a un nivel sin precedentes. Pero ninguno de estos aspectos nos da el cuadro completo, y en última instancia todos disfrazan las tendencias a largo plazo de la era.

A medida que proliferaban las crisis en la estructura básica del régimen de desarrollo, la capacidad de sancionar políticas flaqueó y el partido-estado tuvo que resucitarse periódicamente mediante la movilización de masas. Unidades de producción relativamente autosuficientes solo podían ser unidas mediante la presencia progresivamente omnipresente del estado central, en última instancia bajo la forma del ejército, pues el ELP tomó el control directo de muchos ministerios tras el aplastamiento de los movimientos de oposición emergentes en 1969. Pero, a medida que el estado-partido se hacía más omnipresente, también aceleraba su propia osificación, bajo la forma de aumento de la corrupción, la burocracia y el acrecentamiento del poder en sus capas medias a expensas del centro.

El núcleo dinámico del régimen de desarrollo era inestable. Aunque capaz de extraer excedente absoluto bajo la forma de grano, la revolución de la producción agrícola soñada por los primeros líderes comunistas nunca se materializó. Al final, el estado se convertiría en algo capaz de poco más que de escoger patronazgo, la asignación (progresivamente limitada y descentralizada) de “cantidades” abstractas de recursos, y la distribución de diversas formas de castigo, casi militares por su carácter y variando solo en el grado. El resto de la administración diaria de la producción y la vida social se cedió a unidades económicas cada vez más autárquicas, aparentemente parte del enorme aparato estatal central, pero en realidad con importantes grados de autonomía.

Este hecho final implicaba que el proyecto fuese siempre dependiente de la retención del apoyo entre segmentos importantes de la población. Por un lado, este apoyo se conseguía cumpliendo las promesas de mejorar los niveles de vida básicos de la gente y dividiendo cuidadosamente las nuevas prestaciones de manera desigual entre la población. Igualmente importante, sin embargo, fue la creación de un régimen mitológico de amplio espectro que servía a una función similar a la del estado –ayudar a unir el proyecto de desarrollo mediante medidas coercitivas y distributivas– solo que aquí operando a través de una compleja red de vínculos sociales/emocionales. Esta cultura o mythos de la era socialista se refleja en todo, desde las interacciones sociales básicas a nivel de danwei o colectivo rural, a los estándares culturales para las protestas contra o en apoyo del estado, como el uso de carteles con grandes caracteres, a campañas de masas de un estilo más de arriba abajo, como el culto a la personalidad construido primero en torno a Liu Shaoqi[74] y después en torno a Mao Zedong.

Pero este régimen mitológico no era el producto exclusivo de líderes conspiratorios. Aunque muy moldeado por las decisiones del CCP, el partido a menudo simplemente estaba adaptando decisiones autóctonas a nuevos fines. El actor más importante seguía siendo la contingencia y, detrás de eso, la gente. La gente normal situada en diversos niveles en la estructura de poder siguió dando forma, modificando, dando apoyo y oponiéndose a diversas tendencias culturales. Incluso expresiones aparentemente extremas del mythos de la era socialista, como el culto a la personalidad, no se pueden entender simplemente como un episodio de histeria de masas. La ideología gobernante, aunque en última instancia ayudase a preservar el régimen socialista de desarrollo, lo hizo solo mediante su capacidad de obtener la complicidad de grandes franjas de la población al cubrir determinadas necesidades espirituales, emocionales y sociales, especialmente cuando el mecanismo distributivo del estado no conseguía cubrir las materiales.

Como el estado, sin embargo, esta ideología gobernante se anquilosaría progresivamente con el tiempo, volviéndose menos receptiva a las necesidades y contribuciones de la gente normal. Esto también hizo que la cultura de la era fuese más limitada, pues potencialidades  para expresiones de vida bajo el socialismo (así como fronteras imaginativas de su futuro) estaban imposibilitadas. A medida que el estado se volvía más omnipresente y militarizado, también lo hacía la mitología gobernante. El ascenso del culto a la personalidad de Mao es el símbolo más destacado de esto. Conteniendo corrientes ortodoxas, heterodoxas y directamente heréticas, el mythos socialista se volvería progresivamente tirante y caótico, dando finalmente como resultado retos explosivos a la ortodoxia favorecida. Pero estos mismos retos estarían limitados, al final, por los mismos términos que la ortodoxia, de la misma forma que todas las herejías son en última instancia dependientes de los términos de la religión con la que intentan romper.

Aunque los mitos y la propaganda de la época no se pueden tomar como descripciones precisas de la vida bajo el socialismo, no son en absoluto insignificantes. Pero solo al leerlos como mitos podemos percibir su verdadera importancia. En tiempos de crisis sistémica, son precisamente los operadores culturales los que tienen un papel desorbitado al determinar lo que parece posible a los actores integrados en una situación particular. Aunque los límites materiales son siempre definitivos, la cultura y la conciencia condicionan qué límites y posibilidades se perciben en realidad. Un límite no percibido supone la catástrofe. Una posibilidad no percibida, la tragedia.

La clase bajo el socialismo

Más que un periodo de histeria de masas o lucha faccional, la Revolución Cultural solo puede ser entendida como un producto de los conflictos internos del régimen socialista de desarrollo. El intento por articular estos conflictos fue a menudo un procedimiento de desgarro de la sociedad, como queda claro en los debates del periodo sobre la definición de “clase” bajo el socialismo. Al ser llamados a repetir las luchas revolucionarias de sus padres, los jóvenes que habían crecido durante la era socialista en China producirían visiones en competición y violentamente contradictorias del término y de dónde se encuentran las raíces de los antagonismos internos del socialismo.

El proceso empezaría entre los estudiantes con el estímulo del estado central. Pero, como en el periodo de las Cien Flores, los conflictos que formalizó la Revolución Cultural ya estaban presentes. El GSA y la racionalización posterior habían apaciguado la agitación, pero también habían exacerbado las divisiones que habían dado lugar a la ola de huelgas de 1957, con una parte mucho mayor de la población urbana empleada ahora como “obreros campesinos” u otros trabajos temporales. Esto implicaba que el movimiento “estudiantil” se extendiese a los lugares de trabajo incluso con más rapidez esta vez, pues los trabajadores lanzaron nuevas olas de huelgas, expulsaron a cuadros y funcionarios de fábrica, chocaron con facciones rebeldes opuestas y, en varias ciudades, tomaron las armas y entraron en conflicto directo con el ELP.

La clase, sin embargo, no se puede entender en términos simples. La era socialista fue un periodo de gradual formación de clase, rematado por el surgimiento de una clase dirigente unificada a medida que las élites técnicas y políticas unían fuerzas para suprimir las energías incontrolables liberadas durante la Revolución Cultural. Esta clase gobernante tenía también la tarea de asegurar que, tras la supresión y redirección de la agitación popular, el desmembramiento de proyecto socialista no diese como resultado el colapso catastrófico y la balcanización del estado y la economía chinos –el resultado de muchos declives dinásticos anteriores. Pero, dada la ausencia de los imperativos de acumulación capitalistas y la demografía fuertemente rural del país, no se produjo una verdadera clase proletaria en la era socialista. La formación de un proletariado chino sería en cambio una de las características más destacadas de los años de reforma, y el conflicto de clase entre este proletariado y la burguesía “roja” (con los hijos de los funcionarios superiores constituyendo el 91% de los millonarios de China en 2008[75]) es la dinámica que deifne la crisis política china hoy.

La clase era una clasificación profundamente caótica e intrínsecamente desigual, especialmente en el primer periodo socialista. En estos primeros años, todavía no existían relaciones de clase constantes a escala de toda la sociedad. Como la estructura económica misma, la clase sufrió un proceso de agitado a medida que las anteriores estructuras de poder y producción eran desmanteladas. En el curso de la guerra revolucionaria y continuando en los primeros años 50, la inmensa mayoría de la población china estaba en la práctica desclasada en relación al orden social anterior. Esto lo simboliza con mucha fuerza la movilidad física de la población, pues millones abandonaron sus roles sociales previos para unirse al proceso revolucionario. Una vez ganada la revolución, no hubo una vuelta simple a la normalidad. La tierra fue redistribuida, rompiendo la estructura de clases del campo. Las fábricas fueron finalmente nacionalizadas y las funciones de gerencia entregadas a una serie de diferentes instituciones. Incluso donde los técnicos prerevolucionarios conservaron sus posiciones, el contexto en el que ejercían el poder había sufrido un cambio fundamental.

Este desclasamiento fue un resultado intencionado del proyecto revolucionario, que buscaba impedir la rehabilitación de las estructuras de clase de principios del siglo XX arrancadas de raíz. Durante la primera década del periodo socialista, la revitalización de las viejas estructuras de poder fue una posibilidad concreta, pues muchas habían sufrido una transformación incompleta y muchos beneficiarios del antiguo sistema habían encontrado su camino hacia posiciones ventajosas en el nuevo. El viejo régimen y sus élites eran considerados un gran obstáculo al proyecto de desarrollo, al sostener tanto tradiciones arcaicas (e improductivas) como una activa animosidad a los esfuerzos redistributivos que constituían el acto fundador del desarollo. Esta situación llevó a la construcción de un sistema nacional de designación de clase, usado tanto para monitorizar aquellos que previamente habían detentado poder como para redistribuir recursos a aquellos que habían estado en la base del viejo sistema.

Las designaciones de clase fueron más detalladas en el campo, donde el PCC tenía años de experiencia estudiando la anterior estructura de poder y detallando cómo eran asignados sus privilegios y quién explotaba a quién. Las designaciones urbanas fueron ligeramente más reducidas. Hasta la llegada del sistema de designación de clase, el PCC solo recientemente había empezado a funcionar de nuevo en las ciudades y las ciudades mismas estaban afectadas por el caos económico y demográfico, con importantes sectores de trabajadores desempleados, sin hogar y a menudo en medio de una migración. Las designaciones urbanas, por lo tanto, fueron definidas según una clasificación relativamente simple, separando a los artesanos de los trabajadores de empresa, por ejemplo, pero sin designar consistentemente el tamaño de la empresa. Otras designaciones cajón de sastre, como “desocupado”, fueron inventadas para absorber las multitudes que no encajaban fácilmente.

A pesar de sus claras deficiencias, no se puede presentar este sistema como una medida totalitaria impuesta a una población reacia: “Aunque el sistema fue impuesto mediante la agencia del poder del estado, disfrutó de un apoyo considerable durante los primeros años de la RPC entre […] importantes segmentos de la población.”[76] En ese momento, el sistema estaba pensado que fuese temporal, y distinguía la “clase de origen” (jiating chushen), o el estatus de clase prerrevolucionario de la familia, del propio “estatus de clase” actual (geren chengfen). Funcionarios policiales en este primer periodo reconocían que hasta los terratenientes “podían cambiar sus etiquetas de clase en cinco años si tomaban parte en trabajos físicos y obedecían la ley, y los campesinos ricos podían ser reclasificados pasados tres años.”[77]

Pero el sistema tendría un poder de permanencia que sobreviviría de lejos su mandato popular. De hecho, como parte del dang’an (el portafolio político de uno) se convertiría en una de las principales medidas administrativas utilizadas para el control social a medida que las crisis se extendían cada vez más. La consolidación del sistema de designación de clase como una característica permanente del régimen de desarrollo se produjo “al mismo tiempo que la construcción del ubicuo sistema de hukou” y la designación de clase, como el hukou, se convertiría pronto en un atributo heredable a medida que la “clase de origen” se destacaba sobre el “estatus de clase”, para finalmente fusionarse los dos.[78]

Las viejas categorías de clase también evolucionaron rápidamente a nuevos significados cuando llegaron a designar posiciones relativas dentro de la jerarquia de privilegios. Aquellos que estaban en el fondo en el viejo sistema se encontraban en una posición beneficiosa en el nuevo. De manera similar, se formaron nuevas designaciones de clase  para categorías no económicas. Estas incluían tanto categorías deseables, como “soldado revolucionario”, “cuadro revolucionario” o “dependiente de martir revolucionario”, como designaciones políticas indeseables. Al principio, estas últimas fueron usadas para designar participantes activos en regímenes previos represivos, ya fuesen el GMD, los japoneses o los señores de la guerra, entre las que se incluyen “oficial militar de una autoridad ilegítima” y “Agente especial del KMT [GMD]”. Pero a medida que el sistema de designación de clase se movilizaba para reprimir la agitación interior, se expandió para incluir “derechistas”, “malos elementos” y “compañeros de viaje capitalistas”.[79]

La estructura de clase de la era socialista solo empezó realmente a tomar forma después de los efectos desclasantes que había establecido la revolución. En el curso de los años 50, el régimen de desarrollo produjo una serie de divisiones más o menos coherentes en el grado de acceso al excedente absoluto producido en el periodo socialista. El acceso a este excedente era la relación básica que determinaba las clases y sus relaciones entre sí.

El sistema de clase que finalmente tomó forma estuvo marcado por una doble división. En primer lugar, la división entre élites y no élites. Estas élites, sin embargo, no estaban en absoluto unificadas. Había un conflicto interno dentro de la clase de élite entre las élites políticas, en el partido y el ejército, y lélites técnicas como ingenieros, científicos, administradores e intelectuales. Durante buena parte de este periodo hubo una parte importante, aunque en disminución, de trabajadores privilegiados en las industrias pesadas con antigüedad y buen origen de clase que constituían la porción inferior de esta clase de élite –para ser arrojados fuera durante la era de reformas.

En segundo lugar, estaba la división entre productores de grano y consumidores de grano. Esta era la división urbana-rural, designando la clase (campesinos) de la que se extraía el excedente absoluto en su forma primaria (como grano), y la clase trabajadora urbana a quien se canalizaba este excedente para ser convertido en bienes de producción. Durante la era socialista, la inmensa mayoría de la población de China pertenecía a la clase de productores de grano. A pesar de diversas reorganizaciones y catástrofes, esta clase permanecería relativamente homogénea, con diferenciales de niveles de vida determinados principalmente por factores contingentes como el clima y la geografía. Hubo muy poca movilidad de productor de grano a consumidor de grano y, después del GSA, la movilidad rural-urbana se invertiría hacia más ruralización. La urbanización se detuvo completamente en 1960, deteniéndose el crecimiento de la población a un incremento de aproximadamente un 1,4 por ciento anual durante las dos siguientes décadas, la mayor parte del cual resutado del crecimiento natural de la población a medida que la tasa de natalidad se estabilizaba tras la hambruna.[80]

Mientras tanto, la clase de consumidores de grano se estratificaría progresivamente a medida que el régimen de desarrollo se volvía más inestable y las desigualdades entre élites y no élites se disparaban. Un segmento creciente de la población se quedó en la base de la clase de consumidores de grano, constituyendo un proto-proletariado formado por trabajadores temporales, aprendices, “obreros-campesinos” y rusticados retornados [utilizamos la palabra rusticados para referirnos a los que en chino se conocen como zhiqing y en inglés como sent-downrusticated, o “educated” youth, es decir, los jóvenes que a partir de los años 50 fueron transferidos de un entorno urbano a uno rural de forma forzada o voluntaria. Aunque en español existe el término ‘rusticar’ no tiene el mismo significado que en inglés, en este sentido de ser enviado al campo. No obstante, al no encontrar ningún término habitual para este concepto hemos decidido utilizar esta especie de neologismo, nota del tr.]. Este segmento se definía por su creciente precariedad en relación con el privilegio del consumo de grano. Empezando con un número relativamente pequeño de migrantes, “trabajadores de callejón” y aprendices, las continuas crisis empujaron a una parte creciente de la clase consumidora de grano a esta posición. Esto supuso que, en el curso de la era socialista, grandes segmentos de la población fuesen arrojados a esta zona gris entre la producción y el consumo del excedente de grano.

Esta clase no era verdadero proletariado en el sentido marxista, pues su trabajo no estaba integrado en los circuitos globales capitalistas, y no existía internamente un proceso de acumulación capitalista del valor. Su susbistencia estaba ligada con más fuerza al salario que otros trabajadores, pero sin embargo en última instancia siendo autónomos de él, pues eran provistos hasta cierto punto por colectivos rurales o pequeños danwei urbanos. Lo que es más importante: aunque eran trabajadores contratados, el mercado de trabajo no existía en el periodo socialista. Su trabajo, en cambio, era asignado a empresas por parte de las autoridades de planificación provinciales (y a veces de empresa o del estado central) de la misma forma que la maquinaria o los recursos para la construcción de nuevas instalaciones. Como estos bienes de producción o insumos de recursos, incluso este trabajo contratado era asignado en “cantidades” con la factura salarial convertida a unidades monetarias post facto.

Al mismo tiempo, se puede decir que esta clase había constituido un proto-proletariado. Representaba la ruptura de la división productor/consumidor de grano de una forma que tendía hacia la creación de aglomeraciones de trabajadores urbanos separados de cualquier medio de subsistencia que no fuese el salario. Esta clase también tenía en su estructura básica (como trabajo contratado migrante) una tendencia hacia la creación de un mercado de trabajo, la dependencia del salario y la creación de instituciones de propiedad privada de medios de producción –que podían ahora empezar a distinguirse de la fuerza de trabajo pues las empresas empezaron a cortar el vínculo entre asignaciones reproductivas que no fuesen de mercado y el empleo. Fue este proto-proletariado el que más tarde actuaría como el núcleo de la nueva clase trabajadora en el curso de la era de la reforma, y muchas características del proto-proletariado socialista serían llevadas a las relaciones de clase post-socialistas chinas.

[1] Naughton 2007, p.63, Figure 3.2

[2] Ibid, p.73

[3] Frazier, p.215

[4] Ibid, p.214

[5] Ibid, p.215

[6] Ibid, pp.217-218

[7] Naughton 2007, p.72

[8] Aunque aparentemente modeladas según el sistema de propiska ruso (pasaporte interno), el hukou tenía sus propios precedentes nacionales en varias encarnaciones de sistemas de registro pre-1949, que eran usados para recolección de impuestos y conscripción.

[9] Chan 2009, p.200

[10] Véase “No Way Forward, No Way Back” en el mismo número de la revista original.

[11] Chan 2009, p.201

[12] Para una breve visión general del Bingtuan en Xinjiang, véase: “Dispatches from Xinjiang: The Story of the Production and Construction Corps,” Beijing Cream, 3 de julio, 2014.

[13] Frazier, pp.218-219

[14] Ibid

[15] Ibid, pp.220-221

[16] Ibid, p.217

[17] Sheehan, p.98

[18] Frazier, p.216

[19] Naughton 2007, p.379

[20] Ibid, pp.73-74.

[21] Ibid, pp.57, 63, Figuras 3.1 y 3.2

[22] Frazier, p.216

[23] La Revolución Cultural se periodiza de dos maneras. Una se centra en la Revolución Cultural “corta”, cubriendo el periodo de movilización de masas entre 1966 y 1969 mientras la otra se centra en la Revolución Cultural “larga”, considerándose que se extiende toda la década 1966-1976.

[24] Wu, p.25, Figura 1

[25] Frazier, p.255

[26] Para una descripción a fondo de este proceso, véase: Joel Andreas, Rise of the Red Engineers, Stanford University Press, 2009.

[27] Xin 2011, p. 143, fn 1. Riskin 1987, p. 129.

[28] Unger 2002, p. 75.

[29] Riskin 1987, p. 129.

[30] Nolan 1988, p. 50.

[31] Riskin 1987, p. 128.

[32] Ibid., p. 129.

[33] Ibid., p. 129.

[34] Eyferth 2009; Naughton 2007, p. 273.

[35] Xin 2011, pp. 130-131.

[36] Selden 1988, p. 161. Véase también Nolan 1988, p. 57.

[37] Naughton 2007, p. 236.

[38] Nolan 1988, p. 52.

[39] Ibid., p. 52.

[40] Jonathan Unger ha descrito una trayectoria general para su evolución desde principios de los años 60 hasta finales de los 70 usando datos de la aldea Chen en la provincia de Guangdong, en los que nos basamos para esta sección. Unger 2002, capítulo 4; véase también Riskin 1987, pp. 129-130.

[41] Unger 2002, p. 75.

[42] Ibid., p. 76-78.

[43] Unger 2002, pp. 79-89; Naughton 2007, p. 236.

[44] Unger 2002, pp. 89-90.

[45] Nolan 1988, pp. 58-9. Riskin 1987, p. 129, para las figuras.

[46] Nolan 1988, p. 65.

[47] Vivienne Shue, The Reach of the State: Sketches of the Chinese Body Politic. Stanford University Press, 1988, pp. 132-47.

[48] Selden 1988, p. 14.

[49] Nolan 1988, p. 67.

[50] Hershatter 2011, capítulo 6; váse también Nolan 1988, pp. 67-8.

[51] Ibid., p. 68.

[52] Naughton 2007, pp. 236-8.

[53] Huang 1990, 199.

[54] Huang 1990, 200.

[55] Nolan 1988, 64.

[56] Selden 1988, p. 161: “entre 1957 y 1980 la tasa de participación de la fuerza laboral urbana creció del 30 al 55 por ciento de la población urbana.”

[57] Naughton 2007, p. 237.

[58] Nolan 1988, 56.

[59] Nolan 1988, 64.

[60] Naughton 2007, p. 254.

[61] Ibid., p. 254.

[62] Ibid., pp. 239-40.

[63] Ibid., pp. 252-3. Vease también Nolan 1988, p. 63.

[64] Naughton 2007, p. 273.

[65] Ibid., p. 273.

[66] Ibid., p. 273.

[67] Ibid., p. 274.

[68] Selden 1988, p. 116; Riskin 1987, pp. 141-2.

[69] Naughton 2007, p. 57.

[70] Véase Sheehan, p.92 para un resumen de esta teoría de las “dos líneas”, también presente, con algunas variaciones en Meisner, Andors, Naughton, Andreas y Lee.

[71] Raymond Lotta, ed., Maoist Economics and the Revolutionary Road to Socialism: The Shanghai Textbook. Banner Press, 1994.

[72] Para el modelo prototípico de tour de fábrica, véase: Charles Bettelheim, Cultural Revolution and Industrial Organization in China, Monthly Review Press, 1974.

[73] Para los partidarios, véase Raymond Lotta, “The Theory and Practice of Maoist Planning: In Defense of a Viable and Visionary Socialism,” postfacio a la edición impresa original en inglés del Manual de Shanghai;  para los detractores, véase: Chino, “24. The Shanghai Textbook and Socialist Transition: 1975”, Bloom and Contend, 2013.

[74] Para una descipción en profundidad del uso del PCC de las tradiciones populares autóctonas y las posteriores batallas culturales en la historia revolucionaria, incluida la construcción del culto a la personalidad de Liu Shaoqi, véase: Elizabeth Perry, Anyuan: Mining China’s Revolutionary Tradition. University of California Press, 2012.

[75] Vease: Boston Consulting Group, Wealth Markets in China. 2008 Report. <http://www.bcg.com.cn/export/sites/default/en/files/publications/reports_pdf/Wealth_Markets_in_China_Oct_2008_Engl.pdf&gt;

[76] Wu, p.41

[77] Ibid, p.42

[78] Ibid, p.43

[79] Para una lista más completa véase: Richard Kraus, Class Conflict in Chinese Socialism. New York, Columbia University Press, 1981, pp.185-187.

[80] Chan 2010, p.

Fuente: Chuang
Traducción de Carlos Valmaseda

Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China (III)

Chuang (colectivo comunista chino crítico)

El colectivo Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. Publicamos a continuación la primera serie, lo que los autores denominan “régimen socialista de desarrollo” que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. Dada su extensión presentaremos los textos en las siguientes 6 entradas separadas:
I: Introducción
II: 1 – Precedentes
III: 2 – Desarrollo
IV: 3 – Anquilosamiento
V: 4 – Perdición
VI: Conclusión – Desligamiento

DESARROLLO

Primera nacionalización

La creación de China como una entidad económica tuvo lugar en una serie de etapas anidadas, que culminarían en la colectivización en el campo y la nacionalización en las ciudades. Una vez completadas, la agricultura colectivizada y la industria nacionalizada se convirtieron en las semilla básicas de desarrollo para el crecimiento de una economía nacional. En la mitología de la era, estas instituciones serían los átomos que formaban el nuevo tipo de estado, a la vez comunal y extenso. Idealmente, formarían unidades de administración más o menos coherentes, estandarizadas, que responderían tanto a la iniciativa local como a la planificación de arrriba abajo. En realidad, sin embargo, se transformarían en nodos incoherentes, autárquicos, en una red de producción muy desigual.

La nacionalización en las ciudades debía completarse originalmente en cinco etapas. La primera era la toma de llamado “capital burocrático” y de las empresas extranjeras. Esto ya se había completado en gran manera en el noreste con la adquisición del GMD de la infraestructura construída por los japoneses. Eran consideradas “empresas de monopolio estatal”, y llegarían a convertirse en el corazón del nuevo sector industrial pesado.

En 1949 mucho antes del Primer Plan Quinquenal, “las empresas industriales estatales del nuevo régimen suponían el 41,3 por ciento del valor del producto bruto de las industrias grandes y modernas de China”. El nuevo sector estatal, dirigido por el PCC,

poseía el 58 por ciento de los recursos de energía electríca del país, el 68 por ciento de la producción de carbón, el 92 por ciento de la producción de arrabio, 97 por ciento de acero, 68 por ciento de cemento, 53 por ciento de hilo de algodón. También controlaba todos los ferrocarriles, la mayor parte de las comunicaciones modernas y el transporte, y la parte mayoritaría del negocio bancario y el comercio interior y exterior. [1]

Pero estas empresas, a pesar de estar bajo el monopolio del estado, seguían atadas a los imperativos capitalistas de acumulación de valor, y por tanto eran ententidas como “capitalistas de estado” más que como “socialistas”. Sin embargo, la estrategia conciliadora de la Nueva Democracia de transición al capitalismo controlada y en última instancia restringida fue esencialmente saltada en el noreste.

En las ciudades portuarias, muchas firmas similarmente grandes no fueron inmediatamente nacionalizadas. Por el contrario, a aquellas que eran incluso propiedad de capitalistas extranjeros se les permitió seguir con sus operaciones. Con el tiempo, se fueron aumentando gradualmente las restricciones a firmas poseídas por intereses estadounidenses, británicos o franceses mediante la subida de impuestos y la máxima de que “los empleados chinos no podían ser despedidos.” Esto esencialmente forzó a las empresas de los inversores extranjeros a seguir volcando dinero en China para mantener sus firmas a flote, en lugar de recoger beneficios.” A causa de esto, el valor de las acciones de estas firmas rápidamente quedó en nada en las bolsas occidentales, y presentaron propuestas para cerrar sus empresas y recobrar cualquier capital fijo que el PCC permitiese, o simplemente abandonaron sus propiedades a los comunistas. [2]

Tras esta transferencia de capital “burocrático”, las siguientes etapas de nacionalización fueron: “(2) nacionalización de sistema bancario; (3) transferencia de firmas y fábricas privadas; (4) cooperativización de la artesanía y la venta ambulante; y (5) la creación de comunas urbanas.”[3] La etapa dos fue pasada muy rápidamente. La nacionalización de los bancos empezó inmediatamente después de terminar la Guerra Civil y supuso la liquidación masiva de la mayor parte de los “446 bancos privados en seis grandes ciudades chinas”, cuando el estado retiró todos los fondos públicos de las instituciones financieras privadas, transfiriéndolos al Banco Popular. En menos de un año, “233 bancos, constituyendo el 52 por ciento del total, fueron cerrados.” Aquellos que quedaban fueron rápidamente fusionados en grandes operaciones “conjuntas” que eran, en realidad, unidades administrativas del banco central. La nacionalización del sistema bancario estaba completada en 1952. [4]

La tercera y cuarta etapas de nacionalización –la transferencia de firmas y fábricas privadas- fue la más extensa y también la más decisiva. La nacionalización de empresas privadas “involucraba a tres millones de firmas y fábricas privadas y afectó directamente a una población urbana de setenta millones,” [5] básicamente al reestructurar la organización industrial de todas las grandes ciudades chinas, aunque las grandes ciudades portuarias orientadas al comercio se llevaron la peor parte. Fue también la fase de nacionalización que aspiraba a restringir y en última instancia detener la transición al capitalismo lanzada en el periodo de la Nueva Democracia, ya que tenía como objetivos a las grandes empresas percibidas como la vanguardia de esta transición.

Las empresas privadas primero pasaron de cumplir contratos estatales a convertirse en empresas oficiales conjuntas (estatal-privadas), en las que la producción ya no la guiaban los contratos sino los objetivos planificados por el estado y finalmente la autoridad en la empresa fue transferida de los inversores y propietarios al estado. Las órdenes del estado como porcentaje de la producción industrial privada ascendieron de un mero 12% en 1949 al 82% en 1955. Para suavizar la respuesta negativa de los antiguos propietarios de estas empresas, el estado accedió a reembolsarles una tasa fija de interés de los futuros ingresos. [6]

En las empresas comerciales privadas (aquellas especializadas en la distribución de bienes) la transformación fue más lenta. Cumplir los objetivos de producción era bastante fácil, pero reemplazar las complejas estructuras de mercado creadas por firmas en busca de valor con un sistema de distribución funcional dirigido por el estado era una tarea completamente diferente. Como hemos visto, las redes comerciales estatales fueron pilotadas en el campo y en el noreste. Pero no fue hasta 1953 que el estado empezó a transformar el comercio al por mayor en “comercio estatal”, incluso entonces transfiriendo solamente las mayores empresas comerciales privadas a propiedad estatal, conservando los mismos comerciantes y empleados, todos haciendo básicamente el mismo trabajo.

Mientras la tercera etapa de nacionalización vio la completa reestructuración de la mayor parte de las industrias urbanas medianas-a-grandes, la cuarta aspiraba a una completa reinvención de la industria china como tal, empezando por sus raíces rurales. En la mayor parte de las grandes ciudades de China, y en casi todas sus áreas rurales, la producción estaba dominada por pequeñas empresas. Vagamente entendidos como “artesanos y vendedores ambulantes”, estos pequeños talleres o vendedores al por menor constituían el espinazo descentralizado de la producción china cotidiana, y eran fundamentales en la distribución de bienes básicos en la China rural interior. Según las estadísticas gubernamentales, en 1954 había todavía “unos veinte millones de personas […] dedicadas a la artesanía de forma individual y el valor de su producción era aproximadamente de nueve mil trescientos millones de yuanes […] representando aproximadamente el 17,4 por ciento del valor bruto de la producción del país.” [7] En la artesanía, las herramientas y otros medios de producción eran propiedad de los productores individuales.

Los artesanos privados eran animados a unirse a “pequeños grupos de suministro y comercialización”, luego a “cooperativas de suministro y comercialización” y, finalmente a “cooperativas de productores”, todas las cuales cumplirían los pedidos de los establecimientos comerciales del estado. En estas cooperativas, los artesanos conservarían primero la propiedad legal de sus herramientas y productos, luego empezarían a compartir trabajo para obtener materias primas más baratas y comercializar los productos, y, finalmente, compartirían sus propios beneficios y gestionarían colectivamente los fondos de reserva y de prestaciones sociales. Esta transformación se extendió durante la era de la Nueva Democracia y los inicios del Primer Plan Quinquenal, aumentando los miembros de cooperativas artesanas de 89.000 en 1949 a 250.000 en 1952. Para finales de 1955, el número había subido a aproximadamente 2,2 millones, pero todavía comprendía solo al “29 por ciento del total de artesanos del país”. Finalmente, en 1956 se lanzó una campaña nacional para organizar sistemáticamente a los artesanos en grandes cooperativas, y la membresía saltó del 29% de todos los artesanos al 92% a finales de año.[8]

Orígenes del Primer Plan Quinquenal

La terminación de la tercera y cuarta etapas de nacionalización socavó todos los mecanismos anteriores de distribución de bienes al destruir tanto los modernos mercados capitalistas como las redes mercantiles de artesanos y vendedores ambulantes (mayoritariamente rurales) de la región. Sin que la ley del valor guiase la distribución de bienes, la localización de las inversiones y los movimientos de las personas, el partido y el nuevo estado fueron vistos como las únicas fuerzas alternativas capaces de una coordinación a gran escala. A medida que la transición al capitalismo era ralentizada intencionadamente, el partido dirigía el esqueleto del estado central para hacerse cargo de las funciones básicas de producción, iniciando una nueva ronda de desarrollo nacional guiada por la estructura planificada pilotada en el noreste. Esto inició la fusión del partido y el estado, y es aquí donde la estructura de clases de la era socialista empezó a echar raíces.

En el noreste, al principio había habido recelos por el giro hacia una planificación económica total. Aunque la planificación era posible anteriormente, el liderazgo regional “confió en una relación contractual vagamente coordinada para gestionar la economía”[9] hasta 1951.  Gao Gang, uno de los líderes regionales del partido, expresó considerables recelos por la falta de experiencia y datos estadísticos disponibles, así como por los límites absolutos inherentes a la idea misma de un plan nacional. Él mantenía que “no somos Dios, y no podemos cuadrar un plan perfecto.”[10]

No obstante, tenía una fuerte confianza en el sistema ruso y encabezó los esfuerzos por desarrollar una infraestructura de planificación económica más amplia, dirigiendo al partido regional en la recopilación de estadísticas industriales y remodelación del sistema administrativo de arriba abajo para incluir “consultas frecuentes e intercambios de información a diversos niveles en la jerarquía,”[11] dando como resultado planes que estaban desarrollados centralmente, pero también se mantenían bajo control según aquello de lo que las empresas fuesen realmente capaces. El trabajo de planificación fue racionalizado con la invención de un sistema de contabilidad estandarizado durante el Movimiento de Nuevo Registro, y la administración fue estandarizada mediante la puesta en marcha del “sistema de responsabilidad” y la “gestión unipersonal”, que creaba jerarquías interconectadas dirigidas por el director de la fábrica.

Estos nuevos sistemas, sin embargo, a pesar de la consulta entre niveles administrativos, no  fueron suficientes para evitar las irracionalidades que llegaron con el incentivo a reportar falsos números de producción para satisfacer un plan ordenado a distancia. El despilfarro y la ineficiencia se convirtieron en algo corriente. Tan pronto como en 1951, el liderazgo regional del noreste “empezó a introducir el enfoque movilizador, que permitía a los trabajadores participar en la formulación de los planes anuales y la supervisión de su ejecución.”[12] Pero incluso con una gran implicación de los trabajadores entre 1951 y 1953, sin embargo, las horas extraordinarias eran comunes, los trabajadores sufrían y la maquinaria era utilizada hasta su punto de quiebre. Una planificación de la infraestructura mejor racionalizada, incluso una con altos niveles de control obrero directo, no era en ningún caso una solución para los problemas básicos de un pobre equipamiento y la falta de personal formado.

Durante este mismo periodo, se diseñaron nuevos sistemas salariales y de formación técnica con la ayuda de técnicos rusos, y la maquinaria fue modernizada. Los métodos de la organización industrial pilotados en el noreste se conocerían más tarde como el “Modelo Soviético”, en competición con el “Modelo de Shanghai” o el “Modelo del Este de China” comunes en las ciudades portuarias. Pero lo que los estudiosos clasifican a menudo como el “Modelo Soviético” en realidad cubre dos tendencias alternativas en la organización industrial y la gestión de empresa, la primera influenciada por los métodos alto-estalinistas de campañas de movilización de masas junto con “unidades de producción de choque y una supervisión muy cercana de los comités del partido”, y el segundo más en línea con los planes quinquenales de la URSS de los años 30, un método de organización “encapsulado en la gestión unipersonal” que “en realidad imponía un orden jerárquico y burocrático estricto sobre las empresas que era antitético con los impulsos movilizadores del Alto Estalinismo.[13] El “modelo soviético” construido en el noreste, por tanto, estaba desgarrado por contradicciones, con cada tendencia opuesta justificada teóricamente por diferentes periodos de la industrialización rusa.

El experimento no solo estaba basado en teorías predominantes de desarrollo industrial no capitalista sacadas de la URSS, sino que se construía también con la participación directa de miles de rusos. Solo en la provincia del noreste de “Liaoning estaban localizados más de la mitad de todos los proyectos de ayuda soviéticos [y] un mínimo de 10.000, quizás hasta 20.000 expertos soviéticos y consejeros industriales trabajaron en China durante los 50.” Mientras tanto, “al menos 80.000 ingenieros, técnicos y personal de investigación chino fueron formados en la URSS.”[14] Esto colocaba a estos técnicos en una posición de facto de autoridad central, y planteaba la cuestión del papel que debería interpretar el PCC en el lugar de trabajo.

En las primeras tempranas, cada comité del partido de empresa seguía formalmente separado de la gestión técnica, encargado principalmente de la “supervisión y garantía” del trabajo. Esto suponía dirigir campañas de movilización, supervisar la ejecución de las políticas, promover las formas relativamente democráticas de gestión comunes en aquel tiempo (normalmente bajo la forma de “un congreso de trabajadores y personal o un comité de gestión de fábrica”, así como supervisar la formación y las promociones. Los directores de fábrica a menudo no eran miembros del partido. La “gestión unipersonal”, por tanto, nunca se practicó en su forma más pura, pues existían numerosos controles contra las decisiones ejecutivas de los directores.

Esto significaba que, en lugar de la “gestión unipersonal” dispuesta en los manuales del partido de aquel tiempo, la mayor parte de las empresas tenían una estructura de poder dual, dividida entre el partido y el liderazgo técnico, cada uno de ellos profundamente enraizado en prácticas muy extendidas de autogestión obrera y cada uno de ellos ofreciendo sus propias nuevas formas de movilidad ascendente. La misma teoría de la gestion unipersonal se convertiría rápidamente en un punto de disputa a medida que el experimento del noreste se extendía al resto del país en 1953.[15] La estructura industrial resultante, aunque modulada por diversas características soviéticas, pronto tomó un carácter propio.

Extensión del modelo soviético

No queriendo deslizarse a una transición capitalista, muchos vieron en las formas de la planificación económica centralizada, la racionalización taylorista y la promoción de industrias pesadas defendidas por los rusos como la única opción factible. El “Modelo del este de China” industrial en las ciudades portuarias, aunque funcional al nivel de empresas individuales, no había desarrollado ningún método para una coordinación a mayor escala sin mecanismos basados en el valor, como los mercados. El noreste ofrecía el único experimento en una dirección claramente no capitalista, a pesar de los recelos generales sobre la excesiva dependencia de la teoría, la ayuda y la experiencia técnica soviéticas.

En 1952, Gao Gang, ya uno de los seis presidentes del Consejo de Estado, fue promocionado del liderazgo regional del partido en el noreste para convertirse en la cabeza de la Comisión de Planificación Estatal, donde se le dio la responsabilidad de completar el diseño del Primer Plan Quinquenal. Se aspiraba a que el plan extendiese los beneficios de las industrias nororientales a todo el país al fundar nuevos centros industriales fuera tanto de las ciudades portuarias como de Manchuria, y tejiendo un país fragmentado y multinacional en un tejido económico unificado y estandarizado.

La infraestructura de planificación del nuevo estado estaba compuesta de un nivel complejo de ministerios y oficinas anidados, supervisados por el Consejo de Estado o variantes siempre cambiantes de comisiones de planificación estatal. La jerarquía de planificación ideal era optimista, en el mejor de los casos. En realidad, sus escalones superiores sufrieron cambios administrativos casi constantes durante el Primer Plan Quinquenal, mientras los ministerios y oficinas más bajos tenían la tarea de unir unidades productivas de innumerabless tamaños y estructuras, cada una de ellas utilizando diversas formas de despliegue del trabajo. Al mismo tiempo, estas oficinas se esperaba que de alguna manera cuantificasen y racionalizasen la producción de este miasma industrial. El periodo estuvo marcado por “picos gemelos” de actividad, uno en 1953 y otro en 1956, en los que estos cambios organizativos fueron especialmente rápidos.[16]

No obstante, se puede defender que en estos años, en determinadas regiones, el PCC consiguió hacer funcionar el “Modelo Soviético” hasta un grado sin precedentes tanto en Manchuria como en la URSS. Pero esto no significa que podamos tomar la teoría tras el Modelo Soviético original o sus variantes como descripciones ajustadas de cómo funcionó la industria china. Este es el mayor error de la literatura existente sobre la materia, ya sea laudatoria[17] o crítica[18]. La verdad es que hasta cuando el Modelo Soviético estuvo en auge, su despliegue fue profundamente desigual y contradictorio.

Es parcialmente correcto defender que el Modelo Soviético, con su base en el noreste, estuvo en una competición constante con el Modelo del Este de China, basado en las ciudades portuarias. Con el tiempo, se transformaron el uno al otro, y ambos fueron desafiados y revolucionados periódicamente de abajo arriba por revueltas de trabajadores, que alcanzaron su punto máximo a mediados de los años 50 y finales de los 60. Sin embargo, incluso este modelo bipolar es demasiado simple, y no consigue describir las divisiones novedosas que surgieron de la colisión de estos dos sistemas. Hasta el término “modelo” atribuye demasiada intención al desarrollo de estos sistemas que eran en realidad adaptaciones al azar improvisadas con los materiales a mano.

No obstante, esta división proporciona un marco con el que se puede trabajar, si entendemos los dos “modelos” como el núcleo material de dos sistemas industriales con gravedades diferentes, cada uno de ellos impulsado en una trayectoria separada por su propia inercia, aunque también afectado por el tirón de su sistema hermano. Estos sistemas tenían núcleos gravitacionales en sus respectivas ciudades y regiones, pero estos núcleos solo podían ejercer “tirón” porque operaban en el campo del “océano” agrícola de China, del que extraían su excedente de grano. La gravedad de estos sistemas, por tanto, no era puramente metafórica, sino que tomaba forma en las muy reales tasas con las que el grano era desviado a los núcleos industriales.

En el noreste, el centro de gravedad del Modelo Soviético, la herencia de la infraestructura industrial pesada a gran escala construida por los japoneses exigía una gestión de alto nivel, estrictas divisiones del trabajo, amplias recolecciones de datos y que se aplicasen formularios estandarizados de administración a fábricas y redes logísticas estandarizadas. El influjo de los técnicos rusos y la asistencia soviética para la modernización de estas fábricas no hizo más que exagerar estos rasgos, y que el partido se centrase en este modelo a mediados de los 50 amplificó su gravedad.

Antes de esto, el Modelo del este de China había sido más dominante en la política nacional, debido al foco del partido en la reconstrucción de las ciudades portuarias mediante la inversión internacional. Este modelo había heredado una mezcla diversa de empresas industriales, con varias firmas grandes flotando en medio de una masa de talleres medianos y pequeños coordinados vía mercados y redes de parentesco, clientelismo y formas más amorfas de fraternidad. También había heredado vestigios fuertes de la era imperial y el periodo posterior de señores de la guerra, incluyendo poderosas élites locales, violentas pandillas callejeras, gremios laborales esotéricos y millones de vendedores ambulantes, artesanos y otras microunidades de producción y distribución. Esto requería formas de gestión más matizadas y localizadas, la capacidad de superar demandas de trabajo fluctuantes, la acomodación a viejas tradiciones, la creación de órganos capaces de coordinar la producción entre unidades de distintos tamaños y estilos, y la simple capacidad de dar cuenta de lo que se estaba produciendo y lo que no.

El Primer Plan Quinquenal (1953-1957) señaló la incierta ascendencia del Modelo Soviético contra el Modelo del este de China, que había predominado durante la era de la Nueva Democracia. En términos puramente económicos, el resultado fue una de las fases más profundas y extensas de industrialización nunca vistas. Los ingresos nacionales se doblaron entre 1949 y 1954 y más que se triplicaron en 1958.[19] Cada año entre 1952 y 1957 vio expandirse la producción industrial en un asombroso 17% pues “virtualmente todos los sectores de la economía fueron rehabilitados y se establecieron los trabajos preparatorios para un futuro crecimiento mediante inversiones masivas en educación y formación”. Esto hizo posible una “rápida movilidad social a medida que los campesinos se desplazaban a la ciudad y los jóvenes entraban en la universidad.” Décadas después, el periodo sería recordado nostálgicamente como una especie de era dorada para los urbanitas, marcada por la paz, el progreso y la prosperidad.[20]

Para asignar las inversiones, el Plan reemplazó completamente los incentivos de precios con medidas “cuantitativas” decididas por los planificiadores en un proceso llamado “planificación de equilibrio material.” Aunque precios, beneficios, salarios, bancos y dinero nominalmente seguían existiendo, “el sistema financiero era ‘pasivo’”, lo que quiere decir que “los flujos financieros eran asignados para que se acomodasen al plan (que era redactado en términos de cantidades físicas), más que influir en los flujos de asignación de recursos independientemente.” Características del viejo sistema financiero, como precios y beneficios, eran ahora “utilizados para auditar y monitorizar el cumplimiento, no para dirigir las decisiones de inversión.” En su forma ideal, la “planificación de equilibro material” permitiría a un planificador “usar una tabla de insumos-producto para cuadrar las necesidades interdependientes de toda la economía.”[21]

En realidad, sin embargo, la complejidad del sistema y la desigualdad impedían que los planificadores ni se aproximasen a ese ideal. Los planificadores

[…] dividían bloques de recursos entre diferentes partes interesadas, redactaban su propia lista de los deseos de proyectos prioritarios y los recursos que necesitaban, y entonces asignaban todo lo que quedase a las numerosas necesidades no cubiertas. El sector extranjero se podía útilizar como último recurso para compensar las escaseces y vender excedentes.[22]

El foco del plan en la industria a expensas de la agricultura, por tanto, fue completamente intencional. Entre 1952 y 1958 “de la inversión de capital total, el 51,1 por ciento fue a la industria y solo el 8,6 por ciento a la agricultura,”[23], aumentando la inversión total en “construcción de capital”[24] de 1.130 millones de yuanes en 1950 a 26.700 millones en 1958. El valor neto de la producción de bienes de consumo tuvo una reducción similar en relación a la industria en el mismo periodo.[25]

Esta desproporción fue también geográfica, al haber diseñado el plan para “alejar el centro de gravedad industrial de los enclaves costeros”, al dictar que casi todos los 156 grandes proyectos industriales fuesen “construidos en regiones del interior o en el noreste,”[26] con 472 del total de 694 empresas industriales, grandes y pequeñas, “a ser localizadas en el interior.”[27] Cortados los lazos con los mercados globales y limitados a un pequeño grupo de socios comerciales socialistas –específicamente la URSS, que suponía la mitad de todo el comercio internacional durante este periodo[28]— centrarse en el interior también aspiraba a “construir nuevas industrias más cercanas a las fuentes de materias primas y a las áreas de consumo y distribución.”[29]

Al mismo tiempo, la eliminación de la industria artesana y las redes de mercado que habían afianzado las relaciones entre el campo y la ciudad aseguraron que la mayor parte de la actividad industrial de China fuese ahora urbana, y que la población estuviese concentrada aún más estrictamente en industrias urbanas o dispersada en colectivos agrarios creados en esta época. Lo que es más importante: la división entre urbano y rural se estaba convirtiendo ahora en una clara división geográfica entre regiones productoras de grano y consumidoras de grano, siendo las consumidoras de grano las metas principales de la industrialización.

No obstante, buena parte de este crecimiento industrial se dirigía aparentemente a bienes de producción agrícolas. El estado “compraba mercancías agrícolas […] a precio bajo en el campo […] y las intercambiaba por bienes industriales de alto precio.”[30] El objetivo era tanto modernizar la agricultura como construir una poderosa base industrial. Pero al sacrificar buena parte de la industria independiente del campo y las redes comerciales que la acompañaban,[31] el Primer Plan Quinquenal no consiguió proporcionar al sector rural una infraestructura plenamente factible capaz de reemplazar lo perdido.

Al faltar carreteras, ferrocarriles, electricidad y acceso a productos petrolíferos, buena parte del campo chino requería una enorme inversión nacional solo para hacer funcionales tecnologías modernas como tractores y plantas electrificadas de procesamiento de alimentos o de fertilizantes. Pero esto planteaba a los planificadores centrales una trampa: para invertir en este tipo de infraestructura, la industria urbana necesitaba estar desarrollada, pero para desarrollar la industria urbana, la agricultura tenía que ser modernizada para alimentar a la creciente fuerza de trabajo industrial, compuesta principalmente de nuevos migrantes procedentes del campo.

La solución de los planificadores centrales a esta aporia no fue ralentizar el proceso y poner en marcha la modernización gradualmente –una opción políticamente inviable cuando las posibilidades de una nueva guerra mundial eran todavía un temor destacado– sino en cambio intensificar la extracción de excedente del campesinado, forzar a más trabajadores de las antiguas artesanías a trabajar en la agricultura e introducir tecnologías “intermedias” en la producción industrial que requiriesen menos apoyo de infraestructura y menos pericia técnica. En última instancia, esto supondría también limitar la migración rural-urbana mediante la aplicación de estrictos controles administrativos sobre el movimiento de la población.

Niveles

Durante este mismo periodo, las burocracias industrial y del estado se inflaron, proliferaron los cargos y la gradación de salarios incluso cuando las jerarquías de facto raramente coincidían con el plan oficial. Envolviendo el crecimiento de la industria, la burocracia del partido y del nuevo estado (todavía marginalmente separadas) fue el sector de mayor crecimiento entre 1949 y 1957. Grandes burocracias estatales habían sido sellos distintivos tanto de la estructura industrial japonesa como de la producción dirigida por el estado de la propia GMD, pero la escala del nuevo estado superó de lejos a sus predecesoras. Mientras la burocracia del GMD había llegado a un pico de 2 millones de funcionarios estatales en 1948, el nuevo estado vio dispararse el número de cuadros de 720.000 en 1949 a 3,31 millones en 1952. Y esto era solo el principio: “En menos de una década, de 1949 a 1957, el cuerpo de cuadros se multiplicó por diez en números absolutos y en porcentaje de la población: a 8,09 millones y del 0,13 al 1,2 por ciento de la población.”[32]

La reproducción del propio estado se hizo cada vez más cara: “en 1955 los cuadros del gobierno se estaban comiendo casi el 10 por ciento del presupuesto nacional, casi el doble del techo de 5 por ciento que los líderes nacionales habían planeado originalmente.”[33] Este coste directo se encontraba en gran parte bajo la forma de salarios pagados a los cuadros, y estos salarios aumentaban y se estratificaban más según el rango.[34] El costo creciente y la complejidad de la burocracia estatal tuvo su paralelo en los sectores industriales, mientras los salarios de los propios trabajadores sufrieron una serie de reformas. A medida que las inversiones nacionales fluían a raudales en la industria pesada, las divergencias ya existentes entre los ingresos rural y urbano se solidificaron en la política estatal. Al mismo tiempo, los salarios urbanos se dividieron en numerosos grados, aunque era raro que la distribución real de salarios coincidiese con los grados establecidos en el plan. Mientras los cuadros de alto nivel claramente conseguían los mayores ingresos, a los técnicos e intelectuales se suponía que se les iban a dar privilegios importantes con relación a otros urbanitas.[35]

Entre los trabajadores urbanos, hubo un intento de poner en marcha una jerarquía de salarios que destacase las prioridades de la estrategia de inversión del estado central. En este plan, los trabajadores empleados en la industria pesada recibirían los mayores salarios para trabajadores manuales, mientras los trabajadores de nivel más alto en estas categorías conseguirían ligeramente menos que la paga de cuadros de nivel medio como jefes de sección de oficina, y básicamente a la par con la paga de profesores numerarios universitarios e ingenieros asistentes. Los trabajadores de la industria pesada de menor grado, sin embargo, conseguirían relativamente menos que la media para los profesores de escuela primaria. Esto señala que los niveles salariales diseñados por el partido estaba pensado que existiesen no solo entre clasificaciones industriales dentro de las ciudades, sino también dentro de las fábricas mismas.[36]

Los ingresos reales de los trabajadores urbanos, de hecho, aumentaron un 42,8% entre 1952 y 1957, pero este aumento no era distribuido equitativamente entre ocupaciones. Los trabajadores en la línea de producción vieron la implementación de “una compleja serie de bonificaciones y recompensas individuales añadidas a los salarios.” En las empresas “conjuntas” (esto es, empresas recientemente nacionalizadas, la mayoría en las ciudades portuarias) los salarios en realidad cayeron, como en Shanghai, donde “los trabajadores en las recientemente nacionalizadas fábricas textiles vieron sus ingresos reales caer entre un 50 y un 60 por ciento,” una pérdida solo parcialmente compensada por un aumento de las prestaciones sociales.[37]

Muchas industrias, asoladas por pobres estadísticas de producción y prácticas caóticas sobre el terreno también pusieron en marcha el pago por pieza para los trabajadores individuales: “Para 1952 más de un tercio de todos los trabajadores industriales participaban en sistemas de pago por pieza y para 1956 el porcentaje había subido al 42 por ciento.” Aparte de los grados salariales para cuadros a nivel de fábrica, había rangos adicionales para “personal de servicio”, ocho rangos para “personal técnico” y cinco para “técnicos”, cuatro para “técnicos asistentes” y toda una serie de “pago de bonificaciones a personal de gestión y técnico en todos los niveles del sistema industrial cuando se alcanzaban o superaban los objetivos.”[38]

Estas jerarquías de grados salariales, bonificaciones y pagos por pieza se correspondían al intento de racionalizar la industria china construyendo nuevas fábricas modelo según las líneas del Modelo Soviético y ajustando a la fuerza prácticas preexistentes en las ciudades portuarias en unidades industriales en paralelo con las del noreste. Pero, de nuevo, la forma ideal del Modelo Soviético nunca se materializó. No solo hubo tensiones entre las jerarquías duales de aquellos con privilegios técnicos contra aquellos con privilegios políticos dentro de la fábrica, también hubo el simple absurdo de intentar forzar el miasma industrial de las ciudades portuarias en un modelo único, racionalizado, diseñado originalmente para adecuarse a las necesidades de la industria pesada.

Hacia finales de los años 50, los planificadores chinos empezaron a comprender que “el sistema no se adaptaba a las condiciones chinas técnica, económica o políticamente.” La amalgama de decenas, si no cientos de miles de pequeños artesanos, talleres y fábricas en grandes empresas industriales creó una pesadilla logística en muchas ciudades, ocasionando multitud de “conflictos por la tasación del valor y la compensación” así como “problemas que afectaban al personal y la autoridad de gestión”, en los que “gestores, propietarios y personal técnico” de las viejas plantas competían por ver quien “tendría qué responsabilidades y poderes en la nueva organización.”[39]

Lo que es más importante, la intrincada jerarquía de salarios basada en el talento, la industria y la relación con el estado nunca se materializó. Aunque los grados se diseñaron con perfecto detalle, nunca se correspondieron a las tendencias reales en salarios y beneficios observadas en el periodo. Algunas de las divisiones incentivadas por el estado central de hecho se profundizaron, como fue el caso con los trabajadores privilegiados en las industrias pesadas estatales frente a las empresas colectivas infrafinanciadas, que empleaban más trabajadores temporales y con contrato. Pero otras jerarquías, como los grados salariales basados en las capacidades técnicas, nunca se aplicaron en la forma planeada, a pesar de la propaganda de lo contrario. Lo que se materializó fueron nuevas jerarquías caóticas, nuevas relaciones con el estado y nuevas formas de subsistencia, muchas de las cuales, aunque nuevas, podían reclamar un parentesco tanto con las instituciones de la china prerevolucionaria como con las soviéticas.

En estas nuevas jerarquías, ciertas regiones fueron privilegiadas sobre otras. Las ciudades portuarias sufrieron una financiación inadecuada y una estructura industrial que tenía poco parecido con la supuesta por las directivas de la planificación central. Esto dio como resultado la necesidad de numerosas correcciones a corto plazo, muchas de las cuales se convertirían inadvertidamente en los cimientos a largo plazo de nuevas configuraciones de poder y métodos de producción. Entre los problemas más acuciantes estaba el riessgo de inflación. A medida que aumentaban los salarios, el PCC temía el surgimiento de un nuevo ciclo inflacionario similar al que paralizó a los regímenes japonés y del GMD –y el primer “pico” de inversiones rápidas en 1953 empezó, de hecho, a prender de nuevo la inflación.[40] Como respuesta, se animó a los gobiernos locales  a dar alternativas a los salarios monetarios. Esto dio como resultado que muchos gestores de empresa revitalizasen prácticas iniciadas por anteriores industrializadores, sean señores de la guerra, nacionalistas o japoneses, todos los cuales buscaron parches locales para el caos inflacionario en tiempos de guerra internalizando la reproducción del trabajo dentro de la fábrica mediante la provisión directa de cosas como alimentos, vivienda y asistencia sanitaria sin recurrir al mercado.

Trabajo sin valor

Las nuevas instituciones de bienestar del PCC, por tanto, en realidad remontaban su historia a anteriores soluciones locales, a corto plazo y a menudo independientes más que a cualquier directiva estatal central para la provisión de prestaciones sociales: “las prestaciones en el lugar de trabajo como institución se habían desarrollado de manera independiente en las ciudades chinas durante la hiperinflación de los años 40. Los esfuerzos del PCC por acabar con la inflación se vieron facilitados por la continuación de la práctica de que las fábricas proporcionasen alimentos y otras necesidades básicas a los trabajadores.”[41] Este fue el inicio del sistema danwei, o “unidad de trabajo”, que se extendería pronto a la totalidad de la industria china. En este sistema, el nuevo régimen ejercía el poder mediante la penetración de las unidades básicas en la sociedad, incluidas fábricas y otras empresas,”[42] simultáneamente reduciendo el reemplazo de trabajadores, previniendo la inflación y haciendo que los trabajadores dependiesen directamente de la asignación de recursos a nivel de empresa del estado central, más que de los salarios monetarios.

Esta relación entre los trabajadores y el estado se convertiría en una de las características más decisivas del régimen socialista de desarrollo, que progresivamene gestionó el trabajo como si fuese un componente de la fábrica. Los recursos para la reproducción del trabajo, más que ser empaquetados en el salario, eran en cambio extraídos de los fondos de la, así llamada, “Inversión en Construcción de Capital” (ICC) pensados originalmente para la compra de nueva maquinaria y la construcción de complejos fabriles. El total de ICCs “pasó de 2.900 millones de yuanes en 1952 a 10.005 millones de yuanes en 1957,” consistente con el foco del Plan Quinquenal en la expansión de las instalaciones industriales. Pero en el curso de los años 50 cantidades crecientes de estos fondos de inversión empezaron a ir a “ICC no productivo”, que suponían “proyectos como la construcción de unidades residenciales, hospitales y otras instalaciones que no contribuían directamente a la producción económica.” Entre 1951 y 1954 estos proyectos no productivos (o, más exactamente, reproductivos) se comieron más del 50% del total de ICC.

El Primer Plan Quinquenal, por tanto, resulto decepcionante. En realidad, la construcción de nuevas instituciones reproductivas era tan esencial como la priorización de la industria pesada. Estas instituciones crearon nuevas interconexiones entre los trabajadores y el estado y facilitaron nuevos métodos de control social. Mientras tanto, la reproducción y el control de los trabajadores eran tratados, en la práctica, como algo adyacente o idéntico a la inversión en fábricas como tales, sin gestionar las prestaciones sociales a nivel gubernamental nacional, provincial o incluso local, sino a nivel de empresa industrial, igual que las inversiones en planta y maquinaria.

Este acuerdo forzó en realidad al estado a extraer un excedente absoluto de la industria, aunque no fuese más que para sostener estos pagos de prestaciones sociales. Pero también se aseguró de que este excedente nunca pudiese evolucionar a un valor excedente, debido a su creciente separación del salario y la casi total ausencia de algo parecido a un mercado de trabajo que  impidiese que la fuerza de trabajo se convirtiese en una mercancía aunque el trabajo como tal fuese tratado por los planificadores como cualquier otro bien de producción.[43] Mientras tanto, este excedente absoluto en la industria fue, de hecho, un excedente extraído de un excedente, pues el producto de los obreros industriales era solamente una derivación del excedente extraído a los trabajadores agrícolas. El grano fue siempre el principal motor productivo del régimen socialista de acumulación, y su transformación alquímica en acero fue el producto excedente de los consumidores netos de grano del sistema: la fuerza de trabajo industrial.

Se formaron otras jerarquías nuevas dentro de la fuerza de trabajo industrial, así como en danwei individuales. La proximidad al estado central y el priorizado sector de la industria pesada fue una de tales jerarquías, con aquellos “en la periferia del empleo industrial, en el inmenso sector artesano urbano” recibiendo “las pagas más bajas y solo exiguas prestaciones sociales, si es que recibían alguna.”[44] Pero todas eran en realidad jerarquías en la distribución del excedente absoluto de grano extraído al campesinado o a procesos medioambientales no humanos (en nuevas olas de deforestación y asentamientos de frontera, por ejemplo).

Por el contrario, las jerarquías basadas en la capacidad técnica que pretendían los planificadores centrales nunca llegaron a tomar forma. Durante los años 50 en centros industriales como Shanghai, “había poca distinción en la paga entre trabajadores especializados y no especializados.”[45] El estado no podía determinar los salarios de los trabajadores, ni siquiera en las empresas estatales, debido a la enormidad de la tarea. En el curso de la nacionalización, “los funcionarios de la RPC ganaron control del gasto salarial de más de 7 millones de trabajadores industriales de todo el país,”[46] forzando al estado a permitir que los ministerios individuales determinasen sus propias tasas de pago y a las empresas a que lo aplicasen.

Pero esta implementación era raramente consistente con las tasas determinadas por estos ministerios. A las empresas las autoridades de planificación les daban un presupuesto salarial fijo y a los trabajadores en la empresa frecuentemente se les permitía ejercer considerable influencia en la distribución de esta suma. Aquí los aspectos del Alto Estalinismo del Modelo Soviético quedaron muy en evidencia, cuando los salarios no eran establecidos por los directores de la fábrica, según el sistema de “gestión unipersonal”, sino que por el contrario se establecían en “campañas” de movilizaciones de masas para el ajuste salarial en las que “los trabajadores discutían abiertamente y debatían entre ellos quién merecía aumentos de salario y quién no.” El resultado, en la inmensa mayoría de los casos era que estas reuniones “tendían a dirigir los aumentos salariales hacia los trabajadores relativamente más viejos con grandes familias que mantener”, creando por tanto un “sistema salarial informal por la antigüedad” que persistiría durante toda la era socialista, reforzado por la afirmación cultural de los trabajadores mayores quienes habían sufrido los regímenes laborales prerevolucionarios, y quienes a menudo consideraban a los trabajadores jóvenes mimados por la relativa prosperidad del socialismo.[47]

Además de la creciente división entre trabajadores jóvenes y viejos en la fábrica, volvió a salir a la superficie la red familiar como una forma predominante de asignación del trabajo y la distribución de excedente. Con el desmoronamiento del mercado de trabajo y la sujeción de los trabajadores mediante el sistema de danwei y, más tarde, el hukou, las empresas tenían que dirigirse a los ministros industriales del centro para ampliar su fuerza de trabajo. El problema del reemplazo laboral se solucionó en realidad limitando la capacidad de los trabajadores de emigrar a diferentes ciudades y atando la elegibilidad para pensión a los años trabajados en una empresa dada –reforzando de nuevo la jerarquía por antigüedad. La dificultad de conseguir nuevos trabajadores animaba a las empresas a acaparar trabajadores, incluso en las recesiones económicas, pero la incapacidad de contratar “de la sociedad” –esto es, contratar libremente a urbanitas desempleados o migrantes rurales– ponía fuertes límites geográficos a la reserva de trabajadores disponibles.[48]

La solución más fácil a este problema, adoptada como un parche local por empresas de todo el país, fue la práctica del “sustituto (dingti)”, por la que la empresa contrataría a familiares e hijos de los empleados actuales en la misma unidad de trabajo. Dadas las limitaciones para contratar, “el gobierno chino promocionó inadvertidamente una práctica intensamente localista de herencia ocupacional de la unidad de trabajo.”[49] Al hacerlo, el PCC revitalizó la unidad familiar como fuente integral de privilegio social, fusionándola al danwei y por tanto al estado. Las familias que tenían un mal trabajo o poca influencia en sus empresas tenían poco poder de negociación y por tanto veían a los miembros de su familia deportados a ciudades lejanas (a menudo en el interior) por las demandas de asignación laboral nacional. Esto creaba un estrés financiero y emocional que impedía que estas familias ascendiesen en la jerarquía distributiva.

Ni siquiera la coordinación entre empresas desarrollada más tarde en los años 50 se correlacionaba con la estructura establecida por el Plan Quinquenal. Fuera del noreste, los ministerios industriales fueron forzados a devolver cantidades importantes de poder a los funcionarios locales. En Shanghai y Guangzhou, esto dio como resultado la importancia inflada de los Departamentos de Trabajo Industrial (gongye gongzuo bu) en relación a las funciones asignadas. Supuestamente una institución menor bajo la dirección del comité municipal del partido, estos departamentos finalmente “interpretaron un papel crítico en la traslación de las directrices políticas y administrativas centrales a la práctica real en las plantas industriales […] y se quedarían con el tiempo a cargo de la mayor parte de las funciones de supervisión de determinadas fábricas en sus ciudades,” a pesar de no habérseles asignado este rol en la fluida jerarquía concebida por las autoridades planificadoras.[50] A finales de los 50, esta descentralización tomaría formas extremas.

Colectivización del trabajo rural

Todos estos cambios en las ciudades, sin embargo, estuvieron afianzados por transformaciones monumentales en el campo. Al mismo tiempo que la aplicación de la primera etapa de nacionalizaciones y el primer Plan Quinquenal, la producción rural fue colectivizada en cuatro etapas a lo largo de los años 50. Las primeras dos etapas implicaron la formación de “cooperativas”, mientras las dos últimas implicarían la formación de “colectivos”. Durante el movimiento de reforma agraria, se habían formado equipos de ayuda mutua de seis o más hogares con el objetivo de ayudar a la producción de granjas individuales. Aunque guiados por el partido, esta fue una respuesta fundamentalmente local y voluntaria al hecho de que las herramientas agrícolas, y muy especialmente los animales de trabajo, tenían que ser divididos entre los hogares cuando se los quitaban a los terratenientes. Estos equipos de ayuda mutua eran estacionales, juntándose normalmente en los momentos de la cosecha y la siembra, y permitían ser “ecónómicamente viables” a las pequeñas parcelas al compartir recursos escaso.[51] También se crearon cooperativas de suministros y comercialización, esta vez por el partido, ya que competían con los comerciantes locales en la ofensiva por ganar el control sobre el producto excedente. Un equipo de ayuda mutua, por ejemplo, podía recibir insumos como fertilizante de una de estas cooperativas a cambio de una cantidad específica de grano. A su vez, las coopertivas de suministros y comercialización presionaban a las familias campesinas y ofrecían incentivos para colectivizar aún más.[52] Estas cooperativas estaban integradas en el sistema unificado de compra y comercialización iniciado en el otoño de 1953 cuando los comerciantes privados fueron expulsados del mercado agrícola.

En 1954 y 1955, durante la segunda etapa de colectivización, la mayor parte de los equipos de ayuda mutua se convirtieron en “cooperativas de productores agrícolas menores” formadas por grupos de aproximadamente 20 hogares. Había surgido la visión dentro del partido que era necesario un nivel más alto de cooperación para que fuese más fácil organizar el trabajo rural no utilizado, especialmente durante la estación de inactividad. Si el proceso era demasiado lento, se pensaba que echarían raíces nuevas desigualdades a medida que algunos hogares o equipos de ayuda mutua ganasen recursos a expensas de otros, y a mediados de los 50 estaban apareciendo informes de desigualdades.[53] Estas opiniones se convirtieron en una gran fuerza de empuje dentro del partido, tanto en el centro como en el campo, para una colectivización más a fondo mediante el Gran Salto Adelante (GSA a partir de ahora).

Aunque guiadas por el Partido, las cooperativas no fueron simplemente impuestas al campesinado. Se ofreció crédito financiero y ayuda técnica como incentivos para unirse,[54] y hay pocos indicios de una gran resistencia en esta etapa pues los campesinos todavía mantenían la propiedad sobre los medios de producción y la tierra, ambos usados ahora colectivamente pero todavía técnicamente propiedad de los hogares. Las cosechas se dividían según el trabajo y la tierra aportados. El método exacto para calcular esta remuneración era difícil y variaba según el lugar, aunque el Partido prefería sistemas que destacasen las contribuciones del trabajo sobre la propiedad.[55]

La contribución de trabajo individual se medía en “puntos de trabajo”. El sistema de puntos de trabajo, que perduró hasta la descolectivización de finales de los años 70, era complejo y en continuo cambio. Diferentes números de puntos eran asignados a diferentes trabajos, normalmente con una media de unos 10 puntos por un día completo de trabajo de un hombre y 8 de una mujer. En las cooperativas, los puntos de trabajo totales de un campesino eran intercambiados con el colectivo a final de año por grano, otros productos, y dinero en metálico. Su “valor” era “calculado dividiendo el producto total neto del colectivo (tras los fondos colectivos y la acumulación) por los puntos de trabajo combinados de todos los miembros.”[56] La complejidad de este problema de remuneración contribuyó probablemente a la desaparición de las cooperativas.

Mientras solo un 2% de los hogares rurales eran miembros de cooperativas en 1954, a finales de 1956, el 98% se habían unido. Este año marcó una rápida aceleración en la reorganización de la vida rural.[57] Pero la producción de excedente agrícola estaba creciendo más lentamente de lo esperado y, debido a esto, empezaron a surgir desacuerdos dentro del partido respecto a la velocidad de la transformación rural. Mao y otros presionaron por un cambio más rápido, a pesar de la falta de una base industrial que pudiese proporcionar la mecanización de la agricultura, pues veían el lento crecimiento de la producción agrícola como un obstáculo para una rápida industrialización. La mayoría del comité central del PCC parecía haber estar preocupado por que una expansión demasiado rápida de las cooperativas fuese desordenada y potencialmente se perdiese el apoyo de las masas rurales. Esto ralentizó temporalmente el proceso a principios de 1955 antes de que Mao presionase con éxito por un proceso más rápido en el verano de ese mismo año. Mientras ambos lados del debate usaban el tema de la diferenciación creciente de clase como prueba para su propia posición, ambos compartían también una preocupación básica por la productividad rural y el control del estado sobre el excedente. Sobre el tapete estaba el mejor modo de garantizar las ganancias de la producción agrícola.

De 1956 a 1957, en la tercera etapa de colectivización, estas cooperativas de productores de “etapa inferior” se convirtieron en colectivos, llamados “cooperativas superiores de productores agrícolas”, en las que los hogares individuales  abandonaban su propiedad de la tierra, ganado y herramientas agrícolas a colectivos de entre 40 y 200 hogares.[58] Hubo más resistencia en esta etapa, aunque cuánta es un tema a debate, y el partido también fue más coercitivo en el impulso de este proceso. Bajo este sistema, los retornos se dividían únicamente de acuerdo a la contribución laboral individual, y el ganado, herramientas y tierra estaban colectivizados. Como respuesta, muchos campesinos parecen haber consumido buena parte de su ganado como forma racional de resistencia. El tamaño mayor de estos colectivos hizo más fácil para el estado procurarse el excedente agrícola que necesitaba para alimentar a las ciudades ya que había menos unidades de las que extraer.

En 1958 el Gran Salto Adelante (GSA) empezó con el surgimiento de colectivos aún mayores llamados comunas –la cuarta y final etapa de colectivización. Estas comunas rurales abarcaban una ciudad de mercado y las aldeas que la rodeaban, con decenas de miles de miembros. La forma comuna no estuvo planificada desde el principio, sino que surgió en ciertas áreas como respuesta a condiciones locales y la necesidad de desplegar una mayor fuerza de trabajo para grandes obras de infraestructura, especialmente riego y embalses. Los cuadros de nivel bajo fueron una fuerza dirigente del proceso. Los campesinos a menudo eran desplazados a grandes distancias y permanecían fuera de su hogar durante meses en cada ocasión. Solo después de que el fenómeno surgiese localmente fue reconocido por el estado como parte del GSA. Este reconocimiento, a su vez, llevó a la difusión de la forma comuna por toda la China rural. Las comunas llegaron a ser presentadas como una rápida “transición de una sociedad socialista a una comunista”, tanto nacional como internacionalmente (como parte de la creciente competición con los rusos). En agosto de 1958 –después de que la forma empezase a aparecer en el campo– el comité central aprobó una resolución sobre las Comunas Populares, declarando que “La realización del comunismo en nuestro país no está lejos. Deberíamos explotar activamente el modelo de Comuna Popular y descubrir los medios concretos con los que hacer la transición al comunismo.”[59]

En los años 50, especialmente durante el GSA, la realización del comunismo en el campo también significaba industrialización rural. Un eslogan clave del periodo era “caminar sobre dos piernas”, queriendo decir que las industrias urbanas a gran escala intensivas en capital deberían desarrollarse junto con las principalmente rurales bajas en capital e intensivas en trabajo del sector agrícola.[60] Mientras el sistema tradicional de industrial rural artesana había constituído un “vínculo orgánico entre el cultivo y el procesamiento de productos agrícolas” –muchos de los cuales serían luego vendidos en el mercado urbano– este “vínculo orgánico” había sido cortado por el sistema de compra del estado.[61]  Los ingresos de los hogares en áreas que se habían especializado en la producción artesana cayeron cuando empezó la colectivización.[62] Pero los colectivos y especialmente las comunas durante el GSA mantuvieron e incluso ampliaron la industrialización rural. La agricultura debía ser modernizada tecnológicamente no por la importación de insumos industriales urbanos sino por el contrario por la producción local de baja tecnología, un proceso de autodependencia. El campo tenía que movilizar su propia fuerza de trabajo para su propio desarrollo, todo ello mientras buena parte de su excedente era extraído por el estado para el desarrollo industrial urbano.

Esto también significaba movilizar y desviar el trabajo rural  (principalmente masculino) a la producción no agrícola, reemplazando a muchas de las viejas industrias artesanas que todavía funcionaban dentro de los hogares rurales. Se crearon siete millones y medio de nuevas fábricas en menos de un año al principio del GSA.[63] En el invierno de 1957-1958 hasta cien millones de campesinos trabajaron en proyectos de riego y conservación de agua.[64] Y como es bien sabido, brotaron fábricas de hierro y acero en los patios traseros  de toda la China rural en respuesta a un llamamiento a que la producción industrial sobrepasase la producción agrícola –un llamamiento que fue tomado como un objetivo en todas las localidades, no solo como objetivo nacional. Este desvío de trabajo no solo se produjo durante la estación de inactividad. El trabajo en las granjas disminuyó como parte del empleo total rural durante el GSA, y la producción pronto le siguió. Mientras las estimaciones iniciales mostraban que el rendimiento agrícola en 1958 era el doble que el del año precedente, esto resultó ser falso, y en el verano de 1959 se revisó a la baja en un tercio.[65] Con el desvío de trabajadores fuera de la agricultura, las cosechas se abandonaron y se pudrieron los alimentos.

El sistema de distribución (fenpei zhidu) se modificó de nuevo para que lo poco que quedaba de la economía privada fuese completamente suprimido. Hasta el GSA (y durante las tres primeras etapas de la colectivización) los hogares campesinos habían mantenido pequeñas parcelas privadas sumando aproximadamente un 10% del total de tierra cultivable. Fueron abolidas durante el GSA, aunque volverían pronto en la racionalización  de los años 60. Aunque ausente solo durante unos pocos años, la supresión de estas parcelas privadas tuvo una importancia crucial puesto que actuaban como último colchón contra el hambre. Asimismo, el último de los mercados privados de grano y bienes agrícolas desapareció. Un sistema de “suministro gratuito” (gongjizhi) se impuso sobre la remuneración según el trabajo (gongzizhi) y según este sistema se cubrían las necesidades básicas de todos los miembros de la comuna en muchas comunas, si bien no todas.[66] Los comedores comunales, que se convirtieron en un componente clave de distribución, surgieron desde abajo en muchas comunas, aunque esto fuese en contra de las regulaciones del comité central.[67] Con el partido poniéndose al día, Mao declaró en agosto de 1958 que “cuando el pueblo puede comer en comedores y que no se le cargue por la comida, esto es comunismo.”[68] La práctica de la libre distribución se extendió de comuna en comuna, con el apoyo de Mao. El sistema resultante, sin embargo, se extendió de manera desigual y, finalmente, también resulto ser inestable. Las comunas ignoraron las regulaciones y adoptaron diferentes niveles de suministro gratuito, de grano, a comidas, de todas las necesidades básicas.[69] Las comunas más pobres adoptaron sistemas mixtos de distribución, en los que algunos bienes estaban vinculados al trabajo y otros no. La mayor parte conservaron algún grado de pago en puntos por trabajo.

Como la granja familiar patriarcal, la división de género del trabajo fue fundamental para la gestión del trabajo rural bajo las comunas. Mientras el trabajo masculino se desplazó a trabajos suplementarios, las mujeres se encargaron progresivamente de la agricultura, donde a su trabajo se le asignaban normalmente menos puntos por trabajo que al trabajo agrícola masculino.[70] Al mismo tiempo, el trabajo reproductivo de las mujeres nunca fue totalmente remunerado. Bajo las cooperativas de productores agrícolas superiores, las mujeres trabajaban  en los campos durante el día por puntos de trabajo y en casa produciendo ropas para sus familias por la noche, para lo que se les asignaban puntos por trabajo adicionales. El trabajo artesano de las mujeres, que había traído dinero al hogar en tiempos anteriores, era ahora más invisible que nunca.[71] Durante el GSA hubo alguna socialización del trabajo reproductivo de las mujeres, muy notablemente bajo la forma de comedores colectivos, pero el estado no puso recursos en estos cambios ni impulsó a las comunas para que lo hiciesen, y las mujeres continuaron trabajando más horas, muchas de ellas no pagadas.[72] Este trabajo no pagado fue fundamental para la estrategia de acumulación del estado.[73]

A medida que los comedores se extendían de comuna en comuna, también lo hacía la competencia por la producción. Con la “política al mando” y la planificación reemplazada por objetivos descentralizados, reclamar una mayor producción era una forma de mostrar la buena política de uno, y el incentivo para mentir sobre la producción creció. Pero a medida que las comunas inflaban las cifras de su producción, el estado aumentaba sus extracciones y también desplazaba más trabajo rural a las ciudades. Comparado con 1957, la adquisición de grano por parte del estado creció un 22% en 1958, un 40% en 1959 y un 6% en 1960.[74] Combinado con el desvío de trabajo rural a la producción suplementaria de acero y otros proyectos no agrícolas, la producción agrícola ya no cubría la demanda.

Los comedores colectivos y el enorme tamaño de las comunas hizo casi imposible que los campesinos viesen cómo su trabajo afectaba a su propia subsistencia. La contabilidad y el sistema de puntos por trabajo habían básicamente colapsado. Cuando el rendimiento de las cosechas cayó en 1959, la comida empezó a agotarse en los comedores y los campesinos se quedaron en casa para conservar la energía.[75] El control colectivo sobre el trabajo se desintegró. La mayor parte de comedores gratuitos solo duraron tres meses, y en el otoño de 1958 hasta los salarios de los cuadros de la comuna fueron parados.[76] Las comidas en los comedores que continuaron existiendo en 1959 tuvieron que ser compradas con tickets de comida repartidos de acuerdo con el trabajo.[77] En la primavera de 1959, el comité central intentó hacer volver de nuevo a las comunas a un sistema de remuneración según el trabajo: “El principio de distribución según el trabajo implica calcular el pago según la cantidad de trabajo que uno haga. Cuanto más trabajo se haga, más se ganará.” Y las cosechas de verano iban a ser distribuidas en un 60 o 70% según el trabajo.[78]

Aunque el repliegue inicial ya había empezado, el hambre empezó a golpear esa primavera. No fue hasta 1960 que el sistema de suministro gratis fue de nuevo suspendido, esta vez permanentemente. En junio, las regulaciones sobre la distribución en la comuna establecieron que “los equipos de producción deben aplicar conscientemente un sistema de distribución de acuerdo con el trabajo, con más paga por más trabajo, para evitar el igualitarismo que se encuentra actualmente en la distribución a los miembros de la comuna.”[79] La producción de grano cayó, siendo la de 1962 apenas el 79% de la de 1957, y otros productos agrícolas cayeron aún más drásticamente.[80] Decenas de millones murieron en el campo durante estos años.[81] Tal como se analiza en “Espigando los campos de bienestar” -también publicado en nuestra web-, la supervivencia y la resistencia fueron de la mano mientras el GSA en las instituciones rurales se derrumbaba. [82] Los cuadros perdieron el control sobre la población rural, quien tomó el asunto en sus propias manos robando de los almacenes comunales, rebuscando comida, comiendo los brotes verdes de las plantas antes de que grano pudiese madurar y huyendo del campo. La resistencia fue castigada, a su vez, con violencia y la retirada de las raciones de comida, potencialmente una sentencia de muerte en aquella época. Tras la hambruna, reconstruir las instituciones del estado y el poder del partido en el campo  se mostraría una tarea difícil.

La relación rural-urbana

La intención del partido de la transformación de la sociedad y la producción rural en los años 50 tenía como objetivo construir los cimientos económicos del desarrollo industrial de China. Esto necesitaba la construcción de una nueva relación rural-urbana. Las instituciones de esta nueva relación, establecidas a mediados finales de los años 50, fueron creadas para extraer el excedente rural principalmente mediante el control sobre el mercado de grano. A medida que crecia la población urbana debido al crecimiento natural y a la migración libre permitida en los primeros 50, los precios de los alimentos básicos subieron, en aquel momento todavía controlados principalmente por comerciantes privados. Este crecimiento de la demanda llevó a un rápido aumento de los ingresos campesinos durante 1954.[83] Aunque esto señalaba una prosperidad relativa, también generaba limites al desarrollo nacional. Mientras el estado controlaba el 72% del excedente comercializable de grano en 1952, el año siguiente solo consiguió comprar el 52% cuando los comerciantes se amontonaron en el mercado, básicamente apropiándose de la base impositiva.[84] Como las ciudades pagaban más por el grano, la capacidad del estado de invertir en la expansión de la producción industrial estaba restringida.

Los beneficios de los comerciantes de grano constituían una demanda secundaria sobre la producción excedente rural (después de la de la pequeña aristocraica rural) que el estado aspiraba a eliminar. El medis para eliminar esta demanda de la competencia fue el sistema de “compra y comercialización unificada” (tonggou tongxiao) instituido en el otoño de 1953 –un pilar institucional básico de la nueva formación social, y el mecanismo de financiación que hizo posible el Primer Plan Quinquenal. Bajo este sistema, que duró hasta los años 80, solo el estado tenía el derecho a comprar y vender grano, y lo hacía con precios fijos y cuotas. Esto significaba que el estado podía establecer los “precios” como desease, controlando el consumo rural y extrayendo excedente rural  en el proceso.[85] Obviamente, los “precios” aquí perdieron la función que tienen en las economías de mercado, tomando en cambio el carácter de cantidades puras. Entre 1952 y 1983, las compras del estado y los impuestos agrícolas supusieron aproximadamente del 92% al 95% de las ventas de las granjas.[86] Mientras la cantidad de grano extraido del campo vía impuestos siguió siendo la misma durante los años 50, el descenso de los precios de los bienes rurales en relación a los bienes urbanos se convirtió progresivamente en una forma más importante de tasación oculta.[87] Con el tiempo, el mercado privado rural a urbano de bienes agrícolas prácticamente dejo de existir.

Una segunda institución clave de la nueva economía nacional fue el sistema de registro de hogar o hukou desarrollado durante los años 50. Como con el nuevo sistema de comercialización del grano mencionado más arriba, la preocupación del estado por los alimentos –tanto para la exportación como para alimentar a la población urbana– transformó el hukou de un sistema relativamente mínimo usado para rastrear los potenciales enemigos a una institución de amplio espectro que dividió a los chinos en productores de grano (titulares de un hukou agrícola) y consumidores de grano (titulares de un hukou no agrícola). El flujo incontrolable de migrantes a las ciudades durante los años 50 –primero buscando trabajo en las nuevas industrias y después huyendo de la hambruna en el campo– dio el impulso para usar los registros de hukou para fijar a la gente en sus aldeas. Esto se consiguió mediante la asignación de beneficios del estado según el estatus del registro –impidiendo en la práctica que los migrantes rurales pudiesen obtener trabajos en la ciudad. Mediante el sistema urbano de danwei, a los titulares de hukou urbanos se les proporcionaría una cuota de grano a precios subvencionados por el estado, mientras a los titulares de hukou rurales se les obligaba a producir grano y no recibirían raciones del estado, recibiendo a cambio derecho a una parcela de tierra, o una parte directa de la producción agrícola de la cooperativa, más tarde colectivo.[88] Con la crisis migratoria que acompañó al Gran Salto Adelante, el sistema de hukou llegó a ser utilizado como la principal herramienta para controlar la migración y la tasa de urbanización, creando una nítida división entre las esferas rural y urbana al permitir las deportaciones masivas de nuevos migrantes. La compra y comercialización unificada y el hukou junto con la colectivización rural fueron las instituciones estructurantes básicas que permitieron la estrategia de acumulación del PCC durante el periodo socialista, creando un sistema fracturado e inestable que solo permanecía unido por las sucesivas extensiones del estado.

La primera ola de huelgas

Mientras el GSA fue el primer periodo de grave agitación en el campo, los conflictos en las ciudades habían empezado a ganar impulso tan pronto como en 1956, llegando a un punto crítico en 1957 en una de las mayores olas de huelgas en la historia china. Geográficamente, la agitación se centró en las ciudades con puertos en la costa y los ríos, donde antiguas redes de producción precedieron las campañas de industrialización y nacionalización, y donde el movimiento de los trabajadores chinos había sido más fuerte.

En la nueva división de poder, muchas de las ciudades portuarias estaban cayendo en la jerarquía política y económica. Ciudades como Shanghai y Guangzhou eran poderosas desde el punto de vista de la población y la producción, pero también relativamente infrafinanciadas en el Primer Plan Quinquenal. La nacionalización en estas ciudades implicaba menores cantidades de inversión que las que se ofrecieron a las nuevas zonas de industrialización y a las autoridades en cambio se les indicó que consolidasen numerosas empresas pequeñas en grandes complejos industriales estatales “de propiedad conjunta”. La composición industrial preexistente de estas ciudades, basada en industrias ligeras como las textiles y las de bienes de consumo duraderos, aseguraba aún más su pobre posición en relación con el Plan Quinquenal, que destacaba la industria pesada.

Los trabajadores en estas empresas de propiedad conjunta, por tanto, no solo no tenían los privilegios de sus equivalentes en la industria pesada estatal, sino que también vieron las ventajas que habían arrancado a los propietarios de las fábricas en la pasada década gradualmente eliminadas. Bajo la “propiedad conjunta”, perdieron progresivamente las oportunidades de participar en la gestión, siendo testigos del destripamiento de las instituciones democráticas que habían sido construidas en la empresa como contrapoder al de los propietarios privados. Muchos de estos propietarios privados, junto con el personal de gestión que habían empleado, fueron simplemente transferidos a posiciones de autoridad dentro de la nueva estructura industrial, haciendo aún más insultante el olvido de las instituciones propias de los trabajadores. Y lo que quizá es más importante, la cifra total de gestores, supervisores y otro personal administrativo se disparó, constituyendo “más de un tercio del total de empleados en las empresas conjuntas de Shanghai.”[89] Este aumento del personal administrativo se hizo necesario por la escala de la consolidación y el carácter caótico de la infraestructura industrial preexistente en las ciudades portuarias. En cualquier caso, la práctica parecía puramente improductiva desde el punto de vista de la mayor parte de los trabajadores de base, provocando así más resentimiento.

Cuando la nacionalización de las restantes empresas privadas se completó a principios de 1956, muchos trabajadores de las nuevas empresas de propiedad conjunta, vieron caer su salario nominal, reemplazado solo en parte por nuevas prestaciones sociales y sistemas de pago por pieza. Al mismo tiempo, hubo una  repentina ofensiva para aumentar la producción pues se avecinaba la fecha límite del Primer Plan Quinquenal. Esto implicó “horas extras y turnos extra excesivos”, muchos de ellos no pagados, cuando “órganos de nivel superior aprobaban los turnos o las horas extra necesarios pero rechazaban luego dar dinero extra para salarios, de manera que la empresa tenía que cortar bonificaciones y otros pagos a los trabajadores para compensar la cantidad.”[90]

Además, las prisas de última hora por cumplir los objetivos del plan forzaron al estado a relajar las restricciones para la contratación, dando como resultado la primera “pérdida de control sobre la contratación laboral” (zhaogong shikong), iniciada en 1956, por la que “el Ministerio de Trabajo descentralizaba los poderes de contratación al permitir a las empresas ir por nuevas contrataciones a las oficinas locales de empleo en lugar de a los ministerios de industria.” El resultado fue que a las firmas se les permitió de nuevo  contratar “en la sociedad”, y “el número de trabajadores casi dobló el pronosticado en los planes nacionales.”[91] Este nuevo repunte en la urbanización trajo nuevos migrantes rurales a las ciudades, inició una mayor integración de mujeres en la fuerza de trabajo industrial, y aumentó la presión sobre las caras infraestructuras urbanas.

Para poner esto en perspectiva: de los cinco millones de trabajadores metidos en el sector estatal en 1956, “la mitad eran habitantes rurales que migraron a las ciudades.”[92] Esta tendencia urbanística sería brevemente frenada en 1957, junto con la supresión de huelgas, solo para explotar de nuevo durante el Gran Salto Adelante. Aunque la población urbana del país había estado creciendo en pequeñas cantidades durante los primeros años 50, entre 1955 y 1958 los urbanitas saltaron del 13,5 al 16,2% de la población, al ser atraidos los campesinos por la prosperidad y privilegio de las ciudades, y luego al 20% en 1960, cuando los campesinos huyeron de los efectos de la hambruna en el campo. Después de esto, los nuevos controles sobre el movimiento de población vería esencialmente aplanarse este crecimiento durante el resto del periodo socialista, solo para aumentar de nuevo en la era de la reforma.[93]

A finales del 1956 y principios de 1957, al sentir el descontento y asustados por las recientes revueltas contra regímenes apoyados por los soviéticos en el este de Europa, el PCC patrocinó una “política de (limitadas) liberalización y democratización de amplio espectro y aumentó el alcance de las críticas al partido”, en lo que fue conocido como la campaña de las “Cien Flores”.[94] En las narraciones estándar del periodo, Mao llama a criticar al Partido, y los estudiantes e intelectuales le imitan. Una vez el movimiento se les escapa de las manos, con duras críticas dirigidas al partido y haciéndose comparaciones con la rebelión en Hungría, el partido inicia la campaña Antiderechista algo más tarde en 1957 para frenar el movimiento y castigar a los que habían hablado demasiado duramente sobre el liderazgo. En las explicaciones suele haber ambigüedad sobre si el movimiento de las Cien Flores había sido una especie de truco para sacar a la luz los enemigos potenciales del liderazgo del partido.[95] Pero, ya fuese un truco o un intento honesto de reforma, la mayor parte de los relatos coinciden en su retrato del movimiento como un asunto principalmente de arriba abajo, implicando fundamentalmente a estudiantes e intelectuales.

En realidad, la campaña de las Cien Flores fue una respuesta a los conflictos sociales extremos que habían surgido en el curso del Primer Plan Quinquenal. Reconocía simplemente dinámicas que ya estaban alcanzando un punto de ebullición en la sociedad china y las ocultaba bajo las quejas de los estudiantes e intelectuales –figuras que podían ser fácilmente desestimadas como vestigios de la vieja sociedad. Reconocer directamente el antagonismo que existía entre los trabajadores urbanos hubiera planteado la cuestión, en realidad, de si el Partido había perdido el mandato de la clase trabajadora. Eso también implicaba que, después del hecho, los trabajadores tenían que ser “borrados como opositores de la historia de las Cien Flores, siendo presentados solo como defensores del partido durante la campaña antiderechista.”[96] Pero la realidad fue muy diferente.

Las huelgas del año de las Cien Flores empezaron con un pequeño número en 1956, para explotar en todo el país en 1957. Se pueden poner en perspectiva comparándolas con anteriores rebeliones, usando Shanghai, el epicentro de esta y anteriores olas de huelga, como unidad de comparación:

En 1919, Shanghai experimentó solo 56 huelgas, 33 de las cuales estuvieron conectadas con el movimiento del Cuatro de Mayo. En 1925, vio 175, de las cuales 100 en conjunción con el movimiento del Treinta de Mayo. El año de más actividad huelguística en el Shanghai del periodo de la República, 1946, vio un total de 280.[97]

Solo en la primavera de 1957, sin embargo,

Estallaron disturbios laborales importantes (naoshi) en 587 empresas de Shanghai […] con la participación de cerca de 30.000 obreros. Más de 200 de estos incidentes incluyeron salir de la fábrica, mientras otros 100 aproximadamente supusieron disminuciones del ritmo de producción. Adicionalmente, más de 700 empresas experimentaron formas menos graves de descontento laboral (maoyan).[98]

Los trabajadores empezaron a establecer paralelismos con la rebelión húngara, coreando “¡Creemos otro Incidente Húngaro!” y amenazando con llevar el conflicto “desde los distritos a la ciudad, al Partido central, a la Internacional Comunista.”[99] Cuando las demandas no fueron rápidamente aceptadas, los trabajadores empezaron también a crear una nueva infraestructura con la que organizarse –que empezaba a ir mas allá de los límites de los complejos de sus unidades de trabajo y que imitaban explícitamente formas de organización que los comunistas mismos habían utilizado en periodos anteriores en la larga guerra revolucionaria:

[…] los trabajadores distribuían folletos para hacer públicas sus demandas y formaron sindicatos autónomos (a menudo denominados pingnan hui, o sociedades para la rectificación de agravios). En el distrito de Tilanqiao, más de 10.000 trabajadores se unieron a un “Partido Democrático” (minzhu dangpai) organizado por tres trabajadores locales. Algunos manifestantes usaban contraseñas secretas e idearon sus propios sellos de oficina. En diversos casos, se establecieron “cuarteles generales de mando unificado” para dar una dirección marcial a las luchas.[100]

Sin embargo, la composición de los huelguistas nunca superó las divisiones impuestas por la misma reestructuración industrial que había contribuido en primer lugar a la ola de huelgas: “algunos sectores de la fuerza de trabajo, como los empleados de las antiguas empresas privadas, los aprendices y los trabajadores jóvenes, eran mucho más destacados en la agitación.” A pesar de que “muchos de los agravios que dieron lugar a las protestas eran comunes a todas las empresas en 1956-7.”[101] Dentro de la empresa mismo: “Normalmente […] menos de la mitad de los trabajadores de una fábrica participaban, interpretando un papel desproporcionadamente activo los trabajadores jóvenes.”[102] Las “líneas de división más destacadas” eran entre “categorías socioeconómicas y espaciales: trabajadores fijos contra trabajadores temporales, trabajadores viejos contra trabajadores jóvenes, locales contra forasteros, urbanitas contra ruralitas.”[103]

En algunos casos, esta división dentro de la empresa tomó formas extremas y las huelgas fueron aplastadas por trabajadores más privilegiados, sin necesidad de directrices del gobierno central. Durante una disputa en la Compañía de Fertilizantes de Shanghai en mayo de 1957, 41 trabajadores temporales a los que se les había prometido una regularización pero habían sido repentinamente despedidos atacaron a funcionarios del sindicato, pidiendo ser readmitidos como trabajadores fijos. Tras casi golpear hasta la muerte al director y al vicedirector del sindicato, el sindicato, la liga de la juventud y los trabajadores fijos juraron resolver el conflicto ellos mismos, y los trabajadores permanentes “incluso almacenaron armas preparados para matar a los trabajadores temporales.” Antes de que esto pudiese ocurrir, sin embargo, las autoridades muncipales intervinieron y arrestaron a los líderes de los trabajadores temporales.[104]

Dados los peligros planteados por una revuelta abierta de los trabajadores, el partido no solo se puso de lado de los miembros más privilegiados de la fuerza de trabajo industrial –esto es, trabajadores permanentes mayores con familias urbanas empleados en industrias pesadas– sino que también buscó, inicialmente, reformar los sistemas de gestión industrial y política. Tan pronto como el otoño de 1956, los escalones superiores del partido habían comprendido que la ola de huelgas, todavía en sus inicios, tenía raíces en los profundos conflictos engendrados por la política industrial nacional. Los acontecimientos del este de Europa confirmaron aún más estos miedos. En el Octavo Congreso del partido el Modelo Soviético influenciado por los planes quinquenales de los años 30, con su “gestión unipersonal” en el centro, fue rechazado en favor del Modelo Soviético alternativo, basado en los principios del Alto Estalinismo, que favorecían la movilización de masas, la participación de los trabajadores y la supervisión y gestión directa de los comités del partido en lugar del liderazgo tecnocrático de los directores e ingenieros de fábrica.

Aunque promocionadas desde los niveles más altos y reproducidas en la mitología socialista mediante comparaciones históricas con la URSS, las políticas movilizadoras que resultaron fueron a menudo más el producto de soluciones prácticas locales a conflictos a nivel de fábrica y ciudad y, en muchos casos, superarían finalmente los que las autoridades centrales considerarían concesiones aceptables a los trabajadores. En muchas fábricas, se crearon congresos de trabajadores, “formados por representantes directamente elegidos que podían ser revocados por los trabajadores en cualquier momento,” una forma de organización que fue impulsada por el entonces presidente de la Federación Nacional de Sindicatos (FNS), Lai Ruoyu, quien “identificaba la democratización de la gestión como la característica que diferenciaba a las empresas socialistas de las capitalistas”.[105]

Dado su carácter local, la aplicación de estas reformas fue desigual. Los trabajadores que habían puesto en marcha estos cambios aceptaron inmediatamente el reconocimiento formal, mientras aquellos en empresas que tuvieron menos autoactividad respondieron con desconfianza. Algunos trabajadores rechazaron elegir representantes para los congresos, que a menudo solo tenían poderes vagamente definidos.[106] Dado que los planes de producción formulados en niveles más altos del estado permanecían inviolables, no estaba claro cómo esta reorganización administrativa –aunque fuese una verdadera devolución de las decisiones a nivel de fábrica a los trabajadores– solucionaría las limitaciones básicas impuestas a las empresas. Aunque muchas autoridades del partido en aquel momento, especialmente dentro del liderazgo de la FNS, parecían haberse puesto sinceramente del lado de los trabajadores en sus disputas, también estaba claro que los ataques al “burocratismo” y a los privilegios de los cuadros producían, en el mejor de los casos, mejoras menores en las vidas de los trabajadores desfavorecidos, haciendo poco por eliminar las tensiones concretas de la infrafinanciación de las empresas conjuntas, el estatus del trabajo temporal o de una producción dirigida por las horas extra.

Estas reformas no solo demostraron ser incapaces de responder a las demandas básicas de los trabajadores, sino también de impedir el rápido aumento de la actividad huelguística, que superó peligrosamente las expectativas del partido. El resultado fue un aumento de la represión contra los líderes huelguísticos, una reorganización del liderazgo de la FNS y una avalancha de concesiones a nivel de fábrica que formarían la base del siguiente periodo de reorganización industrial durante el Gran Salto Adelante.

Desde el punto de la represión, los trabajadores sufrieron mucho más que los estudiantes o los intelectuales. Aunque la mano dura contra las huelgas coincidió con la campaña Antiderechista, a los trabajadores se les negó el estatuto político de “derechistas”. Por el contrario, fueron clasificados como “malos elementos”, lo que implicaba simple criminalidad más que cualquier tipo de oposición con principios políticos. No era una diferencia semántica: “trabajadores, y algún funcionario sindical, fueron de hecho encarcelados y enviados a campos de trabajo como secuela del movimento de las Cien Flores, y algunos fueron ejecutados.”[107] Cuando funcionarios de alto nivel de la FNS como Lai Ruoyu, Li Xiuren y Gao Yuan apoyaron a los trabajadores, incluso yendo tan lejos como para abogar por sindicatos independientes, el resultado fue la denigración, la destitución y una purga general de la FNS.

La agitación entre los trabajadores siguió tras el fin de la campaña Antiderechista, dando como resultado más concesiones e importantes reformas antiburocráticas durante el Gran Salto Adelante. Pero, a pesar de su tamaño, la ola de huelgas de 1956-57 nunca se convirtió en una verdadera huelga general. Una de las características definitorias de la agitación laboral a mediados de los años 50 fue que “no tuvo una reclamación política central […] que pudiese galvanizar la opinión pública.”[108] El resultado fue que la rebelión siguió fragmentada, pues estaba básicamente limitada a problemas locales en el puesto de trabajo. No surgieron formas de organización substancialmente nuevas entre los trabajadores en huelga, ni fueron capaces de reformar significativamente los órganos del PCC existentes.

Es indefendible, por tanto atribuir el fracaso de la ola de huelgas simplemente  a las medidas represivas del estado. Generalmente, el estado simplemente no tuvo que intervenir. Las divisiones dentro de la fuerza de trabajo –especialmente las basadas en la antigüedad y en el estatus de fijo contra temporal– fueron a menudo suficiente para impdir que las demandas de los huelguistas consiguiesen mayor apoyo. Los trabajadores en huelga eran a menudo una minoría en sus propias empresas, y a sus demandas se oponían a menudo violentamente otros trabajadores, como en el ejemplo de la compañía de fertilizantes de Shanghai.

El partido aprovecharía pronto este hecho, retratando a los huelguistas como “malos elementos” sin origen familiar proletario intentando engañar a otros trabajadores para que participasen en una conspiración anticomunista. A pesar de la exageración de esta propaganda, el núcleo cierto aquí era simplemente que una parte importante de la fuerza de trabajo industrial nacional estaba suficientemente satisfecha con sus posiciones como para recelar perderlas. Esto era particularmente cierto entre los trabajadores mayores, quienes no solo recibían salarios más altos y más beneficios sociales, sino que también recordaban las pésimas condiciones de trabajo antes de la revolución.

Las divisiones que impidieron que la huelga se generalizase fueron también el producto de una geografía desigual. Ciudades como Shanghai eran únicas en su alto porcentaje de empresas de “propiedad conjunta” menos privilegiadas, mientras las áreas recientemente industrializadas y las ciudades del noreste tenían una mayor proporción de empresas industriales pesadas estatales, y por tanto recibían una parte mayor de excedente neto durante los años 50. A pesar por tanto de la notoria disminución en salarios y beneficios sociales de los trabajadores de Shanghai, las tendencias nacionales eran o ambigüas u opuestas. A nivel nacional, “la producción de grano y la disponibilidad de nutrientes per capita llegó a su pico en 1955-56” y una parte desproporcionada de lo que fue producido durante este pico fue dado a los centros industriales urbanos, más que la los campesinos que lo habían producido. Esta parte cayó ligeramente en 1957, pero no fue hasta las políticas desastrosas del Gran Salto Adelante que la mayor parte de los centros urbanos viese una verdadera disminución de los estándares de vida.[109]

Orígenes del Gran Salto Adelante en las ciudades

Las políticas industriales del GSA se pueden entender como una respuesta en cierto modo azarosa a varias crisis incipientes en la economía. A pesar del éxito en pausar la transición al capitalismo, las primeras etapas de lo que solidificaría en el régimen socialista de desarrollo fueron en última instancia forzadas a una mímesis mecánica de las dinámicas que habían buscado derrocar. Casi medio siglo de guerras periódicas había terminado y el nivel de vida de una persona media había mejorado, pero las concesiones hechas a la fuerza de trabajo urbana estaban empezando a limitar la cantidad de excedente que se podía extraer, indirectamente, de los trabajadores industriales consumidores de grano, entorpeciendo por tanto la expansión y modernización de la industria. Al mismo tiempo, los años 50 vieron dispararse el número de personal administrativo y técnico estatal mucho más allá de los límites presupuestarios planeados, limitando aún más el excedente disponible para la inversión.

Todo esto había creado una situación en la que, a pesar de ser relativamente próspera, se arriesgaba a la creación de nuevas formas no capitalistas de desigualdad extrema mediante la reinvención no intencionada de un modo de producción casi tributario o simplemente otro colapso hacia señores de la guerra. Al mismo tiempo, había el riesgo de que los patrones de crecimiento y transición demográfica evidentes en los años 50, mediante su imitación de las dinámicas capitalistas, llevase finalmente a completar la transición capitalista bajo los auspicios del estado mismo. A finales de los años 50, fue este segundo riesgo el que se volvió más destacado. En el otoño de 1956, coincidiendo con el segundo “pico” del Plan Quinquenal y poco después de que los cambios de poder en la URSS señalasen el deterioro de las relaciones sino-soviéticas, la Primera Sesión del Octavo Congreso del partido (el primer Congreso completo desde 1949) “trazó un programa de moderación económica” que “concebía un sistema económico con un papel importante, aunque subsidiario, del mecanismo de mercado, y que contemplaba incluso el regreso y coexistencia de diferentes formas de propiedad.” El espíritu del congreso “encontraría más tarde eco en muchos de los programas de 1978,”[110] que, por supuesto, reanudarían definitivamente la transición de China al capitalismo.

En 1957, la sobreinversión había dado como resultado un cuello de botella industrial. La escasez perpetua de productos ya había exigido un “racionamiento estricto de los bienes de consumo esenciales” desde 1953, y la presión inflacionaria del segundo pico de inversión (junto con la agitación obrera) dio como resultado una reducción de los objetivos de planificación en 1957. Ese año asistió pronto a “un aumento del desempleo en los disitritos urbanos y en el campo,” especialmente grave entre los trabajadores recién emigrados que no tenían un puesto fijo en sus empresas. Se pusieron en marcha políticas de control de la natalidad a una escala sin precedentes y las prohibiciones a la migración se endurecieron de nuevo.[111] Tanto las reformas económicas liberales orientadas al mercado propuestas en la Primera Sesión del Octavo Congreso del partido como los programas del GSA que finalmente ocuparon su lugar deben se entendidos por tanto como intentos divergentes de responder a este mismo cuello de botella económico.

Al principio, el GSA no parecía ser nada más que otra versión más acelerada del “gran impulso” a la industrialización que ya se había intentado durante los dos picos del Primer Plan Quinquenal. Aunque muchos de sus elementos básicos habían sido formulados durante las crisis de los años anteriores y se habían aplicado por todo el país, el GSA fue formalizado en la Segunda Sesión del Octavo Congreso del partido (en mayo de 1958), en la que muchas de las políticas liberales dispuestas en la Primera Sesión –muchas de las cuales nunca habían sido puestas en marcha– fueron rotundamente revocadas.

El progreso de principios de los años 50 había dado confianza al partido en los retornos productivos de la inversión, a pesar del cuello de botella industrial, y una nueva ronda de industrialización pesada sería aparentemente el foco del Segundo Plan Quinquenal, con la producción de acero en su núcleo. En lugar de moderación y comercialización, el objetivo fue acelerar a través del cuello de botella para escapar de él. En línea con la industrialización del Primer Plan Quinquenal, el GSA vería “un aumento masivo de la tasa con la que los recursos se transferirían de la agricultura a la industria,”[112] así como una expansión sin precedentes del empleo estatal, pues “casi 30 millones de nuevos trabajadores serían absorbidos en el sector estatal durante 1958.”[113] Muchos de estos nuevos trabajadores eran nuevos migrantes rurales a las ciudades, pues los controles a la migración recientemente endurecidos fueron básicamente abandonados.

El giro político de 180 grados que se produjo entre la Primera y la Segunda Sesión del Octavo Congreso del Partido se atribuye, en la literatura existente, o al simple capricho o al entusiasmo idealista de visiones en competición entre los líderes[114] En realidad, estos cambios políticos estaban profundamente ligados a la naturaleza irresuelta del régimen socialista de desarrollo. Con la transición al capitalismo pausada en la práctica y China apartada de los circuitos mundiales de mercancías, no había incentivos estables o costumbres sociales que guiasen la acumulación, la organización industrial o nuevas r0ndas de desarrollo e inversión. El resultado fueron caóticas volteretas hacia atrás y hacia adelante entre potenciales dispares integrados en las estructuras agrícolas e industriales heredadas del país, por no mencionar su geografía física y relación población-territorio. Ninguna política nacional en este periodo se puso nunca en marcha de la forma esperada, y ninguna fue nunca completada según lo planeado. Pero cada política creo un bucle de realimentación, modificando las posibilidades dentro del sistema al crear nuevas geografías de producción, generar nuevas crisis y condicionar el conjunto de respuestas posibles a estas crisis.

El resultado fue que no llegó a formarse plenamente ningún modo de producción durante el régimen socialista de desarrollo –y es precisamente por esto por lo que el estado, cada vez más fusionado con el partido (y, en última instancia, con el ejército) interpretó el papel mecánico de ordenar la producción, la distribución y el crecimiento. En algunos casos esto supuso imitar patrones vistos en la transición al capitalismo, en otros casos importar prácticas, técnicos y fábricas enteras de la URSS, y todavía en otros replicar o reinventar formas de despliegue del trabajo, desarrollo de infraestructuras y movilización cultural que tenían un parecido significativo con prácticas encontradas en la historia de la región.

Al mismo tiempo, como estos métodos de acumulación eran mecánicos, el estado tendió a osificarse en una burocracia rígida si alguna política o método estaba en marcha durante demasiado tiempo. En cada punto, se adoptaron nuevas prácticas no por apego ideológico o como herramientas neutrales en batallas faccionales, sino más a menudo como un bricolaje de respuestas improvisadas a una acumulación de una infinidad de crisis locales. Durante la era socialista, cada cambio de política era también un método de volver a echar aceite a mecanismos estatales osificados mediante la modificación y la reinvención. En casos extremos, estos cambios fueron acompañados por purgas a gran escala y cambios de personal.

Bajo la apariencia de un simple impulso a la industrialización coherente con el de principios de los años 50, el GSA también trajo cambios importantes y duraderos a la estructura industrial básica de China. Respondiendo al descontento de 1956-57, el Partido adoptó una política de tratar “duramente a aquellos considerados más culpables, cuyas palabras y acciones hubiesen ido mucho más allá de lo permisible y [en hacer] algunas concesiones limitadas al resto […].”[115] Estas concesiones llegaron básicamente bajo la forma de ataques al “burocratismo” mediante sesiones de lucha públicas en las que los trabajadores podían expresar sus críticas a los técnicos, personal del partido y gestores. Esto tenía el beneficio añadido de desviar la atención de las crecientes desigualdades estructurales dentro del nuevo sistema al centrarse casi exclusivamente en “cuestiones de actitud y estilo de trabajo”, mientras se concedían mayores grados de participación en la gestión a los trabajadores.[116] Simultáneamente, inyectaba nueva vida en las jerarquías del estado y el partido, pues las estructuras osificadas creadas en el Primer Plan Quinquenal eran rotas y recompuestas.

Aunque los críticos del estado más francos habían sido silenciados en el movimiento Antiderechista, las crecientes ocupaciones forzadas, huelgas y ataques directos a cuadros por parte de estudiantes y trabajadores en 1957 convencieron a muchos líderes, tanto en los niveles locales como nacionales, de la necesidad de profundas reformas dentro del partido. El movimiento Antiderechista incluyó por tanto una campaña de rectificación, enfocadas principalmente hacia cuadros y técnicos en el nivel de empresa, que fue especialmente extensa en las ciudades portuarias que habían presenciado la mayor agitación laboral. Mítines de masas dentro de la empresa permitieron a los trabajadores airear sus quejas y acosar a sus superiores, muchos de los cuales fueron a continuación degradados o deportados al campo. En la industria maquinista de Shanghai, la campaña “vio a un total de 810 personas enviadas al campo”, de los cuales, “la inmensa mayoría eran cuadros y técnicos”.[117] Muchos volverían a sus puestos tras un año o dos, puesto que hacían falta sus capacidades para cumplir las demandas de producción del GSA. Pero, una vez regresados, se encontraban a menudo degradados en la práctica, pues la política de “dos participaciones” exigía que los trabajadores participasen en la gestión y los cuadros en el trabajo físico.

A pesar de esta reorganización de tareas, sin embargo, la expansión del sector estatal requería más crecimiento del número de cuadros del partido, que saltó de un total de 7,5 millones en 1956 a 9,7 millones en 1959.[118] Lo que quizá es más importante, el GSA formalizó la devolución del poder a los comités del partido en el lugar de trabajo, que a menudo operaban mediante campañas de movilización de masas. Pero las campañas en este periodo fueron más allá de la escala de sus equivalentes anteriores. Más que simples reuniones en el lugar de trabajo o la gestión vertical por parte del director de la fábrica, los métodos de trabajo desplegados durante el GSA implicaban una movilización total. Los cuadros y los técnicos participaban en el trabajo físico mientras todos los miembros de la empresa participaban en algún grado en la gestión. Bonificaciones, pagos por pieza y otros incentivos materiales fueron eliminados, incluso cuando “los trabajadores de todos los niveles eran empujados a trabajar horas extra, siete días a la semana, en un intento frenético por hacerlo todo a la vez.”[119]

Lo que es más importante, el GSA vio la descentralización de la autoridad de planificación a autoridades provinciales, locales e incluso a nivel de empresa, que fue acompañado de un cambio de foco desde proyectos exclusivamente de industria pesada a gran escala a la fundación de un número récord de nuevas empresas a múltiples escalas y en una mayor diversidad de localizaciones. Llamada la “línea general para la construcción socialista”, la Segunda Sesión del Octavo Congreso adoptó un conjunto de políticas que explícitamente abogaban por “el desarrollo de empresas locales a pequeña escala con métodos autóctonos de produccion.”[120] Esto indicaba un cambio enorme desde los planes dirigidos centralmente e intensivos en capital a un modelo de planificación descentralizada y producción intensiva en trabajo. También cambiaba el centro de gravedad industrial otra vez, tanto dispersando la inversión industrial de vuelta al campo como situando a las ciudades portuarias en una posición ligeramente más favorable, puesto que tenían acceso a una gran y desempleada fuerza de trabajo urbana y una rica historia de redes de producción descentralizada.

La gran descentralización

En un sentido, estas nuevas políticas eran simplemente una formalización de prácticas que de facto habian estado en marcha durante algún tiempo. La ordenada estructura de los ministerios de planificación central había sido siempre más mito que realidad, y el GSA buscaba convertir esta debilidad en fuerza. A instituciones como el Departamento del Trabajo Industrial del Comité Municipal del Partido en Shanghai, que habían surgido como estructuras locales improvisadas para hacer frente a todas las complicaciones no previstas del régimen de desarrollo, se les concedieron formalmente muchos de los poderes que ya habían estado ejerciendo. Al mismo tiempo, los objetivos centrales de planificación ya no eran inviolables, pues se permitía a las autoridades locales establecer –y, de hecho, se les animaba a especular competitivamente en ello– sus propios objetivos de producción. Las empresas “todavía tenían que remitir el grueso de sus beneficios al gobierno central,” pero ahora a las autoridades a nivel provincial” se les permitía retener un 20% de los beneficios de la empresa,”[121] creando presiones competitivas a nivel local tanto para movilizar lo máximo posible las tasas de producción como para hinchar los números reales de producción.

La escala de la reorganización fue asombrosa. “A nivel nacional, las 9,300 empresas bajo administración central en 1957 fueron reducidas a 1.200 a finales de 1958.”[122] La mayor parte de las empresas que quedaron bajo la autoridad central fueron aquellas consideradas clave para la seguridad nacional, como “la industria pesada y la manufactura de maquinaria, así como grandes minas, plantas químicas, plantas energéticas, refinerías de petróleo y empresas militares.” Buena parte de la producción anteriormente cubierta por los Ministerios de Industria Ligera y de Industria Alimentaria fue transferida a los gobiernos locales,” dando a las ciudades portuarias, con su alta concentración de industria ligera, mucho más control local sobre la producción que al noreste, que siguió básicamente bajo la autoridad central.”[123]

Pero esta descentralización también causó nuevas formas de caos competitivo, pues diferentes segmentos de jerarquías locales competían por controlar los nuevos poderes devueltos a ciudades y provincias. En algunas ciudades, como Guangzhou y Shanghai, los comités municipales del partido tomaron efetivamente control directo sobre buena parte de la industria pesada de las ciudades, a pesar de las directivas del Partido dictando que estas industrias fuesen administradas por las autoridades centrales de planificación. Mientras tanto, las empresas descentralizadas (que suponian más del 85% del empleo total en Shanghai) fueron entregadas en la práctica “al control directo de los comités municpales del partido”, lo que significaba que “al disfrutar como lo hacían de vínculos con funcionarios locales del partido, los comités de empresa del partido ganaron control sobre las tareas de producción.” Más abajo, en las unidades más básicas de la vida urbana, la política fue “garantizar el liderazgo absoluto del partido en la producción industrial.”[124] La descentralización, por tanto, en realidad representaba una fusión más fuerte del partido y el estado, pues las tareas de producción cotidianas así como el establecimiento de objetivos de produccion y el reportar los números de producción final fueron todos completamente entregados a los comités de partido en lugar de a técnicos y gestores.

La descentralización de la planificación también supuso la descentralización de la autoridad sobre la asignación de trabajadores, lo que permitió un aumento sin precedentes de la fuerza de trabajo industrial. A las empresas no solo se les permitía sino que también se les animaba a “contratar en la sociedad”, a medida que las redes de producción intensivas en trabajo eran reconstituidas en un intento por “cumplir objetivos de producción utópicos establecidos por funcionarios locales que tenian poco conocimiento de la industria, y aún muchas menos capacidades administrativas macroeconomicas.”[125] Entre 1957 y 1959 la población total urbana aumentó un 19% llegando a un pico en 1960 con el 20% de la población total –una tendencia que sería en la práctica invertida en el recorte que siguió al GSA, sin que la población urbana alcanzase un porcentaje tan alto de nuevo hasta los años 80.[126]

Desde finales de 1958 a principios de 1959, en el espacio de varios meses, aproximadamente tres millones de campesinos migraron a las áreas urbanas, componiendo el grueso del aumento de la población urbana para todo el periodo. Pero al mismo tiempo “el aumento de la fuerza de trabajo industrial se situó en veinte millones de nuevos trabajadores solo en 1958.” ¿De dónde venían los trabajadores adicionales?  Un número importante de estos 17 millones de trabajadores industriales no migrantes nuevos estaban radicados en el campo, proveyendo de personal la expansión de las industrias rurales. Pero también hubo aumentos sustanciales de empleo en la población urbana preexistente, pues las empresas reclutaban “‘trabajadores de callejón’ (lilong gong) una fuerza de trabajo semiempleada compuesta principalmente de mujeres que eran habituales en las callejuelas y callejones de la ciudad y que tomaban trabajos temporales.”[127]

La movilización total del GSA también vería la formación de “comunas urbanas” (supuestamente la etapa final de la nacionalización) en la que el trabajo doméstico era socializado, liberando a más mujeres trabajadoras para la producción, creando nuevas industrias a partir del trabajo realizado previamente en el hogar, y organizando la población urbana en estructuras celulares que superaban el tamaño del hogar –como había hecho la colectivización en el campo. Buena parte del producto de las nuevas actividades de las comunas urbanas, formado principalmente por artesanías y la provisión de servicios, surtiría directamente a estructuras de prestaciones sociales de empresas cada vez más autárquicas, sin que fuesen computadas en ninguna directiva de planificación, y a menudo sin ser mediadas por mucho intercambio monetario bajo la forma de precios o salarios. Como había sucedido en anteriores ciclos expansivos de inversión, la inflación fue contenida ampliando el acceso a bienes de consumo sin precio, proporcionados por la empresa y financiados por asignaciones de material planificado en cantidades en bruto más que en precios.

Para dar una impresión de la escala implicada: las “comunas urbanas” extendieron sustancialmente las provisiones de prestaciones sociales de los danwei, con estadísticas de principios de 1960 (aunque infladas) afirmando que el GSA había visto establecerse en diversas ciudades “53.000 comedores […] para servir comidas a unos 5,2 millones de personas.” Este número, en 1960, hubiera representado algo menos del 40% de la población urbana. Los datos citados son casi con toda seguridad exagerados, pero incluso la mitad o un tercio todavía serían una cifra importante. Mientras tanto, “aproximadamente 50.000 guarderías acogían a unos 1,46 millones de niños”, y “a principios de marzo de 1960, había 55.000 centros de servicios ofreciendo asistencia a aproximadamente 450.000 personas.” Estos centros de servicios proporcionaban “lavandería, sastrería, reparación, peluquería, baños, limpieza de casas y servicios de protección a la salud.” En Chongqing, se establecieron “estaciones de servicio en cada calle y callejón”. El resultado fue que “en marzo de 1960, las comunas urbanas habían proporcionado a las empresas estatales más de 3,4 millones de trabajadores, de los que un 80% eran mujeres.”[128]

No queriendo volver a prender los conflictos entre temporales contra fijos, jóvenes contra viejos, o nuevos migrantes contra urbanitas establecidos, las autoridades abolieron las bonificaciones y los pagos por pieza, se aseguraron de que supervisores y cuadros de rango superior participasen en los trabajos manuales, y que los trabajadores participasen en la gestión, todo ello mientras se incorporaban migrantes y otros nuevos trabajadores urbanos, particularmente mujeres, a empleos fijos con pleno (o casi pleno) acceso a las prestaciones sociales de los danwei. Esto supuso enormes desembolsos de tiempo y recursos en la construcción de nuevas viviendas, instalaciones educativas y médicas, por encima de los diversos servicios citados anteriormente. Esta tensión sobe los recursos animaba aún más a las empresas a cambiar a la movilización total, pues los trabajadores comprendían el vínculo directo entre la disponibilidad de diversas prestaciones no salariales y el rendimiento de su empresa en relación a otras.

Esto también significaba que la crisis especultiva que vería al aparato de planificación descentralizado del GSA acelerar fuera de control no era simplemente el producto de funcionarios locales ingenuos, sino que era también el resultado de una presión de abajo arriba por maximizar la competición en relación a otras empresas para mantener mayores porcentajes del excedente para unidades de empresa autárquicas –entendiendo los trabajadores que una parte considerable de este excedente sobrante volvería bajo la forma de gastos en prestaciones sociales. La crisis de especulación planificadora había sido generada orgánicamente, de muchas formas, desde las más bajas unidades de la estructura industrial, gestada mediante la creación de jerarquías urbanas básicas de privilegio en el Primer Plan Quinquenal.

Un ejemplo extremo de esto se puede ver en la práctica de varias fábricas de Guangzhou, que adoptaron una “política anárquica de ‘no gestión’ (wuren guanli).” Esta política suponía que las empresas “practicaban los ‘Ocho Autos” (ba zi), por los que los trabajadores organizaban sus propios planes, cuotas de producción, tecnología, proyectos, operaciones, insumos de bienes semiprocesados, inspección de calidad y contabilidad.” La práctica llegó a ser tan extrema que los bancos “distribuyeron efectivo a cualquier trabajador que llegase con órdenes de compra. Los empleados que sabían el número de cuenta bancaria de la empresa podían retirar fondos para adquirir cualquier artículo que necesitasen para sus fábricas.”[129] Sin embargo, incluso con la casi completa abolición de la gestión a nivel de empresa y con los trabajadores acordando colectivamente sus propias cuotas de producción, toda evidencia sugiere que estas fábricas casi sindicalistas sufrieron la misma especulación de producción que las fábricas que mantuvieron estructuras de gestión más tradicionales. El efecto  final de la crisis de producción no fue mitigado en Guangzhou.

El GSA básicamente tuvo éxito como un intento por prevenir la agitación obrera en los años posteriores a 1957. Dio fuertes nuevos incentivos a los trabajadores mediante la expansión de las prestaciones sociales y la gestión participativa, aunque incentivase una forma de movilización total que era, en última instancia, de carácter disciplinario. Mientras tanto, las políticas del periodo también tuvieron éxito en su intento de revitalizar las jerarquías del estado y el partido que se estaban osificando mediante la descentralización y la reorganización del poder. Las tendencias más destacadas que surgieron durante los años del GSA pueden verse como una evolución inequívocamente china del Alto Estalinismo. Fue el periodo en el que el Modelo Soviético y el Modelo del este de China se enfrentaron con iguales magnitudes, los dos núcleos gravitacionales chocando de tal forma que ambos quedaron fragmentados.

Pero esto no significa que estos breves experimentos tendiesen hacia el comunismo, como proclamaba la propaganda de la época. Por el contrario, no eran sino otra dimensión de la naturaleza fundamentalmente irresuelta del régimen socialista de desarrollo –esta vez señalando una fuerte tendencia hacia la reinvención de prácticas productivas tradicionales. El GSA vio un intento de revivir las redes de producción rural, ahora bajo los auspicios del nuevo estado más que del mercado rural, dirigiéndolas hacia sus fines desarrollistas. En las ciudades, el carácter del estado tendió de nuevo hacia su norma histórica, con una jerarquía hinchada en el medio a medida que las responsabilidades extractivas eran devueltas por las agencias centrales a las autoridades provinciales, mientras aquellas en el nivel local fueron abandonadas a la autogestión de partes cada vez mayores para su propia subsistencia mientras entregasen la parte exigida de su producción al estado central.

De manera similar, la movilización total del trabajo en la industria urbana y los proyectos de infraestructura rural tenían más que un ligero parecido parecido con el uso del trabajo en corvée en los proyectos de trabajos públicos imperiales bajo el método tributario de producción y el régimen expansionista japonés. Más que cualquier continuidad con modos de producción precedentes que este parecido pudiese sugerir, sin embargo, su principal significado es que el régimen socialista de desarrollo sacó tanto de la experiencia histórica china como de la práctica foránea, ya sea soviética o capitalista.

Las dinámicas centrales del periodo no se pueden entender reduciendo la era a una de estas dimensiones. China entre los años 50 y los 70 no fue ni una réplica del socialismo ruso, ni “capitalismo de estado”, ni fue simplemente un proceso de acumulación original protocapitalista facilitado por el estado como en los otros estados desarrollistas de la región, ni fue una continuación de un milenario “despotismo oriental.” Tampoco fue un periodo en el que tendencias prolongadas hacia el capitalismo luchasen con tendencias nacientes hacia el comunismo en una situación de “lucha de dos líneas” requiriendo una “revolución permanente” para completarse, como ciertas facciones dentro del partido defenderían. Era un régimen desigual de desarrollo en constante cambio juntado apresuradamente a partir de elementos incosistentes. Su único factor unificador fue el mismo impulso desarrollista mismo, basado en el desvío de excedente de grano del campo a la ciudad.

 

[1] Cheng, p.60-61

[2] Ibid.p.62

[3] Ibid.p.60

[4] Ibid.pp.63-64

[5] Ibid.p.64

[6] Ibid.p.69

[7] Ibid. p.74.

[8] Ibid. pp.75-76

[9] Peter N.S. Lee, Industrial Management and Economic Reform in China, 1949-1984. Oxford University Press, 1987., p.22

[10] Citado en Ibid.

[11] Ibid.

[12] Ibid, p.24

[13] Mark W Frazier, The Making of the Chinese Industrial Workplace. Cambridge University Press, 2002, p.17.

[14] Andors, 1977, p.53

[15] Lee, 1987, p.28-p.29

[16] Barry Naughton, The Chinese Economy: Transitions and Growth. MIT Press, 2007, pp.65-67.

[17] Véase: Phillip Corrigan, Harvie Ramsay y Derek Sawyer, Socialist Construction and Marxist Theory: Bolshevism and Its Critique, “Chapter 4: Mao,” Monthly Review Press, 1978.  Es también típico el trabajo de Charles Bettelheim, especialmente Cultural Revolution and Industrial Organization in China, Monthly Review Press, 1974.  Y estos errores entre los partidarios no se limitan a los años 70, sino que siguen entre algunos comunistas hoy, como se puede ver en la reciente entrevista a Alain Badiou: “The ancient Alain Badiou responds to the dashing Laurent Joffrin,” Verso, 29 October 2014; y en el trabajo sobre la Revolución Cultural de Hongsheng Jiang, The Paris Commune in Shanghai: The Masses, the State, and Dynamics of ‘Continuous Revolution,’ Dissertation in the Program in Literature, Duke University, 2010.

[18] Dos ejemplos recientes típicos serían los trabajos de Goldner y Chino, citados en la introducción. El trabajo de Goldner es básicamente una imagen en negativo de las maoístas, coincidiendo en la mayor parte lo básico cuando se trata del funcionamiento de la economía china, usando un método básicamente maoísta de exégesis textual y prueba-mediante-citas-de-Mao, pero defendiendo luego que este sistema ficticio no era comunista. El relato de Chino es más riguroso, pero finalmente comete el mismo error, confundiendo el contenido del Manual de Shanghai con el funcionamiento de la industria china, y mezclando la filosofía política maoísta con la política actual en China.

[19] Cheng, pp.109-112. Nótese que la variación en las cifras de ingreso viene de la divergencia entre estadísticas estatales y estimaciones independientes, como las resumidas por Cheng. En este texto ofrecemos esta divergencia bajo la forma de un rango desde las estimaciones más bajas a las más altas para el periodo, siempre que exista este rango.

[20] Naughton 2007, p.68

[21] Ibid, pp.59, 61

[22] Ibid, p.61

[23] Cheng,p.115

[24] Aquí el término se usa libremente, para ser coherentes con nuestras fuentes. Tal como es utilizado por los economistas liberales “capital” es una categoría ahistórica que define tanto cantidades de dinero como esas cantidades invertidas en cosas físicas como edificios, máquinas e incluso tierra. Aunque lo usamos aquí por coherencia con las fuentes primarias, se debe destacar que “capital” en el sentido marxista no existió en la China socialista, ya sea como una clase coherente o como una masa de fondos de inversión estatales e infraestructuras físicas. El capital solo regresó con la transición de China fuera del socialismo y la integración en la economía global.

[25] Cheng, pp.116-119

[26] Naughton 2007, p.66

[27] Meisner, p.112

[28] Naughton 2007, p.379

[29] Meisner, p.112

[30] Selden 1993, p.77

[31] Véase Selden 1993, pp. 77-79 para más detalles sobre el proceso.

[32] Yiching Wu, The Cultural Revolution at the Margins, Harvard University Press, Cambridge, MA, 2014. p.24

[33] Ibid.

[34] Ibid, pp.25, véase también la Tabla 1 en Ibid, p.26

[35] Véase Cheng, pp.123-124 para los salarios de trabajadores, técnicos e intelectuales, y Wu 2014, Tabla 1, pp.26-27 para los salarios de los cuadros.

[36] Ibid.

[37] Frazier, p.142

[38] Andors 1993, pp.55-56

[39] Ibid, p.56

[40] Naughton 2007, p.66

[41] Frazier, p.129

[42] Ibid, p.128

[43] Está también el hecho no insignificante de que ni la inversión ni los métodos ni el producto de la industria estuviesen integrados en los circuitos globales de acumulación de capital.

[44] Frazier, p.141

[45] Ibid, p.144

[46] Ibid, p.145

[47] Ibid, p.148-149

[48] Como muchas otras políticas oficiales, esto también se hundiría durane el Gran Salto Adelante –después de lo cual solo fue impuesto mediante estrictos controles administrativos sobre la migración y el estatus de registro.

[49] Ibid, p.157

[50] Ibid, pp.164-165

[51] Jonathan Unger, The Transformation of Rural China. East Gate, 2002, 8.

[52] A. Doak Barnett, “China’s Road to Collectivization” Journal of Farm Economics, 35(2), May, 1953, p. 195.

[53] Ibid., pp. 196-7.

[54] Ibid., pp. 195-6.

[55] Ibid., p. 197.

[56] Huang 1990, p. 200.

[57] Naughton 2007, 67.

[58] Unger 2002, p. 8. Peter Nolan (The Political Economy of Collective Farms: An Analysis of China’s Post-Mao Rural Reforms. Westview Press, 1988, p. 49) sitúa el tamaño medio en 160 hogares.

[59] Xin Yi, “On the Distribution System of Large-Scale People’s Communes,” en Kimberley Ens Manning y Felix Wemheuer, eds., Eating Bitterness: New Perspectives on China’s Great Leap Forward and Famine. University of British Columbia Press, 2011, p. 132.

[60] Riskin 1987, p. 116.

[61] Naughton 2007, p. 272.

[62] Ibid., p. 272.

[63] Riskin 1987, pp. 125-6.

[64] Ibid., p. 119.

[65] Ibid., pp. 125-127.

[66] Xin 2011, p. 130.

[67] Xin 2011, p. 133.

[68] Citado en Xin 2011, p. 132.

[69] Xin 2011, p. 133.

[70] Gail Hershatter, The Gender of Memory: Rural Women and China’s Collective Past. University of California Press, 2011.  p. 153.

[71] Ibid., p. 138.

[72] Ibid., pp. 246-7. Véase también Riskin 1987, p. 130.

[73] Hershatter 2011, p. 265.

[74] Riskin 1987, p. 138.

[75] Unger 2002, p. 74.

[76] Xin 2011, p. 135.

[77] Ibid, p. 139.

[78] Citado en Xin 2011, p. 137.

[79] Citado en Xin 2011, p. 140.

[80] Nolan 1988, p. 49.

[81] No se sabe el número exacto de muertes y no es importante para el argumento general de este ensayo. Debería también tenerse en cuenta que los desastres naturales tuvieron un papel.

[82] Véase también Ralph A. Thaxton, Jr., “How the Great Leap Forward Famine Ended in Rural China: ‘Administrative Intervention’ versus Peasant Resistance,” en Eating Bitterness: New Perspectives on China’s Great Leap Forward and Famine, Kimberley Ens Manning y Felix Wemheuer eds. UBC Press, 2011.

[83] Nolan 1988, p. 65.

[84] Selden 1988, p. 121.

[85] Terry Sicular, “Grain Pricing: A Key Link in Chinese Economic Policy,” Modern China, 14(4), 1988, pp. 253-4; Wen Tiejun, Zhongguo nongcun jiben jingji zhidu yanjiu: ‘sannong’ wenti de shiji fansi. Zhongguo jingji chubanshe, 1999; Unger 2002, p. 12.

[86] Nolan 1988, 54-5.

[87] Selden 1988, 119.

[88] Brown 2012, 30.

[89] Sheehan, p.54

[90] Ibid, p.56

[91] Frazier, p.156

[92] Naughton 2007, p.67

[93] Kam Wing Chan, “Fundamentals of China’s Urbanization and Policy,” The China Review, 10:1, Spring 2010. pp.63-94.

[94] Sheehan, p.48

[95] Esta narrativa también se extiende a otros periodos históricos, como el Movimiento de Rectificación en Yan’an, y es un retrato bastante común, algo algo conspiratorio, del ejercicio del poder del PCC. Véase : Gao Hua, Hong taiyang shi zenyang shengqi de. Hong Kong: Chinese University Press, 2000.  Y, para una revisión en inglés del texto, véase: David Cheng Chang, “Hong taiyang shi zenyang shengqi de (review),” China Review International, 15:4, 2008, pp. 515-521

[96] Sheehan, p.49

[97] Elizabeth Perry, “Shanghai’s Strike Wave of 1957,” The China Quarterly, No. 137, March 1994, pp.1-27

[98] Ibid.

[99] Ibid.

[100] Ibid.

[101] Sheehan, pp.48-49

[102] Perry 1994, p.13

[103] Ibid, p.14

[104] Ibid, p.13

[105] Sheehan, p.71

[106] Ibid.

[107] Ibid, p.78

[108] Perry 1994, p.24

[109] Selden, p.18. Véase también la  Tabla 1.3 en Selden, p.21.

[110] Naugton 2007, p.68

[111] Cheng, pp.137-138.

[112] Naughton 2007, p.69

[113] Ibid, p.70

[114] Para ejemplos típicos, véase: Naughton 2007, pp.62-64, 69-72 y Meisner Cap. 11.

[115] Sheehan, p.80

[116] Ibid, p.81

[117] Frazier, p.200

[118] Wu, p.25

[119] Naughton 2007, p.70

[120] Cheng, pp.138-139

[121] Frazier, p.201

[122] Ibid.

[123] Ibid, p.203.

[124] Ibid, pp.203-204

[125] Ibid, p.205

[126] Chan 2009, p. 203.

[127] Frazier, p.206

[128] Cheng, p.80

[129] Frazier, p.207

Traducción de Carlos Valmaseda

Fuente: Chuang, nº 1

HACIA LA CUARTA TEORÍA ECONÓMICA

Por Alexander Dugin

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

 

Discurso de Alexander Dugin en la conferencia «El capitalismo y sus alternativas en el siglo XXI: hacia la cuarta teoría económica», que tuvo lugar en Chisinau del 15 al 16 de diciembre de 2017.

Preámbulo

 

En general, la Cuarta Teoría Política (en adelante, 4TP) no da prioridad a la economía, y esto no es accidental. El aspecto material de la existencia en la 4TP se considera secundario y completamente dependiente de perspectivas sociales y mundiales más generales, en primer lugar, metafísicas y religiosas.

 

La economía no es autónoma, es solo una proyección de ciertas actitudes cognitivas y principios filosóficos con las que debemos tratar.

 

El campo de la economía no es un campo de objetos, sino un campo de relaciones públicas. La economía no es autónoma, ni soberana, ni primaria. Ella no explica nada y no es la causa de nada. La economía no es una ciencia, sino un campo de aplicación. El que se haya convertido en el motor de todo está relacionado con la degradación de la sociedad, el cual no puede permitirse. La economía se basa en mitos y metáforas, que deben estudiarse.

 

El fin del capitalismo
Hoy nos enfrentamos a la crisis más profunda (ojalá final) del capitalismo. No se trata de una falla técnica, es el destino. Para comprender qué significa esta crisis y cómo termina todo, debe recordarse el cómo comenzó todo.

 

El capitalismo es el resultado de una división (Spaltung). Esta división se refiere a una figura especial: al trabajador integral (total). Su figura normativa central era el campesino libre, o más bien dos familias campesinas, unidas por lazos de propiedad. Y esto significa que se trataba de un asentamiento de cierta escala, que Redfield definió como folk-society (sociedad popular).

 

Las principales características del trabajador integral eran:

 

– posesión de los medios de producción;

– consumo de productos manufacturados;

– intercambio natural a escala limitada;

– consumo ritual del excedente (potlach);

– el don / el obsequio – entregas totales (ideas de Marcel Mauss).

 

La comunidad campesina era considerada como algo soberano. La superestructura de arriba era la esfera de la muerte y los espíritus (que en ciertos casos estaba ocupada por grupos heterogéneos, por ejemplo, la élite de los conquistadores). Las víctimas eran enviadas a ella, independientemente de si esta esfera tenía representantes físicos (castas superiores) o no (espíritus, cadáveres). En cualquier caso, a un nivel meta-soberano todo esto se encontraba personificado y era responsable de la destrucción de todo excedente o escases. Pero, lo que es fundamentalmente importante es el equilibrio entre producción / consumo que pertenecía a la esfera de la inmanencia pura, es decir, al soberano.

 

Era este tipo de sociedad la que fue la base de las economías de todas las sociedades europeas desde el Neolítico hasta mediados del siglo XX.

 

División

 

El capitalismo se basa en una división (Spaltung), que se manifiesta de la siguiente manera:

 

– la alienación de los medios de producción;

– división entre la producción y el consumo;

– división del trabajo;

– la transición al cambio de dinero;

– monetización de los fenómenos previamente no monetizados (no de mercantiles): tierra, trabajo, moneda;

– la desaparición de las víctimas y la abolición del otro mundo (en forma de la religión y las propiedades);

– prohibición del potlach y el regalo / obsequio.
Esto, a su vez, condujo a la desintegración de las figuras básicas de la economía y al surgimiento de nuevos actores: los burgueses, propietarios de los medios de producción, consumidores y productores son separados, las masas (población) en lugar de las personas o la comunidad (la transición de la Gemeinschaft a la Gesellschaft de Tönnis), el proletariado urbano, así como el fenómeno del asalariado y el precariado.

 

La economía moderna, el capitalismo, es un proceso de desintegración creciente. El capitalismo se basa en la descomposición del tipo básico de trabajador integral.

 

El resultado de la división es la aparición de clases, es decir, capitalistas e individuos que trabajan.

 

Tipos integrales en las castas superiores de la sociedad indoeuropea
Cabe señalar que la división del trabajador integral estuvo acompañada de procesos similares en otras clases. Podemos hablar sobre la figura del sacerdote integral (total) y el guerrero integral (total).

 

El sacerdote total (la dualidad de Mitra-Varuna en Dumezil) se divide en lo sagrado y el diablo (el sacerdote y el hechicero) del tipo general de lo sagrado (R. Otto).

 

El guerrero total se divide en la víctima (mártir) y el verdugo (agresor). El guerrero total se ocupa de la muerte (en ambos aspectos: el asesino / la víctima). Posee un medio para matar (armas). Un guerrero tiene el derecho legítimo a la violencia. La división de la condición del guerrero da lugar al Estado, que se apropia del derecho a la violencia legítima y se convierte en un verdugo: se le quitan las armas al guerrero y el propio guerrero se convierte en un soldado o un oficial de policía.
La división afecta a las tres clases básicas al mismo tiempo y es imposible en una sola casta separada. Por lo tanto, el capitalismo está asociado con el sacerdocio desintegrado e hipócrita (principalmente el protestantismo), la desacralización del mundo (ciencia moderna) y el ejército desintegrado.

 

La división de tres tipos conduce a una economía capitalista, a un Estado burgués y al dominio de una élite materialista, científica y tecnológica.

 

Superando el capitalismo

 

El socialismo no es una alternativa genuina al capitalismo porque acepta esta división como un destino universal. Todo el Manifiesto de Marx está relacionado con esto. Marx no solo quiere ser anticapitalista (incluso pre-capitalista), sino pos-capitalista. Por lo tanto, Marx odiaba a los campesinos. El marxismo llama al agravamiento de esta división, absolutizando la Gestalt del proletariado, que es un caso extremo, el límite de tal división y alienación. El proletariado no existe como individuo: la figura principal del liberalismo. Solo existe un campesino urbanizado, infeliz y dividido, en cualquier caso, tanto como trabajador industrial urbano como pequeño burgués.
4TP rechaza el capitalismo en sus raíces, igual a como rechaza la Modernidad. En consecuencia, en el campo de la economía, 4TP representa un retorno al trabajador integral. Sobre todo, esto se corresponde con el populismo estadounidense de finales del siglo XIX (la Unión de Agricultores y la creación del Partido Populista en 1892, cuyos fundadores incluyen a Frans Villiard, Thomas Watson, etc.) o el anarquismo agrario de Proudhon inspirado en la experiencia de Suiza.

 

Pero la restauración de la figura integral del trabajador solo es posible con la restauración de los otros dos tipos de figuras indoeuropeas: el sacerdote integral y el guerrero integral (el caballero es un ejemplo de un guerrero integral).

 

Sin embargo, el tipo integral restaurado no es el original. Existe una versión de la dialéctica hegeliana: inocencia – pecado – virtud. La virtud no es inocencia, sino el encuentro con el pecado y su superación. De mismo modo sucede con el capitalismo: es pecado y maldad pura, división / demonio. El trabajador integral es la inocencia. Y el trabajador integral restaurado es la virtud. Por lo tanto, la oposición al capitalismo es un imperativo escatológico.

 

El fin de la historia en la óptica de la 4TP es el fin de la historia del capitalismo y la transición a otra historia contra-capitalista basada en la integralidad y el holismo, la historia integral.

Una evaluación contemporánea de Francis Parker Yockey, parte 2

Por Kerry Bolton

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

 

Yockey y Huxley sobre el totalitarismo «blando»

 

La comprensión de las opiniones de Yockey sobre la «sífilis ética» y la «lepra espiritual» de los Estados Unidos se ve apoyada si se está familiarizado con la novela Un mundo feliz (Brave New World) de Aldous Huxley de 1932 [1]. Huxley era mucho más profético que Orwell y describió con bastante precisión cómo los «amos del mundo» impondrían una dictadura global no por la fuerza de las armas, sino por la esclavitud del «placer». La disponibilidad inmediata de sexo y drogas se usaría para crear una sociedad narcotizada donde todos estén contentos con su posición servil. En Brave New World en 1958, Huxley describió el régimen como:

 

… un Estado mundial en el que la guerra ha sido eliminada y donde el primer objetivo de los gobernantes es a toda costa evitar que sus súbditos causen problemas. Esto lo logran (entre otros métodos) legalizando un grado de libertad sexual (hecho posible por la abolición de la familia) que prácticamente inmuniza a los Brave New Worlders contra cualquier forma de tensión emocional destructiva (o creativa) [2].

 

En 1984, la lujuria por el poder se satisface infligiendo dolor; en Brave New World, infligiendo un placer apenas menos humillante. [3]

 

Una droga llamada «Soma» mantiene el condicionamiento social. Huxley llama a las drogas «no un vicio privado» sino «una institución política» [4].

 

Era la esencia misma de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad garantizada por la Declaración de Derechos. Pero este privilegio inalienable de los sujetos más preciados era al mismo tiempo uno de los instrumentos de gobierno más poderosos en el arsenal del dictador. La drogadicción sistemática de los individuos para beneficio del Estado… era una de las principales planchas en la política de los amos del mundo… [5].

 

En Brave New World, el control de la población se logra por medio del sexo forzado y no reproductivo, incluidas las orgías masivas o «orgías-pornográficas» donde los participantes entran en un frenesí inducido por narcóticos y ritmos repetitivos. [6] Estas orgías también sirven como ritos religiosos o eventos de «solidaridad».

 

Yockey tenía una comprensión similar del funcionamiento del totalitarismo suave. En La Proclamación de Londres escribe:
La degradación de la vida social no sucedió simplemente, sino que fue planeada, deliberadamente fomentada y difundida, y el debilitamiento sistemático de toda la vida de Occidente continúa hoy.

 

Los instrumentos de este asalto y las armas de propaganda, prensa, radio, cine, escenario, educación. Estas armas están controladas en este momento en Europa casi en su totalidad por las fuerzas de la enfermedad cultural y la degeneración social.

 

La «fuente principal» es Hollywood, que «arroja una serie interminable de películas pervertidas para degradar y degenerar a la juventud de Europa» después de haber destruido con éxito la juventud de América (Estados Unidos) [7].

 

Concomitantemente, «una literatura depravada» promueve la «destrucción de los instintos individuales sanos, de la vida familiar y sexual normal, de la desintegración del organismo social en un montón de granos flotantes de arena humana».

 

El mensaje de Hollywood es la importancia total del individuo aislado, apátrida y sin raíces, fuera de la sociedad y la familia, cuya vida es la búsqueda del dinero y el placer erótico. Hollywood no predica el amor normal y saludable del hombre y la esposa unidos por muchos niños, sino un amor erótico por sí mismo enfermo, el amor sexual de dos granos de arena humana, superficial e impermanente. Ante este supremo valor proclamado por Hollywood, todo lo demás debe dejarse de lado: el matrimonio, el honor, el deber, el patriotismo, la dedicación total a un objetivo más elevado. Esta espantosa distorsión de la vida sexual ha creado la erotomanía que obsesiona a millones de víctimas en Estados Unidos y que ahora ha sido traída a la Madre Tierra de Europa por la invasión estadounidense [8].

 

Téngase en cuenta que Yockey estaba escribiendo esto en 1948, no hace un mes, ni siquiera hace una década. Ahora miramos hacia atrás en la época que Yockey describía tales problemas y consideramos que es un momento de inocencia y pureza en comparación con el nuestro. ¿Quién puede negar que este proceso de «degeneración social» se ha multiplicado más allá de la capacidad de cálculo?

 

Yockey también escribió sobre el surgimiento del «feminismo» en un momento en que ahora apenas reconoceríamos algo como «feminismo» en comparación con nuestros días:

El feminismo de Hollywood ha creado una mujer que ya no es una mujer, sino que es un hombre, y el hombre se ha desvinculado para volverse algo indeterminado. El nombre dado a este proceso es «la reestructuración» de la mujer y se hace en nombre de la «felicidad», la palabra mágica de la doctrina liberal-comunista-democrática. [9]

 

Yockey murió en vísperas de la década de 1960 con su «revolución cultural» fabricada. Sin embargo, seguramente habría considerado la liberación sexual, el feminismo y el uso de drogas de la contracultura no como una «revolución» contra el establecimiento estadounidense, sino simplemente como una fase de su búsqueda de la dominación mundial a través de la destrucción de la cultura y la moral tradicionales.

 

La guerra fría cultural

 

Los orígenes y la implementación de esta estrategia ahora se pueden rastrear históricamente con gran precisión. Las semillas de la década de 1960 se plantaron ya en 1949, al comienzo de la Guerra Fría, cuando Stalin dio los primeros indicios de que no continuaría su alianza de tiempos de guerra como un socio subordinado a un Estado mundial con sede en las Naciones Unidas.

 

La CIA, con fondos de los Rockefeller y similares, reunió a un grupo de viejos trotskistas, mencheviques y otros izquierdistas descontentos con el tosco «bolchevismo» eslavo de Stalin. El resultado fue el Congreso para la Libertad Cultural (CLC) bajo la dirección del profesor «menchevique de toda la vida», Sidney Hook (a quien el presidente Reagan le otorgaría la Medalla de la Libertad por los servicios a la hegemonía de los Estados Unidos), junto con su antiguo mentor, el Dr. John Dewey [10] y luminarias como Bertrand Russell (que una vez abogó por un ataque nuclear preventivo contra la URSS para garantizar la «paz mundial»), Stephen Spender y Arthur Koestler. Los «rebeldes contraculturales» reclutados por el establecimiento de los Estados Unidos al mismo tiempo incluían a Gloria Steinem [11] y Timothy Leary [12].

 

La conferencia fundadora del CLC se celebró en el Hotel Waldorf Astoria en 1949, como una provocación a una conferencia de paz patrocinada por los soviéticos en el Waldorf con el apoyo de varios literatos estadounidenses. El artículo de la CIA sobre esto dice:

 

Un puñado de escritores liberales y socialistas, dirigidos por el profesor de filosofía Sidney Hook, vieron su oportunidad de robar un poco de la publicidad esperada para la conferencia de paz Waldorf [pro-soviética]. Como feroz excomunista [debería leerse anti-estalinista], Hook estaba enseñando en la Universidad de Nueva York y editando una revista socialista llamada The New Leader. Diez años antes, él y su mentor John Dewey habían fundado un grupo controvertido llamado Comité para la Libertad Cultural, que atacó tanto al comunismo como al nazismo. Ahora organizaron un comité similar para hostigar la conferencia de paz en Waldorf-Astoria [13].

 

A través del CLC, la CIA pudo controlar gran parte de la vida cultural de Occidente durante la época de la Guerra Fría, y subvencionó revistas influyentes como Encounter [14].

 

Cuando el CLC se cerró después de la implosión del bloque soviético, se establecieron otras instituciones, esta vez bajo auspicios privados, incluida en particular la red de Soros [15] y el National Endowment for Democracy, esta última también en colaboración con neo-trotskistas [16], el gobierno de los Estados Unidos y los neoconservadores; tanto Soros como la NED trabajan en conjunto para crear revoluciones, al igual que las «revueltas juveniles» manipuladas de la década de 1960, para instalar regímenes dispuestos favorablemente a la globalización y la privatización, especialmente en el antiguo bloque soviético.

 

El frente cultural sigue siendo fundamental para la expansión de la hegemonía global estadounidense, ya que la difusión de la patología cultural es mucho más insidiosa e intrusiva que las bombas o incluso la deuda, ya que Yockey fue uno de los primeros en advertir esto, mientras que gran parte del resto de la «derecha» incluía los nazis estadounidenses de Rockwell se alinearon con el establecimiento de los Estados Unidos frente a la URSS y la hegemonía estadounidense.

 

Si bien Estados Unidos buscó exportar su letal «cultura» en forma del jazz y el expresionismo abstracto, por citar dos ejemplos principales, Stalin condenó el «cosmopolitismo desarraigado» y, por lo tanto, era plenamente consciente de las consecuencias de las exportaciones culturales de los Estados Unidos. De hecho, el «expresionismo abstracto» se convirtió en el «arte estatal» de facto del régimen estadounidense de los «distorsionadores culturales», así como el «realismo socialista» fue el arte estatal de jure de la URSS.

 

El expresionismo abstracto fue el primer movimiento artístico específicamente «americano». Jackson Pollock, su principal representante, fue patrocinada por el Congreso para la Libertad Cultural. Había trabajado en el Proyecto Federal de Artistas, 1938–42, junto con otros artistas izquierdistas, pintando murales bajo el régimen del New Deal de Roosevelt, o lo que Yockey llamó la segunda «Revolución de 1933» [17]. El expresionismo abstracto se convirtió en la principal estrategia artística ofensiva de la Guerra Fría contra el «realismo socialista» patrocinado por la URSS desde la época de Stalin. Como en muchas otras cosas, Stalin revirtió las tendencias bolcheviques originales en las artes, que habían sido experimentales y, como era de esperar del marxismo, antitradicionales [18]. Por otro lado, el realismo social, que había sido la forma de arte popular estadounidense hasta la década de 1930, fue desplazado a fines de la década de 1940 a medida que los críticos de arte y los ricos mecenas comenzaron a promover a los expresionistas abstractos [19].

 

Muchos de los teóricos, mecenas y practicantes del expresionismo abstracto eran trotskistas u otros izquierdistas anti-estalinistas, que se convertirían en los más fervorosos guerreros de la Guerra Fría. El arte modernista durante la Guerra Fría se convirtió en un factor de la revolución mundial de los Estados Unidos. En 1947, el Departamento de Estado de los EE. UU. organizó una exposición modernista llamada «El avance del arte estadounidense», destinada a Europa y América Latina, llegando hasta Praga [20].

 

Las dos personas que más hicieron para promover el expresionismo abstracto fueron el crítico de arte Clement Greenberg y el rico artista e historiador de arte Robert Motherwell [21], que fue muy vigoroso en la propaganda sobre el tema. Greenberg era un trotskista de Nueva York y un crítico de arte que trabajo durante mucho tiempo para The Partisan Review y The Nation. Primero llamó la atención del mundo del arte con su artículo en The Partisan Review «Vanguardia y Kitsch» en 1939 [22] en el que afirmó que el arte era un medio de propaganda y condenó el realismo socialista de los estalinistas de Rusia y el arte volkisch de la Alemania de Hitler [23].

 

Greenberg fue un entusiasta particular de Jackson Pollock, y en un ensayo de 1955 «American Type Painting» [24], elogió el expresionismo abstracto y sus defensores como la próxima etapa del modernismo. Greenberg consideró que después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se había convertido en el defensor del «arte de vanguardia», así como otros considerarían a Estados Unidos como el único vehículo y escenario genuino del socialismo mundial para una «revolución mundial», en oposición a la URSS.
Greenberg se convirtió en miembro fundador del Comité Americano para la Libertad Cultural (CALC) [25] y participó en la «formulación de políticas ejecutivas» [26]. Continuó su apoyo al CLC incluso después de que la exposición de 1966 del NY Times y Ramparts, al igual que el CLC y revistas como Encounter habían sido patrocinadas por la CIA. Como el típico buen trotskista, continuó trabajando para el Departamento de Estado de EE. UU. y el Departamento de Información de EE. UU [27].

 

Otra institución clave al servicio de esta distorsión cultural fue el Museo de Arte Moderno de la dinastía Rockefeller. John J. Whitney, anteriormente miembro de la Junta de Estrategia Psicológica del Gobierno de los EE. UU., era un administrador del Museo y apoyó a Pollock y otros modernistas [28].

 

Téngase en cuenta esta conexión con la guerra psicológica. William Burden, quien se unió al museo como presidente de su Comité Asesor en 1940, trabajó con el Departamento Latinoamericano de Nelson Rockefeller durante la guerra. Burden había sido presidente de la Fundación Farfield de la CIA, que canalizó fondos a diversos frentes y servidores; y en 1947 fue nombrado presidente del Comité de Colecciones del Museos, y en 1956 como presidente del MAM [29]. Otros fideicomisarios corporativos del MAM fueron William Paley del CBS y Henry Luce de Time-Life Inc., quienes fueron asistentes de la CIA [30]. Joseph Reed, Gardner Cowles, Junkie Fleischmann y Cass Canfield fueron simultáneamente fideicomisarios del MAM y de la Fundación Farfield de la CIA. Hubo muchas otras conexiones entre la CIA y el museo, incluida la de Tom Braden, quien había sido secretario ejecutivo del museo hasta 1947-1949 antes de unirse a la CIA [31].

 

En 1952, el MAM lanzó su revolución mundial del expresionismo abstracto a través del Programa Internacional que tenía una subvención anual de cinco años de $ 125,000 del Fondo Rockefeller Brothers, bajo la dirección de Porter McCray, quien también había trabajado con el Departamento Latinoamericano de Nelson, y en 1950 como un agregado de la sección cultural del Servicio Exterior de los Estados Unidos [32]. Russell Lynes, al escribir sobre este período, declaró que el MAM ahora tenía al mundo entero para «hacer proselitismo» con lo que llamó «la religión exportable» del expresionismo abstracto [33].

 

Notas:

 

[1] Aldous Huxley, Brave New World (LondonChatto & Windus, 1969).

[2] Aldous Huxley, Brave New World Revisited (Britain: Harper and Row, 1958), 26–27.

[3] Brave New World Revisited, 27.

[4] Brave New World Revisited, ch. 8, “Chemical Persuasion.”

[5] Brave New World Revisited.

[6] Brave New World, ch. 5.

[7] Yockey, “Social Degeneration,” Proclamation of London, 14.

[8] Proclamation of London

[9] Proclamation of London, 14–15.

[10] Hook y Dewey habían establecido en 1937 una llamada comisión de investigación para investigar los juicios de Moscú contra los trotskistas, con el objetivo de blanquear a Trotsky bajo la apariencia de una investigación judicial neutral. Sin embargo, uno de los comisionados, Carleton Beals, uno de los integrantes del grupo que fue con Dewey y los demás a México para interrogar a Trotsky, renunció con disgusto y calificó la investigación como «una fiesta de té rosado con Trotsky». C. Beals, “The Fewer Outsiders the Better: The Pink Tea Party Trials,” Saturday Evening Post, June 12, 1937.

[11] Sobre Steinem y la manipulación de la CIA de la Asociación Nacional de Estudiantes, ver Tom Hayden, Reunion: A Memoir (London: Hamish Hamilton, 1989), 36–39. Gloria Steinem, la feminista original, fue una creación del gobierno.

 

[12] Leary era el lacayo perfecto de la CIA / Gobierno, un portavoz de la generación psicodélica inventada por el Sistema. El periodista Mark Riebling planteó la pregunta: “Was the Sixties rebellion a Government Plot?” en Mark Riebling, “Tinker, Tailor, Stoner, Spy: Was Timothy Leary a CIA Agent? Was JFK the ‘Manchurian Candidate’? Was the Sixties Revolution Really a Government Plot?,” http://home.dti.net/lawserv/leary.html

[13] Central Intelligence Agency, “Cultural Cold War: Origins of the Congress for Cultural Freedom, 1949–50.

[14] Frances Stonor Saunders, The Cultural Cold War: The CIA and the World of Arts and Letters (New York: The New Press, 1999).

[15] Las redes de Soros apoyan la legalización de narcóticos y la promoción del feminismo, incluido la liberalización del aborto en Estados que mantienen algún vestigio de la tradición y, por lo tanto, representan un obstáculo para la globalización. El antiguo bloque soviético es un objetivo particular para la subversión de Soros. Uno de esos frentes de Soros es la Drug Alliance Alliance Network, que incluye luminarias del Establecimiento como George Schultz, Paul Volcker, Vaclav Havel y el propio Soros. Drug Policy Alliance Network, About DPA Network, http://www.drugpolicy.org/about/

[16] La Fundación Nacional para la Democracia  (Nationdal Endowment for Democracy) fue una creación del trotskista Tom Kahn. Ver más abajo.

[17] Yockey, “The American Revolution of 1933,” Imperium, 492–501.

[18] Ver el lamento sobre esto en el libro de Trotsky La revolución traicionada.

[19] K. R. Bolton, “The Art of ‘Rootless Cosmopolitanism’: America’s Offensive Against Civilisation,” in The Radical Tradition: Philosophy, Metapolitics & Revolution in the Twenty-First Century, ed. Troy Southgate (New Zealand: Primordial Traditions, forthcoming).

[20] The Cultural Cold War, 256.

[21] “Motherwell was a member of the American Committee for Cultural Freedom,” la rama estadounidense del Congreso para la Libertad Cultural, como lo fue Jackson Pollock (The Cultural Cold War, 276). Tanto los editores de Partisan Review Philip Rahv como William Phillips se convirtieron en miembros del comité estadounidense del CLC (The Cultural Cold War, 158).

[22] Clement Greenberg,. “Avant-Garde and Kitsch,” Partisan Review 6, no. 5 (1939): 34–49. El ensayo puede leerse aquí: http://www.sharecom.ca/greenberg/kitsch.html

[23] Bolton, “The Art of ‘Rootless Cosmopolitanism.’”

[24] Clement Greenberg, “American Type Painting,” Partisan Review, Spring 1955.

[25] John O’Brien, “Introduction,” The Collected Essays and Criticism of Clement Greenberg (Chicago: University of Chicago Press, 1993), vol. 3, xxvii.

[26] The Collected Essays and Criticism of Clement Greenberg, vol. 3, xxviii.

[27] The Collected Essays and Criticism of Clement Greenberg, vol. 3, xxviii.

[28] The Cultural Cold War, 263.

[29] The Cultural Cold War, 263.

[30] The Cultural Cold War, 262. Luce’s Life magazine featured Jackson Pollock in its August 1949 issue, making Pollock a household name (The Cultural Cold War, 267).

[31] The Cultural Cold War, 263.

[32] The Cultural Cold War, 267.

[33] Russell Lynes, Good Old Modern Art: An Intimidate Portrait of the Museum of Modern Art (New York: Atheneum, 1973), citado por Saunders, The Cultural Cold War, 267.

La Filosofía Puritana de John Locke y Adam Smith:  Naturalismo providencial británico y responsabilidad  del siglo XVII al XXI*

 

Andrés Monares

Andrés Monares es Investigador del Centro de Estudios de la Modernidad desde América Latina y profesor del Área de Humanidades de la Escuela de Ingeniería de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. (amonares@ing.uchile.cl)

“Dios no deja de llenar, vivificar y mover con la virtud de ese mismo Espíritu a todas las criaturas; y ello conforme a la naturaleza que a cada una de ellas le dio al crearlas”
Juan Calvino

Presentación

Desde la segunda mitad del siglo XVI en Europa occidental, una época y lugar en que confluían una intensa religiosidad cristiana reformada con un espíritu racionalista, se supuso un deber del creyente dejar en evidencia la racionalidad de la religión reformada y probar la veracidad de su doctrina. Los miembros de la Ilustración Británica realizaron esa tarea elaborando sus diversas filosofías en base a una particular interpretación nacional de la teología de Juan Calvino. Específicamente, sus fundamentos fueron los dogmas de la Soberanía Absoluta de Dios y de la total corrupción del ser humano por el pecado original.

Así, los ilustrados británicos en su afán místico dejaron a los que consideraban degenerados individuos y grupos humanos en completa dependencia de la voluntad de Dios y de su directo y continuo gobierno. Es decir, la divinidad no sólo habría planeado cuanto ocurrió, ocurre y ocurrirá a las sociedades y a sus miembros, sino que ella misma llevaría a cabo su propia voluntad por medio de su providencia. Lo cual, además, sería necesario para controlar la maldad humana fruto del pecado original.

Desde ese punto de vista, la responsabilidad dejó de relacionarse a una racionalidad consciente y realmente propia de las personas y al libre albedrío. Por el contrario, se impuso la concepción de que los fines divinos se conseguían dejando actuar a la providencia. Precisamente, John Locke y Adam Smith describen cómo Dios realiza sus designios a través de la naturaleza particular con que determinó a la humanidad. De ahí que tanto sus respectivas visiones del individuo como de la vida social, política y económica se sostengan en un particular concepto reformado de “naturaleza”. Por eso se nombrará aquí a sus ideas como naturalistas providenciales.

En base a la religiosidad de sus ideas, los autores citados proponen la necesidad de autonomía de los individuos y de las instituciones sociales. Por tanto, limitan la responsabilidad humana al mantenimiento de esa autonomía y a dejarse guiar por la propia naturaleza. Luego, los sistemas sociales, políticos y económicos que elaboraron y que están vigentes en el actual mundo modernizado, al corresponder a tal fundamento naturalista providencial, se caracterizan por su autonomía que escapa del control racional y consciente de cada persona. Estos, para actuar en ese tipo de sociedad, deberían apelar a su naturaleza irracional y dejar que se manifieste sin trabas.

Puritanismo e Ilustración Británica

Durante el siglo XVII se consolidará el calvinismo como la teología dominante en Gran Bretaña. Aunque Enrique VIII en el siglo XVI creó al Anglicanismo como Iglesia Nacional de Inglaterra, en los cien años siguientes (con los vaivenes que durante el resto del siglo XVI supusieron los reinados sucesivos de sus hijos: el protestante Eduardo, la católica María y la protestante Isabel) todas las confesiones cristianas no católicas llegarán a coincidir finalmente en un fundamento común de origen calvinista. Todas ellas compartirán una “actitud común del espíritu y el modo de vida” que se basaba en “una doctrina de la naturaleza de Dios y el hombre” (1). Tanto esa interpretación específica de las ideas religiosas del reformador como su consecuente generalización en Gran Bretaña, se llevó a cabo por el llamado “movimiento puritano” (Merton 1984. Tawney 1959).

La creciente importancia que cobró dicho movimiento y el “espíritu” que le era característico, tuvo una determinante influencia en los británicos. Los intelectuales no escaparon a ese influjo y, es más, en ellos se tiene un grupo fundamental dentro del puritanismo. De hecho, fueron ellos los que secularizaron el calvinismo, es decir, quienes aplicaron esa doctrina a diversos ámbitos del conocimiento y del quehacer humano. Los pensadores ilustrados dieron el sustento intelectual o filosófico al movimiento. En ese afán, sus sistemas de ideas catapultarán hacia el futuro la interpretación británica de la doctrina de Calvino al transformarla en la base ideológica de la tradición moderna (2).

El inglés John Locke y el escocés Adam Smith son dos de esos intelectuales reformados que elaborarán una filosofía moral puritana: los sistemas que tratan del individuo y de la organización social. En esa tarea continuaron el camino que comenzara el filósofo natural puritano Isaac Newton, quien a ojos de sus devotos compatriotas probócientíficamente la existencia de Dios y la doctrina de Calvino sobre su Absoluta Soberanía. En ese empeño se guió por las ideas del reformador sobre la corrupción humana por el pecado original y propuso su método como la forma más segura para acceder al único saber divino posible: reconocer dicha Soberanía. Los piadosos pensadores ilustrados que le siguieron asumirán esos mismos principios de la filosofía natural puritana en la filosofía moral. Buscarán especificar qué medios utiliza la providencia para hacer cumplir el plan divino en cada individuo y en las sociedades (Monares 2002) (3).

1. Locke y la naturaleza racional

En su Ensayo Sobre el Entendimiento Humano (1690), el filósofo inglés comienza afirmando dogmáticamente que la razón es obra de Dios, el “infinito y sabio Autor”. No obstante, a causa del pecado original esa facultad estaría corrupta, lo que redundaría en su limitación: “la comprensión de nuestros entendimientos se queda muy corta respecto a la vasta extensión de las cosas”. Más todavía en lo referido a lo divino. De ese modo, acorde con la ortodoxia religiosa calvinista, Locke establecerá específicamente que el alcance de la razón se queda en lo terreno y no puede elevarse hasta Dios. Es una facultad limitada y, por ende, acotada a lo empírico. Sólo es capaz de reconocer los atributos divinos visibles en el mundo (4).

Ambos principios, la absoluta dependencia humana de la divinidad y la limitación del entendimiento, son los básicos de la argumentación de Locke. Los sintetizará cuando especifique que los individuos pueden y deben utilizar su magro entendimiento según “lo que Dios ha creído que les conviene”. Lo cual significa que su razón se acomoda a sus “intereses” en el “presente estado” de corrupción: “sacar ventajas de bienestar y de salud, e incrementar de esa manera nuestro acervo de comodidades para la vida”. Aunque degenerado, el entendimiento es acorde a las obligaciones materialistas que la Deidad determinó para la humanidad. Este deber se entenderá desde el puritanismo como una ética religiosa o ascetismo. Por las consecuencias del pecado original los individuos no pueden obviar esa condición, como tampoco pretender dedicarse a objetivos más elevados: “tendremos causa suficiente para alabar al generoso autor de nuestro ser, por aquella porción y grado de conocimiento que nos ha concedido”.

En otras palabras, como señala Locke en su Primer Ensayo Sobre el Gobierno Civil (1690), para hacer cumplir su voluntad expresada a la humanidad en el mandato “Fructificad y multiplicaos” (Gn 1, 28) (5), Dios determinaría a los humanos con una naturaleza que implicaría un “fuerte deseo de autopreservación”. Designio que lo llevaría a buen término Él mismo por medio de la naturaleza particular, la racional, con que creó a los seres humanos:

“Puesto que fue el mismo Dios quien implantó en él, como principio de acción, un deseo muy fuerte de preservar su vida y su ser, la razón, que era la voz de Dios en su interior, no podía sino enseñarle y asegurarle que al obrar con arreglo a esa inclinación natural a preservar su ser, no hacía sino cumplir con la voluntad de su hacedor y, en consecuencia, tenía derecho a utilizar aquellas criaturas cuya utilidad para ese propósito le fuera mostrada” (Locke 1997: 129) (6).

La naturaleza racional humana (¡incluso sin que los individuos sean conscientes de ello!), dirige a los individuos a lo material. Este utilitarismo por el cual Dios mismo hace que se cumpla su voluntad es racional o natural. El entendimiento, como facultad natural, sería el medio providencial por el cual realiza sus deseos respecto a cada persona y cada una de las sociedades. La divinidad no cambia la calidad corrupta del entendimiento, sino que la aprovecha para realizar sus designios. Este naturalismo providencial es la marca puritana en el racionalismo de Locke.

Una vez aclaradas las particularidades del tipo de racionalismo del autor, se puede continuar y ver cómo lo aplica a la teoría política en su Segundo Ensayo Sobre el Gobierno Civil (1690). Para él, justamente la sociedad civil nace cuando el “estado de naturaleza” en que cada cual es libre para disponer “propiedades” (vida, libertad y hacienda) se muestra ineficaz para protegerlas. En principio, en dicho estado se debería respetar la “ley natural” o “razón”, la cual es la “medida puesta por Dios para las acciones de los hombres”. Ella es la que permite la supervivencia humana. Mas, el problema surge porque “la mayoría de ellos [los individuos] no son estrictos observadores de la equidad y la justicia”, o sea, de la “ley natural” o la “razón”.

Por lo que, al dificultarse la preservación de las propiedades por la maldad humana inherente, se dificulta el cumplimiento del deseo divino que la humanidad sobreviva (Gn 1, 28). Entonces sería necesario que existan condiciones que obliguen a las personas a obedecer la “ley natural” o la “razón”. Este requerimiento de una nueva forma de organización será determinada y realizada por Dios. A través de la acción de su providencia en los individuos haría que estos desarrollaran de forma natural o racionalla sociedad política, con su gobierno civil en base al derecho positivo:

“Dios nos ha asignado un gobierno para que sirva de freno a la parcialidad y la violencia de los hombres. No he de negar que el gobierno civil es el remedio más adecuado para las inconveniencias que presta el estado de naturaleza”
(Locke 1997: 211-212).

En virtud de los argumentos del autor, el gobierno civil surgiría de un impulso racional (una reacción mental) de índole materialista o utilitaria, decidida por Dios y llevada a cabo por su providencia. En este estado civil las leyes y las instituciones que nacen para elaborarlas y ejecutarlas, tienen el deber de “asegurar las propiedades de cada cual”. Por ese instinto utilitario los individuos conseguirían salvaguardar con eficacia el “bien común”.

Al considerar que la teoría nace de un contexto puritano-burgués y está dirigida a legitimar la tenencia e incremento de la propiedad de tales grupos, se entiende que ese “bien común” no es otra cosa que el mantenimiento y protección de la propiedad, específicamente en su sentido de hacienda. Los individuos pertenecientes a la clase propietaria serán dirigidos por Dios, a través de medios racionales o naturales, para lograr su autopreservación de forma exitosa y duradera. Incluso a pesar de ellos mismos. Pues, de nuevo, lo que hace la divinidad no es mejorar sus características, sino utilizarlas para hacer cumplir sus fines predeterminados.

Desde ese fundamento, Locke deja a la Política como guardiana de la propiedad y la producción material: aquella sólo deberá establecer el marco legal y las instituciones requeridas para preservarlas. Esa forma rebajada de Política, rompiendo con toda la tradición occidental, será puesta al servicio de la Economía. Si la humanidad era guiada por Dios a través de sus instintos racionales materialistas, la disciplina gobernadora no podía ser otra que la que tratara sobre dichos impulsos utilitarios. En cambio, la antigua Política de inspiración greco-medieval y su empeño de una búsqueda racional del bien común, no sería más que una quimera intelectual al partir de bases inexistentes. Locke caracterizó al hombre económico y elaboró el marco sociopolítico que le era más afín a la que tenía por la verdadera naturaleza de aquel. De tal manera, el filósofo inglés dejaba establecida la base teórica que Smith desarrollaría y completaría (Monares 2004a).

2. Smith y la naturaleza emocional (7)

En su libro La teoría de los sentimientos morales (1759), el autor expone cómo los humanos están determinados por una moral natural: los “sentimientos morales”. Los individuos tendrían una “naturaleza” y de ella surgen, también de manera natural, sentimientos y actitudes que tienen como fin la “conservación y propagación de la especie”. Para Smith sería un hecho que posibilitar la vida social “parece haber sido en este mundo, por así decirlo, la preocupación especial y cariñosa de la naturaleza”.

Pero, esas tendencias naturales serían emocionales y no racionales. El motivo es que al aceptar el moralista escocés la interpretación reformada del dogma del pecado original, entiende que los individuos están corruptos en sus facultades (tanto racionales como morales) de modo absoluto e irremediable. De ahí que la moral no radique en el entendimiento, pues sería absurdo confiar en la “debilidad de sus poderes y la estrechez de su comprensión”. Precisamente, al considerar tales principios es que empieza a quedar del todo clara la argumentación de Smith:

“…aunque el hombre está naturalmente dotado de un deseo del bienestar y la preservación de la sociedad, el Autor de la naturaleza no ha confiado a su razón el descubrir que una aplicación punitiva determinada es el medio apropiado para alcanzar dicho fin; en cambio, lo ha dotado con una aprobación inmediata e instintiva de la aplicación que es más conveniente para alcanzarlo (…) no se ha confiado a la lenta e incierta determinación de nuestra razón el descubrir los medios adecuados para conseguirlos. La naturaleza nos ha dirigido hacia la mayor parte de ellos mediante instintos originales e inmediatos”
(Smith, citado en Monares 2001: 149).

Para el autor sería en verdad Dios quien habría sabido brindarle al género humano los medios más eficientes para alcanzar sus “fines favoritos”: la “conservación y propagación de la especie”. Por lo que no debe llevar a error que en principio nombrara a la “naturaleza” como el ente que pretendía lograr dichas metas, pues para él no es más que una forma de identificar un medio providencial. De tal manera, reconoce la existencia de la divinidad y la caracteriza como dirigiendo de modo constante la “naturaleza” humana hacia los fines que dispuso en el mandato bíblico “Fructificad y multiplicaos” (Gn 1, 28).

Ese fundamento moral naturalista-providencial, Smith lo aplicará en el ámbito productivo-comercial en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776). En dicho texto plantea que la particularidad del género humano es que posee una “natural” tendencia al “intercambio” que dio lugar a la “división del trabajo”. Esta, a su vez, implicó que cada cual (también por efectos de la naturaleza de las personas) comerciara con el sobrante de su producción especializada. De ese modo, tanto la producción como el comercio (y el trabajo en general) serían para el autor conductas naturales y no comportamientos racionales.

Entonces, en esa “sociedad comercial” (o natural) las relaciones sociales están determinadas por la naturaleza humana, la cual es de carácter egoísta dado el pecado original. Por lo tanto, en la producción y en el intercambio comercial no priman los sentimientos solidarios o la búsqueda racional y consciente del bien común. Cada uno logrará sus fines individuales “con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide (…) No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo”.

Al tenor de lo expuesto sobre ese individualismo egoísta, aparece la lógica duda de cómo es que sobrevive una sociedad en que priman los intereses contrapuestos. Más todavía si, al mismo tiempo, su expresión es inevitable al ser la característica inherente de la naturaleza humana. La solución que plantea Smith es fruto de su religiosidad. Por mucho que para un lector actual y/o profano no deje de ser exótico, supone la existencia de una “mano invisible” que lograría que la naturaleza egoísta de los individuos, al manifestarse de forma autónoma, alcance el bien de la sociedad (que define como su riqueza). Lo cual ocurriría más allá de la voluntad y racionalidad consciente de cada uno de sus miembros:

“Ninguno se propone [los comerciantes], por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como en otros muchos casos es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios”
(Smith, citado en Monares 2002: 225).

Esa “mano invisible” no es, como han creído principalmente los economistas modernos, un mecanismo natural-no religioso, ni menos aún una metáfora. Es la denominación con que Smith identifica la manifestación providencial del Dios Soberano de Calvino. Aquel habría planificado el devenir del universo, sus fenómenos y criaturas, y se haría presente en todo momento para conducirlos hacia el cumplimiento de sus designios. Según el filósofo escocés, en el específico caso de los individuos lo haría por medio de la naturaleza emocional con la cual los determinó. Ella, desde su perspectiva reformada, es el medio más adecuado dada la “lenta e incierta determinación de nuestra razón”; y, más eficiente, por ser inherente e inmediata.

Mostrando de nuevo su fidelidad en la doctrina del reformador, Smith expone que Dios no cambia aquella naturaleza depravada, egoísta e individualista de la humanidad. Pero a través de los sentimientos morales la controla. Al mismo tiempo, utiliza dicho mecanismo emocional para que ciertos individuos no sólo subsistan, sino que también progresen. Lo que para Smith viene a significar que se enriquezcan. Ese grupo no es otro que la pequeña y mediana burguesía puritana industrial y comercial. Al perseguir naturalmente y/o en virtud de la ética del trabajo su propio bienestar y lucro, terminarían por lograr el bien de toda la sociedad al enriquecerla.

Dentro de esa lógica piadosa, la obligación de los fieles es someterse a la voluntad y providencia divina: dejarse guiar por esa naturaleza se convierte en una forma ética o ascetismo. Pues, como dice Smith, “la administración del gran sistema del universo, el cuidado de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es la labor de Dios, no del hombre”. De ahí que sea un deber dejarse gobernar por la propia naturaleza. Lo cual implicará cuidarse de no intervenirla de modo racional y consciente, para no entorpecer la benéfica operación divina que busca cumplir Su propio designio de supervivencia (Gn 1, 28).

Eso sí, la interpretación utilitaria británica despojó de las humildes pretensiones medievales a esa búsqueda de la supervivencia. Se desechó la doctrina escolástica de pretender sólo lo necesario como un insulto a la prodigalidad con que Dios ofrece sus dones. En cambio, se aceptó como éticamente correcto la persecución y consecución de la comodidad. El puritanismo burgués llegará a concluir que las diferencias socioeconómicas, que permitían alcanzar la supervivencia de mejor o peor forma, se debían a la preferencia y acción divina. Para salvar las apariencias y las conciencias se dejó en claro que el goce de esos dones, que no eran otra cosa que premios a la virtud, se realizaba para gloria de Dios (8).

Con posterioridad, el religioso concepto de “mano invisible” pasará a llamarse mercado autorregulado. A pesar de que se le tendrá por científico, al ser sólo un cambio formal para nombrar y aplicar el naturalismo providencial, se seguirá requiriendo que el ámbito productivo-comercial sea abandonado a su lógica interna, o natural, de búsqueda individual y egoísta de lucro. Todo cuanto le está relacionado, en tanto consecución de la supervivencia y cumplimiento del deber ético, no es una cuestión humana. Es indebido, a la vez que en el fondo inútil, pretender intervenir lo que se puede denominar la voluntad socioeconómica de Dios.

Comentario

Al analizar las filosofías de ambos autores (¿o se deberá decir teologías?) queda en evidencia su rechazo del libre albedrío. En eso también siguen la doctrina de Calvino. El ser humano estaría corrupto en sus facultades racionales, justamente las que realizan la elección moral; y, asimismo, estaría degenerada su voluntad. En otras palabras, no posee el medio que permite la elección y tampoco elige, pues estaría siempre tendiendo al mal. Luego, este rechazo de la libertad racional, es remarcado por la necesidad de intervención constante de Dios para controlar la total depravación de los individuos. Si bien es cierto que para los ilustrados la providencia sería una realidad y aceptan que en todo momento gobierna a la humanidad, además, como se ha dicho, la estiman necesaria.

De lo anterior se tiene que el tema de la responsabilidad lo asumirán en un sentido muy específico: se debe obedecer a Dios, aunque en el fondo no esté en cada cual hacerlo. Esa perspectiva viene a romper con el esquema greco-medieval que asumía el libre albedrío y lo entendía como la herramienta que no sólo hacía libre a la humanidad; sino que a su vez, responsable de sus actos y responsable ante (y de forma activa de) los demás. La maldad ciertamente que era posible y de hecho real; pero, era sólo una de las muchas conductas que se podían elegir en función de esa libertad racional. Sin embargo, de ahora en adelante en el Occidente moderno a pesar de que se siga sosteniendo la importancia de la libertad, la responsabilidad se contextualiza en un mundo sin libre albedrío.

Ya Calvino critica el concepto de libre albedrío, por inútil en la actual situación de pecado y, por ende, dada su falsedad. Mas, afirma que la humanidad sigue siendo responsable por su maldad. Esa perversidad, aún sosteniendo la Soberanía Absoluta de Dios, dice que no proviene de Él sino de los individuos. Esta contradicción lógica la soluciona el reformador también en base a otro dogma: es un hecho que la Soberanía y la responsabilidad coexisten; simplemente la corrupción racional no permite comprender esa situación y la define como contradictoria. Según Calvino, para el ser humano las cuestiones espirituales “son tenidas por locura cuando el Espíritu de Dios no le ilumina”. De ahí que, por extraño que parezca para quien no sea reformado, tanto Locke como Smith aceptan que se pueda ir contra el plan divino o entorpecerlo, al tiempo que reafirman que finalmente la providencia se impone.

En otras palabras, como se expuso, entre los ilustrados (y por medio de sus ideas hasta hoy en la Modernidad) la responsabilidad se mantiene como tema. Sin embargo, ahora ella se limita a “ponernos en las manos de Dios y dejarnos guiar por su sabiduría para que ella nos encamine por el camino recto”. Esta cita de Calvino será interpretada, desde la base naturalista providencial que aquí se ha descrito, por los reformados británicos en los siglos XVII y XVIII. Por un lado, los filósofos morales puritanos desde su perspectiva teológica desarrollaron los conceptos que describían y explicaban la intervención constante de Dios: ese dejarse guiar del reformador. A su vez, idearon las condiciones que permitirían de la forma más óptima posible esa manifestación divina: la autonomía de los individuos y de las instituciones sociales. Por lo cual, claramente se puede constatar que sus sistemas proponen la autonomía naturalista y no la libertad racional como se la entendió por siglos en Occidente.

Ese proyecto de índole religioso y particularmente puritano, se materializó en específicos conceptos que se entendieron como los medios de la providencia: la naturaleza racional de Locke y la naturaleza emocional de Smith. Los cuales eran coherentes y cobraban consistencia en los contextos expuestos en los sistemas filosóficos de ambos autores: el republicanismo del filósofo inglés y el mercado autorregulado del escocés. Quedaba así explicado tanto el origen y desarrollo de las instituciones humanas, como el comportamiento de los individuos. Asimismo, se describían los tipos de organización social, política y productivo-comercial dónde se expresaba mejor esa forma de ser; o, lo que no era menor, el plan de Dios. De esa manera, en lo que de seguro era lo más relevante para los autores, según ellos demostraron la veracidad de la teología de Calvino.

Esa aceptación y constatación de un mundo divinamente predeterminado dio lugar a su empirismo. No a uno fruto de un espíritu científico, sino a uno fundado en su fe. Ni Locke, ni Smith trabajaron en idear una utopía imposible, un deber ser. Sino que, en tanto miembros del devoto movimiento ilustrado, describieron la sociedad real: como Dios la dispuso desde la eternidad y como la gobierna de forma constante. En tal sentido, y tomando en cuenta que ambos filósofos eran burgueses, sus sistemas representaban la preferencia divina por la burguesía. A partir de la doctrina calvinista de la predestinación, legitimaron con sus ideas la desigualdad y protegieron el patrimonio de dicha clase del intervencionismo del estado, de la competencia de la nobleza y de las pretensiones reformistas o derechamente revolucionarias de las clases bajas (9).

Para los autores, como para cualquier puritano burgués de derecha, si Dios había dado más a algunos que a otros, no era un asunto de incumbencia humana. Menos todavía el pretender heréticamente alterar esa situación. Sobretodo, si la propiedad venía a ser la señal con que la divinidad marcaba a sus elegidos y, además, el justo premio por su conducta virtuosa o acorde a Su voluntad. Por crudo que ahora pueda parecer, la burguesía puritana estaba convencida que Dios, en su ánimo de hacer cumplir su designio (Gn 1, 28), había querido que ellos fructificaran más que otros. Con lo cual, a un tiempo, Él se aseguraba de su exitosa multiplicación. Al ser la desigualdad parte de la voluntad divina y ser materializada providencialmente, perdía la connotación negativa y perdían legitimidad las pretensiones intervencionistas o reguladoras (10).

El logro ilustrado que representó desde la perspectiva puritana el haber podido describir los designios de Dios y materializarlos en la sociedad, deja al descubierto la evidente condición histórica y cultural de esas ideas y de las instituciones sociales a que dieron lugar. Obviedad que no es poco común que sea dejada de lado para universalizar filosofías y patrones socioculturales específicos. No obstante, también supone una definición absoluta de las personas y la vida social por un criterio irracional. El que además se considera como el único criterio válido. La verdadera esencia del género humano sería una especie de animalidad utilitaria: una reacción mental o un instinto moral por el cual simplemente se tiende de modo inconsciente a lo material para lograr la comodidad. Con lo cual la Economía, como la disciplina de los instintos materialistas, tomó preeminencia sobre la Política y su búsqueda racional del bien común. Y no es que se quiera aquí negar la parte instintiva de la humanidad; pero hacerla pasar por su verdadera y sola condición pareciera demasiado extremo. A la vez que determinar una tendencia materialista como el único móvil de la vida y criterio de organización social, política y económica, junto con ser una muy pobre visión del género humano, es empíricamente una falsedad. (11)

Ese criterio instintivista y exclusivo es cuestionable, también o sobretodo, cuando se recuerda que en la concepción puritana esa naturaleza es simplemente un mediodivino. Por tanto, es una característica que pertenece a la especie sin pertenecerle en verdad. Que la utiliza sin utilizarla por propia voluntad en realidad. Debe quedar claro que ese es el fondo de la propuesta racionalista providencial de los filósofos puritanos. Una de las consideradas más caras herencias ilustradas al mundo, cuando se la entiende en su sentido original, conlleva la paradoja de que siendo el entendimiento algo propio de la humanidad, en realidad no lo sería (12).

Luego, si la condición humana se explica y radica en una especie de animalidad, los sistemas sociales elaborados desde ese supuesto también expresarán una sociedad animalizada. Será una comunidad construida de tal manera que permita, de la forma más fluida posible, que sus miembros (ya sabemos que unos con mejores resultados que otros) se dejen llevar por esa clase de instintos materialistas. Y que se desarrolló y se mantiene por impulsos naturales insertados y gobernados en todo momento por una fuerza sobrenatural externa a las personas. O sea, una sociedad en que los asuntos humanos no son asuntos de los humanos, ni resueltos por los humanos. Por el contrario, cuanto ocurre está en manos de Dios, como ese agente todopoderoso que predetermina, subyace y controla de modo absoluto todo el sistema. Smith lo dijo con claridad y para sus compatriotas no planteaba más que lo obvio:

“Pero la administración del gran sistema del universo, el cuidado de la felicidad universal de todos los seres racionales y sensibles, es la labor de Dios, no del hombre. Al ser humano le corresponde un distrito mucho más humilde, pero mucho más adecuado a la debilidad de sus poderes y la estrechez de su comprensión: el cuidado de su propia felicidad, de la de su familia, sus amigos, su país; y el estar ocupado en la contemplación del distrito más sublime nunca puede servir de excusa para que abandone el más modesto”
(Smith, citado en Monares 2001: 152).

De dónde quedaría en evidencia el por qué los sistemas político y económico modernos, basados en la filosofía ilustrada, parecen inmanejables para el ciudadano común. Son especies de entes autónomos y suprahumanos que funcionarían de forma mecánica sin que se les deba ni, finalmente, se les pueda intervenir. El ciudadano moderno es una pequeña hoja a la deriva en un inmenso curso de agua que le es imposible controlar. Sólo debería someterse a ese vaivén natural para conseguir su bienestar y también el social. Entre los siglos XVI y XVIII la felicidad del género humano era labor de Dios. Del siglo XIX a la fecha del Mercado Autorregulado. Como ayer, sigue sin ser un problema de las personas. ¡Su propia felicidad y bienestar no es su responsabilidad!

Desde una visión profana sería obvio que no es Dios quien determina y gobierna las sociedades. El punto es que en base a esos fundamentos puritanos se elaboraron y llevaron a la práctica sistemas que buscan permitir esa supuesta intervención divina (u orden natural) y resguardarla en base a la no intervención humana racionalmente consciente. Por así decirlo, la idea era crear una sociedad con piloto automático en la cual lo que hagan o dejen de hacer los pasajeros no influya en la carta de navegación. Sus acciones tienen muy poco impacto en un contexto estructurado con tales intenciones o sólo pueden funcionar dentro y en la lógica del sistema. Sea porque de no hacerlo caen en la ilegalidad o porque verían seriamente afectadas sus entradas y su calidad de vida.

Las sociedades modernas y/o modernizadas responden en lo productivo-comercial y en lo político a principios reformados, o naturalistas providenciales, que implican en la práctica la irresponsabilidad humana. Sea por sus estructuras que lo hacen infructuoso, por sus valores que consideran ilegítimo pretender mantener otra conducta o sea por la ideología de los derechos individuales absolutos que al sublimar al individuo descartan la responsabilidad social. De hecho, desde el sistema tampoco sería necesario una actitud más activa en tal sentido, pues de su autonomía surgiría inevitablemente el bien social (13).

Al tener en cuenta los supuestos, lógica e intenciones de la concepción puritana actualizada por el Neoliberalismo, no se puede dejar de apuntar lo increíble que una propuesta tan fantasiosa y excluyente por principio haya llegado a legitimarse al grado que lo está hoy. Sin embargo, el problema (que hasta aquí podrá parecer a muchos casi metafísico o una cuestión meramente académica) se torna bastante tangible o mundano cuando queda en evidencia a quiénes sirvieron los sistemas políticos y económicos en el marco del Liberalismo y a quiénes a la fecha en el contexto neoliberal. De dónde surge con claridad que las místicas filosofías ilustradas puritanas fueron y son utilizadas para fines bastante pedestres (14).

La irresponsabilidad socioeconómica y política fruto del naturalismo providencial ilustrado se encarnó en la propuesta de no intervención del mercado autorregulado y de la consecuente sociedad de mercado (una mercantilizada en todos sus ámbitos) que requiere para su funcionamiento. Esa autonomía es un ideal que no siempre se ha cumplido, hasta por quienes dicen ser sus impulsores; pero sí ha sido un criterio directivo omnipresente y omnicomprensivo. Ese mercado libre de interferencias, aunque se publicita como una promesa de futuro bien general, en realidad ha venido beneficiando del siglo XVIII a la fecha a un pequeño grupo privilegiado dentro de cada nación que adoptó la Economía Moderna.

Justamente, para mantener y preservar los privilegios derivados de esa autonomía del mercado, se elaboró y legitimó un sistema político de participación restringida y que explícitamente postula la autonomía o no coerción (que se confunde con libertad) de los individuos. En base a la filosofía política de los derechos individualesinherentes e inviolables se llegó a establecer por medios jurídicos su no intervención. La consecuente pretensión teórica de un sinfín de personas ejerciendo su autonomía o sus derechos aisladamente (con la sola condición de no violar la ley), vino a disolver su responsabilidad. Así, se implantó como principio empírico inapelable el supuesto que una sociedad no intervenida se ajustaría automática -o providencialmente- para el bien general (15).

Tales premisas y la lógica a que dieron lugar transformaron la pretensión de autonomía individual en parte central de lo que implicaba un estado de derecho. Al tiempo que ese marco legal y las instituciones republicanas a que da lugar, tienen como rol principal el mantener aquella autonomía. La teoría presentará al estado de derecho como neutral respecto a los diversos grupos sociales y al servicio de los intereses de todos los ciudadanos. Cómo podría ser de otra forma si sólo vela porque cada cual pueda ser libre dentro de los marcos legales. Pero, en realidad “los gobiernos no son neutrales (…) representan los intereses económicos predominantes” y “sus constituciones se hacen para servir a estos intereses”:

“…no debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país, si se presenta como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados (…) este libro contemplará con escepticismo a los gobiernos y sus intentos, a través de la política y la cultura, de engatusar a la gente ordinaria en la inmensa telaraña nacional, con el camelo del ‘interés común’ ” (16)
(Zinn 1999: 19 y 20).

En todo caso, legitimaciones idealizadas de sistemas políticos, económicos y sociales se pueden encontrar en cualquier época y contexto sociocultural donde existan grupos interesados en mantener sus ventajas. Enunciar este tipo de hechos no es una exclusividad de la crítica radical; es un asunto de simple análisis cultural. Análisis que, en el tema que aquí se revisa, deja en evidencia a las promesas libertarias e igualitarias de la democracia liberal burguesa como simple demagogia desde su génesis. Basta volver la vista a los ejemplos originales representados por las revoluciones burguesas de Inglaterra en 1688-89, de las colonias británicas en Norteamérica en 1776 y de Francia en 1789. (17)

De ahí en adelante, pequeñas concesiones han ido maquillando la posición dominante de las élites y han legitimado el sistema a los ojos de los ciudadanos comunes. Mas, al calibrar sus resultados con ojo crítico, se puede comprobar que la teoría de la igualdad ante la ley fruto del estado de derecho sigue teniendo el efecto, como bien expresó George Orwell, que “algunos animales son más iguales que otros” (18).

Al tenor de lo expuesto, se puede concluir que el tema de la responsabilidad no es sólo una cuestión ontológica de rescatar una antigua definición de los seres humanos. Tampoco sólo un problema moral de rechazar el individualismo y postular la importancia de un activo compromiso con los demás. Ni sólo una cuestión de sentido, de buscar la tranquilidad espiritual en principios benignos. Ciertamente se cree aquí que es todo lo anterior en su conjunto. Pero al tener en cuenta los resultados y consecuencias de los modelos naturalistas modernos -a nivel de cada persona, en las sociedades y hasta en lo ecológico- se hace urgente replantearse de modo serio frente al tema de una real responsabilidad. A su vez, si no es aceptable la propuesta de desigualdad ilustrada, menos lo es su radicalización neoliberal que viene a privilegiar a una élite todavía menos numerosa en base al espejismo de la igualdad de derechos.

La tarea futura es que a partir de una verdadera responsabilidad personal y social, se construya racionalmente una comunidad que resguarde y promueva la libertad y la autonomía, la solidaridad y la igualdad, junto al hoy urgente respeto por la naturaleza. Lo que por supuesto es una tarea humana a realizar de modo consciente. Con responsabilidad.

* Este trabajo fue publicado como un capítulo dentro del libro Espiritualidad y Responsabilidad Humana, Editorial Ayún, Santiago de Chile, 2005. He intentado ser breve para no repetir otros de mis artículos ya editados sobre la relación entre cristianismo reformado y nuestra época, y porque me he referido en extenso a ello en mi libro Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la Modernidad, Editorial Universidad Bolivariana, Santiago de Chile, 2005.

Notas

(1) Esa actitud se refiere al ascetismo activo por el cual se cumple sistemáticamente una misión en el mundo determinada por Dios. Las doctrinas sobre Dios y el hombre, se refieren respectivamente a: una divinidad soberana que elaboró un plan para su creación y lo lleva a cabo en forma constante por medio de su providencia; y, a una humanidad corrupta absolutamente en su razón y voluntad a raíz del pecado original.

(2) Con lo que aquí se expondrá quedan al descubierto tres gruesos errores sostenidos en los ambientes académicos sobre la Ilustración: i.- Que fue un movimiento filosófico y profano; ii.- Que comenzó e instauró en Occidente la separación de los diversos ámbitos sociales de lo religioso; iii.- Que tal divorcio llevará al desarrollo y triunfo de la Modernidad como tradición no religiosa.

(3) Cabe señalar que la obra de Newton materializa las ideas de otro filósofo natural puritano: Francis Bacon. Fue éste quien, en base a la doctrina calvinista sobre Dios, había propuesto a la filosofía natural como tarea religiosa: el conocimiento de los fenómenos o causas segundas dejaba en claro su dependencia de la divinidad como causa primera.

(4) Dirá el autor: “Tenemos la suficiente penetración respecto a la admirable constitución y efectos de las cosas, para poder admirar y exaltar la sabiduría, el poder y la bondad de su Autor” (Locke 1986: 23). Ya Bacon había dicho que cuando se cumple con el deber religioso de aplicar el entendimiento a la creación, nunca se logrará un “conocimiento perfecto” de Dios, sino sólo “admiración, que es conocimiento fragmentado”.

(5) “Los bendijo Dios y les dijo: ‘Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra’”.

(6) Recuérdese que el reformador había sostenido que Dios gobierna a sus criaturas a través de las cualidades o naturaleza con que las creó. Lo que aplicado a los humanos se refiere a sus facultades racionales. Por eso dirá Calvino que “los entendimientos humanos están en manos de Dios, el cual los rige en cada momento”.

(7) En lo referente a Smith, se sigue aquí a Monares (2001 y 2002).

(8) Esta concepción la expone Smith, como el piadoso moralista reformado que fue, con descarnada claridad: “Todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las cosas necesariasconvenientes y gratas de la vida”. El dinero permite librarse de “las penas y fatigas” que supone el trabajo, quien es rico las “podrá imponer a otros individuos”. Quien es pobre las deberá soportar y además, en muchos casos, no podrá hacer efectiva su demanda de bienes en el mercado: estará impedido de “gozar de las cosas necesariasconvenientes y gratas de la vida”.

(9) La doctrina de la predestinación sostiene que Dios eligió a un pequeño grupo de la humanidad para ser salvos y los señala con la prosperidad y el éxito. Mientras el gran número que determinó se condenaran se reconocen por el fracaso y la pobreza. La misma división vale para las naciones. Luego, como parte de la conducta religiosa debida, o ascetismo, el elegido debe perseverar en su vocacióndispuesta por Dios. Como bien expone Weber, al homologar vocación con profesión se dio lugar a una ética del trabajo; aunque igualmente aquella implicaba someter a los condenados de la nación y/o del extranjero.

(10) El movimiento puritano estaba lejos de ser homogéneo en cuanto a un sólo proyecto político, social y económico. Existían grupos que hoy, con todo lo vago que ha llegado a ser el término, serían identificadas como de izquierda o socialistas: los levellers (niveladores) representantes de las clases menos privilegiadas y los diggers (cavadores) con una postura más radical (Tawney 1959). Aunque se cree que a estas alturas no vale la pena aclarar cual fue la tendencia que se impuso, sí es relevante desmitificar el que reformado de por sí sea sinónimo de capitalismo salvaje, burguesía e incluso de capitalismo. Para una postura calvinista contemporánea crítica del capitalismo moderno, ver Bieler (1973).

(11) Dependiendo de los valores e ideas establecidos en la cultura de cada pueblo, es que se determinan los móviles deseados o debidos de sus comunidades. Es evidente que en una sociedad que resalta lo material en general y el dinero en particular, como la de los autores y la actual, será altamente probable que las motivaciones sean de tipo lucrativas. Sin embargo, establecer que esa es la real condición de la especie humana es un error etnocéntrico que no resiste análisis.

(12) Una metáfora que se estima ajustada para describir este Racionalismo providencial puritano es que la razón es un software que Dios cargó en ese hardware llamado humanidad y que él mismo lo hace funcionar e utiliza.

(13) Se entiende al considerar la posición de las personas en estos sistemas teocráticos, lo inútil que es en ese marco la pretensión de las posturas que proponen una actitud proactiva para el desarrollo personal y social. ¿Cómo ser protagonistas de una sociedad que no se controla y en el cual las acciones, no sólo individuales sino también colectivas, no pueden tener mayor impacto por la estructura sociopolítica y económica autónoma?

(14) Se estima aquí que el proyecto ilustrado original en pro de la pequeña y mediana burguesía, el neoliberalismo lo hizo aún más excluyente: a la fecha tal sistema representa y protege al gran empresariado y a las multinacionales. Asimismo, por ese mismo giro se dio preeminencia a la actividad financiera, dejándose en un lugar secundario la ética del trabajo y la producción (Monares y Schmal 2004b).

(15) Como se vio en Locke, para los reformados los derechos son un medio para cumplir la voluntad de Dios. No son fines en sí mismos. La sacralización moderna, sobre todo del derecho de propiedad que predica el neoliberalismo, va hasta contra el espíritu y la letra de la teoría original.

(16) El texto de Zinn es muy útil al develar uno de los mitos democráticos más asiduamente sostenido: el de Estados Unidos. Ante la historia oficial de todo un pueblo que se rebeló contra la opresión británica, el autor deja al descubierto que los intereses de la aristocracia criolla fueron un impulso determinante para el alzamiento. De hecho, expone una serie de conflictos previos a 1776 (incluso armados) que enfrentaron a las clases bajas junto a la clase media empobrecida con la élite colonial que las explotaba económicamente e imponía un monopolio político para mantener sus privilegios. Situación que no varió luego de la independencia, pues la Constitución (tantas veces señalada como ejemplo libertario y democrático) se redactó por las élites para proteger sus intereses y conformar una base social de apoyo usando una retórica de patriotismo, unidad e igualdad de derechos.

(17) Incluso, se debe tomar en cuenta que las dos primeras tienen explícitas bases puritanas y la segunda recibió fuertes influencias de ese tipo a través de la repetición que los ilustrados franceses hicieron de sus colegas británicos.

(18) Esas idealizaciones falaces para justificar situaciones de privilegio, como se dijo, se encuentran en los más diversos contextos. Por ejemplo, las dictaduras comunistas o de partido único durante el siglo XX eran llamadas democracias populares, no siendo ni democracias ni representativas del pueblo una vez que se conformaba una élite burocrática (para una acertadísima denuncia literaria de la Unión Soviética, ver el texto de Orwell arriba citado). Anteriormente, las élites inkas y aztecas una vez que accedieron al poder reelaboraron las respectivas historias nacionales a fin de justificar y mantener su dominio (Conrad y Demarest 1990).

Bibliografía

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ZINN, Howard. La otra historia de los Estados Unidos. Siglo Veintiuno Editores. México, D. F. 

Presentación del libro: Oikonomía. Economía Moderna. Economías.

 

de Andrés Monares *

“…a pesar de todos los problemas de ajuste que puede acarrear la apertura comercial,
a pesar de las injusticias en la distribución de la riqueza,
la liberalización es beneficiosa para todos por encima de esas cosas”
Pascal Lamy, ex Director de la Organización Mundial de Comercio

Presentación **

Las palabras de Lamy arriba citadas —con mayor razón al tomar en cuenta el cargo ocupado por dicho personaje— representan lo que han llegado a imponer los seguidores de la Economía Moderna, como una inexorable hoja de ruta para todo el planeta. Ese destino se considera fruto del más obvio sentido común y hasta de altruistas deseos. Por el bienestar futuro que traería el libre mercado a todos, los realistas pero sensibles tecnócratas como Lamy, soportan estoicamente ser promotores de la indignidad y los sufrimientos de una inmensa cantidad de personas en el mundo. Pues, su benéfico proyecto de liberalización conllevaría una irremediable incompatibilidad entre ciencia y moral: entre eficiencia en la consecución de ganancias y equidad en su distribución. Afortunadamente, desde la comodidad y el lujo de sus oficinas y hogares, son capaces de sobrellevar tan pesada carga.

La teoría y proyecto económico del libre mercado autorregulado de aquellos singulares filántropos, son ahora verdades absolutas sostenidas por la científica Economía Moderna. Sólo quedaría llevarlas a último término en la realidad. De haber algún desajuste o producirse alguna “externalidad negativa”, se deben sanar los estragos causados por el libre mercado con más libre mercado. No hay otro camino ni posibilidad de lograr bienestar fuera de esa única vía. Con la imposición mundial de ese tipo de economía como la economía, se ha llegado a una paradójica situación posible de describir parafraseando a Immanuel Kant: los médicos están tranquilos porque el enfermo se está muriendo de buena salud.

Los economistas y los políticos neoliberales predican la universalización de las bondades de lo que Max Weber nombraba como una “filosofía de la avaricia”. Luego, desde las posiciones de poder alcanzadas legitimaron lo insólito: lo malo es bueno. Esta filosofía moral perversa o perversión de la Filosofía Moral, ya la describía el propio John Maynard Keynes cuando acusaba que para la Economía Moderna “lo justo es malo y lo malo es justo; porque lo malo es útil y lo justo no lo es”. Y, como si se hubiera adelantado proféticamente a las palabras de Lamy o de cualquier otro tecnócrata actual, denunciaba los cantos de sirena que prometían un futuro esplendor de bienestar material general, en base a la aceptación circunstancial —sólo circunstancial, decían y aún nos dicen— de “la avaricia, la usura y la cautela”.

Por extraño que parezca, a la fecha habría pleno consenso en la inexistencia de problemas para asumir ese singular camino. Uno donde el mal, al lograr la riqueza, es definido como benéfico. Se parte de un principio inamovible: cuando la persecución egoísta e individualista de lucro es liberada de intervenciones externas y dejada al arbitrio de la “mano invisible”, conseguirá inevitablemente el lucro y el bienestar material. Es decir, la nueva definición moderna del «bien».

Ese mañoso espejismo, ese pase mágico argumental, ha llegado a adquirir el estatus de ciencia económica. Con un espíritu totalitario que nada puede envidiarle a cualquier dictadura, ha sido aplicado por gobiernos, organismos internacionales y corporaciones transnacionales. En la actualidad esa economía política neoliberal, ese proyecto de sociedad construido desde la esfera material y el paradójico mecanismo para llevarlo a cabo, llegó a ser Economía científica. La arrolladora propaganda de los grupos de poder y la ignorancia en la cual duermen los pueblos, ha cobijado y escondido, a decir de Bertolt Brecht, “la naturaleza violenta de la economía”. Esa violencia no sólo se encuentra en su forma de organizar las sociedades, en sus resultados y efectos en ellas. También en sus mismos principios groseramente excluyentes y crudamente explícitos. Ellos son legitimados y mantenidos, como expone R. H. Tawney, por quienes se benefician del orden económico y no quieren ni el más mínimo cambio que pueda amenazar sus privilegios y su impúdica acumulación.

Aún así y a pesar de lo utópico del principio y del proyecto de un mercado autorregulado —usado por los grandes agentes económicos para legitimar sus intervenciones y violaciones al propio principio del libre mercado— ese tipo de economía fue transformada en la teoría y práctica productivo-comercial dominante. Su señorío llega a tal grado que, como se puede ver en las mallas curriculares de las escuelas de Economía Moderna de las universidades y en los discursos y gestión de los gobiernos, se está en presencia de un pensamiento único. La situación es de por sí increíble: se habría llegado a un nivel tal de perfección del saber económico, que la búsqueda de conocimiento se ha detenido. No hay más preguntas ni respuestas fuera de las del libre mercado, ni otras medidas prácticas posibles. Cualquier posición no ortodoxa es tildada de mala política, populismo, teorías pasadas de moda, moralismo o resguardo de intereses particulares. Nada que valga la pena considerar y menos estudiar. La disciplina se ha replegado sobre sí misma, hasta llegar a ser una “economía autista”. Curiosamente, quienes ahora callan, son los mismos apasionados detractores del totalitarismo y la falta de rigor científico que significaba enseñar sólo economía marxista, como la economía científica, en los países socialistas “reales”. De hecho, la actual situación es tan exótica, que si se toma su real peso no soporta el menor análisis. O, por ejemplo, ¿es siquiera imaginable una universidad donde sólo se enseñe geometría euclidiana y además como la Geometría? Esta imposición de un pensamiento único es evidentemente ideológica. Pero también es una condena a la mediocridad académica:

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Evolución de la economía en Occidente. De la ética del trabajo al afán de lucro

Andrés Monares y Rodolfo Schmal


Andrés Monares (Antropólogo. Profesor del Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile -amonares@ing.uchile.cl-) y Rodolfo Schmal (Ingeniero Civil Industrial. Master en Informática de la Universidad Politécnica de Madrid. Profesor de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Talca -rschmal@utalca.cl-) nos envían este polémico texto acerca de la evolución de la economía en Occidente, publicado con anterioridad en la revista Persona y Sociedad (pp.: 285-298, Volumen XVIII, Nro. 2, Agosto 2004. Universidad Alberto Hurtado. Santiago de Chile. ISSN: 0716-730X) y que incluimos ahora en la Página Transversal como una nueva aportación al debate acerca de la «globalización económica».

“Ve, pues, come tu pan alegremente y bebe gustoso tu vino, porque Dios ha bendecido tus trabajos”
Eclesiastés 9, 7

“El trabajo, como todas las demás cosas que se compran y venden, y que pueden aumentarse o disminuirse en cantidad, tiene su precio natural y su precio de mercado”
David Ricardo

Resumen

El trabajo ha sido concebido por el Cristianismo occidental como una forma ética: la conducta para procurarse el sustento es definida como virtuosa, a la vez que un medio para glorificar a Dios. Dentro de ese enfoque espiritual, la consecución de algún tipo de ganancia a través del trabajo era secundaria y considerada un premio a un comportamiento debido. El Capitalismo de Mercado Autorregulado sigue esa misma concepción en un principio. Luego, al ser dejado de lado el componente religioso del sistema, el lucro llegó a considerarse el fin de la actividad económica y el trabajo y quienes lo realizan un medio para conseguirlo. El desarrollo de la Economía Moderna legitimó ese cambio desde su teoría y lo reprodujo en su práctica.

Presentación

La Economía Moderna (como disciplina y actividad) surge de un radical giro ideológico-práctico que tomará fuerza en el siglo XVIII, el cual deja de lado la antigua concepción sobre el ámbito productivo que había dominado Occidente (y en su espíritu general también otras partes del globo). Durante aproximadamente dieciséis siglos de la historia de Europa, las formas de procurarse el sustento se entendieron y materializaron desde el concepto griego de Economía: la administración del hogar para procurarse el sustento. Su interpretación cristiana que además otorgó una alta valoración al trabajo perduró, con casi total vigencia, durante el medioevo y en las primeras generaciones pos Reforma Protestante.

Ese particular desarrollo moderno de las ideas asociadas a la producción material, implicó que la administración del hogar derivó hacia la búsqueda de lucro, la Crematística, para la cual la labor para procurarse el sustento sólo era un medio de adquirir ganancias monetarias. En ese plano teórico-práctico el trabajo dejó de ser tenido como una actividad social y con ello se ignoró su interrelación a los otros rasgos de los sistemas socioculturales de las comunidades. A su vez, la producción y su meta lucrativa se considerarán como un ámbito separado, preeminente y autárquico del resto de la cultura. Toda la sociedad, sus miembros y actividades, quedaron dependiendo de la nueva Economía. Curiosamente se conservó el viejo término para designar la nueva visión.

Ese quiebre de la tradición occidental se pretende validar, con un voluntarismo envidiable, postulando a los procesos económicos en el nuevo contexto como perteneciendo a la categoría de hecho científico. En otras palabras, se validan los supuestos de la teoría ya que serían reales, y supuestamente neutrales y objetivos. Lo que por muy académico que parezca, no ha dejado de tener trágicas consecuencias en la vida de millones de personas.

Trabajo y Sociedad

Por más que la disciplina económica dicte cátedra de empirismo cientificista, asume no sólo como real sino también como universal una caracterización arbitraria de trabajo: un mero factor de la producción definido, junto a las personas que lo realizan, como mercancía. Esta concepción es generalizada al adosarla al edificio teórico-práctico que, precisamente, se levanta sobre los pantanosos terrenos de sus supuestos (aunque la palabra sea evidente, es necesario remarcar que no son principios deducidos desde los hechos, sino asumidos por convención). Por eso, antes de entrar en la exposición del desarrollo ideológico occidental sobre la producción material, es necesario establecer un marco general que tenga verdaderos fundamentos empíricos para entenderlo. No se puede recurrir a la tosca simplificación de la Economía Moderna que carga la cruz de su irrealidad . (1)

Toda comunidad en cualquier época ha necesitado del esfuerzo físico-intelectual humano aplicado a la naturaleza o a algún otro objeto para, en términos de Karl Polanyi, obtener su sustento material. En ese sentido, parecería una obviedad que ese esfuerzo es evidentemente un factor de la producción. Pero, el error y lo ilusorio ha sido considerarlo sólo un factor más, aislándolo de todo el sistema sociocultural de las comunidades. El trabajo y los resultados de él (bienes y/o servicios) han sido inseparables de la vida social humana. Asimismo tampoco son disociables del sujeto que los realiza, pues una labor productiva no existe como realidad aparte de quien la efectúa(2).

A través de la historia, el trabajo en tanto actividad social con sus múltiples relaciones con otras partes de una cultura, ha sido definido y apreciado según las pautas de cada grupo. En razón de su importancia en la jerarquía de valores de una comunidad, quien desempeñe cierta labor será más o menos considerado en aquella. Lo mismo ocurrirá con el producto de esa tarea. De tal manera, se puede haber sido un buen fabricante de puntas de flecha de pedernal en la zona de Siberia en la última glaciación, un buen cazador selknam en la Patagonia Sudamericana, un buen herrero en la Sajonia medieval o ser buen empleado en alguna ciudad moderna. En toda sociedad el trabajo, como la actividad social que es, ha sido fuente de prestigio y estima social (3).

No obstante, al ser la capacidad de dar sentido una característica básica de los humanos, muchos grupos han incluido al trabajo dentro de un sistema de ideas más complejo o lo han relacionado a múltiples factores que van más allá del mero prestigio. Cuando ello ocurre, el empeño dedicado a la producción material se define no sólo como fuerza transformadora en sí, sino que se le hace rebasar los límites de ser únicamente una búsqueda de sustento. No sólo se identificará a un buen trabajador o un buen producto o servicio: la persona y el resultado de su labor además entran a formar parte de un sistema ideológico y se los relacionará con factores extramateriales. Por ejemplo, un trabajador bien considerado será sinónimo de honestidad cuando se lo signifique desde un punto de vista ético; o, se lo definirá como un devoto cuando el sentido se origine en lo mágico-religioso.

Específicamente, al relacionarse la producción material (y sus resultados) con lo sobrenatural, tomará una significación de ribetes místicos y valoraciones pertenecientes a esa esfera. Al ser considerada desde o dentro del ámbito religioso, la labor productiva pasa a ser ritualizada y/o definida como una ética o forma de conducta piadosa. En cuyo caso se transforma en un deber que tiene una meta mágico-religiosa y unas reglas establecidas que lo guían. Se hablará entonces de una ética del trabajo. Al pasar a formar parte de un conjunto de ideas místicas que lo consideran una expresión devota, es por definición un medio; no un fin en sí.

El camino descrito es el que por siglos siguió Europa occidental. Su fundamento ideológico, el Cristianismo, caracterizó el trabajo como una conducta virtuosa y/o una forma de glorificación y/o como vía para obtener reconocimiento divino. De ahí que lo conseguido por una labor (el producto en sí o una retribución en especie o monetaria) haya sido definido como una muestra de complacencia de Dios por el cumplimiento del deber ético. Este esquema mantuvo su vigencia desde el Cristianismo primitivo, pasando por el medieval hasta la Reforma del siglo XVI.

Con el cisma religioso europeo se observa un punto de inflexión en la cultura occidental. Sin proponérselo, se dejarán planteados algunos tópicos que servirán para desarrollar un revolucionario esquema profano, el cual cristalizará en la sociedad capitalista occidental moderna todavía vigente. En ella el lucro será considerado un finy, por ende, el trabajo y sus realizadores simples medios para conseguir ganancias monetarias. Sobre esa base, la Economía Moderna dará un paso más allá y separaráel trabajo del lucro: con el desarrollo del capitalismo financiero y las sociedades accionarias, ya ni siquiera será necesario trabajar para obtener riquezas (4) .

Esa separación entre trabajo y capital, no dejará de tener consecuencias. Con ese cambio radical, impensable desde los orígenes de la cultura cristiana occidental al siglo XVII europeo, el sistema de valores y productivo se ven alterados en el mundo moderno y/o modernizado. El trabajo perderá su sentido ritual y con ello se dará paso a su instrumentalización; pero asimismo, a la de quienes lo llevan a cabo. De igual forma, el sistema productivo-comercial se liberará de las trabas éticas. Sin vergüenza se sostendrá triunfalmente que el lucro es el motor y finalidad de la labor humana. A la vez que se dará el curioso fenómeno de que sea posible y legítimo enriquecerse sin realizar trabajo alguno y/o al margen de lo que por siglos en Occidente fue considerado éticamente correcto.

Cristianismo y Trabajo en Occidente

No es esta la ocasión para hacer un detallado recorrido histórico de la relación entre Cristianismo y trabajo durante veintiún siglos, tema que en su compleja y diversa totalidad va más allá de las pretensiones de este artículo. Aunque, sí se pueden aclarar ciertos nexos entre la producción y la ideología religiosa cristiana sin que por ello se los quiera definir como los únicos, se insiste, de un largo y diverso período de la historia europea occidental.

Esa estrecha relación se deja ver ya en el relato bíblico fundante de la cosmogonía cristiana: el Génesis. En él se describe cómo por medio de su discurso creador y su omnipotencia, en seis días Dios habría hecho todo de la nada y al séptimo descansó. Más allá de la contradicción de un ser todopoderoso que descansa, el Cristianismo que asume el mito hebreo (como luego también lo hace el Islam) tiene su origen en una divinidad que trabajó para crear cuanto existe. En el mismo libro bíblico se afirma que Adán trabajaba en el Edén; pues, fue puesto allí por Dios “para que lo cultivase y guardase” (5) . También en el Antiguo Testamento, el autor del Eclesiastés, en medio de una extensa y amarga reflexión acerca de que todo en el mundo es sólo vanidad, identifica el bien o felicidad con el trabajo y sus frutos, los cuales son un donde la divinidad al trabajador. Luego, el propio Hijo de Dios o Verbo encarnado, es un carpintero; asimismo, sus primeros discípulos antes de ser elegidos apóstoles eran pescadores, o sea, trabajadores.

Será en la Edad Media (con lo desacertado que es aunar bajo esa etiqueta todos esos siglos y la variedad de conductas e ideas que en ellos se dieron) el período en el que esa base bíblica judía florezca en el Cristianismo europeo. Durante ese extenso período, la religión “intentaba espiritualizar lo material incorporándolo a un universo divino que lo absorbiese y transformase” (Tawney 1959). En tal sentido, las artes útiles perderán su connotación griega de indignidad, para pasar a ser asociadas a lo trascendente: el trabajo fue considerado una forma de glorificación y de búsqueda de salvación (Noble 1999). Entre otros ejemplos, esa conjunción queda reflejada en la devoción monástica que conlleva las labores manuales junto a la oración, el estudio y a otros ejercicios contemplativos (6).

Pero además, dentro de ese esquema místico, el trabajo adquiere un componente ético en un sentido más específico: como conducta mundana debida. Se le considerará sagrado, por lo que es apreciado en sí mismo; a la vez que necesario y fructífero, es honroso y virtuoso (7) . Como la moral prescribe que la actividad productiva en sí es lo relevante, se entiende que sólo se deberá buscar lo que sea útil para solucionar las necesidades correspondientes al lugar o estamento ocupado en la jerarquía social. Se trabaja (idealmente) para conseguir lo necesario para vivir. No por buscar la riqueza (8).

Con la lenta pero creciente generalización y legitimación del comercio, sobre todo desde el siglo XIII, se llegará a hacer moralmente necesario integrarlo junto al lucro a una teoría ético-social. Para muchos fue preferible enfrentar aquellos dos monstruos y, al menos en el terreno de las ideas, intentar encontrar su cara amable. Otra posibilidad era el ataque frontal que llevaría a una derrota casi segura; o, la ceguera que sería una actitud en el fondo cómplice y cobarde. Moralistas y teólogos al ser lo suficientemente realistas para no negar un fenómeno por muy brutal que fuera y tener la determinación para emprender una tarea que parecía urgente, no sin cierta duda y recelo, considerarán ahora al comercio como una forma de trabajo. Aunque rebajado y siempre con una peligrosa cercanía con la avaricia y el Infierno, lo que hacía imperioso toda clase de resguardos (materializados muchas veces en una compleja casuística). Por su parte, el lucro conseguido será definido como un justo premio por el riesgo y la provisión de bienes necesarios que la comunidad no posee (Tawney 1959).

Para el siglo XVI, la época de la Reforma, aunque esas ideas económicas tradicionales se mantenían presentes como el modelo a seguir, estaban en franca decadencia ante el empuje de una nueva época. Si bien Martín Lutero (1438-1546) sostenía una visión idílica del trabajo rural y llenaba de invectivas al comercio, su teología neomedieval no sería la dominante en un tiempo que vivía otras realidades y otro espíritu acorde a ellas. Es Juan Calvino (1509-1564) quien elaboró una doctrina desde los nuevos fenómenos sociales, para la nueva clase social que dominaría el futuro y para llenar de sentido religioso la nueva ética que en su forma profana se estaba imponiendo.

En una época de pujante desarrollo comercial, industrial y financiero, Calvino estimaba que Europa estaba mucho más cerca del Infierno que del Cielo. Lejos de aspirar a soluciones quiméricas, acepta una realidad que asume dada en la convicción que no era posible retornar a las prístinas formas de vida de las comunidades cristianas primitivas. Es así como propone conquistar el mundo presente para gloria de Dios. Dentro de ese esquema devoto, todas las actividades mundanas, y en especial el trabajo, pasaron a considerarse vías de alabanza. No obstante, remarcó aún más específicamente el sentido religioso del trabajo al considerarlo como “vocación”, como parte de la misión que Dios había determinado para cada cual (Calvino 1988. Weber 1994. Troeltsch 1983).

Es así como el calvinismo aunó lo material con lo espiritual; es más, dignificó el primero en grado sumo al darle una importante significación mística (Bieler 1973). No sólo aceptó las realidades del comercio y el lucro, sino que las definió como medios de glorificación. En la práctica esto implicó que no tendría porqué existir contradicción entre esas actividades y tendencias y la fe. Se podía ser un buen cristiano sin renunciar a ganarse la vida como ya era común en cualquier gran ciudad europea del siglo XVI. El más claro y citado ejemplo es la aceptación de Calvino del préstamo a interés (condenando como usura toda cifra superior a una tasa razonable o a la legal). El afán de lucro había dado otro paso hacia su legitimación, aunque al tenor de los hechos éste sería el decisivo (9).

El sustento humano, fueran bienes o dinero para adquirirlos, seguía consiguiéndose a través del trabajo y era correcto que así fuera: laborar todavía era signo de devociónvirtud y dignidad. Aún se entendía que “con el sudor de tu rostro comerás el pan”. Mas, en forma inconsciente y sin dejar de ser fiel a la tradición cristiana, la Reforma prepararía el quiebre moral que vendría en Occidente de la mano de fuerzas profanas.

De la ética a la Economía: el paso definitivo 

Antes que se desarrollaran las teorías no religiosas o científicas de la Economía Moderna, Adam Smith (1723-1790), un moralista presbiteriano escocés (calvinista), realizó un gran esfuerzo sistematizador del ámbito productivo-comercial de la mano de su religión. Aunque hoy se le considera el padre de la Economía, su afán original fue ético. Aplicó el sistema moral de fundamentos cristianos reformados de La Teoría de los Sentimientos Morales (TSM) su principal obra editada en 1759, al específico ámbito productivo-comercial en La Riqueza de las Naciones (RN) de 1779 (10).

Desde su visión reformada, el trabajo continuará siendo una forma ética. Lo relaciona a la providencia que fomenta la virtud en cada ámbito de la vida concediéndole los premios más apropiados a la conducta en cada situación. Así, para “estimular el trabajo, la prudencia y la circunspección”, Dios habría considerado que su “remuneración más adecuada” es el “éxito en las empresas” (11) . La importancia de fomentar el trabajo radica en que forma parte del plan divino que pretende la “conservación y propagación de la especie”. Es el único factor que crea riqueza a fin de conseguir “todas las cosas necesarias y convenientes” para una nación.

En ese marco, según Smith el comercio sería fruto de la “propensión de la naturaleza humana” a “permutar, cambiar y negociar una cosa por otra” que emplea Dios para dirigir a los individuos hacia su conservación. Por ese instinto, fundamento de la división del trabajo, cada cual es un comerciante que intercambia con otros el remanente de su propio producto por lo que necesita. Con un espíritu similar al de los moralistas medievales, el autor valida el comercio y la persecución de ganancias al considerarlos como conductas que responden a la voluntad y providencia divina. Si bien, como fiel creyente presbiteriano, sigue definiendo el lucro como un medio: es el premio merecido para la virtud (obediencia a la voluntad de Dios), pero nunca el fin de la vida y esfuerzo humanos (12).

La RN, resultado de la aplicación de su teoría moral al ámbito productivo-comercial, podía ser considerada económica si se ignoraba groseramente tanto el empeño y creencias del propio autor como el espíritu del libro. Al hacer esa errónea lectura se hizo pasar a Smith del moralista que fue a padre de la Economía Moderna. Al olvidar la TSM y erigir en la obra monumental del pensador escocés una RN puramente económica, se dejó de lado su afán ético y se entendió, legitimó y utilizó el sistema haciendo primar la meta lucrativa como finalidad absoluta.

Se puede señalar que David Ricardo (1772-1823) dio el definitivo paso en Gran Bretaña para enterrar la teoría moral de lo productivo-comercial, la ética del trabajo, y legar al mundo la Economía Moderna tal como se la entiende hasta hoy (13) . El autor era un acaudalado hombre de negocios admirador de Smith, que una vez elegido miembro del Parlamento en 1813 (donde se destacaría por su defensa del libremercadismo que contribuyó a fijar la posición británica al respecto) abandona toda actividad empresarial. En adelante se concentrará en la política y en el estudio. De este último empeño surge en 1817 el libro que contiene su pensamiento económico: Principios de Economía Política y Tributaria (PEPT) (14) . Es a partir de ella que la Economía Moderna comienza a ser concebida como ciencia, en el sentido no religiosomoderno. Es decir, como una disciplina que estudia la legalidad natural inmanente al proceso económico (no la regular manifestación de la Providencia en ese ámbito) (15).

En el marco de este nuevo enfoque científico de la Economía (sustentado en los viejos supuestos de Smith profanados), para Ricardo el problema económico se limita a la consecución de lucro y, dentro de ello, a la conveniencia de un grupo específico de cuantos participan del proceso productivo: los capitalistas (16) . En sus PEPT se preocupa de la tendencia a la baja en la tasa de sus beneficios por la tendencia al alza del precio del trabajo o salario. Este subiría para satisfacer los requerimientos alimenticios de una población creciente, ya que los precios de los alimentos también lo hacen por los rendimientos decrecientes de las tierras de cultivo. En este escenario, amenazante para los intereses de los capitalistas, está la raíz de su teoría de las ventajas comparativas. De acuerdo a su criterio científico de maximización, asignó al comercio exterior en un marco de libre comercio un rol fundamental al posibilitar que los precios agrícolas se estabilicen mediante las importaciones. Por esta vía se podrá mantener, y si fuera posible reducir, los salarios para incrementar los beneficios del capital. Basado en un supuesto de regularidad y en la interdependencia del sistema económico, fomenta un factor productivo para controlar a lo demás y así conseguir el máximo lucro posible para el capitalista (17).

De lo dicho se desprende que el autor sea aquí considerado como el primer economista moderno o científico (¡aunque asume los dogmas religiosos de Smith!) (18) . A partir de sus PEPT se produce una total desvinculación entre el trabajo y la ética. Dejando de ser el primero una forma honesta de vivir o de glorificar a Dios, para constituirse en un mero factor de producción destinado a maximizar las ganancias de los dueños del capital. De Ricardo hasta hoy las preocupaciones éticas tradicionales son dejadas de lado, lo que conlleva definir al ser humano y su labor como un medio de producción (un recurso humano) cuyo valor viene dado por su capacidad para generar ganancias a terceros. Sin pudor ni mala conciencia, es más con toda normalidad, se transarán en el mercado por un precio. La humanidad se transformó por obra y gracia de la ciencia económica en una mercancía al servicio del lucro de una elite (19).

Esa instrumentalización del trabajo y sus realizadores se complementará con la separación del trabajo y el lucro. Hoy es innecesario, cuando no ridículo o degradante, comer “con el sudor de tu rostro” (¡y qué decir de comer “pan”!). Dentro de la moderna concepción crematística triunfante (legitimada en la opinión pública y defendida política y legalmente) se insertará también el hiperdesarrollo de las finanzas y las sociedades por acciones (20) . Estas prácticas y sus instituciones existieron por siglos en Europa, pero nunca en tan gran número y con tal exorbitante cantidad de dinero en las negociaciones. En el mundo de las finanzas la ganancia ya no será más el premio de una labor, pues de hecho se la consigue sin realizarla: “Estas transacciones no representan ninguna actividad concreta. Son multiplicaciones de papel que no surten un efecto benéfico en la actividad económica” (21).

La aceptación y validez de que el dinero engendre dinero, deja al descubierto la verdadera meta de la Economía Moderna. Más allá de las declaraciones de intención, el sistema busca la ganancia de los capitalistas y/o accionistas. Si es que se llega a elaborar productos de mayor calidad y entregar un buen servicio por un menor precio a los consumidores o se crean más y mejores empleos, es sólo un efecto subsidiario de la búsqueda de lucro. Que en el ámbito financiero, se consigue mediante la especulación. En este nuevo contexto crematístico de fervoroso hedonismo de corto plazo (pero orgullosamente científico), una especie de juego de azar desplazó en importancia y valer a la producción y al trabajo. Es más, cuando se considera la lógica y el espíritu de la Economía Moderna se entiende que el desarrollo de la especulación financiera y la relevancia que ha alcanzado es un resultado obvio del sistema (22).

La imposición mundial de las políticas neoliberales por el Consenso de Washington, una nueva actualización de los clásicos, ha dejado el campo abierto para la formación de un mercado mundial (23) . Es decir, para la generalización planetaria de la meta lucrativa que se sirve del trabajo y de quienes lo llevan a cabo, para la ganancia como fin en sí. En el mundo moderno perseguir el lucro, a toda costa y por todos los medios, es la norma ética (24).

Comentario

La evolución de la Economía en Occidente, que a estas alturas afecta a casi todo el globo, ha tenido como consecuencia el envilecimiento de la dualidad ser humano-trabajo. La dignidad humana ha sido diluida con argumentos pseudocientíficos que legitiman la definición y el uso de personas como medios, recursos o mercancías. A su vez, se dejó de lado la tradicional ética del trabajo y con ello se perdió la significación profunda de las labores productivas. Ahora son simples formas de ganarse la vida (lo cual en las condiciones actuales, tampoco es algo fácil) (25).

Sin embargo, sería claro que para la necesidad humana de buscar un sentido a la existencia, el lucro como fin absoluto no es la respuesta. Asimismo, tampoco en la práctica esa persecución de ganancias ha sido una forma de solucionar de manera general y suficiente el problema del sustento. Pues, la redistribución de la riqueza a todos los estratos sociales es negada por la propia teoría económica imperante. Para ella la explotación y las desigualdades socioeconómicas son necesarias y normales; es más, se las señala como fuente de una promesa de futura riqueza universal (26) . Pero, a todas luces la verdad es que de seguir las actuales condiciones económicas continuarán reproduciéndose sus consecuencias descritas. Las que no dejan de ser graves por mucho que se las disfrace bajo el aséptico concepto técnico de externalidades negativas.

En la evolución económica hacia lo que se podría denominar la crematística pura, la preocupación por la justicia que se visualizaba en Smith (aunque en sus términos calvinistas-burgueses y negando la intervención humana para su logro), es abandonada por Ricardo. Desde él y hasta nuestros días también lo ha sido por el grueso de los economistas. Para ellos, y ahora también para los políticos, la Economía sería una ciencia (descriptiva, no normativa) donde el énfasis debe ser puesto en la eficiencia con que se asignan los recursos: cumplido ese objetivo la distribución de la renta (por el chorreo) sería una consecuencia inevitable. Por más que desde el siglo XVIII aún se espere ese advenimiento y que sea evidente que el carácter científico-legal del proceso es una ridiculez si no una fantasía, justamente por ese carácter se siguen rechazando los juicios éticos y la intervención política… Los médicos están tranquilos porque la sociedad se está muriendo de buena salud.

En tal sentido, se tiene aquí por urgente la necesidad de volver a dar un giro en la teoría y práctica económica. Los arreglos hasta ahora intentados sólo han sido variaciones que no han enjuiciado la matriz original. Y estiman los autores del presente escrito, que ni siquiera la han develado de forma correcta y total. Partiendo de las mismas herramientas y lógica se ha pretendido realizar un cambio, pero se ha terminado reproduciendo en mayor o menor grado lo que se intentaba hacer variar.

Parece obvio que el trabajo es un factor de la producción, pero como aquí se ha señalado, no es sólo eso. Lo que implica un cambio radical en cuanto a cómo se define al ser humano, para luego partir de una forma económica (y se hace referencia a su sentido original) que reconozca su dignidad y que ponga al servicio de todos las formas de sustento. La Política debe volver a guiar a la Economía: las disciplinas “subordinadas” deben dejar de ser “gobernadoras” y los medios deben dejar de ser fines (Aristóteles 1992). Lo que no es nada nuevo, es sencillamente una vuelta atrás en Occidente a formas más sensatas. Una vez comprendido ese afán, muchas de las técnicas económicas hasta aquí elaboradas, como medios que son, podrán incluso ser utilizadas para esos fines.

La crítica cuando surge de bases y metas claras no es simple nihilismo, es una oportunidad de construcción. La cual para no ser otra forma de ingeniería social, debe tener consciencia de que los fenómenos humanos son complejos y no rígidamente mecánicos; y, asumir una ética por la cual los resultados benignos se busquen por medios benignos. Pero a su vez, sin perder de vista que es fundamental sostenerse sobre la base empírica que representan las culturas de los pueblos y los incentivosnecesarios que proveen esas mismas culturas. Nunca más se debe concluir que si los modelos socioeconómicos no se corresponden con la realidad de las comunidades humanas, son estas las que están erradas. Una inmensa mayoría de millones de personas de la población mundial que viven en la indignidad de la pobreza son efecto de esa postura y claman por una respuesta. ¿Cuánto más se les dejará esperando que se cumpla la imposible y falaz profecía de la Economía Moderna?

NOTAS

(1)Acerca de la arbitrariedad de sus supuestos, tómense en cuenta los dos básicos: 1.- el ser humano es definido por su naturaleza económica, es decir, lo que lo caracteriza y distingue del resto de los animales es su tendencia al lucro que se manifiesta en todo momento y que es de tipo individual y egoísta. 2.- la existencia de un mercado autorregulado por el cual las naturalezas económicas humanas, y por ende la sociedad toda, tienden al equilibrio; dicho ente o mecanismo tiene la característica y capacidad de ser el mejor asignador de recursos y determinar la producción del modo más conveniente de forma autónoma. Que dadas ciertas condiciones (sociales, políticas, valóricas e ideológicas) esos exóticos supuestos se puedan llegar a cumplir, no da testimonio de su carácter de hecho científico. Sino sólo se corroboran esas específicas condiciones que obligan a cumplir el modelo (a una mayoría) o hace conveniente seguirlo (a una minoría). Lo cual no da prueba de universalidad o legalidad, sino sólo de su limitación a un contexto particular. Al ya haber sido modificada la sociedad por la Economía, esta encuentra lo que predice: se “impuso que se cumpliera justamente lo que se está tratando de medir” (Saavedra 1977).

(2)Lo cual no es reconocido por la Economía Moderna: “…lo que se compra y paga en las sociedades civilizadas [sic], en donde no existe la esclavitud, es el ejercicio de la capacidad de trabajar con un fin productivo de satisfacción directa o indirecta, no la persona del trabajador; la demanda de trabajo es, por lo tanto, demanda de servicios personales, no de seres humanos en toda su integridad mental y física. Éstos, como tales, no son objeto de comercio, ni es posible asignarles precio, mientras que sí lo tienen lo servicios que pueden prestar” (Zamora 1964: 579). Sin embargo, el mismo autor citado cuando expone acerca del “mercado del trabajo” dice que “el vendedor [trabajador] es inseparable de la mercancía que expende”, por lo que no tiene posibilidad de “suscitar la competencia de los demandantes” (no puede venderse a más de uno a la vez).

(3) Ya es un dato de la causa el que Thorstein Veblen fuera considerado muy poco ortodoxo por sus colegas economistas. En su análisis, no reduccionistamente económico de la “clase ociosa”, fue capaz de entender que tanto un jefe tribal como un millonario estadounidense responden en su conducta económica a pautas sociales.

(4) Es interesante señalar que en Chile se vivió un proceso similar de forma tardía en la explotación minera de Atacama del siglo XIX. Como señala María Illanes, mientras la oligarquía se sirve del Estado para liberalizar la economía y darle enormes prerrogativas a los capitalistas, se irán imponiendo las formas modernas de préstamo que separan el trabajo del capital (y empobrecieron a los productores e hicieron millonarios a los prestamistas usureros). Junto con derogarse los obstáculos que la legislación colonial española de espíritu escolástico ponía al acreedor, se perderán las modalidades antiguas como la “habilitación por compañía” donde “el acreedor [o capitalista] tomaba parte activa en el trabajo de la mina, en calidad de socio y propietario de la misma”.

(5) Comúnmente, se resalta que el trabajo es parte de la maldición de Dios por la desobediencia de Adán: “Por ti será maldita la tierra; Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida (…) Con el sudor de tu rostro comerás el pan”. No obstante, en realidad el texto describe la ruptura de la armónica (de hecho, edénica) relación ser humano-naturaleza existente en el Paraíso, por la cual el trabajo no implicaba esfuerzo. Además, estableció la distancia entre los humanos y Dios (factor esencial para el Cristianismo) y determinó la existencia terrenal-mortal de los primeros.

(6) Noble expone cómo el trabajo y, específicamente, la tecnología devienen en un proyecto religioso cristiano que busca glorificar a Dios y volver a alcanzar la divinidad que poseyó Adán en el Edén. Este propósito aún es seguido por diversas confesiones calvinistas.

(7) En Von Martin se ve que este enfoque sigue vigente en el Renacimiento. Por más que se señale que dicho período representa una ruptura con la tradición medieval, se debe aclarar que ese es un empeño más bien político-propagandístico del mundo anglosajón, en especial Gran Bretaña. En el mundo latino, lejos de ser un quiebre, es una contextualización de la tradición a la época.

(8) Esta concepción se encuentra en Tomás de Aquino (1225-1274), quien diferencia entre el “deseo codicioso” que es infinito y pecado por no poder saciarse; y, las “necesidades naturales” que son finitas y cuya satisfacción también lo es, por lo que no se incurre en pecado. El dinero es el ejemplo que usa para el “deseo codicioso”. Con Tomás continúa viva la diferencia aristotélica entre la natural economía (la administración del hogar para procurarse sustento) y la antinatural crematística (búsqueda del lucro).

(9) No debe llamar a equívoco esta postura del reformador, pues malamente se le podría identificar como materialista o capitalista. De hecho, en la propia Biblia hay ejemplos de una positiva significación de la riqueza: Gén 12, 16; 13, 2-5; 24, 35; 26, 12-14; 30, 43; 31, 9; I Re 3, 13; 4, 21-24; 10, 23-29; 2 Par 17, 5-18; Lev 26, 3-5; Dt 28.1-14 o Sal 36, 3-29.

(10) Para todo lo referente a Smith se sigue aquí a Monares (2001 y 2002).

(11) Esta relación religiosa entre virtud y utilidad no es nueva en el ámbito reformado británico, ya John Locke (1632-1704) había dicho que lo útil es “la consecuencia de la obediencia [a Dios] (…) la rectitud de una acción no depende de la utilidad, sino que la utilidad es consecuencia de la rectitud”.

(12) De ahí que, aunque proponga la búsqueda de riqueza como el motor de la conducta individual, critique severamente el egoísmo de los comerciantes: una cosa es que esa tendencia fuera resultado del pecado original y otra muy distinta era no distinguir el vicio de la virtud. Por otra parte, cabe señalar que por su aceptación de la teoría calvinista de la predestinación de la humanidad, señala que la riqueza permite “imponer a otros individuos” “las penas y fatigas” que supone el trabajo. Lo cual no es una forma de denigrar el trabajo en sí (ver nota nro. 5), sino una consecuencia de esa doctrina que manda a los elegidos someter a los condenados (en este caso a las clases bajas).

(13) Se ha pasado por alto aquí a Jeremy Bentham (1748-1832) y al amigo de Ricardo, Robert Malthus (1766-1834) porque ambos se ubican junto a Smith en la esfera moral-religiosa: el primero propone al dinero como instrumento de medida en la política y en la moral; el segundo es un sacerdote anglicano. Por otro lado, el origen judío de Ricardo tal vez podría ayudar a explicar por qué ignoró las propuestas cristianas que le precedían.

(14) Podría extrañar lo afirmado sobre el autor como economista científico, si se considera que por dicha obra se le tiene por el padre de la Economía Política. Pero, cuando se analiza la supuesta Economía científica queda claro que también es una economía política. Por citar un ejemplo: Smith habla de la costumbre de los capitalistas de conjurarse secretamente para mantener bajos los salarios. Lo cual, desde Ricardo en adelante, con el aporte científico a la Economía se institucionalizó en la afirmación técnica sobre que el alza de los salarios baja la inversión; que tiene su consecuencia técnica: no subir los salarios y, es más, mantenerlos al mínimo (¡y de no ser por el peligro de revueltas incluso bajarlos!). A todas luces es una evidente propuesta políticasocial y económica que perjudica (eternamente) a los trabajadores y beneficia a la elite capitalista: no es ciencia neutral ni objetiva. Acertadamente John Galbraith señala que los economistas ganan su fama afirmando lo que los ricos quieren oír… y Ricardo era su propio vocero.

(15) Ricardo había leído la RN, lo que se dice le habría permitido relacionar la Economía con la Ciencia antes que con la Filosofía. En realidad esa síntesis fue parte del trabajo de Smith, quien en dicha obra aunó el sistema newtoniano y la moral calvinista (Monares 2001. Saavedra 1977). A pesar de ello, quedaría en evidencia que el propio Ricardo considera a Smith más un moralista (como él mismo lo hacía) que un economista científico.

(16) Desde este moderno punto de vista, la Revolución Industrial puede mal interpretarse como un esfuerzo técnico para elevar la productividad en pos de la obtención de lucro. No obstante, el proyecto original surgió de la religión y ética calvinista: cumplir el mandato bíblico de dominio del mundo y de bienestar humano para gloria de Dios (Noble 1999. Espoz 2003).

(17) El autor desarrollará su teoría de las ventajas comparativas, que necesita del libre comercio, en base a las necesidades que la economía inglesa planteaba en la época y para provecho de un grupo determinado de dicha nación. Lo cual es un ejemplo más de que los británicos no hacen ciencia económica (universal, objetiva y neutral), sino que buscan las formas de acrecentar la riqueza de su nación: “Como lo ha señalado correctamente el profesor Lionel Robbins, sería difícil encontrar un solo caso en el que los economistas clásicos ingleses recomendaran actualmente que la Gran Bretaña hiciera un sacrificio en favor del bienestar del resto del mundo. Por ejemplo, cuando ellos recomendaron el libre comercio como una política general, no lo hicieron porque el libre comercio hubiese sido beneficioso para el mundo, sino por el interés de su propio país” (Myrdal 1959: 160-161). Con posterioridad, la teoría económica se centrará sólo en los países desarrollados, desde dónde surgen sus supuestos y material de trabajo. Que la Economía Moderna busca la riqueza de las naciones, era y es una mera forma estilística que no pocos han tomado ingenuamente (para usar un eufemismo) al pie de la letra. No se han percatado que la referencia es sólo a las naciones civilizadas

(18) Sobre cómo fueron desarrolladas desde fundamentos religiosos calvinistas las Ciencias Sociales como Humanidades que miden, cuyo arquetipo es justamente la Economía Moderna, ver Monares (2003).

(19) Un aspecto técnico de esta nueva Economía y de la ruptura que provoca con la ética del trabajo es la teoría del costo marginal. Es interesante señalar que en el fondo el problema económico se trasladade la producción en sí, al manejo cuantitativo de los stocks para maximizar las ganancias y disminuir pérdidas. La producción queda subordinada a una especie de juego contable que privilegia el lucro.

(20) El moderno auge de las finanzas, además del simple afán de lucro, viene a solucionar un problema fundamental de la Economía. Ella se basa en el supuesto del crecimiento infinito en un planeta finito; luego, al no poder crecer físicamente al infinito, se hacía urgente un esquema que permitiera el crecimiento y la ganancia en otros términos. La llamada Nueva Economía virtual o electrónica devendría de la misma lógica.

(21) “Esta especulación flotante en bonos y títulos es obra de especialistas que manipulan números en ordenadores. Por convención se los llama banqueros, pero son meros técnicos cuya formación es similar a la de un escribiente y cuyo talento es similar al de un corredor de apuestas. No tienen experiencia fuera de las pantallas, ni comprensión de la actividad industrial que representan esos números luminosos. Tampoco tienen responsabilidad ni comprensión del efecto que esas enormes transacciones surten sobre el conjunto de la sociedad” (Saul 1998: 358-359).

(22) Cabe destacar en este nuevo contexto el auge del llamado dinero plástico. Aunque la Economía sostenga que el crédito es un avance de dinero que permite el consumo a costa de futuras ganancias, conlleva un drástico cambio ideológico y valórico: se puede consumir sin trabajar, al menos en lo inmediato. La ética del consumo reemplazó a la del trabajo.

(23) Dicho documento fue suscrito en Washington en 1989 por académicos y economistas estadounidenses, funcionarios de ese país y del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (¡vaya nivel de consenso!). En él se formularon diez proposiciones para implementar el sistema capitalista de mercado autorregulado a nivel mundial. Se suponía que junto a la globalización, esas medidas lograrían crecimiento económico, disminuir la pobreza y la inseguridad, y crear más puestos de trabajo. Que ello no ocurriera, no significa que dichas medidas no buscaran-lograran que ciertos grupos sí adquirieran más riqueza.

(24) Los crecientes fenómenos de corrupción privada (Enron, Parmalat o, en Chile, Inverlink entre tantos otros) en medio de una legalidad que permite lo que sería una ilegalidad o la entronación de privilegios para el más mínimo sentido común (abuso hacia el consumidor, abuso de una posición dominante, eliminación de la competencia, no pago de impuestos, no pago de derechos de explotación, desrregulación del sistema financiero, manejo del mercado, etc.) no son más que muestras de los resultados de una moral que deja a la consecución de lucro como fin (no como medio) válido por sí y ante sí.

(25) Por un lado, el afán lucrativo de las élites ha impulsado la tecnologización de los procesos productivos que ha hecho disminuir la necesidad de trabajadores. Por otro, aunque en el rubro servicios se demanda más personal, el poder económico ha logrado reformas legales que acrecientan sus beneficios a través de la liberalización del mercado laboral: insegurizando el trabajo y precarizando sus condiciones. Los neoliberales retrotrajeron la situación al siglo XIX: el miedo al hambre vuelve a ser el poderoso acicate de la productividad. Finalmente, no se puede dejar de señalar una paradoja de este mundo liberalizado: mientras se facilita cada vez más el movimiento de los capitales se hacen múltiples esfuerzos por dificultar el de la fuerza de trabajo o la migración.

(26) Esta aberración que se devela tan patética e interesada, hoy pasa por hecho científico (ver nota nro. 14). Para quienes aún puedan tomarla en serio, baste recordar la legitimación de la esclavitud por Aristóteles: es natural que algunos deban mandar y otros obedecer; ambas condiciones son complementarias y convienen tanto al amo como al esclavo. Que tal teoría fuera elaborada por una gran eminencia y tenida por conveniente, real u obvia por la nobleza en Macedonia o por los miembros de la excluyente y limitada democracia ateniense, ¿la hace científica, verdadera o legítima?.

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La reconstrucción de la sociedad

Sidi Umar Ibrahim Vadillo

1. Otorgamiento de poder a la autoridad colectiva local y abandono de la autoridad estatal.

La rehabilitación de la figura tradicional de la autoridad comunal. Una autoridad al alcance de la mano dentro de un ámbito humano. La autoridad de la comunidad es lo que garantiza la independencia y autonomía de la comunidad en vez de las ataduras coactivas del estado basadas en los impuestos, la moneda y la policía. Sobre la base de la autoridad local, toma cuerpo el poder colectivo porque queda descartada cualquier forma de coacción y aparece en su lugar la autoridad surgida de un deseo común de hermandad. La constitución espontánea de pequeños grupos autónomos, comunidades, regiones y naciones, unidas por el mismo deseo de independencia. Sigue leyendo